CUANDO EN CAMINO LARGO, EL CAITE NO PESA
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Historia "deportiva" de un vendedor de helados
A mi tía
Vilma, porque disfruta los eskimos y, sobre todo, compra muchos por solidaridad deportiva.
̶̶ ¿De qué sabor lo quiere?— interrogó con voz corrosiva
el vendedor ambulante de sorbetes. Tengo el de la promoción semanal, y por
cierto, viene con precio que enfría el bolsillo –mire usted el rótulo— ese vale
la mitad de los otros, insistió.
Tocado por el impulso, rebusqué en los dos bolsillos
para completar la cantidad necesaria. Recibió las monedas. Metió el brazo
dentro del cajón refrigerado y puso el producto en mi mano extendida, le miré
el rostro adornado con disimulada sonrisa de buen mercante.
Cuando estaba con la espalda a medio giro para emprender
camino en sentido contrario, el heladero empezó otro diálogo con el cual me
dejó anclado. Aplicaba un acompasado vaivén a la ristra de campanas dando nuevo
aviso de su presencia. Lo miré atento sin dejar de apurar el primer mordisco
porque la leche empezaba a derretirse ante el intenso calor característico de
Managua, nuestra planicie extensa de ciudad-aldea, la envejecida y sucia, la
que le fue infiel al bello Xolotlán, para convertirse en muladar y
correspondida amante del Xolocaca.
—Discúlpeme— prosiguió con modulada entonación de
palabra, usted no sólo está ante el
proveedor de ricos sabores congelados, yo trabajo durante 365 días al año, sin
descansos, empujo por calles y avenidas este pequeño mueble frigorífico
ambulante; le aseguro, y por favor no lo dude, escribo poemas, canto a capela,
y lo mejor, soy atleta de alto rendimiento en la justa por el diario comer y el
diario vivir.
-- Cómo es asunto de atleta de alto rendimiento?
Ah!! Ya le explico. A este flaco enjuto, "Morfeo eterno" no ha podido soldarme los párpados en mis setenta largo veranos con sus inviernos. Con mi "motor de tripas", activado por frijoles parados más polvito de queso, muevo entre cien y ciento cincuenta libras, eso es diario durante ocho horas consecutivas, en terreno llano o cuesta arriba y de bajada.
---Desde chigüín fui brincacharcos y salta cercas, ágil e incansable errabundo; jamás en mí se cumplió aquel dicho: "...en camino largo hasta el caite pesa". ---Y moviendo el labio superior, seguía con la presentación--- ---- Mire estos dientes y estos músculos, --indicaba con el dedo índice puesto en el antebrazo---- fueron engendrados en hamaca, torneados en polvo fino de esos mismo que flotan en el aire que al final reposa en todas las cosas.
-- Cómo es asunto de atleta de alto rendimiento?
Ah!! Ya le explico. A este flaco enjuto, "Morfeo eterno" no ha podido soldarme los párpados en mis setenta largo veranos con sus inviernos. Con mi "motor de tripas", activado por frijoles parados más polvito de queso, muevo entre cien y ciento cincuenta libras, eso es diario durante ocho horas consecutivas, en terreno llano o cuesta arriba y de bajada.
---Desde chigüín fui brincacharcos y salta cercas, ágil e incansable errabundo; jamás en mí se cumplió aquel dicho: "...en camino largo hasta el caite pesa". ---Y moviendo el labio superior, seguía con la presentación--- ---- Mire estos dientes y estos músculos, --indicaba con el dedo índice puesto en el antebrazo---- fueron engendrados en hamaca, torneados en polvo fino de esos mismo que flotan en el aire que al final reposa en todas las cosas.
Testigos mudos son mis recuerdos. Sin ojos de amor, mi
madre solía decirme, —Ruperto, eres apuesto—yo era buen mozo, joven, hecho y
derecho, y por favor créame, si no fuera porque en busca de la fama deportiva
un día de tantos abordé el tren rumbo a la capital, allá por los años cuarenta,
las comarcas estarían más pobladas.
De pronto interrumpió la historia, y exclamó --¡Oiga!
Pero ya que estamos en medio de esta amenidad, y un helado no es ninguno, déme
la mitad de lo que vale otro, cómaselo sin reparo, déjelo así, que yo invito el
otro cincuenta por ciento—. No había duda, en aquel personaje, los setenta años
incluían la sobrevivencia de un excepcional órgano muscular para gustar, deglutir
y para articular los sonidos de la mejor persuasión. Tomó el dinero y sin dejar
de hablar prosiguió con la parte deportiva.
Fíjese, desde que bajé del autocarril en aquel
deambule tempranero por estas calles de la gran ciudad, tuve el peor de los
desencantos. Aunque muchos decían ver en mí algo prometedor destinado al deporte
nacional, en lo que fuera, jamás el destello me llevó a conquistar el trono.
Feo resultado, aquel. Así que, este que le habla, antes de venir al Pueblón
Principal, en mi caserío obtuve el primer lugar en corridas de caballo en pelo,
con piernas arqueadas “soldadas” al yute; nadie me destronó como ordeñador de
vacas con una sola mano y sin taburete, a pura cuclillas; fui campeón absoluto
de bolero de tarro sin soltar el chilcagre de la boca; bateador jonrronero de
bolas de cabuya con piedra al centro y agarradas a mano pelada, y ya no se diga
más, porque nadie pudo conmigo a la hora de “empinar el codo” sentado sobre
butaco pata de gallina, todo eso cuando apenas puyoneábamos pelos en el pecho;
en esos tiempos nadie igualó la cantidad de tres enormes güacales cumbos,
vaciados en una sola sentada, al punto que gané otro título: “el vertical”,
porque no hubo “calavera de gato”, “morir soñando” o “cususa” que me pusiera la
“mirada de chancho o me hiciera sembrar pico”.
Pues bien, como usted no quiere más helado, y cada uno
tiene que tomar por su lado, le diré dónde está el meollo de la historia. Trata
sobre el reconocimiento arrebatado por la miopía, mire a esos del Instituto de
Deportes, de las federaciones de atletismo, ahí hay gente empeñada en no querer
ver la verdad, no miran en estos robles, --dándose palmeadas en el pecho— digo, nosotros,
los atletas de alto rendimiento, en este
oficio que yo nombro el “deporte del envión
helado”; porque junto a mi carrito, si de lejos parezco, cuando estoy cerca no dejo dudas, y lo atestiguan treinta kilómetros de recorrido, bien jalados.
--Cuál es su nombre?--
-- Eduardo, le dije--
-- Si usted tiene la amabilidad de multiplicar esta historia, este servidor estaría dispuesto a tomar desafíos con el atajo de ingratos que nos miran por encima del hombro, esos mismos del pasito corto en los ejercicios amanesqueros, que, a toda vista, como dicen los "doitos", lo hace por mero efecto placebo. Usted ya sabe... algo parecido a lo que hacen en las salas de emergencia de los hospitales, con los medio enfermos o histéricos, aparecen con la jeringa, agua destilada, viene el jincón, y al ratito la enfermera llega para preguntarle con cara de buena samaritana: ---Cómo te sientes... mejor? Igualitoooo sucede con los caminantes en círculos dentro de las rotondas. Dicen que ejercitan los yoltamales, las atragantadas de elotes, las "atripujadas" de chancho con yuca, nacatamales pindongo con mucha masa, las "retipujadas" de arroz con leche y atoles... Esa gente me da tremenda risa, trabajan más con las posaderas, evacuando, y mucho más ejercitan la lengua parlanchina que el resto del cuerpo Si usted quiere, lo autorizo a escribir esta historia real sobre mi gremio, somos los que a través de grandes distancias empujamos a este "esquimal de tres ruedas", ---señalándome el carrito de los helados---, la suma de todos esos recorridos sobraría para llegar al Círculo Polar Ártico. Bueno amigo, ha sido un gran gusto haberlo tenido como oyente y cliente. No me olvide, y no lo olvide, sólo dos tipos de atletas de alto rendimiento entrenan en este país, nosotros los "eskimeros" y los atletas olímpicos del "Plantel de Batahola" de Managua. Todos los días ganamos los maratones del etíope Abebe Bikila, si no me cree, compruébelo con una corrida durante treinta minutos detrás de los camiones recolectores de basura de la Alcaldía de Managua.
-- Eduardo, le dije--
-- Si usted tiene la amabilidad de multiplicar esta historia, este servidor estaría dispuesto a tomar desafíos con el atajo de ingratos que nos miran por encima del hombro, esos mismos del pasito corto en los ejercicios amanesqueros, que, a toda vista, como dicen los "doitos", lo hace por mero efecto placebo. Usted ya sabe... algo parecido a lo que hacen en las salas de emergencia de los hospitales, con los medio enfermos o histéricos, aparecen con la jeringa, agua destilada, viene el jincón, y al ratito la enfermera llega para preguntarle con cara de buena samaritana: ---Cómo te sientes... mejor? Igualitoooo sucede con los caminantes en círculos dentro de las rotondas. Dicen que ejercitan los yoltamales, las atragantadas de elotes, las "atripujadas" de chancho con yuca, nacatamales pindongo con mucha masa, las "retipujadas" de arroz con leche y atoles... Esa gente me da tremenda risa, trabajan más con las posaderas, evacuando, y mucho más ejercitan la lengua parlanchina que el resto del cuerpo Si usted quiere, lo autorizo a escribir esta historia real sobre mi gremio, somos los que a través de grandes distancias empujamos a este "esquimal de tres ruedas", ---señalándome el carrito de los helados---, la suma de todos esos recorridos sobraría para llegar al Círculo Polar Ártico. Bueno amigo, ha sido un gran gusto haberlo tenido como oyente y cliente. No me olvide, y no lo olvide, sólo dos tipos de atletas de alto rendimiento entrenan en este país, nosotros los "eskimeros" y los atletas olímpicos del "Plantel de Batahola" de Managua. Todos los días ganamos los maratones del etíope Abebe Bikila, si no me cree, compruébelo con una corrida durante treinta minutos detrás de los camiones recolectores de basura de la Alcaldía de Managua.
--¡Oígame joven!
En mi memoria guardo otras historias nítidas y se las voy a contar, porque estoy seguro que usted no perdió el hilo de ésta. Pero, será otro día con un buen sorbete. Por este mismo lugar paso los lunes y viernes, a la misma hora. Sonó las campanas del carrito mientras empezaba a empujarlo con una mano, con la otra me entregó un cordial saludo a mano alzada. Con rapidez cruzó los cien metros de esquina a esquina. Hasta que sólo fue un punto, a lo lejos. Allá, lejos iba el maratonista, sin trofeo.
En mi memoria guardo otras historias nítidas y se las voy a contar, porque estoy seguro que usted no perdió el hilo de ésta. Pero, será otro día con un buen sorbete. Por este mismo lugar paso los lunes y viernes, a la misma hora. Sonó las campanas del carrito mientras empezaba a empujarlo con una mano, con la otra me entregó un cordial saludo a mano alzada. Con rapidez cruzó los cien metros de esquina a esquina. Hasta que sólo fue un punto, a lo lejos. Allá, lejos iba el maratonista, sin trofeo.
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