EL CANAL
ANGLO-JAPONÉS POR NICARAGUA. Por: José Dolores Gámez. En: La Patria. Publicación Quincenal: Letras, Ciencias, Artes. Año XXI, León, 6 de Julio de
1916. Tomo VIII. Director: Félix Quiñónez.
Mucho se ha hablado en estos últimos días de lo que motivó
la intervención filibustera del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos
interiores de Nicaragua; no faltando quienes la hayan atribuido a las supuestas
inteligencias secretas del presidente don José Santos Zelaya con el gobierno
del Japón, para la apertura de un canal marítimo interoceánico por la vía
nicaragüense, en competencia con el de Panamá, las cuales despertaron los celos
del gobierno de Washington. De acuerdo con esa suposición, se publicó, hace
algunos meses, en un diario de Managua, una especie de leyenda con pretensiones
de crónica, que ha sido reproducida por varios otros periódicos de la América
Central.
Hay que agregar, sin embargo, en honor a la verdad, que
aquella producción, firmada con el seudónimo Sherlock Holmes, es muy ingeniosa,
tiene bastante sal y pimienta y estereotipa, con mano maestra los personajes
que presenta en acción y las interioridades del palacio presidencial de Managua
en la fecha de los sucesos que refiere.
La leyenda en cuestión, verdadero juguete literario de buen
gusto, es, como llevamos dicho, ingeniosa y divertida, y se asemeja en su
estilo a las muy conocidas anécdotas del Sherlock Holmes inglés, que corren de
mano en mano desde algunos años; pero como esa leyenda, con todo su gracejo
puede, con el tiempo, forma tradición y oscurecer la verdad histórica sobre
sucesos que interesan a la historia de los países centroamericanos, vamos a
rectificarla, diciendo lo que realmente hubo acerca de ese asunto tan llevado y
traído.
ANTECEDENTES
En el año 1894 era Ministro de Fomento y Obras Públicas, en
el gabinete del presidente Zelaya, el autor de estas líneas.
Uno de los asuntos que más preocupaban en aquel entonces al
gobierno de Nicaragua, era la apertura del canal interoceánico a través del
istmo nicaragüense, cuya concesión tenía dada, desde hacía más de quince años,
a una compañía americana, representada por el ingeniero americano don Aniceto
G. Menocal, originario de Cuba. Esta compañía, que tomó el nombre de Compañía
Concesionaria del Canal Interoceánico, formó en seguida otra, compuesta de sus
propios miembros, que llamó Compañía Constructora del Canal de Nicaragua, y a
la cual encargó de hacer la obra en el tiempo estipulado en el contrato con el
Gobierno y de procurarse fondos con la venta de acciones en diferentes
mercados.
La compañía constructora quedaba obligada, por el traspaso
de la concesión, a comenzar los trabajos de la obra del canal en determinada
fecha, y también a tener invertidos en ellos, después de un año de comenzados,
un millón de dólares por lo menos. Para llenar esta segunda condición, cuando
el plazo se acercaba, hizo no sabemos qué arreglos con la quebrada empresa del
canal francés por Panamá, en virtud de los cuales pasaron a San Juan del Norte
muchos materiales, útiles, herramientas de trabajo, dragas, locomotoras y
máquinas complementarias, todo de segunda mano y a precio de quema; aforándolo
también todo, a la inspección del gobierno de Nicaragua, como artículos nuevos,
de superior calidad. Después, no habiendo encontrado colocación para las
acciones puesta a la venta en los mercados extranjeros, o sea, careciendo de
recursos, la empresa americana del canal por Nicaragua entró en un período de
decadencia que llegó a su colmo en 1894.
Tanto el presidente Zelaya como su mencionado Ministro de
Fomento, se mostraban partidarios acérrimos de la obra del canal nicaragüense,
y estaban dispuestos a hacer por ella cuanto les fuese posible, con entera
prescindencia de cuestiones políticas, de personas y lugares.
Los enemigos de la Compañía Concesionaria (porque los tenis
muy poderosos en los Estados Unidos), trabajaban mientras tanto, en contra de
la idea del canal por Nicaragua, demostrando la imposibilidad en que se hallaba
la Compañía Constructora para llenar sus compromisos y el descrédito en que
había caído. Aseguraban, además, que
mientras existiera la concesión a Menocal, la obra no podría realizarse por
otras compañías poderosas que estaban listas, ni aun por el propio gobierno de
Estados Unidos que se mostraba deseoso de ser el empresario.
Mientras tanto, el ministro diplomático de Nicaragua,
residente en Washington, que ocupaba también asiento en la Junta Directiva de
la Compañía Concesionaria del Canal, radicado en Nueva York, trabajaba a su vez
prestándole toda clase de ayuda, de acuerdo con las instrucciones que por cada
correo le llegaban de la Secretaría de Fomento de Nicaragua, encargada
exclusivamente de aquel negociado.
Era ministro de Nicaragua, residente en Washington, el
doctor don Horacio Guzmán, personaje inteligentísimo, sagaz y muy interesado en
la apertura del canal, que consideraba como la mayor felicidad para
Centroamérica en general, y para Nicaragua en especial.
El doctor Guzmán, condiscípulo y amigo desde la infancia del
Ministro de Fomento nicaragüense, se valía preferentemente de su mediación,
para mejor entenderse con el Presidente Zelaya, sin la concurrencia de los
demás miembros del gabinete de Managua.
Durante el año 1895 escribió Guzmán, confidencialmente,
participando que creía perdida en absoluto toda esperanza de canal por
Nicaragua, porque la Compañía Constructora había presentado en quiebra, y la
Concesionaria escapaba de ser concursada alegando que era ella otra entidad
jurídica, enteramente distinta, y además, acreedora de la constructora, con la
cual nada tenía en común: que con esa argucia había logrado recobrar su
concesión; pero que creía muy conveniente a los intereses de Nicaragua que el
Gobierno notificara al agente de dicha compañía, en Managua, la caducidad de la
concesión, por falta de cumplimiento a ciertas obligaciones importantes, entre
ellas, la de apertura previa del canal del río Tipitapa, destinado a unir los
dos grandes lagos del interior, el cual no había aún comenzado, y cuyo costo se
estimaba en cuatrocientos mil dólares.
Al mismo tiempo, y dando como un hecho la terminación del
contrato con Menocal, el ministro Guzmán sometía a la consideración del
Ministro de Fomento, siempre con carácter muy confidencial, la conveniencia de
pulsar reservadamente al embajador del Japón en Washington, para averiguar por
su medio si su gobierno, por sí o por una compañía ad hoc, quería tomar a su carago aquella obra tan importante.
Se procedió de conformidad con lo que indicaba el ministro
Guzmán, en lo referente a declarar la caducidad de la concesión otorgada a
Menocal; pero en lo tocante a la negociación con el embajador del Japón, no
estuvo de acuerdo, el gobierno de Nicaragua, por considerarla demasiado grave y
delicada, como que ni el presidente Zelaya, cuya indiscreción era proverbial,
platicó con nadie del asunto. Se le escribió al ministro Guzmán, y se le llamó
la atención sobre las malas consecuencias que podía cosechar Nicaragua si los
Estados Unidos sospechaban algo de toda aquella intriga, la cual, por otra
parte, no representaba más que una esperanza, tal vez infundada. Se le
recomendó, sin embargo, aunque encareciéndole tacto y discreción, que
estrechase más sus relaciones de amistad con el embajador del Japón y que,
cuando éstas hubiesen llegado a cierto grado de confianza, le platicara del asunto
como cosa exclusivamente suya y refiriéndose a rumores que habían llegado
vagamente a sus oídos, sin avanzar más, en caso de buen éxito, sino hasta
consultar y recibir instrucciones nuevas.
Dos meses después informaba el Ministro Guzmán haber procedido
con entero arreglo a las instrucciones recibidas y que el embajador japonés,
después de haber mostrado mucho entusiasmo por un canal japonés por Nicaragua,
había consultado confidencialmente con su gobierno y quedaba esperando
instrucciones. Pasados algunos meses más, sin que en Nicaragua ni en los
Estados Unidos hubiese nadie sospechado cosa alguna de aquel trabajo, el
embajador del Japón informó al Ministro Guzmán, que su gobierno se excusaba por
entonces de pensar en el negocio del canal por Nicaragua, por encontrarse a la
sazón metido en otros asuntos que le preocupaban. El incidente relacionado, del
cual tuvo oportuno conocimiento el presidente Zelaya, quedó terminado en
absoluto, con tanto más motivo cuanto que el gobierno americano apareció en seguida
gestionando ante el de Nicaragua, para que se le concediera hacer por su cuenta
la apertura del Canal.
Años más tarde, el Ministro americano Mr. Merry, suscribió
en Managua un contrato con el representante del gobierno de Nicaragua, por el
cual obtenía, a nombre del de los Estados Unidos, el privilegio exclusivo para
la apertura y explotación de un canal
interoceánico a través del territorio nicaragüense, mediante cierta
remuneración pecuniaria, aunque sin concederle soberanía sobre la faja del
territorio que ocupase. Como esto último era justamente contrario a las
instrucciones recibidas por Mr. Merry, pues exigían el traspaso de soberanía
nacional, el Secretario de Estado americano negó su aprobación al convenio y no
hubo más gestiones.
SUENA LO DEL JAPÓN
Antes del último incidente relacionado, durante la corta
existencia de la República Mayor de Centroamérica, allá por el año de 1898, la
prensa americana denunció con mucho escándalo una tentativa, de parte del
Ministro de la República mencionada, para entenderse con el gobierno del Japón,
o sea con su embajador en Washington, acerca de una concesión de canal por el
istmo de Nicaragua. Aquello no era cierto, y pudo tal vez haber sido una vaga
resonancia de las antiguas pláticas confidenciales del Ministro Guzmán, que
llegaban confusamente y con mucho retardo a la prensa novelera de los Estados
Unidos. El asunto, sin embargo, metió ruido por algunos días pero como nada
pudo concretarse, ni descubrirse, perdió su importancia, y poco después durmió
el sueño del olvido.
VUELVE A TRATARSE DEL CANAL
A raíz de la celebración del tratado de paz de Amapala de
1907, entre los gobiernos de Nicaragua y el Salvador, hubo necesidad, por parte
del primero, de enviar a Méjico una legación diplomática a cargo del doctor don
Fernando Sánchez. Este, después de haber llenado el objeto de su misión,
escribió confidencialmente al presidente Zelaya avisándole que tenía noticia
cierta de que los gobiernos de la Gran Bretaña y el Japón pensaban seriamente
en tomar a su cargo la empresa de abrir un canal interoceánico a través del
istmo de Nicaragua, que fuera para uso común del comercio universal: que
estimaba aquello como una felicidad para el progreso nacional, y que sí le
parecía bien y se le autorizaba en forma, podría pasar a Washington a tratar
del asunto con los embajadores inglés y del Japón.
Era en aquella época Ministro de Relaciones Exteriores del
gobierno de Nicaragua el antiguo Ministro de Fomento de 1894, y fue con él con
quien discutió reservadamente el presidente Zelaya la consulta del Ministro
Sánchez, encontrando que estaban conformes en creer que aquel asunto podía
traer conflictos al país de parte del gobierno de los Estados Unidos, sin
perjuicio de que sería imposible llevar a cabo la negociación, desde el momento
en que fuese barruntada en Washington. Se resolvió, en consecuencia, contestar
al Ministro Sánchez, haciéndole presente la conveniencia de no tratar por
entonces nada del canal, y de ordenar por la Secretaría de Relaciones al
Ministro de Nicaragua en Francia e Inglaterra, don Crisanto Medina, que pasara
en seguida (sic) a Londres y procurase relaciones de personal amistad, en tanto
cuanto le fuese posible, con el lord Canciller y el embajador del Japón en
aquella Corte, y que una vez logrado esto, se les insinuase con habilidad hasta
averiguar cuánto tenían de cierto los informes que había recibido el ministro
Sánchez acerca del proyectado canal anglo-japonés; pero todo como una cosa
exclusivamente personal, sin referencia alguna del gobierno de Nicaragua y
basándolo en vagos rumores que había recogido en París. Así lo hizo el señor
Medina, trasladándose a Londres por algunas semanas, mientras cumplía con las
instrucciones recibidas.
RESULTADO QUE SE OBTUVO
Desde su llegada a Londres, el Ministro Medina, se acercó
con frecuencia a las personas que le habían sido recomendadas, y con más
especialidad al embajador del Japón. Un día que almorzaba con éste, y en que el
champán mantenía de buen humor a los dos amigos y provocaba a la expansión,
aprovechó la oportunidad el diplomático nicaragüense para levar la conversación
a los rumores que había oído en París acerca de los proyectos anglo-japoneses
de abrir un canal interoceánico por Nicaragua, para servicio de las naciones,
rumores que, agregó, le agradaría saber si tenían algún fundamento, pues como
representante de aquel país, se interesaba por todo cuanto con él se
relacionaba.
El embajador del Japón, hasta entonces jovial y espansivo
(sic), cambió súbitamente y, sin poder ocultar su alarma dijo al señor Medinaque
tales rumores eran absurdos, pues el gobierno del Japón tenía en esos momentos
el mayor interés en hacerse grato a los Estados Unidos y merecer su confianza,
porque necesitaba de su amistad para la resolución de algunos asuntos de más
importancia para su patria, y que por lo mismo, no podía pensar siquiera en
empresas que no fueran de su agrado y con su acuerdo previo: que la apertura de
un canal por Nicaragua sería siempre una competencia para el canal de Panamá,
en la cual no podría tomar parte nunca el gobierno japonés. El Ministro Medina
procuró calmar la nerviosidad de su imperial colega y de borrarle la mala
impresión, asegurándole que su pregunta había sido una mera oficiosidad suya,
enteramente desautorizada; y mudó de conversación.
Con el lord Canciller inglés no fue más afortunado el
Ministro Medina. Aleccionado por la experiencia reciente, fue más cauto, y se
valió de más rodeos para tratar del asunto; pero el Canciller fue franco y
terminante en declararle, como el embajador japonés: que los rumores que le
refería los consideraba absurdos, porque Inglaterra, aliada a los Estados
Unidos por vínculos d sangre, procuraba siempre la mejor armonía con ellos
y les había dejado, en absoluto, todos
los asuntos que se relacionaran con los intereses del Nuevo Continente: que en
esa virtud no haría cosa que no fuese de su agrado, especialmente en asuntos
del canal, en que tan interesado estaba el gobierno americano.
Todo aquello no tenía en sí mayor importancia, pero la
suspicacia japonesa fue más allá, y quiso ver en la conversación amistosa y
enteramente particular del Ministro Medina, el deseo del gobierno de Nicaragua
de tratar con el gobierno del Japón la apertura del canal. Así lo comunicó a su
gobierno el embajador en Londres, y parece que de Tokio se dijo algo en ese
sentido a la embajada en Washington, para que lo hiciese valer en ocasión
oportuna.
Tres años después, en 1910, Mr. Philander Knox, el conocido
“Enano del Capitolio”, buscaba pretextos con que intervenir en Nicaragua y desarrollar las grandes combinaciones de la
Diplomacia del Dólar que, como es
bien sabido, tenían por objeto el saqueo de un pueblo débil. Fue entonces
cuando principió a rumorarse lo del canal anglo-japonés, y aun se dice que se
alió de ello Mr. Knox, para arrastrar al gabinete de Washington hacia su
tortuosa política de cínicos atropellos a la independencia y soberanía de un
pueblo hermano cuya debilidad le aseguraba de quedar impune y del éxito que
obtuvo.
San Salvador, 11 de agosto de 1913
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