Remembranzas
CHINANDEGA, LA CIUDAD TABLERO. Por: Gabry
Rivas. En: La Prensa, 16 de Diciembre de 1963.
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GABRY RIVAS , ESCULTURA DE EDIT GRON |
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Cada
vez que penetro a mi ciudad natal de Chinandega, me acuerdo de lo que casi se
me había olvidado: de cuando Chinandega tenía una sola entrada por sobre la
línea férrea que actualmente casi ha caído en desuso.
Los
ciento treinta kilómetros que limitan la distancia entre Managua y Chinandega,
se transitan ahora por una carretera pavimentada con muy escasas cosas curiosas
en el trayecto: apenas se divisan las entradas hacia aquellos pueblos que antes
se alegraban y se ponían en posición de feria a la hora en que pasaba el tren
por las estaciones. El tren, naturalmente, sigue pasando por frente a las
estaciones del tránsito, desde Los Brasiles en Managua, hasta Chichigalpa y
Cosmapa en Chinandega, con la frecuente estación de Banderas en El Trapichón y
en Filadelfia, recordando que en la primera hubo una extensa siembra de
bananos, mientras que por la prominencia influyente de los fundadores, en
Filadelfia la familia Debayle impuso el paro a los trenes de pasajeros para
donde viajaban desde León.
Hace
ya mucho tiempo que perdimos la costumbre de “tomar el tren” en la estación de
Managua para bordear el lago primero y luego los planes de las tierras
cultivadas a uno y otro lado del camino.
En
la primera parada –antes de que existiera Los Brasiles, el convoy se detenía
por largo rato en una propiedad del desaparecido General José Santos Ramírez,
que además de ser Director General de Correos y Telégrafos –o por eso mismo—era
uno de los más fieles servidores del General José Santos Zelaya. En su
propiedad –El Boquerón- existía una hermosa casa de dos pisos que mantenía
tendidos los manteles para los tres tiempos de itinerario. Y en tanto que los
pasajeros satisfacían su apetito, la máquina “bebía agua” en el tanque
monumental que se alimentaba en la corriente de un río miniatura con capacidad
para abastecerlo y para llenar el vientre de la máquina conductora.
Los
trenes en aquella época eran más rápidos que los de ahora. Había menos carga y
más pasajeros; y los demás, los trenes de carga no se mezclaban con los de
pasajeros. Podrían ser más modestos los carros, porque no existían y se
ignoraban los motores diesel que luego dieron lugar a la presencia de los
auto-carriles. Superando a los carros de primera clase, existían los Pullman,
generalmente aderezados con banderolas bicolores y con sillones tornadizos y
con un restaurante de viandas extraordinarias, especiales para los viajeros de
categoría. Nosotros fuimos pasajeros de esos trenes especiales donde el General
José Santos Zelaya realizaba sus jiras políticas hacia occidente. No éramos, ni
mucho menos, figuras notables en la comitiva presidencial; pero viajábamos a la
sombra paternal, porque en aquellos tiempos, el doctor Gabriel Rivas Sansón,
nuestro progenitor, ejercía cargos de sobresaliente importancia. Hubo un tiempo
en que los carros pullman figuraban
en los trenes ordinarios, para todos aquellos que podían pagar un sobreprecio.
Fiestas
de frutas y golosinas, como aquellos guapotes de La Paz Centro y de Nagarote,
pescados fritos en salsa de tomate y cebollas, sobre el amarillo de una
tortilla de maíz; y sabrosos tistes con
un aditamento de repostería acabadita de salir de los hornos de barro. Y cuando
la máquina sedienta volvía a tomar aguar en La Paz Vieja, las vendedoras con
canastas sobre la cabeza o entre las manos voceaban los exquisitos quesillos
enrollados.. Un limosnero o varios mendigos, cantaban tristemente su canción
pedigüeña, en tanto que iban pululando por los pasillos guiados por un
lazarillo que estiraba la mano para recibir la precaria limosna.
No
nos parecía que íbamos a Chinandega hasta que hacíamos una espera larga en la
Ciudad de León. Ahí se renovaban los pasajeros, las nuevas caras, porque el
tráfico de los corinteños y de los chinandeganos generalmente señalaba una meta
más corta. Después Quezalguaque, Posoltega, Chichigalpa, en algo más que el
tiempo de una hora para llegar al límite de nuestra jornada.
Nosotros
pudimos recoger en nuestro recuerdo histórico, el panorama de la antigua
travesía, porque pese a que nunca nos sometimos a las disciplinas de la cultura
escolar, fuimos alumnos infantiles con los parientes Callejas Mayorga, de aquel
Colegio regentado en Managua por el profesor cubano don José María Izaguirre,
que tan buenos recuerdos dejara en Nicaragua.
Chinandega
era lo que no es ahora en la fisonomía renovada de sus edificios residenciales
urbanos. Casas de taquezales y adobes, con paredes gruesas y patios y
traspatios interminables. Pero sigue siendo lo que fuera al nacer, porque
ninguna ciudad en el país ostenta una topografía tan simétrica en el trazo de
sus calles impecablemente rectas, hasta figurar una meseta como de tablero que
no ha podido ser torcida en ninguno de sus rumbos citadinos.
Los
habitantes –si las estadísticas y los censos son fieles- no se han proliferado.
Los veinte mil actuales vienen desde muy lejos y acusan la existencia de una
sola familia que se reproduce entre las mismas ramas que la fundaron. Apenas
pueden descubrirse nuevos apellidos: son los Montealegre que fueron injertados
con los Lacayo, de Granada; pero en realidad, en Chinandega no hay granadinos,
ni leoneses, ni capitalinos. Los apellidos de ahora son antiquísimos y los que
parecieran foráneos, llegaron de Europa y se quedaron en Chinandega para
ofrecer a las demás poblaciones del país, el fruto de sus nuevas generaciones,
como los Mántica, los Palazio, los Alvarado, los Reyes, los Santamaría, los
Rivas Novoa, los Rivas Terán.
Si
uno se pone a recorrer el largo campo familiar de Chinandega, apenas puede
lograr un catastro con los extraños pobladores de las colonias árabes y china,
que son numerosos. Algunas órdenes religiosas son chinandeganas ya por la
adopción patriarcal de sus instituciones educacionales. Chinandega no se ha
prolongado en sus tierras urbanizadas. Apenas puede advertirse una proyección
citadina hacia el oriente, donde un Colegio San Luis y un reparto reciente –el
de la Garnacha- han elevado los muros de una colonia residencial elegante,
semillero que en el futuro está llamado a producir una nueva cosecha
exclusivista, sembrada por el esfuerzo capitalista de aquellos laboriosos
terratenientes que han dado a Chinandega no lo que antes se llamaba el “granero
de Centro América” sino el centro industrial y agrícola de mayor estatura
descuajando prejuicios y montañas para cultivar sus tierras con el oro blanco
del algodón y el jugo de la caña de azúcar. Del ha nacido la nueva semilla
técnica, que reduce riesgos, anula fracasos y multiplica riquezas, es decir,
estimula el trabajo.
Chinandega
cuenta ahora con todos los elementos básicos que responden en el presente por
la expansión y prosperidad de su futuro vial. Con sus algodonales surgen sus
propias desmotadoras; con sus cañaverales prosperan su Ingenios y con sus pastizales, Chinandega está
enfocando el progreso expansivo de su ganadería que ha de convertirlo en un
emporio agropecuario en las tierras que esperan el proceso científico de su
rehabilitación. Dos nuevas industrias –la bananera y la harinera- están
iniciando nuevas conquistas internacionales al favor de la cuales se realizará
la multiplicación de los panes, en aquella extensión territorial panificadora.
Los
dirigentes de la economía chinandegana, ricos propietarios, no distraen su
tiempo en la llamada política partidista; una pequeña rama no encuentra
rivalidades que se disputen el favor del Gobierno que recibe el tributo del
trabajo colectivo sin pueriles exigencias de círculos. Los hijos de Chinandega
no son afectos al parasitismo del Presupuesto, que es un sistema rotario que
allá carece de afiliados y de afiliados. Los movimientos banderizos pasan casi
desapercibidos en Chinandega. Chinandega se preocupa por arar la tierra y abrir
caminos; se parece a sus calles simétricas; no tuerce su opinión ni sacrifica
su criterio a los vaivenes de la cosa pública: paga sus impuestos sin exigir
retribuciones fuera de la ley y cada miembro de su familia constituye un aporte
al volumen de la comunidad laboriosa.
Cuando
todo el centro de la ciudad que fue mártir, pereció envuelto en las llamas de
un incendio político, los hijos de Chinandega no la reconstruyeron por muchos
años. Se dedicaron afanosamente a fecundar sus campos con la semilla del
trabajo, elevaron el nivel de sus haciendas, apacentaron sus ganados y
enriquecieron sus huertas, vivieron prácticamente en el monte, alejados de la
ciudad enferma, dedicados a sanear su hacienda. Por eso es que existen hermosas
mansiones rurales, residencias confortables que no edifican en la ciudad sino
en el campo donde recuperaban de su inclemente exilio. Todos fueron campesinos
y labriegos antes de ser millonarios.
En
otro sector –sobre la carretera que arranca de Chinandega hacia el puerto de
Corinto- arteria vital de desembocadero, los vecinos pudientes de Chinandega
barrieron los potreros para edificar un centro de recreo, ahora que ya pueden
recrearse.
En
uno de los chalets del tránsito, se dieron cita algunos dirigentes para fundar
un Comité directivo que se hizo cargo de la construcción del Country Club. En
la misma sesión fue suscrito un capital de cien mil córdobas; fue comprado el
terreno como de diez manzanas para fijar el propósito sobre la tierra firme. Se
trata ahora de escoger a los arquitectos constructores, sobre la base de una
edificación con valor de cuatrocientos mil córdobas. Más de diez concursantes
serán sometidos al juicio del tribunal calificador. Y las obras estarán
construidas durante el año próximo.
La
Empresa Nacional de Luz y Fuerza ha declarado, con base en las estadísticas,
que Chinandega es la segunda ciudad consumidora de fuerza y energía eléctrica,
disputando a Managua el primer lugar. Este dato indica el movimiento industrial
sin desperdicios, el superávit del esfuerzo propio en una región sin extranjeros;
los extranjeros que llegan a Chinandega están al servicio de los chinandeganos,
así en productos defensivos como en equipos humanos, fumigadores, los
extranjeros que viven en Chinandega so más que extranjeros, nacionales: han
formado respetables hogares que engrandecen la tradición hogareña de aquella
sociedad virtuosa y sensitiva. La familia chinandegana tiene ya sus
propiedades, sus viviendas. Sobre la carretera Chinandega – Corinto, está
prosperando un reparto familiar: la familia Paniagua Rivas, la Montealegre –
Gasteazoro, han edificado sus quintas residenciales, así como otros tantos
hogares pobladores de aquella zona productiva.
En
cuanto a su progreso sentimental y artístico, en Chinandega existen cuatro
estaciones de Radio, transmisoras; y al correr del tiempo, un Alcalde, Rodolfo
Zelaya Alaniz, pavimentó la Calzada hacia el Cementerio, que por tantos años
constituyó un problema para la ciudadanía. Nosotros iniciamos aquella cruzada
reparadora que al cabo de muchos años fue coronado por el mejor y más hermoso
de los éxitos.
Chinandega
es lo que pudiéramos llamar, la Ciudad tablero, por la perfecta cuadratura de
sus calles sobre las cuales no existen líneas retorcidas. Vista desde la
altura, el panorama que van mostrando las alas del avión, se avizora como un
milagro de la topografía, desde el centro hasta las barriadas, el perfil de
Chinandega es de una belleza indescriptible. Se levanta desde el occidente
hasta escalar la altura de su cordillera en la que sobresalen dos volcanes. Y
se divisan las carreteras y los caminos de penetración construidos por el
Estado en estrecha colaboración con los vecinos.
Bajo el ala del progreso que vuela, los dramas
del aire han sobrecogido el espíritu de la ciudad estremecida. Trozos de
juventud han sido destrozados cruelmente por lo imprevisto. Pero sobre el dolor
de los restos humanos y de los escombros, la oración resignada ha contemplado,
más allá del espacio, la luz de la Verdad en la paz del Señor.
En la paz del Señor, donde reposan los despojos de nuestros antepasados.
En la paz del Señor, donde reposan los despojos de nuestros antepasados.
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