domingo, 31 de agosto de 2014

Remembranzas. CHINANDEGA LA CIUDAD TABLERO. Por: Gabry Rivas. En: La Prensa, 16 de Diciembre de 1963.

Remembranzas

CHINANDEGA, LA CIUDAD TABLERO. Por: Gabry Rivas. En: La Prensa, 16 de Diciembre de 1963.

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GABRY RIVAS , ESCULTURA DE EDIT GRON
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Cada vez que penetro a mi ciudad natal de Chinandega, me acuerdo de lo que casi se me había olvidado: de cuando Chinandega tenía una sola entrada por sobre la línea férrea que actualmente casi ha caído en desuso.

Los ciento treinta kilómetros que limitan la distancia entre Managua y Chinandega, se transitan ahora por una carretera pavimentada con muy escasas cosas curiosas en el trayecto: apenas se divisan las entradas hacia aquellos pueblos que antes se alegraban y se ponían en posición de feria a la hora en que pasaba el tren por las estaciones. El tren, naturalmente, sigue pasando por frente a las estaciones del tránsito, desde Los Brasiles en Managua, hasta Chichigalpa y Cosmapa en Chinandega, con la frecuente estación de Banderas en El Trapichón y en Filadelfia, recordando que en la primera hubo una extensa siembra de bananos, mientras que por la prominencia influyente de los fundadores, en Filadelfia la familia Debayle impuso el paro a los trenes de pasajeros para donde viajaban desde León.

Hace ya mucho tiempo que perdimos la costumbre de “tomar el tren” en la estación de Managua para bordear el lago primero y luego los planes de las tierras cultivadas a uno y otro lado del camino.

En la primera parada –antes de que existiera Los Brasiles, el convoy se detenía por largo rato en una propiedad del desaparecido General José Santos Ramírez, que además de ser Director General de Correos y Telégrafos –o por eso mismo—era uno de los más fieles servidores del General José Santos Zelaya. En su propiedad –El Boquerón- existía una hermosa casa de dos pisos que mantenía tendidos los manteles para los tres tiempos de itinerario. Y en tanto que los pasajeros satisfacían su apetito, la máquina “bebía agua” en el tanque monumental que se alimentaba en la corriente de un río miniatura con capacidad para abastecerlo y para llenar el vientre de la máquina conductora.

Los trenes en aquella época eran más rápidos que los de ahora. Había menos carga y más pasajeros; y los demás, los trenes de carga no se mezclaban con los de pasajeros. Podrían ser más modestos los carros, porque no existían y se ignoraban los motores diesel que luego dieron lugar a la presencia de los auto-carriles. Superando a los carros de primera clase, existían los Pullman, generalmente aderezados con banderolas bicolores y con sillones tornadizos y con un restaurante de viandas extraordinarias, especiales para los viajeros de categoría. Nosotros fuimos pasajeros de esos trenes especiales donde el General José Santos Zelaya realizaba sus jiras políticas hacia occidente. No éramos, ni mucho menos, figuras notables en la comitiva presidencial; pero viajábamos a la sombra paternal, porque en aquellos tiempos, el doctor Gabriel Rivas Sansón, nuestro progenitor, ejercía cargos de sobresaliente importancia. Hubo un tiempo en que los carros pullman figuraban en los trenes ordinarios, para todos aquellos que podían pagar un sobreprecio.

Fiestas de frutas y golosinas, como aquellos guapotes de La Paz Centro y de Nagarote, pescados fritos en salsa de tomate y cebollas, sobre el amarillo de una tortilla de maíz;  y sabrosos tistes con un aditamento de repostería acabadita de salir de los hornos de barro. Y cuando la máquina sedienta volvía a tomar aguar en La Paz Vieja, las vendedoras con canastas sobre la cabeza o entre las manos voceaban los exquisitos quesillos enrollados.. Un limosnero o varios mendigos, cantaban tristemente su canción pedigüeña, en tanto que iban pululando por los pasillos guiados por un lazarillo que estiraba la mano para recibir la precaria limosna.

No nos parecía que íbamos a Chinandega hasta que hacíamos una espera larga en la Ciudad de León. Ahí se renovaban los pasajeros, las nuevas caras, porque el tráfico de los corinteños y de los chinandeganos generalmente señalaba una meta más corta. Después Quezalguaque, Posoltega, Chichigalpa, en algo más que el tiempo de una hora para llegar al límite de nuestra jornada.

Nosotros pudimos recoger en nuestro recuerdo histórico, el panorama de la antigua travesía, porque pese a que nunca nos sometimos a las disciplinas de la cultura escolar, fuimos alumnos infantiles con los parientes Callejas Mayorga, de aquel Colegio regentado en Managua por el profesor cubano don José María Izaguirre, que tan buenos recuerdos dejara en Nicaragua.

Chinandega era lo que no es ahora en la fisonomía renovada de sus edificios residenciales urbanos. Casas de taquezales y adobes, con paredes gruesas y patios y traspatios interminables. Pero sigue siendo lo que fuera al nacer, porque ninguna ciudad en el país ostenta una topografía tan simétrica en el trazo de sus calles impecablemente rectas, hasta figurar una meseta como de tablero que no ha podido ser torcida en ninguno de sus rumbos citadinos.

Los habitantes –si las estadísticas y los censos son fieles- no se han proliferado. Los veinte mil actuales vienen desde muy lejos y acusan la existencia de una sola familia que se reproduce entre las mismas ramas que la fundaron. Apenas pueden descubrirse nuevos apellidos: son los Montealegre que fueron injertados con los Lacayo, de Granada; pero en realidad, en Chinandega no hay granadinos, ni leoneses, ni capitalinos. Los apellidos de ahora son antiquísimos y los que parecieran foráneos, llegaron de Europa y se quedaron en Chinandega para ofrecer a las demás poblaciones del país, el fruto de sus nuevas generaciones, como los Mántica, los Palazio, los Alvarado, los Reyes, los Santamaría, los Rivas Novoa, los Rivas Terán.

Si uno se pone a recorrer el largo campo familiar de Chinandega, apenas puede lograr un catastro con los extraños pobladores de las colonias árabes y china, que son numerosos. Algunas órdenes religiosas son chinandeganas ya por la adopción patriarcal de sus instituciones educacionales. Chinandega no se ha prolongado en sus tierras urbanizadas. Apenas puede advertirse una proyección citadina hacia el oriente, donde un Colegio San Luis y un reparto reciente –el de la Garnacha- han elevado los muros de una colonia residencial elegante, semillero que en el futuro está llamado a producir una nueva cosecha exclusivista, sembrada por el esfuerzo capitalista de aquellos laboriosos terratenientes que han dado a Chinandega no lo que antes se llamaba el “granero de Centro América” sino el centro industrial y agrícola de mayor estatura descuajando prejuicios y montañas para cultivar sus tierras con el oro blanco del algodón y el jugo de la caña de azúcar. Del ha nacido la nueva semilla técnica, que reduce riesgos, anula fracasos y multiplica riquezas, es decir, estimula el trabajo.

Chinandega cuenta ahora con todos los elementos básicos que responden en el presente por la expansión y prosperidad de su futuro vial. Con sus algodonales surgen sus propias desmotadoras; con sus cañaverales prosperan su Ingenios  y con sus pastizales, Chinandega está enfocando el progreso expansivo de su ganadería que ha de convertirlo en un emporio agropecuario en las tierras que esperan el proceso científico de su rehabilitación. Dos nuevas industrias –la bananera y la harinera- están iniciando nuevas conquistas internacionales al favor de la cuales se realizará la multiplicación de los panes, en aquella extensión territorial panificadora.

Los dirigentes de la economía chinandegana, ricos propietarios, no distraen su tiempo en la llamada política partidista; una pequeña rama no encuentra rivalidades que se disputen el favor del Gobierno que recibe el tributo del trabajo colectivo sin pueriles exigencias de círculos. Los hijos de Chinandega no son afectos al parasitismo del Presupuesto, que es un sistema rotario que allá carece de afiliados y de afiliados. Los movimientos banderizos pasan casi desapercibidos en Chinandega. Chinandega se preocupa por arar la tierra y abrir caminos; se parece a sus calles simétricas; no tuerce su opinión ni sacrifica su criterio a los vaivenes de la cosa pública: paga sus impuestos sin exigir retribuciones fuera de la ley y cada miembro de su familia constituye un aporte al volumen de la comunidad laboriosa.

Cuando todo el centro de la ciudad que fue mártir, pereció envuelto en las llamas de un incendio político, los hijos de Chinandega no la reconstruyeron por muchos años. Se dedicaron afanosamente a fecundar sus campos con la semilla del trabajo, elevaron el nivel de sus haciendas, apacentaron sus ganados y enriquecieron sus huertas, vivieron prácticamente en el monte, alejados de la ciudad enferma, dedicados a sanear su hacienda. Por eso es que existen hermosas mansiones rurales, residencias confortables que no edifican en la ciudad sino en el campo donde recuperaban de su inclemente exilio. Todos fueron campesinos y labriegos antes de ser millonarios.

En otro sector –sobre la carretera que arranca de Chinandega hacia el puerto de Corinto- arteria vital de desembocadero, los vecinos pudientes de Chinandega barrieron los potreros para edificar un centro de recreo, ahora que ya pueden recrearse.

En uno de los chalets del tránsito, se dieron cita algunos dirigentes para fundar un Comité directivo que se hizo cargo de la construcción del Country Club. En la misma sesión fue suscrito un capital de cien mil córdobas; fue comprado el terreno como de diez manzanas para fijar el propósito sobre la tierra firme. Se trata ahora de escoger a los arquitectos constructores, sobre la base de una edificación con valor de cuatrocientos mil córdobas. Más de diez concursantes serán sometidos al juicio del tribunal calificador. Y las obras estarán construidas durante el año próximo.

La Empresa Nacional de Luz y Fuerza ha declarado, con base en las estadísticas, que Chinandega es la segunda ciudad consumidora de fuerza y energía eléctrica, disputando a Managua el primer lugar. Este dato indica el movimiento industrial sin desperdicios, el superávit del esfuerzo propio en una región sin extranjeros; los extranjeros que llegan a Chinandega están al servicio de los chinandeganos, así en productos defensivos como en equipos humanos, fumigadores, los extranjeros que viven en Chinandega so más que extranjeros, nacionales: han formado respetables hogares que engrandecen la tradición hogareña de aquella sociedad virtuosa y sensitiva. La familia chinandegana tiene ya sus propiedades, sus viviendas. Sobre la carretera Chinandega – Corinto, está prosperando un reparto familiar: la familia Paniagua Rivas, la Montealegre – Gasteazoro, han edificado sus quintas residenciales, así como otros tantos hogares pobladores de aquella zona productiva.

En cuanto a su progreso sentimental y artístico, en Chinandega existen cuatro estaciones de Radio, transmisoras; y al correr del tiempo, un Alcalde, Rodolfo Zelaya Alaniz, pavimentó la Calzada hacia el Cementerio, que por tantos años constituyó un problema para la ciudadanía. Nosotros iniciamos aquella cruzada reparadora que al cabo de muchos años fue coronado por el mejor y más hermoso de los éxitos.

Chinandega es lo que pudiéramos llamar, la Ciudad tablero, por la perfecta cuadratura de sus calles sobre las cuales no existen líneas retorcidas. Vista desde la altura, el panorama que van mostrando las alas del avión, se avizora como un milagro de la topografía, desde el centro hasta las barriadas, el perfil de Chinandega es de una belleza indescriptible. Se levanta desde el occidente hasta escalar la altura de su cordillera en la que sobresalen dos volcanes. Y se divisan las carreteras y los caminos de penetración construidos por el Estado en estrecha colaboración con los vecinos.

 Bajo el ala del progreso que vuela, los dramas del aire han sobrecogido el espíritu de la ciudad estremecida. Trozos de juventud han sido destrozados cruelmente por lo imprevisto. Pero sobre el dolor de los restos humanos y de los escombros, la oración resignada ha contemplado, más allá del espacio, la luz de la Verdad en la paz del Señor. 

En la paz del Señor, donde reposan los despojos de nuestros antepasados.
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