jueves, 5 de febrero de 2015

RETORNO DE RUBÉN DARÍO A LEÓN Y EL DISCURSO EN LA ACADEMIA DE BELLAS ARTES

RETORNO DE RUBÉN DARÍO A LEÓN Y EL DISCURSO EN LA ACADEMIA DE BELLAS ARTES

Nota Introductoria
Del Redactor-Editor del Blogspot:

Rubén Darío: 18 de Enero de 1867 – 6 de Febrero de 1916
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Rubén Darío con el hábito de monje que vistiera para el famoso retrato de Vázquez Díaz.
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La apoteosis relatada en la revista El Alba, fue el resultado de un pueblo lleno de admiración y cariño. Nicaragua rindió honores al hijo dilecto, de incomparable estatura intelectual y fama mundial. Fue el estallido de júbilo de los ciudadanos leoneses, que ansiaban verlo después de aquella ausencia prolongada, marcada profundamente por catorce años, seis meses y  veintidós días. Nicaragua no lo acogía en su rezago desde abril de 1893. El reencuentro con la Patria y los suyos, aconteció desde el 24 de noviembre de 1907 a febrero de 1908, fechas en las que permaneció primero en Managua y luego, en León. La estadía del Poeta en la ciudad de Managua está recogida en diversos aspectos en el libro “Rubén Darío en Managua”, del historiador Jorge Eduardo Arellano, publicado por la Alcaldía de Managua, 2011. Nosotros, entregamos a nuestros apreciados lectores, las crónicas publicadas en la revista literaria dirigida en León, por el intelectual Antonio Medrano. Esta reproducción íntegra apareció en: El Alba. Segunda Época, Tomo III, No. 5. 15 de Febrero de 1908. León, Nicaragua, América Central. Publicación mensual, dirigida por A. Medrano. Redactores: Manuel Tijerino y Belisario Salinas. Impresa en la Tipografía de J. C. Gurdián & Cía. 

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RUBÉN DARÍO EN LEÓN
                                                                  
                                                                  15 de Dic. 1907.

León, la noble ciudad del pensamiento, preparada está para recibir al más glorioso de sus hijos. El entusiasmo fulgura en todas las miradas, la alegría hacer reventar las rosas de todas las risas, y un solo nombre, el nombre del más alto poeta del verbo hispano en el momento actual, vibra en todos los labios estremeciendo todos los corazones.

   Los diferentes gremios apréstanse para llevar la ofrenda de su cariño al huésped ilustre a quien León entero –y no es menester acudir a las hipérboles— va a recibir con la más cordial de las bienvenidas.

   La plazoleta de la estación y las calles circunvecinas vence plenamente colmadas por una vasta muchedumbre que se arremolina, ondeante y rumorosa, como un mar. Y entre este apiñamiento presas, moviéndose difícilmente, aparecen las carrozas alegóricas, llenas de flores y de adorables capullos de mujer, como en un bello triunfo primaveral, recordando las felices teorías de los tiempos helénicos en que brillaban, a pleno sol, el Amor y la Vida.

   La Academia de Bellas Artes, saluda al ilustre Caballero del verso con un fecundo símbolo representativo de la magnitud de su victoria, “El Triunfo del Arte”, cabalgando éste en el corcel ligero de Apolo.

   Doña Lola de Argüello, en su carroza de artística ornamentación, ha hecho que las Famas, en un gallardo grupo de semidesnudeces paganas, hieran todos los vientos con la exultante voz de sus clarines, pregonando el glorioso nombre del Rimador excelso. Las señoras doña Casimira de Debayle y doña Margarita de Lacayo convidáronse para festejar al Poeta y enviaron un brillante grupo –efebos y canéforas— en el que sobresalía Margarita Debayle. La escuela de la señorita Abigaíl Zapata hizo que el coro de las nueve Musas concurriera a recibir al preferido, quien, en virtud de propios méritos y tras inimaginables esfuerzos, ha plantado su tienda en el Parnaso. Las Escuelas de Derecho y de Medicina simbolizaron sus Ciencias, completando el grupo Minerva –la triunfadora Pallas Athenea— madre de la Sabiduría, bravamente representada en esta vez por la señorita Tula Castillo.

   Al anunciarse el tren en que venía el Poeta, un inmenso grito unánime, un soberano grito, pobló los aires con los temblores del entusiasmo, desbordante hasta convertirse en delirio. Rubén Darío bajó saludado, aclamado, rodeado, aprisionado, acariciado, por aquella inmensa explosión de alegría, poblada como un océano, de rumores, de gritos, de suspiros, de quejas, de soplos, de brisas, de olas, de espumas, de gotas, de matices, de fulgores. Aquella como vasta marea lo arrastraba, lo atraía, lo rechazaba, lo empujaba en distintas direcciones, las unas lo disputaban a las otras olas, como si fuera un náufrago caído, entre los pliegues de la vasta sábana marina.

   Por fin el mar tomó forma de torrente –arrollador torrente— y encauzóse sobre la amplia avenida con dirección a la ciudad. El poeta continúa llevado, sometido a la inercia de la corriente, como la gota que rueda, mezclada a los quintillones de gotas que se arrastran y se empujan, resbalando en el lecho de los ríos.

   Un momento la corriente se detuvo, tras duro esfuerzo; hízose menos vibrante el rumor, uno como a manera de silencio, y del fondo de su carroza, que semejaba una tribuna, donde iba oculta, surgió Julia, hija del doctor Mariano Barreto, a dar la bienvenida al Poeta. Con clara entonación, gallardamente, dijo de la alta gloria suya, de la meritísima labor que ha recogido en premio las proficuas cosechas de laureles y que ha colmado sus trojes con la áurea mies— el rubio grano de la más pura y blanca harina de arte, por todo lo cual, a pesar de los lazos de luto que se prendían en su traje como negras mariposas de dolor, venía a levantar con sus palabras devotas, en una fervorosa adoración a la divina Poesía, el arco triunfal por donde debía entrar el afecto de los suyos, a las caricias de su vieja ciudad querida, el magnífico Emperador cuyos pendones  gloriosos flamean sobre todos los castillos del Ensueño.

  Después, Marina, hija del Poeta Santiago Argüello, recitó dulcemente, como remedando el suave resbalar del vivo esquite sobre el zafiro de los lagos soñolientos, o el rumor de las alas –blancas alas— tendidas como banderas de paz a los aires calmados, el Blasón del magnífico Poeta, donde los plumones de los cisnes muestran la intactez de su blancura, semejando divinas margaritas destacándose sobre el fondo esmeralda de las riberas o inmaculadas hostias sobre la azul patena de los lagos.

   Margarita Debayle recitó los versos A una Novia y que fueron escritos por Darío en el álbum de la que fue después su madre, la entonces señorita Casimira Sacasa, ya prometida del doctor Luis H. Debayle. Su agradable vos puso estremecimiento de ternura en aquellas estrofas que son una gloriosa profecía de amor.

   Y prosiguió el desfile. El torrente suspenso por instantes, recobró el movimiento, como en un súbito deshielo, y se vio una cosa impensada y rara-bella por el símbolo y por la visión. Las calles que recorría el Poeta estaban adornadas con ramas de árboles y con hojas de palmeras nativas. A alguien se le ocurrió arrancar de los festones una de esas hojas, y por ese fenómeno bien sabido de la uniformidad inconsciente en las muchedumbres, viéronse al instante los gallardos abanicos esmeraldinos tremolados triunfalmente por todas las manos, como alegres banderas de esperanza. Representábase por el alborozo de la muchedumbre, y aquella feliz tremolación de rientes follajes, el triunfo del Nazareno bíblico en el legendario Domingo de las palmas.

   Las aceras todas del trayecto colmadas estaban de principales y altas damas y bellísimas mozas que saludaban al paso al Poeta satisfecho.

   De los balcones llovían sobre él flores, frescas flores con todos los matices, flores para el Poeta que en los rosales de su huerto ha hecho reventar las más divinas rosas de poesía, regadas por manos de garridas doncellas, sobre él que ha amado casta e intensamente a la Belleza, consagrándose cenobita de su culto.

   Llegóse por fin a casa de J. Prío, donde se había preparado alojamiento al Poeta. Una parte pequeña de la concurrencia subió acompañándolo, el resto llenó las calles del frente y desbordóse en el parque. El Poeta apareció en el balcón de la esquina y saludó agradecido a la muchedumbre que lo aclamaba.

   Después de algunos minutos de conversación fue invitado a hablar el poeta Santiago Argüello, de rica fantasía y musical palabra, quien en un rapto de inspiración magnífica, improvisó:

                               Este, del arte crisol
                            rey de líricas hazañas,
                            dio luz al verbo español.
                            Ante sus formas extrañas,
                            hay que entonar las pestañas
                            lo mismo que frente al Sol!

                               Y tal su nombre pregona
                            la Fama, de zona a zona,
                            que yo pondría ¡pardiez!
                            las flores de mi corona
                            para alfombra de sus pies!

   Y la multitud se dispersó enseguida lentamente, suavemente, como mueren las hinchadas olas sobre la tendida playa.
   
    En la noche, comió el Poeta, junto con varios íntimos de los viejos recuerdos y los nuevos cariños, en casa del doctor Debayle.

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                                                                   29 de Dic. de 1907

   A las nueve de la noche la Academia de Bellas Artes abría sus puertas a Rubén Darío, nombrado por ella socio honorario. Llegó el Poeta acompañado por la comisión encargada de conducirlo, los acordes de la Banda Marcial lo anunciaron, y los señores académicos, de pie, lo saludaron, orgullosos de tenerlo en su compañía.

   Tras breves momentos, el Recepto leyó su discurso reglamentario, sobrio y bello, rebosante de útil y noble doctrina. Fue contestado por Santiago Argüello, el único socio honorario de la Corporación, hasta entonces. La frase cálida y viva del ya conocido poeta, rindió el justo tributo de admiración y simpatía al que en aquellos momentos iluminaba con los resplandores de su gloria fecunda, la casi despreciada labor –por la indiferencia local— del grupo de soñadores, que Darío ya simbolizó en los albores de sus triunfos literarios en un cuento luminoso: El velo de la Reina Mab.

   Doña Margarita de Alonso con la mágica fuerza evocativa del Arte, hizo que el espíritu de José de la Cruz Mena, acudiera a la fiesta diluido y las tembladoras y lacrimosas armonías de sus rimas.

   Las señoritas Adela Zepeda y Ramona Buitrago interpretaron magistralmente sendos trozos de música extranjera, y la fiesta concluyó, después de la copa ritual del champaña rubio, dejando en el ánimo la impresión honda de una manifestación seria de cultura artística.
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DISCURSO

Pronunciado por D. RUBÉN DARÍO, en el acto de su recepción como Socio Honorario en la Academia de Bellas Artes.
         
               SEÑORES ACADÉMICOS:

   Al llamarme a vuestro seno en calidad de socio honorario, con ese solo calificativo demostráis el honor que me hacéis. Vuestro instituto es una de las más plausibles creaciones que me han llenado de gozo a mi retorno. No es ciertamente un ideal deseable de una república de soñadores, un pueblo de nefelibatas. El arte diríase el lujo de las naciones. El hombre primitivo, cuando ensayó en sus cavernas la reproducción de la figura del mammut, cuando, quizá contemplando a Véspero, intentó algo parecido a una melopea, a un son rítmico, había de seguro cazado ya su reno, inventado el fuego, iniciado la primera época, iniciado la primera época del trabajo humano. Mas el Arte, que existe en toda la naturaleza y que está en el hombre por la virtud de la comprensión, es una necesidad vital de la especie. El revela por medios materiales actividades y misterios espirituales. Es la exteriorización de nuestra música íntima. Todas las artes son a mí entender musicales, según el sentido griego de la palabra. Y todas están impregnadas de esa realidad de las realidades que se llama la ilusión y que Kant aplicaba tan solamente a la pintura o al dibujo. Es así el Arte preciso a los individuos como a los pueblos. No hay tribu o clan, por salvaje que sea, que no tenga su danza, su canto, su tatuaje, sus adornos. El más seco yanqui tendrá su preferido son de banjo; el hombre que más odia a los poetas gozará al rasgueo de un guitarrillo; la nación, la provincia, que más desdén tenga por las cosas artísticas, poseerá sin saberlo el presente divino. Y ya sabéis, señores, que en Beocia, en la tebana y difamada Beocia, hizo Júpiter que naciera Píndaro.

   Señores yo no aconsejaré a la juventud de mi patria que se dedique a las tareas de las Artes. Esas cosas no se aconsejan. Las vocaciones en esto más que en todo son las imponentes. Recordad a Chapelain, el “grotesco aristócrata” que también ha biografiado Gautier. Los padres al nacer el niño, se propusieron dedicarle a poeta. Lo consiguieron y resultó admirable de mediocridad y de extravagancia. Que el que nazca con su brasa en el pecho sufra eternamente la quemadura. Mas que no se crea que llevar esa brasa es voluntario y sobre todo grato. Los escogidos de las Artes son muy pocos. Y la república tiene necesidad de otras energías más abundantes para felicidad positiva de la comunidad, energías florecientes que quizás podrían torce su rumbo engañadas por mirajes halagadores.

   Hay campos para todas las condiciones del espíritu. Vivimos sobre la tierra y de la tierra. Que la mayoría inmensa se dedique, según las particulares aptitudes, a la tarea de cultivar, de engrandecer, de fecundar nuestra tierra. Así se tendrá el pueblo seguro su cotidiano pan. Pero no por eso se olvide de que no sólo de pan vive el pueblo. El bien práctico que a las nacionalidades hacen los poetas, los artistas representativos, lo ha demostrado –no creáis que nuestro Santiago Argüello ni quien estas palabras os dirige— sino el actual presidente de los Estados Unidos, Teodoro Roosevelt; y ya veis que la opinión no es interesada. Todas las naciones positivas filotenon etnos, que decían los antiguos, colocan hoy a sus grandes poetas, a sus grandes artistas, en primera línea. En Francia, a la par de un Berthelot, o un Poincaré, están en la universal estima y respeto y aun con cierto brillo especial que sólo dan las Gracias, un France, un Saint Saens, un Rodin. En Inglaterra Ruyard Kipling se levanta a la gloria y a la riqueza; en Italia impera D᾽Annunzio. El premio Nobel hae en Suecia, cada año, rico a un poeta. Rusia venera ante el Zar a su Tolstoi; Polonia ofrece un castillo a su Sienkiewicz; en Alemania el Kaiser es, él mismo,  un artista, amigo de artistas; y en la Madre Patria, si las aficiones del gentil monarca van hacia los sports, o si gustáis, ─ para complacer a mi amigo Barreto,─ a los deportes, en cambio, la infanta Isabel, tan querida, ama todas las artes y proteje a todos los artistas.

  Que nuestro Centro América es tierra de artistas es innegable, desde los tiempos de incógnitos escultores que labraban la piedra en las ocho torres de que habla el desconocido autor del Isagoge del archivo de Chiapas. En tal obra se dice, según las palabras de Gámez, “que al Oriente del pueblo de Ococingo, entre edificios antiquísimos, se destacaban ocho torres labradas con arte singular, en cuyas paredes se veían esculpidas estatuas y escudos que representaban personajes vestidos con trajes militares, distintos de los aborígenes y muy semejantes a los usados en otros tiempos en el antiguo mundo.” No eran los aborígenes nicaragüenses extraños a la magia del arte, y nuestros indios de hoy rememoran los antiguos areitos o mitotes de que habla el transparente Oviedo.

   La influencia de la sangre española, la belleza un tanto lánguidamente mora de nuestras mujeres, el trópico, estas lunas mágicas que no he visto brillar más prodigiosamente en ninguna parte, despiertan, es indudable, en el alma del pueblo nuestro, el deseo de la exteriorización de sus ímpetus estéticos.

   En el elemento cultivado, con los escasos medios de nuestro ambiente actual, sabemos bien que se han realizado voliciones y esfuerzos dignos de más adelantados centros, sobre todo en el terreno de la literatura y de la música.

   Haya constancia. La Academia de Bellas Artes puede hacer mucho para el porvenir. Puede preparar el terreno para un futuro decisivo. Crezca nuestra labor agrícola, auméntese y mejórese nuestra producción pecuaria, engrandézcanse nuestras industrias y nuestro movimiento comercial, bajo el amparo de un gobierno atento al nacional desarrollo. Y que todo eso sea alabado por las nueve musas nicaragüenses en templo propio.

                                                                  He dicho.


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