domingo, 29 de enero de 2017

MI CONCEPTO E IMPRESIÓN DEL DR ALEJANDRO DÁVILA BOLAÑOS Por: Dr. Jorge Donaldo Rodríguez Matute.

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(1922 - 1979)

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Liminar, del Director-Editor del Blogspot:

Hablad para decir algo y no para que se diga que habéis hablado

Cuando recibí esta contribución del arcón testimonial del distinguido Dr. Jorge Donaldo Rodríguez Matute, no demoré en poner mi atención en cada párrafo que empujaba de manera incontenible al siguiente;  el inicio me puso frente  a la frase introductoria de Jorge Ricardo Isaccs en la novela María: “era yo muy niño aún…”, aunque el tamaño del texto nos avecinó con celeridad a la juventud y la adultez envueltas en la parte vivencial de aquel menjunje social norteño—. Estoy seguro que ni modernos ni antiguos diccionarios podrían superar la particular forma, llana, de revivir el entorno de aquella ciudad de Estelí con marcadas diferencias.  

Dentro de todas las historias sociales, de la vida vecinal, hay episodios luminosos proyectados hacia ciertos ambientes, al recorrerlos de un extremo a otro no podemos evitar incursionar  hacia los claroscuros y, algunos en especial entenebrecen los recuerdos; éste, en particular, es un Relato sin purismos, puesto a los ojos de nuestra consideración. No dudamos que habrá lectores que preferirían “ayunar” a servir la mesa de la Historia, pero deberá admitirse que Santo y Terrenal es el espacio de los hechos rememorados. 

No olvidemos que otro coterráneo del doctor Rodríguez Matute, el recordado don José Floripe Fajardo también aportó interesantes acabados y contornos a la historia de aquel Estelí pueblano, sin paliativos a los encendidos recuerdos villorescos, y ambos testimoniantes constituyen prueba redonda de la caudalosa memoria histórica que “sigue guardada”, mas denota que para hablar con entera propiedad hay que hacerlo como parte de ella y en primera persona. No dudo en decir que este relato está a prueba de censores de diversa catadura, porque siempre hay, en la línea de opiniones, personas tan obstinadas en creer más en los expurgos

No hay nada que pueda agregar mi palabra al valor de estos recuerdos, que en la parte cardinal honran de manera afectuosa al doctor Alejandro Dávila Bolaños. No podría ser de otra forma. Médico de irrestricto servicio, murió en circunstancias de esa vocación ejemplar de salvar vidas; cuando la guerra acreció en Estelí, en el mes de Abril de 1979, el doctor Dávila Bolaños no abandonó la atención de los pacientes en del Hospital San Juan de Dios.

El 9 de abril fue la última entrevista brindada al corresponsal de La Prensa: 

“...todo el personal paramédico huyó de la ciudad, quedando solamente seis médicos acompañados de sus esposas quienes hacen el papel de enfermeras. Los médicos que se encuentran en el hospital son: Dr. Paulino Quintana, Dr. Eduardo Selva, Dr. Alejandro Dávila Bolaños, Dr. Jaime Vílchez, y los doctores Edgard Corrales padre e hijo. Hasta ayer estuvo también en el hospital el Dr. Héctor Benavides, pero esta mañana no había sido localizado”.

PATÉTICO LLAMADO

El Dr. Dávila Bolaños repitió después el patético llamado que hace desde ayer: que la Guardia Nacional evite hacer bombardeos, pues todavía en Estelí hay mucha población civil

Dijo el médico esteliano que “si ya es imposible evitar una solución violenta, por lo menos ésta debe atenerse a las leyes de guerra, que por lo menos sea una guerra convencional”.

También hizo un llamado Dávila Bolaños a Monseñor Obando y Bravo y a todas las autoridades eclesiásticas, para que se abocaran con la Guardia Nacional, solicitando cordura.

“Aquí hay niños, mujeres y ancianos. La población civil no debe sufrir lo que padeció en septiembre pasado. Es necesario que se actúe con cordura y ponderación”, concluyó el Dr. Dávila Bolaños”.  (La Prensa, 9-Abril-1979).

Ese fue el último clamor público porque  algunas semanas después fue asesinado por la Guardia Nacional.  

Nos honra abrir nuestras páginas a los aportes de nicaragüenses como los del Doctor Jorge Rodríguez Matute, médico que desde hace varias décadas reside en México. Esos recuerdos de nuestro compatriota afloran conforme al consejo de Horacio (Quintus Horatius Flaccus), porque fueron reservados por su autor por más años de los aconsejados: “… para aquilatarlos con la serenidad de juicio de un lector y no con la simpatía peligrosa y el entusiasmo deficiente de un padre”. Este trabajo es parte del carácter y el espíritu  de una época, no usurpada por la ficción.

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DR. ALEJANDRO DÁVILA BOLAÑOS

MI CONCEPTO E IMPRESIÓN DEL DR ALEJANDRO DÁVILA BOLAÑOS  

Por: Dr. Jorge Donaldo Rodríguez Matute       

Relato estos antecedentes, omitiendo muchas otras personas que integraban esa sociedad no por olvido o menosprecio sino porque únicamente este relato tiene como objetivo dar una somera idea de la cotidianeidad en la que se desenvolvía el Dr. Dávila Bolaños.



ALGUNOS RECUERDOS DE MI CIUDAD NATAL

ESTELÍ, NICARAGUA 1954 - 1960

ESTELÍ - Cabecera departamental, 7 a 10 mil habitantes.

Personalidades locales:

MÉDICOS

* Dr. Meneses  (senil inactivo)

* Dr. Manuel Mongalo (granadino o rivense)

* Dr  Manuel Munguía Robelo (leonés o masayense) padre de            Christhian Munguía

* Dr. Alejandro Dávila Bolaños (Masaya)

* Dr. Paulino Castellón (odontólogo)

* Dr. Juan Argüello (veterinario)

ABOGADOS Y NOTARIOS

* Dr. Felipe Rosas (senil)

* Dr. Zamora (chilillo de coche)

* Dr. José Ángel Rodríguez (presumía de abolengo)

* Dr. Hidalgo (pichelero empedernido)

* Dr. Eliseo Yllescas

* Dr. Gustavo Terán

* Padre Chavarría, fundador de la primera escuela secundaria en Estelí, (Instituto San Francisco de Asís) segunda en Las Segovias, precedida por Matagalpa.

* Ramón Barrantes, fundador y propietario de la primera estación de radio en Estelí, “La Voz de Las Segovias”.

* Profesor Sotelo Rodríguez director de la escuela primaria Félix María Samaniego.

* Primer semanario local estudiantil “LUMEN” cuyo Lema era: “Las revoluciones comienzan con la pluma, terminan con la espada”. Director Eduardo Mejía, estudiante de secundaria;(“Chinchilla”) actualmente cura y, creo, radicado en Colombia.

* Don Joaquín Castellón profesor de música y canto. A propósito del maestro Castellón, recuerdo que en cierta ocasión estábamos “como loros” en coro, entonábamos un himno dedicado  a Rubén Darío, cuando el enorme panida rompió sus ligaduras terrenas y al llegar a la altura… “Rubén  soy Urania la musa del cielo, yo soy la que vive”… bla bla bla bla…. Hasta la fecha no sé qué será panida ni quién era Urania.

COMERCIANTES, AGRICULTORES, GANADEROS Y DE ACTIVIDADES DIVERSAS

* Basilio Savani: de origen libanés, comerciante, gran persona, identificado plenamente con el país.

* Tito Molina, dueño de la primera gasolinera en Estelí, Texaco, parodiando la sección de la revista SELECCIONES es  “mí personaje inolvidable”, padre del doctor Porfirio Molina, político antisomocista amigo muy cercano y contemporáneo  de Edén Pastora.

* Francisco “Chico” Moreno, empresario adinerado, entre sus muchos bienes estaba la planta eléctrica local.

* Hilario Montenegro dueño del “Teatro Montenegro”, proyectaban exclusivamente películas mexicanas.

* Luis Irías; comerciante joven, dueño del “Cine Ibis”.

* Ramón Kontoroski, (judío-ruso) controlaba garitos, ruletas, peleas de gallo, etc.

POLÍTICOS, MILITARES, SOMOCISTAS (Liberales Nacionalistas)

LIBERALES INDEPENDIENTES Y CONSERVADORES

* “Chilolo” Rayo; jefe político.

* Salomón Gómez, alcalde, mecánico dental, se autonombraba doctor.

* Sebastián Pinell; diputado somocista.

* Capitán Franco; Comandante departamental.

* Fermín Meneses Gallo, teniente de la G.N.

* José María Téllez, (General, desconozco el origen de su grado)

* Mundo Téllez, (hermano) físicamente parecido a un personaje de historietas de aventuras DIK TRACK.

* El General Téllez  padre de  Armando, Ernesto,  Vilma,  Chayo  y  Nidia Téllez, ambos hermanos opositores al somocismo; Mundo muere en un supuesto pleito de cantina en Somotillo, pero al parecer lo mató un  "Oreja" por encargo.

ALGUNOS PERSONAJES POPULARES

Susana Rodríguez (alias “La Gancho de Fierro”) bisexual, tenía un negocio de renta y reparación de bicicletas, vestía pantalones de hombre, bonita de cara y cuerpo aceptable, de aproximados 35 años, iniciaba parrandas por varios días, y asistía al Burdel de “Felipa, La Peluda”, intimaba con prostitutas, además tenía dos o tres hijos, la fusiló el Frente en los últimos días de Somoza, dicen que trató de nadar en las dos aguas.

“La Porra Azul”; mujer fea, enjuta, baja, morena de 50 años aproximadamente, acostumbraba vestimentas de satín, adornadas con  lentejuelas, fanática somocista y como dicen en la actualidad era ludópata, de La Chalupa. También fue ejecutada en los mismos días que “La Gancho de Fierro” y dicen que antes de que le dispararan grito ¡Viva Somoza hijueputas!

“Las Téllez”, mujeres bonitas y atractivas; a Nidia llegó a visitarla desde Managua el pitcherazo negro cubano del Bóer, David Jiménez, hizo unas prácticas de béisbol con nosotros,  imagínense el regocijo del momento.

Lidia Molina, prostituta, vieja independiente, alcohólica, agarraba la parranda por semanas; blanca, alta, atractiva pese a sus años, hija de padre gringo y mujer nica, nació en los años treinta del S. XX., durante la ocupación de los Estados Unidos en Nicaragua; metida en el oficio, inició sexualmente a muchos de los personajes antes citados, muere en extrema pobreza; en un gesto admirable de valor y gratitud de varios viejos del pueblo, que sin ningún prejuicio cooperaron económicamente, asistieron a su funeral y, hubo oradores que le dedicaron homenaje póstumo de agradecimiento por las satisfacciones brindadas.

CENTROS DE ACTIVIDADES ESPECIALES BUROCRÁTICAS Y DE SALUD

Palacio Departamental
Iglesia Parroquial
Hospital San Juan de Dios
La Sanidad

Los lunes, por la mañana, asistían  a revisión todas las prostitutas registradas oficialmente, a examen médico ginecológico obligado, si “el Inspector de Sanidad” detectaba chancro o gonorrea eran encarceladas de tres a cuatro días, recibiendo tratamiento con penicilina, posteriormente las liberaban para seguir activas, las que no acudían a revisión, al anochecer  eran apresadas junto con el galán del momento porque era de suponerse que estaban enfermos para ser atendidas de igual forma pretendiéndose evitar mayor diseminación de enfermedades venéreas.

CLUB DE LA ALTA SOCIEDAD

El 31 de diciembre de cada año, se realizaba el baile oficial para celebrar el fin de año y presentar a las debutantes y nuevos miembros de la “Alta Sociedad”. El comité de aceptación integrado por ganaderos, agricultores comerciantes profesionistas brutos e incultos, que lo único que los hacía diferentes del resto, era el diploma universitario, estos había sesionado previamente para la aceptación o rechazo de los (as) aspirantes. Muchas jóvenes atractivas, bonitas, con buen nivel de escolaridad  pero con antecedentes de paternidades fuera de matrimonio padres obreros, campesinos o madres solteras eran rechazadas, ante tal decepción o humillación algunas optaban por abandonar el país, hubo también ricos y profesionistas de mente estrecha que hicieron solicitud de ingreso y por antecedentes similares eran vetados.

CLUB DE OBREROS

Las instalaciones superaban en confort y calidad al club social; los rechazados pudientes de este último hacían mayores aportaciones económicas por resentimientos. El club estaba ubicado frente al Teatro Montenegro, en una sesión de Junta Directiva del Club de Obreros hubo acuerdo de cambiarlo de lugar motivados por las altisonantes peroratas diarias perifoneadas por don Hilario Montenegro, dedicadas a la publicidad y dar aviso sobre el tipo de película que iba a proyectar en su cine; don Hilario iniciaba la propaganda con la siguiente frase: "¡OTRO GRAN CAÑONAZO!”  “El Teatro Montenegro proyectará la película  con Pedro Infante, Sara García y demás”. La medida fue tomada por temor a que los "cañonazos" de don Hilario destrozaran el Club.

Los inadaptados o medianillos (a) era el calificativo peyorativo que le daba la “alta sociedad” a los que según ellos no “encontraban su lugar o estamento”.

Relato estos antecedentes  y, omito muchas otras personas que integraban esa sociedad no por olvido o menosprecio sino porque únicamente este relato tiene como objetivo dar una somera idea de la cotidianidad en la que se desenvolvía el Dr. Dávila Bolaños.

No tengo la certeza pero creo que era abstemio y monógamo, serán  virtudes o defectos, impopular en ciertos medios por su antirreligiosidad, rudo de modales, sarcástico, con mucho sentido del humor, ético, erudito en historia y antropología prehispánica nicaragüense.

Su esposa, Mercedita, no sé qué tan identificada estaba con sus ideologías políticas, pero me daba la impresión que era amante y solidaria, nunca participó en eventos sociales, supuestamente obligados por orígenes y ser esposa de médico de pueblo.

Arrendaban una casa grande a tres cuadras del centro por la calle principal,   fungía como casa habitación, consultorio, y salón de belleza en el zaguán.

Yo no era un desconocido para el doctor, porque una tía mía fue una especie de nana de la esposa de él y de sus hermanos; en la misma cuadra nació y vivía Leonel Rugama, hijo de un carpintero y una maestra de escuela.

El Dr. Bolaños se diferenciaba de los otros dos médicos por dos puntos no convergentes: Mongalo somocista acérrimo, presuntuoso y fatuo, Munguía antisomocista pero extremadamente beato, asistía diariamente a misa  y se confesaba y comulgaba los domingos; lo que no le impedía tener amores mancebos, pese a la vigilancia estrecha de su mujer, que hasta lo acompañaba a sus visitas domiciliarias; la gente a sus espaldas la apodaban “el llavero”, “la llanta de repuesto” y demás… “Sentada en el carro teje y teje y Munguía coge y coge”, decían que tejía las mantillas  del niño...

“Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”, dicho breve y sentencioso, Mongalo tenía una mujer preciosa toda feminidad, se movilizaba en el pueblo en una moto Vespa, era el prototipo de lo que hoy es una “muñeca Barbie”, pero en los años 60s., el Club de Leones organizó una fiesta de disfraces, el doctor Mongalo se disfrazó de sultán, y el harén lo integraban las enfermeras del hospital, días después la mujer del doctor se marchó a los Estados Unidos. Dávila Bolaños ridiculizaba ese tipo de actividad motivo por el que lo consideraban un antisocial, pese a todo esos prejuicios,  por su intelecto, cultura y facilidad de palabra era invitado a inaugurar diversos eventos.

Luis Irías, joven hombre de negocios, progresista, visionario, dueño del Cine IBIS: un galerón techado a la mitad y el resto descubierto, palco y luneta; construyó el Teatro Estelí, de dos pisos con marquesina luminosa, fuente de sodas, máquina de palomitas de maíz, butacas fijas individuales, piso en declive hacia la pantalla en cinemascope, cortinas de brocado tintas, en lo que se consideraba el escenario; quien dice las palabras inaugurales es el Dr. Bolaños, causando risa entre los asistentes por que se enredó en las cortinas y no podía salir, superado el  pequeño incidente, concluye su discurso, diciendo que la construcción del teatro era una empresa quijotesca.

MI PRIMER CONTACTO DIRECTO 
CON EL DR. DÁVILA BOLAÑOS

Una mañana, desperté  con calentura y dolor en la garganta, mi casa distaba a cuadra y media de la clínica del doctor Dávila Bolaños, mi mamá entretenida en la tienda me mandó a consulta acompañado de la sirvienta, tenía 9 o 10 años, más gordo y un poco más alto para mi edad; el doctor nos indicó  entrar al consultorio privado y dijo:

—“¿quién es el enfermo o la enferma?”

—Señalándome la sirvienta, dijo: —“el niño”—,

— ¿Cuál niño?—  espetó el Dr. Dávila.

— ¡Si… le duele la garganta y tiene fiebre—

—“Me decepcionaste, creí que tenías gonorrea”—, y la Socorro, en su ingenuidad preguntó: ¿qué es eso? — ¡Pues que más… purgación! —.

El doctor, entre seriedad y socarronería le abría a cualquiera los ojos de par en par.

De ser considerado únicamente como  un opositor, las autoridades civiles, militares, eclesiásticas y, la burguesía local, lo etiquetan como un ateo comunista, subversivo  e inaceptable hasta por los mismos opositores tradicionales.

El triunfo reciente de la revolución cubana y sus abiertas manifestaciones ideológicas ponen en alerta a los Estados Unidos y atemoriza a sus simpatizantes en Latinoamérica,  con mínimos tintes de izquierda, son  reprimidos  severamente,  en  Nicaragua se mencionaban algunos grupúsculos rojos, en Managua y  León;  en Estelí era un solo hombre: el doctor Alejandro Dávila Bolaños.

La primera acción abierta emprendida por el doctor en contra el statu quo  fue desconectar la energía eléctrica de la casa que habitaba y solicitó al resto de la población que lo secundara, bajo el argumento del alto costo del servicio. Nadie lo apoyó, y su casa era la única iluminada con candelas; ante la falta de apoyo, no recuerdo a los cuantos días desistió.

La marginación a su persona día a día se acrecentaba, repercutiendo hasta en el ejercicio privado de su profesión.

Ocasionalmente llegaban al pueblo algunos tipos desconocidos, sin una ocupación o función definida, con  estancias muy cortas lo visitaban.  Se rumoraba que eran comunistas u “orejas”, desconocíamos la existencia del FSLN.

Iniciamos la secundaria, la revolución cubana estaba en sus albores y muchos queríamos ser Fidel Castro, Che Guevara, Camilo Cienfuegos… La izquierda a nivel nacional era manifiesta, los sindicatos más representativos políticamente y había un partido político, semiclandestino denominado “Movilización Republicana”.

Salvador Terán Hidalgo, actualmente ortopedista en Managua, en aquella época izquierdista recalcitrante, nos invita a unas reuniones secretas sin anticiparnos con quién ni dónde, condicionándonos a un hermetismo absoluto, cero confidencias, los elegidos fuimos: Danilo Hernández Cruz, (Odontólogo radicado en Oaxaca, México) Orlando Corrales (a la fecha abogado, creo que con cargo en la Suprema Corte de Justicia en Nicaragua) Humberto Vásquez (el chaparro Vásquez, fallecido.) Horacio García (actualmente  médico en Matagalpa).

Nos citamos a las 8 de la noche, en los billares de "Toño" Gámez, la reunión era en casa del doctor Dávila Bolaños, a media cuadra, en forma individual entramos por el zaguán y el doctor nos señalaba en dónde acomodarnos, era en la “sala de espera” que daba a la calle, puerta cerrada; inició las disertaciones de comunismo primitivo, materialismo dialéctico, ateísmo científico, revolución industrial, organización de masas, significación del lumpen proletario y demás, las bellezas o logros sociales de la URSS; eran jornadas de trabajo de 4 horas, en labores extenuantes. Alguien de nosotros le preguntó ¿qué hace en el resto del día? Muy solemne contestó: “¡las artes no se han acabado!”

Al inicio sus exposiciones resultaban tediosas y aburridas, nuestro anhelo era que alguien nos proporcionara un rifle para irnos a las montañas a combatir a la Guardia Nacional.

Para sorpresa nuestra, precediendo nuestra presencia nos encontramos con Fausto García, (“Mantequilla”) zapatero de 20 años aproximadamente, un talabartero de la misma edad, que creo se llamaba Félix Pedro Espinoza, nunca pensamos que un obrero se motivara por enseñanzas de esa magnitud,  impartidas con gran nivel académico.

Leonel Rugama, vivía enseguida de la casa del doctor, era un  poco menor de edad que nosotros, no hacía ronda con  nuestro grupo y tampoco lo procurábamos, por su aspecto puritano y originado de un seno familiar en extremo religioso, timorato y somocista. Jamás imaginamos lo que hervía en su interior.

Cierta noche, en una de las reuniones “Fausto Mantequilla” se despide de nosotros, porque se va a la manigua (montaña) a unirse a la guerrilla, el Dr. sorprendido trata de persuadirlo, le dice que todavía no es el momento, que es más útil para la causa hacer conciencia y proselitismo entre sus compañeros, no lo volvimos a ver.

En algunas ocasiones, no en nuestras reuniones, miré platicar a Óscar Benavides Lanuza con el doctor. 

La situación del país empeoraba en todos los aspectos, por indiscreciones de empleadas domésticas o vecinos del doctor, nuestros padres y autoridades del colegio se enteraron de nuestras actividades; con advertencias, amenazas, inculcación de temores no infundados y nuestros miedos  nos hicieron ver los riesgos que corríamos si se enteraba la G.N. Abundantes regaños y persuasiones, conminándonos a no asistir a las reuniones, no obstante, la semilla ya estaba implantada; no creo que fuéramos los primeros ni los últimos adoctrinados, prueba tangible de ello fue la participación tan importante de Estelí en la caída de Somoza.

La desilusión de los fracasos constantes de la guerrilla y las alianzas deshonestas, vergonzantes pactos y demás de la oposición tradicional con el Gobierno, generó indiferencia y apatía, nuestros padres en busca de nuestra protección ante el futuro incierto del país decidieron enviarnos a estudiar al extranjero.

Salimos hacia México en septiembre de 1965, Salvador Terán, Danilo Hernández y yo. No nos despedimos del doctor. Días antes de nuestra partida, Terán nos hace saber que había hablado con el Dr. Bolaños, no sé si fue invento de Salvador o realmente sucedió. Que en México un emisario de la embajada cubana contactaría con nosotros para viajar a Cuba y después a Moscú, a la “Universidad de los Pueblos,  Patricio Lumumba”, el contacto jamás llegó.

Nuestros pasaportes tenían estampados un sello que invalidaba viajar a Cuba y a todos los países detrás de la “Cortina de Hierro”.

Iniciamos nuestros estudios profesionales en una universidad que en el sentido estricto de la palabra no existía como tal, de ultraderecha recalcitrante y represiva, nos castraron ideológicamente.

Concluimos nuestra carrera profesional sin pena ni gloria y más bien avergonzados por no ser participantes y ni siquiera simpatizantes de manifiesto antisomocismo; “el brazo” de Somoza llegaba hasta la escuela, recientemente le habían otorgado un “Honoris Causa”  a Duvalier.

Para  concluir  este relato de mis vivencias con el doctor, al finalizar el segundo año de medicina varios compañeros centroamericanos, concretamente salvadoreños y yo, nos fuimos de vacaciones a Nicaragua por carretera  en un Buick, de modelo  viejo, íbamos en  el sur de México escuchando la radio del coche ¡ TI TIRITI… TI TIRITITI… flash, flash… de última hora, no recuerdo con precisión si la estación de radio era “Radio X”, “590”., la Radiodifusora Nacional, o “La Corporación”, palabras más palabras menos, oímos decir:  “interrumpimos la programación (una voz muy masculina y modulada, con música marcial de fondo) para hacerlos participes de un triunfo más de nuestro glorioso ejército nacional comandado por el excelentísimo señor presidente de la república general Anastasio Somoza Debayle, al haber aniquilado en las montañas de Las Segovias, zona norte montañosa de Nicaragua, a una "banda de facinerosos comunistas" que intentaban alterar nuestra querida patria atacando a un pelotón de valientes y heroicos guardias nacionales.”

Entre la lista de "facinerosos" muertos --el adjetivo habitual empleado por el somocismo y el aparato represivo--, figuraba nuestro recordado Fausto “Mantequilla”, sentí mucha tristeza pero me reprimí y no manifesté mis sentimientos.

Al mediodía siguiente llegamos a Estelí, encontrándonos una manifestación en la calle principal en contra del Dr. Dávila Bolaños acusándolo de inculcar a la juventud ideas que los conducían a la muerte, imputándole el caso de Fausto García (“Mantequilla”); me sentí impotente y cobarde por no poder desmentir esa falsedad; pero cómo o quién escucha una masa manipulada y enardecida, y además, haría evidente que el recién llegado había sido uno de los pupilos del diablo, con las consecuencias lógicas.

Días después de mi llegada, fui a saludar al doctor, nunca fue muy efusivo, pero lo percibí más frío y  triste, — ¿cómo te va en México? —  Le comenté mi desazón y frustración por la ideología y el ambiente de la escuela, su comentario me causó sorpresa, desconcierto y desilusión: — ¡ESAS  INSTITUCIONES DE ULTRADERECHA SON BUENAS! —  Me fui pensando ¿Por qué me diría eso, qué lo motivó? No concluía nada. Retrospectivamente deduzco, que lo avanzado de su preparación política le permitía ver la similitud de ambos sistemas cuando llegan a los extremos. No sé si para bien o para mal, ya no vivió para constatar el fracaso mundial de la izquierda.

En diciembre del 79 fui a Nicaragua, ya sabía de su muerte pero desconocía los pormenores. Me platicaron, no me consta, que a finales de la insurrección el Dr. Bolaños y un grupo más de personas abandonaban Estelí, estaba por llegar la EEBI. Justiniano Pérez, se deshace en  elogios de que era un  cuerpo de élite disciplinado, bien preparado militarmente, leal, quizás eso sea cierto pero no dice el terror que inspiraba en la población por la saña indiscriminada, en que asesinaban a civiles.

Habían atravesado el río que años atrás dividía la zona urbana al acceso a la zona rural, cuando le gritan, enterándole que un hijo de Neftalí Valenzuela, amigo del doctor, había recibido un disparo, y no había quien le diera atención médica, regresándose el doctor al hospital para asistir al muchacho herido, ya en el quirófano, durante la intervención quirúrgica  llegó la guardia y lo sacaron de forma violenta, lo asesinaron, lo quemaron vivo en el patio del hospital. Esa es la versión que yo tengo.

Nunca me han impresionado los epitafios, palabras póstumas, ni monumentos, vales por lo que eres y no por lo que fuiste;  y creo que lo mínimo que merece el Doctor, tomando en cuenta nuestra idiosincrasia es que ese hospital lleve su nombre.

Su recuerdo es imborrable.

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Colofón de historias estelianas: 

UN TELEGRAMA

Se le atribuye al Dr. José Ángel Rodríguez, de lenguaje gongoriano, exiliado en Guatemala, la siguiente comunicación en ocasión de enterarse que su hijo mayor contrae nupcias con una hija de “rico de nuevo cuño”, el telegrama decía:  

Arpía, con impía peseta, pescaste al incauto mancebo, presto suéltalo.    Día de campo... Asústame miriápodo, bajo, de fresca saponácea en el parque central con los lustradores. Por impía peseta podrías darle lustre a la epidermis muerta de este cuadrúpedo rumiante.

(F.) Dr. José  Ángel Rodríguez.

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Guadalajara, un verano del 2012  (Invierno de Nicaragua)
Por: Jorge Donaldo Rodríguez Matute.       



lunes, 16 de enero de 2017

UNA VISITA A FRANCISCA SÁNCHEZ, MUSA CAMPESINA DE RUBÉN DARÍO. Por: Mariano Fiallos Gil. Septiembre de 1962.


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Francisca Sánchez del Pozo, en su hogar en Madrid, contempla reverente
el retrato de su amado Rubén. -- (Foto archivo. 1961).
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         El primero de mayo fuimos a visitar a Francisca Sánchez del Pozo, que vive en uno de esos barrios nuevos de Madrid, colonia de San Vicente de Paúl, en Carabanchel Bajo. El gobierno español le ha dado este pisito soleado, frente a una pequeña plaza todavía desprovista de árboles, como homenaje práctico y justo a la compañera de Rubén Darío. Nos acompañaba Concha Castroviejo, clara periodista gallega que escribe crónicas de excelente estilo, en el diario “Informaciones” de Madrid, y don Antonio Oliver Belmás, ilustre literato y muy humano señor del Seminario Archivo Rubén Darío, fundado y cuidado por él, y a quien Francisca tiene en gran estima, pues ha sido su protector, el amigo a quien confió los papeles del poeta, guardados celosamente por ella durante más de cuarenta años en un pueblecito de la sierra, después de defenderlos de polillas y otros bichos, y  de los saqueos y engaños de visitantes que la obligaron a desconfiar de todo el mundo. En su libro “Este otro Rubén Darío”, don Antonio cuenta las incidencias del caso.

         Francisca salió a recibirnos en persona, Pese a su origen campesino, ella impresiona por su dignidad. Desde su vejez iluminada de recuerdos y sufrimientos, nos mira con ojos  húmedos. Llegan dos nicaragüenses a visitarla (mi mujer y yo) y eso es mucho. Y son de León de Nicaragua, la patria chica del poeta. Nos abraza para ahogar sus sollozos de anciana y para mostrarnos su emoción. Pronto se recobra y habla agradeciéndonos la visita.

         --“Oh –dice— todo lo que sea de allá, yo lo adoro. Cuánto quería Rubén a su tierra!”.

         El cronista –genuino nicaragüense— comienza a saludar a la señora. Ella se queda escuchando para retroceder medio siglo. El idioma que el cronista habla tiene las suavidades aborígenes del nahoa en el que las palabras y las sílabas fuetes carecen de la prosodia rígida y militar del castellano. Ella trata de remedar la pronunciación evocadora de los dulces momentos: Nicaragua… y lo hace sin la recia ka o la tajante gua del habla madrileña… sobre todo, esta última sílaba diluida en impresionista de Nicaragua

Hogar de Francisca Sánchez. De izq. a derecha:
don Antonio Oliver Belmás, doña Rosario de Fiallos Gil, Dr. Mariano
Fiallos Gil, doña Francisca Sánchez del Pozo y la periodista gallega
Concha Castroviejo. 1962. 
         En la pequeña sala comedor que mira a la plaza de esta colonia nos sentamos en torno a la mesa. De las paredes cuelgan retratos del poeta. Ella tiene también un álbum con algunos recuerdos  y de su mente clara de más de ochenta años, comienza a extraer hechos pasados hace mucho tiempo… Pese a que algunos son muy tristes o dolorosos, su voz no refleja amargura. Es una mujer sólida y bella, de firmes convicciones y hablar preciso. Lleva un traje carmelita de tela basta. Es el hábito de la Virgen del Carmen que ella usa desde que el poeta se fue a Barcelona. Esto le da un carácter monacal, severo, pero el hábito no la cohíbe para sonreír, a veces con socarronería.

         Nos muestra la borrosa fotografía en la cual ella está muy elegante. “Ah –dice— este es un traje de barbas de ballena que me ceñía el talle como “una avispa”. Es un retrato de París. Llevaba también un mantón de Manila y fue en un baile de máscaras. Lo recuerdo. Rubén se sentía orgulloso de mi elegancia y presumía de mí, como si fuera una dama a quien él acabara de conquistar esa noche…

         Oh, cómo lo veo. Sus amigos no me conocieron por supuesto… Todos se sorprendieron de verlo con tan bella mujer. Y lo felicitaron: Manuel y Antonio Machado, Francisco Villaespesa, Andrés Eloy Blanco… El único que me conoció fue Antonio Palomero…” Cuando él dijo: “Pero si es Francisca… hasta yo me sentí desilusionada…”

         Y  sonríe dulcemente por aquel engaño pasajero.

         “Rubén no fumaba ni tomaba café” –dice—. “Oh, qué bueno era… Muchos lo han calumniado porque decían que bebía demasiado, pero no es cierto. Era muy laborioso. Escribía de noche para los periódicos y corregía poemas. Lo más que hacía era tomar, de vez en cuando, una copita de coñac Martel de tres estrellas que era su preferido… Era muy casero. Le encantaba la vida hogareña, las cosas sencillas, los recuerdos de su casa de León, de la tía Bernarda a quien mucho amaba”.

         “Mientras Rubén trabajaba yo rezaba el rosario quedamente o tejía… nunca le hablaba hasta tanto él no me hablar o pedía algo… así nos pasábamos largas horas en silencio: yo contemplándolo de reojo y él en su mundo de fantasías, escribiendo, corrigiendo… A veces levantaba los ojos. Y  ¡cómo le gustaba comer en casa! ¡Y era gran cocinero, sabía hacer arroz suelto y su orgullo era voltear la cazuela para demostrar que ni un grano se quedaba pegado en el fondo”.

         “Le encantaba la sopa de tortuga, el pichón asado a la parrilla que yo le hacía. Él me enseñó a cocinarle platos nicaragüenses por los cuales suspiraba: frijoles fritos, plátanos fritos en rebanadas y las tortillas de maíz”.

         “Mi padre era sacristán en Navalsauz, un pueblo pequeñito  y pobre en la sierra de Gredos. De allí, por amistad con un señor que después supe era el primer ministro, creo que Sagasta, nos vinimos a servir en los jardines del Rey. Allí en la Casa de Campo, conocí a Rubén. Al principio no me impresionó. El que me impresionó fue su compañero, un señor de largas barbas que resultó ser don Ramón del Valle Inclán… Rubén me pidió una flor. Yo se la dí con gusto… Me prometió volver… Claro que no le creí, él era un joven caballero muy galán, muy bien vestido y meticuloso, de hablar suave y facciones raras pero muy agradables. ¿Por qué iba a volver si yo era una campesina ignorante… y analfabeta? Pero al día siguiente volvió solo trayendo aquella flor. Allí empezó la cosa y nos seguimos viendo. Me enamoré de él  y me sedujo. ¿Qué iba a hacer? (Por el rostro de Francisca asoma un leve rubor). No nos podíamos casar… él ya estaba casado en Nicaragua…”

         “Pero después aprendí a leer. El mismo me enseñó y don Amado Nervo, su gran amigo. Yo aprendía bastante rápido, y una vez quise adelantar más y le dije a Rubén que me consiguiera un maestro para aprender más ligero aún y así poder ayudarle, copiarle cosas y  escribirle cartas… pero Rubén se enojó. Yo sabía cuándo estaba enojado de verdad… se ponía muy serio con el ceño cerrado… no dijo nada hasta después de largo rato… “Ve Francisca –me dijo— no quiero que aprendás más que para escribirme a mí…” Y allí acabó todo… ¡Ah! una vez don Amado Nervo se puso malo, pero muy malo, y que yo lo cuidé! Se escapó de morir… Rubén decía que era enfermedad de amor. Nunca creí que alguien pudiera morir de amor, como decimos en mi pueblo, pero don Amado se moría. Lo cuidamos mucho. Rubén lo quería como un hermano… y Amado se salvó… dijo Rubén que se había salvado por algo que escribió, “La Amada Inmóvil”… que por allí se había escapado la muerte”.

         ¡Oh… mucha gente venía donde nosotros, aquí en Madrid o en París”.

         “Qué terrible cuando supe la muerte de Rubén… Él me quería mucho, tenía muy buen carácter… Yo lo adoraba, pero el mundo es así… Con sus papeles en un cofre me fui a Navalsauz mi pueblo de treinta vecinos a pasar hambre y desdichas por cuarenta años… a veces no había qué comer y tenía que ir a buscar patatas sobrantes bajo los terrones para masticar algo… De vez en cuando alguna visita… De allí salí una vez para casarme con Villacartín, José Villacartín, que era un buen hombre y muy inteligente. Él supo comportarse muy bien conmigo y trató de proteger mis derechos con los libreros y me dio una hija con quien vivo y tengo nietos que me consuelan… Me casé como en 1921 en la Iglesia de San Marcos, Distrito de la Universidad, con lo cual sentí también que había santificado mi unión con Rubén. Nada tenía registrado en propiedad, ni el testamento, pero él me hizo todo… fue muy comprensivo… pero se me murió y pronto tuve que regresar otra vez a mi pueblo con mis recuerdos…allí me encontró Don Antonio y desde el primer momento que lo vi me di cuenta que era un hombre de bien y le confié mis tesoros… antes ya habían llegado algunos que parecían señores y con engaños me quitaron manuscritos originales, autógrafos, retratos de Rubén y los publicaron en libros y revistas como cosas propias… mientras yo envejecía en el pueblo… pero don Antonio es un santo… qué hubiera hecho yo sin don Antonio?”

         —Nada señora –era mi obligación… ¡ca! Francisca… el mundo le está a Ud. muy agradecida por haber guardado estas cosas… no se impresione que Ud. ha hecho muy bien… (Y don Antonio, comprensivo, sonreía halagado por aquella justa manifestación).

         “Vea –continuó Francisca— lo más conocido de Rubén son sus versos, porque los editores retorciendo los contratos se negaban a publicar la prosa porque los versos son más vendibles… así son… Rubén siempre fue víctima de los libreros que siempre le robaron…”

         Los visitantes se quedaron en silencio el cronista preguntó:

         —Y usted señora, ¿cómo está de salud?

         —“Pues verá, me siento bien, pero tengo aquí, cerca de la oreja esta cosa que no se me cura… me han llevado al hospital y viera… que no quería ir por lo caro que son las operaciones… pero los doctores que me examinaron me dijeron… “pero si ésta es doña Francisca, la compañera de Rubén Darío… trátenla como a una princesa… como a una princesa…”

         Ella se sentía llena de pueril vanidad por este homenaje. Afuera había una ligera garúa de primavera… entró una nieta. Amohinándose saludó a los visitantes… Nos despedimos disimulando alegría. En el fondo estaba la tristeza de ver, por última vez, a la que consoló por largos años a ese genial y extraordinario niño provinciano que siempre fue Rubén Darío, el poeta más humano del modernismo.

         León, Nicaragua

         Septiembre de 1962. 

sábado, 14 de enero de 2017

COSAS QUE NO HE OLVIDADO: J. R. A. y P. J. CH. Z. Por: Adolfo Calero Orozco


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Don Adolfo (muy joven), entrevistando al General Emiliano Chamorro, cuando el caudillo verde era Presidente

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         Seguramente para muchos lectores no habrá sido difícil descifrar las iniciales que encabezan estos renglones; son las de dos periodistas que militaron en campos opuestos pero que gozaron, ambos, de mucho prestigio y excelente reputación como hombres rectilíneos, sinceros en la manifestación de sus convicciones, convencidos de la validez de sus principios. Ambos emprendieron ya, a su hora, el viaje sin retorno. El primero en partir fue el Doctor Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, (1891 – 1952), después le tocó su día a Juan Ramón Avilés  (1886 – 1961).

         Puedo vanagloriarme de haber sido compañero y buen amigo de ambos, quienes también fueron bondadosos y amables jefes míos, en distintas ocasiones: Juan Ramón en LA NOTICIA, el Doctor Chamorro en el Ministerio de la Gobernación y en LA PRENSA.

         Hay privilegios que a uno le llegan graciosamente y los cuales, merecidos o no, dejan al favorecido el derecho de recordarlos con satisfacción. Tratándose de los dos caballeros mencionados, con verdad puedo decir que me considero en el caso apuntado.

         Como tuve amplia oportunidad de conocerlos muy de cerca y de tratarlos con frecuencia, a ambos los estimé y los admiré: a mí correligionario y un tiempo vecino, Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, más tarde director de LA PRENSA y al irreductible liberal alguna vez compañero en alegres horas de parranda, Juan Ramón Avilés, director de LA NOTICIA desde su fundación hasta que falleció.

         Explico el adjetivo irreductible que aplico a Juan Ramón con este breve cuentecillo: Cierto día el General Emiliano Chamorro me dijo: —Entiendo que tú eres muy buen amigo de Juan Ramón Avilés. ¿No crees que haya algún modo de moderar a este hombre que nos ataca sin descanso? ¿No crees que le interesaría un viaje al exterior, un cargo diplomático en el extranjero…algo?

Don Juan Ramón Avilés 
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—General, francamente, yo creo que a Juan Ramón no le interesaría nada que nosotros le propusiéramos.

         —No siempre las cosas son como uno cree, dijo el general, y agrego: —Quisiera que tú le hablaras a Juan Ramón… No vas a pedirle nada contra sus ideas; vas a ofrecerle un cargo fuera de Nicaragua. Él es un intelectual nicaragüense ¿o no?
         Se comprenderá que tratándose del General Chamorro, a quien  yo deseaba complacer, acepté sus instrucciones, pensando de inmediato cómo sería indicado que yo procediera a cumplirlas sin lastimar a mi amigo querido y respetado. Empecé por visitar a Juan Ramón y hacerlo venir hacia una discreta esquina de la Tipografía Pérez, donde se editaba su diario, “La Noticia”, como si le estuviera llevando a alguna nueva sensacional y que debían hacerlo muy confidencialmente. Luego le dije que empezaba por pedirle permiso para comunicarle algo de parte del Presidente de la República, General Emiliano Chamorro y que exigía su promesa que no se molestaría ni se daría por ofendido, cualquiera que fuera el mensaje. Agregué: —“De otra manera hacé de caso que no nos hemos visto ni hemos hablado por muchos días”. Don Juan Ramón Avilés me contestó que siendo verdaderos amigos, nada que yo le dijera lo irritaría, máxime tratándose de un mensaje de tercera personal. Animado por su expresiones, le solté la razón de Emiliano. Su respuesta, como yo lo esperaba, fue cortés, pero tajante; —“No, nada. Hacé de caso que no me has dicho nada y si querés le das las gracias al General Chamorro, pero en tu nombre, no en el mío”.
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Alguna vez hablé yo con Pedro Joaquín acerca de mi amigo Juan Ramón; alguna vez hablé con Juan Ramón sobre mi amigo Pedro Joaquín. Ninguno de ellos se expresaba en malos términos del otro, ambos reconocían ser adversarios, admitiendo sin esfuerzo la sinceridad de sus respectivas convicciones y la buena fe de sus prédicas, pero… pero, recuerdo que para el Dr. Chamorro “el director de LA NOTICIA era un hombre imposible” y para Juan Ramón, “Pedro Joaquín Chamorro no acepta más puntos de vista que los suyos propios”. Yo que los conocía bien a ambos, podía comprender que entre dos abanderados de ideología tan radicalmente opuestas fácilmente podían pasar los dos por antagonistas recalcitrantes ante puntos de vista opuestos desde sus propios ángulos.

         Y recordando que un día, en casa de Don Dionisio Martínez Sanz, siendo yo secretario del General Chamorro y los doctores Argüello e Irías; son historia muy vieja. Empezamos a maquinarlas el recordado poeta managüense Salvador Ruiz Morales y  yo, charlando  entre copa y copa en el antiguo Club Internacional. Salvador y yo éramos entonces gente muy joven y  creíamos que nada malo y sí algo bueno podía resultar de un encuentro discreto entre prominentes adalidades de nuestros partidos, (Ruiz Morales era liberal), y habiendo sometido la idea de ellos mismos, que no la objetaron, los encuentros se realizaron y si bien no resultó de ellos nada práctico, tanto Chamorro como Argüello e Irías, después de conocerse personalmente, salieron convencidos de que ninguno de ellos “comía gente”.

Dr. Pedro Joaquín Chamorro
         










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Tocante al doctor Chamorro Zelaya admito que mi trato con él no fue nunca tan fraterno e íntimo como con Juan Ramón, pero innumerables veces estuvimos juntos en convivios y recepciones y conversamos en términos siempre amistosos; y cuando él era subsecretario de Gobernación y yo su Oficial Mayor, me distinguió mostrando mucha confianza en mi lealtad y discreción.

         Chamorro Zelaya detestaba la intervención de la Infantería de Marina Norteamericana en Nicaragua y como casi todos los contactos entre “la brigada” y el gobierno se hacían por medio del Ministerio de la Gobernación, prácticamente a diario nos visitaba el oficial de enlace de “los marines” (un Mayor Messersmith primero y un capitán Larsen después), con las mil y una cosas y ocasionales problemas que surgían entre las fuerzas extranjeras y las autoridades del país. Gracias a la confianza que me dispensaban mis jefes y mi conocimiento del inglés, me tocaba a mí entenderme con los oficiales de enlace. Al doctor Chamorro Zelaya se le hacía difícil impedir que le asomara el disgusto que le causaban las mencionadas visitas, si bien siempre trataba de mantenerse cortés y no mostrar señales de fastidio.

         El señor subsecretario de la Gobernación tenía que hilar delgado en las circunstancias prevalecientes; él era ante todo, miembro del Gabinete de un gobierno conservador, además persona culta, criada en ambiente refinado, pero es humano y muy difícil que algunas veces sentimientos de aversión dejen de asomarse en un gesto, en un ademán y hasta en una mirada.

         El capitán Larsen una vez me dijo: “Ese hombre no nos quiere”. Traté de explicar al oficial que el doctor Chamorro estaba siempre muy atareado y que delegaba en mí la atención de sus demandas e indicaciones para ahorrar tiempo. Pero yo sabía que Larsen  estaba en lo cierto: Pedro Joaquín Chamorro Zelaya nunca se tragó la ocupación de Nicaragua por los U.S.M.C.

         No podría asegurarlo, pues de cierto no lo sé, pero todas las indicaciones eran que los yankis a su vez, tampoco se tragaban al doctor Chamorro Zelaya; y tanto fue así que el general Elías R. Beadle, jefe director de la Guardia Nacional, pre-Moncada, un día me dijo que si  yo aceptaba el nombramiento de la Gobernación, él estaba en posición de hacerme nombrar. Confieso que la proposición me halagó, yo no había llegado todavía a los treinta años, me movía en círculos intelectuales políticos y sociales muy aceptables y también pensaba que a mi esposa de poco tiempo todavía, le habría gustado mucho ser mujer de un miembro del Gabinete. Le contesté al general Beadle que la idea me gustaba, pero que antes de darle una respuesta definitiva, debía consultar con mi padre. Así lo hice sin demora, agregando que yo deseaba aceptar.

         Don Domingo Calero Blandino, casi se encrespa: “¿Estás loco? ¿No sabés que los conservadores están al caer? ¿No sabés que el próximo presidente va a ser Moncada y que te sacaría de Gobernación desde antes de recibir el poder?

         Agregó mi padre otras razones y el ejemplo de un conspicuo ingeniero que habiendo sido hasta posible candidato a la presidencia, al perder su puesto en el Gabinete, no hallaba trabajo “digno de un exministro”, y que ahora se andaba “muriendo de hambre”.

         Aunque ganitas de ser el subsecretario más joven del Gabinete no me faltaban, al consultar el caso con mi padre, mi propósito era seguir su consejo, y éste resultó tan definitivo y tajante y además tan bien respaldado que llegué a mi casa sólo a contarle a mi mujer el cuento completo y por teléfono le di el “gracias no” al general Beadle.

         Bueno, querido lector, ya que pudistes llegar hasta estas líneas leyendo mi cuento, por favor, escúchame unos minutos más para contarte como por fin logré sentar a Juan Ramón Avilés y a Pedro Joaquín Chamorro Zelaya en una misma mesita, en el recinto de la dirección del antiguo diario El Comercio, frente a frente y  conmigo en medio y lo que siguió después.

         Era 1929. Mis amables amigos, el doctor Salvador Guerrero Montalván, y don José Benito Ramírez, prominentes miembros de la junta directiva de la Compañía Cervecería Nacional, me llamaron un día a la oficina del primero, para ofrecerme empleo como encargado de la publicidad de la Cervecería Nacional, pues todo estaba alistándose para ofrecer en breve tiempo, el nuevo producto… que todavía no tenía nombre. Claro está que yo acepté el trabajo de inmediato, pues amarraba bien como el cargo que entonces tenía, como cronista y traductor de La Noticia. Más trabajo y más plata para un joven recién casado. ¡Bendito sea Dios!

         Como el mata-tiru-tiru-lá, empezamos a discutir “que nombre le pondremos”. Propuse que pidiéramos al público sugerir nombres, por medio de cupones publicados en los diarios locales ofreciendo premios a los ganadores, esto es a quienes sugirieran el nombre que la Compañía Cervecera aceptara; y propuse que designáramos un tribunal calificador, de fallo inapelable, que escogiera para el producto el nombre que encontrara ganancioso;  y que el tribunal fuera integrado por los señores don Juan Ramón Avilés, doctor Pedro Joaquín Chamorro Zelaya y…yo. Tanto a don José Benito como al doctor Guerrero Montalván, la idea les pareció luminosa, si yo lograba que Chamorro y Avilés aceptaran formar juntos en el jurado, algo que de primas a primeras a ellos les parecía muy poco probable. “Esa es cosa mía”, pensé o dijo yo, y manos a la obra.

         Para qué referir detalles, argumentos, argucias… Ninguno de mis dos amigos se negó de una vez, pero ambos estuvieron primero muy reticentes. Cada uno pensó que el otro rechazaría la idea de asociarse con él. Recuerdo la primera expresión de Juan Ramón: “¿Con Pedro Joaquín Chamorro? Pero si ese señor no querría verme a mí ni en pinturas”. A su vez, el otro: “Hombre, Calerozco, yo quisiera ayudarte… La cosa es que me fuiste a poner con Juan Ramón Avilés y ese hombre… ¡Qué va a querer estar conmigo!... Pero si Juan Ramón acepta, yo también”.

         Como lógicamente puede suponerse, siguieron mis idas y venidas. Confidencialmente yo diría que los dos, Juan Ramón y el doctor Chamorro, en el fondo, no detestaban la idea de encontrarse. Todo se allanó y se encontraron: —“Juan Ramón, te presento al doctor Pedro Joaquín Chamorro”. –“Doctor, este caballero es don Juan Ramón Avilés”.

         Muy serios y estirados, tomaron sus asientos. El asiento permaneció desocupado por unos diez minutos. Los dos ellos empezaron a conversar… y siguieron conversando primero con alguna sequedad, animadamente después. Yo pensé, “ya estuvo; mis dos buenos amigos han simpatizado”.

         Los resultados del concurso no tuvieron ninguna importancia. Triunfó el nombre Xolotlán para la nueva cerveza.

         Pero lo interesante, lo que me llena de satisfacción, es que mis dos buenos compañeros siguieron cultivando buena amistad, estimándose y respetándose más.

         Años más tarde ocurrió que el doctor Chamorro Zelaya se enfermó gravemente; al saberlo, Juan Ramón y su señora doña Mariíta Tünnermann se interesaron por su salud, llegaron a visitar al enfermo repetidamente y cuando acaeció su lamentablemente fallecimiento, y fuimos a enterrarlo al panteón de Granada, el desfile fúnebre partió desde la casa mortuoria en Managua. Lo encabezaba el féretro, seguían doña Margarita e hijos, e inmediatamente después de la familia doliente, iba el auto en que don Juan Ramón Avilés y doña Mariíta Tünnermann de Avilés acompañaban a la viuda y los hijos del recordado periodista, novelista, historiógrafo, académico, Pedro Joaquín Chamorro Zelaya.

         Lo que dejo narrado es algo que nos hace pensar con cuánta frecuencia los prejuicios e imaginarias ojerizas mantienen distanciadas a personas que de conocerse mejor se ligarían con relaciones cordiales, nobles, a nivel cultural y varonil, como ocurrió en el caso de don Juan Ramón y el doctor Chamorro Zelaya.

ADOLFO CALERO OROZCO
Managua, D.N., agosto, 1978.