sábado, 14 de enero de 2017

COSAS QUE NO HE OLVIDADO: J. R. A. y P. J. CH. Z. Por: Adolfo Calero Orozco


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Don Adolfo (muy joven), entrevistando al General Emiliano Chamorro, cuando el caudillo verde era Presidente

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         Seguramente para muchos lectores no habrá sido difícil descifrar las iniciales que encabezan estos renglones; son las de dos periodistas que militaron en campos opuestos pero que gozaron, ambos, de mucho prestigio y excelente reputación como hombres rectilíneos, sinceros en la manifestación de sus convicciones, convencidos de la validez de sus principios. Ambos emprendieron ya, a su hora, el viaje sin retorno. El primero en partir fue el Doctor Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, (1891 – 1952), después le tocó su día a Juan Ramón Avilés  (1886 – 1961).

         Puedo vanagloriarme de haber sido compañero y buen amigo de ambos, quienes también fueron bondadosos y amables jefes míos, en distintas ocasiones: Juan Ramón en LA NOTICIA, el Doctor Chamorro en el Ministerio de la Gobernación y en LA PRENSA.

         Hay privilegios que a uno le llegan graciosamente y los cuales, merecidos o no, dejan al favorecido el derecho de recordarlos con satisfacción. Tratándose de los dos caballeros mencionados, con verdad puedo decir que me considero en el caso apuntado.

         Como tuve amplia oportunidad de conocerlos muy de cerca y de tratarlos con frecuencia, a ambos los estimé y los admiré: a mí correligionario y un tiempo vecino, Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, más tarde director de LA PRENSA y al irreductible liberal alguna vez compañero en alegres horas de parranda, Juan Ramón Avilés, director de LA NOTICIA desde su fundación hasta que falleció.

         Explico el adjetivo irreductible que aplico a Juan Ramón con este breve cuentecillo: Cierto día el General Emiliano Chamorro me dijo: —Entiendo que tú eres muy buen amigo de Juan Ramón Avilés. ¿No crees que haya algún modo de moderar a este hombre que nos ataca sin descanso? ¿No crees que le interesaría un viaje al exterior, un cargo diplomático en el extranjero…algo?

Don Juan Ramón Avilés 
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—General, francamente, yo creo que a Juan Ramón no le interesaría nada que nosotros le propusiéramos.

         —No siempre las cosas son como uno cree, dijo el general, y agrego: —Quisiera que tú le hablaras a Juan Ramón… No vas a pedirle nada contra sus ideas; vas a ofrecerle un cargo fuera de Nicaragua. Él es un intelectual nicaragüense ¿o no?
         Se comprenderá que tratándose del General Chamorro, a quien  yo deseaba complacer, acepté sus instrucciones, pensando de inmediato cómo sería indicado que yo procediera a cumplirlas sin lastimar a mi amigo querido y respetado. Empecé por visitar a Juan Ramón y hacerlo venir hacia una discreta esquina de la Tipografía Pérez, donde se editaba su diario, “La Noticia”, como si le estuviera llevando a alguna nueva sensacional y que debían hacerlo muy confidencialmente. Luego le dije que empezaba por pedirle permiso para comunicarle algo de parte del Presidente de la República, General Emiliano Chamorro y que exigía su promesa que no se molestaría ni se daría por ofendido, cualquiera que fuera el mensaje. Agregué: —“De otra manera hacé de caso que no nos hemos visto ni hemos hablado por muchos días”. Don Juan Ramón Avilés me contestó que siendo verdaderos amigos, nada que yo le dijera lo irritaría, máxime tratándose de un mensaje de tercera personal. Animado por su expresiones, le solté la razón de Emiliano. Su respuesta, como yo lo esperaba, fue cortés, pero tajante; —“No, nada. Hacé de caso que no me has dicho nada y si querés le das las gracias al General Chamorro, pero en tu nombre, no en el mío”.
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Alguna vez hablé yo con Pedro Joaquín acerca de mi amigo Juan Ramón; alguna vez hablé con Juan Ramón sobre mi amigo Pedro Joaquín. Ninguno de ellos se expresaba en malos términos del otro, ambos reconocían ser adversarios, admitiendo sin esfuerzo la sinceridad de sus respectivas convicciones y la buena fe de sus prédicas, pero… pero, recuerdo que para el Dr. Chamorro “el director de LA NOTICIA era un hombre imposible” y para Juan Ramón, “Pedro Joaquín Chamorro no acepta más puntos de vista que los suyos propios”. Yo que los conocía bien a ambos, podía comprender que entre dos abanderados de ideología tan radicalmente opuestas fácilmente podían pasar los dos por antagonistas recalcitrantes ante puntos de vista opuestos desde sus propios ángulos.

         Y recordando que un día, en casa de Don Dionisio Martínez Sanz, siendo yo secretario del General Chamorro y los doctores Argüello e Irías; son historia muy vieja. Empezamos a maquinarlas el recordado poeta managüense Salvador Ruiz Morales y  yo, charlando  entre copa y copa en el antiguo Club Internacional. Salvador y yo éramos entonces gente muy joven y  creíamos que nada malo y sí algo bueno podía resultar de un encuentro discreto entre prominentes adalidades de nuestros partidos, (Ruiz Morales era liberal), y habiendo sometido la idea de ellos mismos, que no la objetaron, los encuentros se realizaron y si bien no resultó de ellos nada práctico, tanto Chamorro como Argüello e Irías, después de conocerse personalmente, salieron convencidos de que ninguno de ellos “comía gente”.

Dr. Pedro Joaquín Chamorro
         










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Tocante al doctor Chamorro Zelaya admito que mi trato con él no fue nunca tan fraterno e íntimo como con Juan Ramón, pero innumerables veces estuvimos juntos en convivios y recepciones y conversamos en términos siempre amistosos; y cuando él era subsecretario de Gobernación y yo su Oficial Mayor, me distinguió mostrando mucha confianza en mi lealtad y discreción.

         Chamorro Zelaya detestaba la intervención de la Infantería de Marina Norteamericana en Nicaragua y como casi todos los contactos entre “la brigada” y el gobierno se hacían por medio del Ministerio de la Gobernación, prácticamente a diario nos visitaba el oficial de enlace de “los marines” (un Mayor Messersmith primero y un capitán Larsen después), con las mil y una cosas y ocasionales problemas que surgían entre las fuerzas extranjeras y las autoridades del país. Gracias a la confianza que me dispensaban mis jefes y mi conocimiento del inglés, me tocaba a mí entenderme con los oficiales de enlace. Al doctor Chamorro Zelaya se le hacía difícil impedir que le asomara el disgusto que le causaban las mencionadas visitas, si bien siempre trataba de mantenerse cortés y no mostrar señales de fastidio.

         El señor subsecretario de la Gobernación tenía que hilar delgado en las circunstancias prevalecientes; él era ante todo, miembro del Gabinete de un gobierno conservador, además persona culta, criada en ambiente refinado, pero es humano y muy difícil que algunas veces sentimientos de aversión dejen de asomarse en un gesto, en un ademán y hasta en una mirada.

         El capitán Larsen una vez me dijo: “Ese hombre no nos quiere”. Traté de explicar al oficial que el doctor Chamorro estaba siempre muy atareado y que delegaba en mí la atención de sus demandas e indicaciones para ahorrar tiempo. Pero yo sabía que Larsen  estaba en lo cierto: Pedro Joaquín Chamorro Zelaya nunca se tragó la ocupación de Nicaragua por los U.S.M.C.

         No podría asegurarlo, pues de cierto no lo sé, pero todas las indicaciones eran que los yankis a su vez, tampoco se tragaban al doctor Chamorro Zelaya; y tanto fue así que el general Elías R. Beadle, jefe director de la Guardia Nacional, pre-Moncada, un día me dijo que si  yo aceptaba el nombramiento de la Gobernación, él estaba en posición de hacerme nombrar. Confieso que la proposición me halagó, yo no había llegado todavía a los treinta años, me movía en círculos intelectuales políticos y sociales muy aceptables y también pensaba que a mi esposa de poco tiempo todavía, le habría gustado mucho ser mujer de un miembro del Gabinete. Le contesté al general Beadle que la idea me gustaba, pero que antes de darle una respuesta definitiva, debía consultar con mi padre. Así lo hice sin demora, agregando que yo deseaba aceptar.

         Don Domingo Calero Blandino, casi se encrespa: “¿Estás loco? ¿No sabés que los conservadores están al caer? ¿No sabés que el próximo presidente va a ser Moncada y que te sacaría de Gobernación desde antes de recibir el poder?

         Agregó mi padre otras razones y el ejemplo de un conspicuo ingeniero que habiendo sido hasta posible candidato a la presidencia, al perder su puesto en el Gabinete, no hallaba trabajo “digno de un exministro”, y que ahora se andaba “muriendo de hambre”.

         Aunque ganitas de ser el subsecretario más joven del Gabinete no me faltaban, al consultar el caso con mi padre, mi propósito era seguir su consejo, y éste resultó tan definitivo y tajante y además tan bien respaldado que llegué a mi casa sólo a contarle a mi mujer el cuento completo y por teléfono le di el “gracias no” al general Beadle.

         Bueno, querido lector, ya que pudistes llegar hasta estas líneas leyendo mi cuento, por favor, escúchame unos minutos más para contarte como por fin logré sentar a Juan Ramón Avilés y a Pedro Joaquín Chamorro Zelaya en una misma mesita, en el recinto de la dirección del antiguo diario El Comercio, frente a frente y  conmigo en medio y lo que siguió después.

         Era 1929. Mis amables amigos, el doctor Salvador Guerrero Montalván, y don José Benito Ramírez, prominentes miembros de la junta directiva de la Compañía Cervecería Nacional, me llamaron un día a la oficina del primero, para ofrecerme empleo como encargado de la publicidad de la Cervecería Nacional, pues todo estaba alistándose para ofrecer en breve tiempo, el nuevo producto… que todavía no tenía nombre. Claro está que yo acepté el trabajo de inmediato, pues amarraba bien como el cargo que entonces tenía, como cronista y traductor de La Noticia. Más trabajo y más plata para un joven recién casado. ¡Bendito sea Dios!

         Como el mata-tiru-tiru-lá, empezamos a discutir “que nombre le pondremos”. Propuse que pidiéramos al público sugerir nombres, por medio de cupones publicados en los diarios locales ofreciendo premios a los ganadores, esto es a quienes sugirieran el nombre que la Compañía Cervecera aceptara; y propuse que designáramos un tribunal calificador, de fallo inapelable, que escogiera para el producto el nombre que encontrara ganancioso;  y que el tribunal fuera integrado por los señores don Juan Ramón Avilés, doctor Pedro Joaquín Chamorro Zelaya y…yo. Tanto a don José Benito como al doctor Guerrero Montalván, la idea les pareció luminosa, si yo lograba que Chamorro y Avilés aceptaran formar juntos en el jurado, algo que de primas a primeras a ellos les parecía muy poco probable. “Esa es cosa mía”, pensé o dijo yo, y manos a la obra.

         Para qué referir detalles, argumentos, argucias… Ninguno de mis dos amigos se negó de una vez, pero ambos estuvieron primero muy reticentes. Cada uno pensó que el otro rechazaría la idea de asociarse con él. Recuerdo la primera expresión de Juan Ramón: “¿Con Pedro Joaquín Chamorro? Pero si ese señor no querría verme a mí ni en pinturas”. A su vez, el otro: “Hombre, Calerozco, yo quisiera ayudarte… La cosa es que me fuiste a poner con Juan Ramón Avilés y ese hombre… ¡Qué va a querer estar conmigo!... Pero si Juan Ramón acepta, yo también”.

         Como lógicamente puede suponerse, siguieron mis idas y venidas. Confidencialmente yo diría que los dos, Juan Ramón y el doctor Chamorro, en el fondo, no detestaban la idea de encontrarse. Todo se allanó y se encontraron: —“Juan Ramón, te presento al doctor Pedro Joaquín Chamorro”. –“Doctor, este caballero es don Juan Ramón Avilés”.

         Muy serios y estirados, tomaron sus asientos. El asiento permaneció desocupado por unos diez minutos. Los dos ellos empezaron a conversar… y siguieron conversando primero con alguna sequedad, animadamente después. Yo pensé, “ya estuvo; mis dos buenos amigos han simpatizado”.

         Los resultados del concurso no tuvieron ninguna importancia. Triunfó el nombre Xolotlán para la nueva cerveza.

         Pero lo interesante, lo que me llena de satisfacción, es que mis dos buenos compañeros siguieron cultivando buena amistad, estimándose y respetándose más.

         Años más tarde ocurrió que el doctor Chamorro Zelaya se enfermó gravemente; al saberlo, Juan Ramón y su señora doña Mariíta Tünnermann se interesaron por su salud, llegaron a visitar al enfermo repetidamente y cuando acaeció su lamentablemente fallecimiento, y fuimos a enterrarlo al panteón de Granada, el desfile fúnebre partió desde la casa mortuoria en Managua. Lo encabezaba el féretro, seguían doña Margarita e hijos, e inmediatamente después de la familia doliente, iba el auto en que don Juan Ramón Avilés y doña Mariíta Tünnermann de Avilés acompañaban a la viuda y los hijos del recordado periodista, novelista, historiógrafo, académico, Pedro Joaquín Chamorro Zelaya.

         Lo que dejo narrado es algo que nos hace pensar con cuánta frecuencia los prejuicios e imaginarias ojerizas mantienen distanciadas a personas que de conocerse mejor se ligarían con relaciones cordiales, nobles, a nivel cultural y varonil, como ocurrió en el caso de don Juan Ramón y el doctor Chamorro Zelaya.

ADOLFO CALERO OROZCO
Managua, D.N., agosto, 1978.


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