domingo, 28 de junio de 2020

YO SECUESTRÉ A ALFONSO. Por: Guillermo Obando Reyes. En: Novedades, viernes 7 de Febrero de 1969.


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Caricatura de A. Cortés Por Leo Gurdián. En Extra. 5-2-69.

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YO SECUESTRÉ A ALFONSO. Por Guillermo Obando Reyes. 

Fui a León, precario de dinero y entusiasmo; iba a comenzar mi carrera de leyes. Todavía la vieja ciudad anidaba por ratos al Padre Pallais, y cobijaba siempre a Fiallos Gil, Juan de Dios Vanegas, Cornelio Soza, al otro Vanegas, Alí, y al más arrimado a mis tristezas, Antenor Sandino Hernández, que aún vive desgraciadamente lleno de alcohol y ruidos extraños.

Para entonces, el Parque Jerez, estaba sembrado de altos almendros, en donde a veces un zanate se espantaba cuando al Comando de la Guardia llegaba en carreta un asesinado. Llegué, no recuerdo por qué, a casa de María Luisa, “hermana perfumada de las estrellas castas”, yo conocía al hermano “orate” que a fuerza de tiempo, espacio y sufrimiento quizo descifrar las normas y gestos de las cosas.

La buena María Luisa, enseñaba la fraternidad y admiración hacia Alfonso y con mística conventual recogía los sucios papelitos que con letra supermínima (sic) estaban alborotados de poesía, ella agrandando sus ojos con una lupa también descifraba armonía.

Vine a Managua y fui a ver al poeta, lo encontré en su prisión, en el Manicomio; donde vivía era impersonal, una cama, una silla, una leva deshilachada y el pobre Alfonso con una corbata desgarbada. Por la indolencia de los loqueros, pude llegar a su cuarto, y  le dije que era amigo de María Luisa, y él contestó: —Estoy aquí porque Juan Bautista Sacasa me tiene preso. ¿Y Ud. conoció a Rubén Darío?— No, sólo al García Sarmiento. 

Sus ojos pequeños y terriblemente azules, casi chisporroteaban, me dijo que lo llevara a León; imprudentemente obedecí al poeta y sigilosamente lo saqué del Manicomio, eran como las tres de la tarde, en Abril, la ciudad sofocaba sólo daba aires de alquitrán; lo invité a tomar un tiste en casa de mi hermana Emelina, y él agitado me decía: “Lléveme al Malinche, donde la Ramona, quiero un trago de guaro”. Comprendí que el poeta quería huir, y él adivinó mi preocupación. Mansamente regresó a su prisión.

Por la noche, a cincuenta metros de la casa en donde se tomó el tiste Alfonso, un incendio devoró media manzana de comercio en el mercado San Miguel. Creo que fue en el año sesenta y uno de este siglo.

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