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Managua, D.N.
14 de Octubre de 1967. –
QUERIDO
JUANITO:
Y,
te sigo dando el tratamiento de Juanito, porque desde hace más de cuarenta
años, cuando yo iba poniéndome viejonzón y tú eras muchacho, al encontrarnos
por las redacciones de periódicos, querido Juanito, te decía. Y, corrió el tiempo, tu llegastes a director de
diarios, y yo un mal colaborador, querido Juanito te seguí diciendo.
Terminado
“Flecha”, al trasladarte a Costa Rica, bien recordarás nos seguimos carteando,
pero cuando tuviste el gran dolor de perder aquel ser para ti tan querido, y yo
ponerte mi pésame, nunca me he podido explicar que pasó. ¡Nunca más supe de tu
vida! ¡Yo me quedé esperando!
Al
ver ahora, — en el ya, gran diario EL CENTROAMERICANO, la serie de anécdotas
que te han estado publicando, me dije: ¡Eh, aquí está mi Juanito! Y este mi
Juanito, es capaz de, a la hora menos pensada, darme un restregón en letras de
molde, desde luego que yo pertenezco a los viejos Managuas.
Sí,
yo soy del Managua viejo, cuando la ronda oriental eran las Masayas; la
occidental el cauce de Deogracias Rivas; el Sur, los trillos Solórzanos, Chico
Zelaya, La Managua, La Sirena, y por
donde ahora es el Bóer, el trillo movido por mulas de Abraham Narváez. Al Norte
el Lago, con el Pozo de las Aguadora, con muros de piedra que estaba bastante
dentro del agua.
Sí,
soy del Managua viejo, de cuando el comercio puede decirse estaba en manos de
nicaragüenses: José Ángel Robleto, Regino García, Bernabé Mejía, Adán Sáenz,
Alcibíades Fuentes, Joaquín Elizondo, Carlos Huerte, Cayetano Lugo, Adolfo y
Guillermo Gallegos, Rosales y Castillo, Los Bermúdez, los Zelayitas, los
Uriarte, los Matus, etc. Se puede decir que solo cuatro comercios eran extranjeros:
los Dreyfus, franceses; los Peters, alemanes; una casa de chinos Min Sun Lon y
Cía.; y Antonio Marco y Hermano, árabes.
Lo
que ahora tengo que decirte querido Juanito, que no estoy de acuerdo contigo, cuando me tratas con
alguna frecuencia a Managua de aldeana. No. Managua no fue aldeana; aldeano
quiere decir inculto. Managua, fue pequeña pero nació ciudad y creció con
cultura. Yo recuerdo perfectamente la primera impresión que recibí al
conocerla; fue en una tarde del mes de Febrero de mil ochocientos noventa y
nueve, se puede decir hace sesenta y nueve años. Mis primero pasos fueron del
muelle, sobre la costa del lago, pasando por lo que fue la estación central y
Cuartel de Artillería (ahora Distrito Nacional) hasta la segunda Avenida
Noroeste. Al llegar a ese lugar, tomamos para San Antonio. Como a las cuatro
cuadras, sobre esa Avenida, me llamó la atención un gran salón con puerta
abierta a la calle; en él había doce mecedoras austríacas, varias butacas y
silletas de la misma factura. Al fondo
un piano; un señor con papeles y batuta en mano y un niño que recibía clase. A las dos cuadras
sobre la misma hacer otro gran salón; también varias mecedoras y una niña
sentada ante un piano demostraba que tenía buena maestra. Con el tiempo supe
que el primer salón, era de un Doctor Teodoro Delgadillo, y el niño su hijo Luis; el segundo salón, de
don Perfecto de Trinidad, y la niña su hija Chepita que después fue una gran
pianista. ¡En una aldea no se halla eso a cada paso!
Otra
cosa que salva a Managua, de ser tipo aldeano, aún en tiempos muy pasados, es
el gusto que había por vestir bien. Creo querido Juanito, que pudieras
acordarte de haber visto a los doctores Salvador Castrillo, padre y Salvador
Castrillo, hijo; al Doctor Teodoro Delgadillo, al Doctor Manuel Arce, a don
Lisímaco Lacayo, a don Federiquito Solórzano, a don Pepe Blén, a don Zacarías
Guerra, a don Alejandro Martínez, etc., vestidos a diario de chaquet. Los
doctores Castrillo y Suazo, tuvieron la constancia, el rigor, el valor pudiera
llamarse de usar el chaquet negro diariamente; las otras personas aquí
nombradas tuvieron el buen gusto de hacer lo que se llamaba chaquet o levita
abierta, de casimires obscuros y de varios dibujos. Los que batieron el récord
en ese sentido fueron: el Doctor Alfonso Solórzano y don Pepe Blén, pues, bajo
la levita de casimir bastante claro, usaban el chaleco blanco. De las damas de
aquel tiempo, sólo diré que usaban las faldas largas, y que demostraban sus
gracias y donaires personales, al recogerlas por detrás con una mano,
levantándolas con gracia para no barrer el suelo con ellas.
No
he perdido amigo Juanito, ninguno de tus escritos publicados por EL
CENTROAMERICANO. Mi hija doña Amanda, viuda de Icaza Icaza, con la buena dosis
que tiene de leonesa y con la simpatía para el enjundioso periódico que ahora tiene
esa localidad, me los ha guardado con atención y juntos los hemos leído, pues,
dicho sea de paso, mi hija Amanda tiene
ideales de su padre; le gusta mucho el monto, le gusta subir a una montaña, y
en las horas que se pudieran llamar de asueto le gusta pasar sus ojos por los
papeles embadurnados con tinta de imprenta.
Respecto
a lo que yo llamo el restregón a mi favor, en tu escrito del 13, te digo: que
talvez se te pasó la dosis de miel a mi favor. Pero en fin, no solo de pan vive
el hombre, te lo recibo todo y todo te lo agradezco.
Lo
que sí, ya que se ofrece hablar de Rubén, en relación al retrato que yo hice
venir de España, para el Gobierno de Nicaragua, y para que se sepa dónde está
ese retrato, diré aquí; que, por las maos hábiles de don Abelino Serrano, y por
mandato del Presidente de la República General José María Moncada, ese retrato
en cerámica está en la pared, en el salón de recibo de la Casa Presidencial, a
mano derecha, casi al fondo cuando ya se
avista la Laguna de Tiscapa al Sur.
Y
ya que hablamos de retratos de Darío, me voy a permitir decirte aquí, que para
mí, los mejores retratos de Rubén son: uno que yo conservo, y que es el primero
que se le tomó en calma, en su tierra: está en un salón, está todavía con barba
completa, pues, con barba completa llegó a Nicaragua, en 1907. Viste de blanco
con una especie de guerrera, abrochado hasta arriba, está sentado en una
silleta y le acompaña el Doctor Manuel Maldonado, de pie. El otro retrato bueno,
es el que está en la Casa Presidencial, que es el primero que le hicieron en
España, ya rasurado totalmente, pues, así quiso Rubén, presentar Credenciales
ante el Rey don Alfonso XIII.
Y,
a ti querido Juanito, que me conoces; a ti que me puedes creer; a ti que te
gusta saber las cosas, te voy hacer unas confesiones ya que estamos endaríados.
Si,
yo puse a Rubén, desnudo de medio cuerpo arriba, y dicho de paso, Rubén tenía físicamente un
pecho hermosísimo; amplio, lleno blanquísimo, sin vello. Dos pechos de hombre
de esa clase que he conocido en mi vida: el del tenor español Hipólito, y el
del poeta nicaragüenses Rubén Darío. Dos cosas tenía Rubén, que incitaban al
beso de su pecho y sus manos; yo querido Juanito, te digo: que lleno de
fanatismo, besé la noche del 24 de Enero de 1908, el pecho y las manos de Rubén
Darío.
Esta
se ha hecho larguita, te mando un abrazo y pongo punto final.
DIONISIO MARTÍNEZ SANZ
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