I
EL SENTIMIENTO RELIGIOSO EN SU POESÍA. Por: Luis Alberto Cabrales. En: La Noticia, 5 Octubre de 1967.
Escritor, poeta e historiador. Autor de varios libros de recopilación. Técnico en educación.
Darío suelta su vena lírica, y sería largo
exponer, aun extractado, todo lo que se le ocurre con respecto al Libro. Basten
estas breves citas:
El libro… Celeste lumbre
de la humanidad amparo,
Radioso, divino faro
que guía a la muchedumbre,
El Libro… elevada cumbre
de la verdad. Más, qué digo!
El Libro, que yo bendigo
con entusiasmo profundo
tiene ante la faz del mundo
un implacable enemigo.
¿Sabéis quién es? Allá está.
Su trono se bambolea
porque el soplo de la Idea
su trono derribará.
¿Sabéis quién es? Vedle allá
sobre el alto Vaticano.
Contempladle. Genio insano
apaga todo destello
con una estola en el cuello
y el Syllabus en la mano
Y
prosigue por otro lado:
Mira las humanas listas:
En ella haya millares
nihilistas para los Zares,
para los Papas, nihilistas.
Cansado
de recitar 990 versos por ese estilo, exclama por concluir:
Basta ya, Musa querida,
ya bastante me alentaste
y unida a mi voz cantaste
la humanidad redimida.
Redimida con la vida
no con Gólgota ni Cruz,
ni martirios de Jesús…
sino con la fuerza inmensa,
con el Libro, que es la Luz.
Y dice la crónica de “El Centroamericano”:
“Esa composición, que es un poema sobre las excelencias del libro, arrancó
entusiastas aplausos de toda la concurrencia”.
¡De tal modo andaba la poesía, el buen
gusto, y el pensamiento de nuestro país en la época bendita de los llamados
Treinta Años!
En el poema a La Razón –otra Diosa— dice:
Cayó la fe con sus terribles
fueros,
ya con tu voz por doquiera se
derrama,
se hunden Vichnú, Cristo,
Buda y Brahama,
y las naciones van por tu
sendero.
En otros versos exclama, complacido y
orgulloso: “Por fin el dogma expira ante la Ciencia”.
Naturalmente, los jesuitas tendrían
también su buena parte de inventivas. ¿No acababan de expulsarlos del país como
malhechores? ¿Los expulsantes no eran hombres pensantes y graves, desde el
Excelentísimo Señor Presidente de la República hasta los Honorables Senadores?
¿No respiraba ya Nicaragua aires de luz, aventadas hacia el mar las tinieblas
de las sotanas jesuíticas? ¿Qué podría sentir el adolescente poeta sino
sentimiento de incomprensión y de odio?
Bien, ahora hablaré yo,
Juzga después, lector, tú.
El jesuita es Belcebú
que del Averno salió.
¿Vencerá al Progreso? ¡No!
¿Su poder caerá? ¡Si!
Ódieme el que quiera a mí;
Pero nunca tendrá vida
la sotana carcomida
de estos endriagos aquí
Aunque genio en brote, Darío no podía
sustraerse a la influencia avasalladora del llamado pensamiento de la época. Si
los honrados hombres y gobernantes de entonces, si los literatos o más o menos
pasables de ese tiempo, así pensaban y sentían, ¿qué otra cosa podía pensar y
sentir un adolescente que apenas abandonaba los años de la niñez?
Por esa época se creía en las latitudes
centroamericanas que un literato no podía en manera alguna ser católico. Esa
creencia extravagante para la juventud del siglo XX está estereotipada en este,
que quiso ser irónico, terceto de Darío:
¡Qué cosa tan singular,
ese joven literato
aún se sabe persignar!
Por otra parte, no se crea que la
influencia ancestral católica había desaparecido por completo de aquel
espíritu. Desde el fondo de los siglos y de la sangre hacia sus llamadas
secretas y le arrancaba estas nostálgicas expresiones
¿Mi fe de niño do está?
Me hace falta, la deseo:
batió las alas y creo
que ya nunca volverá.
Todavía adolescente Darío abandona
Nicaragua. Deja este rincón rezagado, rincón de rencillas políticas locales y
de ardientes y disparatadas polémicas religiosas. Llega a Chile, país por
entonces ordenado y severo, en donde las libertades, la cultura y el progreso
no se antojan enemigos de la Iglesia Católica. Encuentra una juventud que
desdeña la política partidista y es completamente indiferente a la cuestión
religiosa. Juventud que se entrega de lleno al cultivo del arte y al goce de la
vida. Juventud, si queréis indiferente, pero por culta, más cercana a nuestras
actuales juventudes. Allí Darío se olvida de sus rencores librescos y de sus
ideas librescas antirreligiosas. En sus libros de entonces, en los poemas
escritos en esa época, no se encuentra el rastro de una preocupación sectaria.
Ya no ataca a los Dogmas ni al Papa, ni se entusiasma artificialmente en
debates filosóficos versificados en décimas.
Un egoísmo juvenil, una gran
despreocupación pagana, un deleite exclusivo de los goces terrenos, circulan en
la sangre íntima de sus poemas. Canta desengaños amorosos de los que pronto se
curará, las bellas cosas terrenales: las sedas, los perfumes, las flores, “las
bocas húmedas y tibias”, “las noches cálidas”. La cumbre de su ideal es la
mujer, concreción de todas las bellezas de la tierra. “Mujer, eterno estío,
primavera inmortal”, exclama en el pequeño gran libro Azul, con el que inicia
el gran movimiento que tomó el nombre de modernista.
¿Perdido en el ancho campo del goce
sensual y sensorial se alejará más Darío del seno de la Iglesia Católica?
Dios tiene ocultos designios y atrae a los
hombres por caminos insospechados. Nos acercamos al momento en que Dios y su
Iglesia atraen a Darío por el camino de la belleza de las criaturas.
Darío, ya célebre y en plena juventud
–alrededor de los veinticinco años— hace otros viajes. Llega a Europa, y
siempre estudioso y laborioso, se asimila la esencia de las más variadas
culturas; su espíritu se acicala, su alma estremecida se empapa en una más alta
y noble jerarquía de sentimientos, emociones y pensamientos, y por el camino de
lo bello emocional y sentimental comprende, admira y canta lo bello emocional y
sentimental de la Iglesia Católica. El impúber que denostó a la Iglesia por lo
que él llamaba “lujo eclesiástico”, se acerca a los umbrales de la verdad
religiosa atraído por la belleza externa, por los ritos misteriosos y
magníficos de la Desposada de Cristo.
En Prosas Profanas usa palabras de
eclesiástica belleza para saludar al lirio:
Lirio real y lírico
que naces con la albura de
las hostias sublimes
de las cándidas perlas
y del lino sin mácula de las
sobrepellices.
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