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Es con retardo (a causa de estar yo
viajando por Sicilia y Córcega, partiendo de la Costa Azul) que llega a mis
manos una tarjeta de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, anunciando
que el Consejo Superior Universitario Centroamericano rendía, en la ciudad de
León, un homenaje a Rubén Darío. Lo del homenaje no me llamó la atención,
porque todavía están allá celebrando el centenario del poeta de “Azul”, y
resulta así solo un homenaje más. Pero sí me interesó particularmente el que
estuvieran reunidos en León los cinco Rectores de las Universidades de
Centroamérica, a los cuales se agregó el Rector de la Universidad de Panamá.
Más que la política, el comercio a las finanzas, es la poesía la que los reúne,
y ese solo hecho es digno de ser comentado en letra de imprenta.
Pero hay más; la persona que tan
bondadosamente me envía la tarjeta, me anuncia que “para mediados de septiembre
se reunirán profesores e intelectuales de las Universidades centroamericanas,
en Mesa Redonda, en la que serán comentados los más importantes estudios
darianos publicados después de la celebración de los festejos del Centenario”.
Es decir que no solo en Nicaragua, sino las cinco repúblicas centroamericanas
unidas, las que injertan la savia de sus mejores ingenios para confeccionar
este ramo de rosas que expone, para que todo el mundo las vea y las huela, en
un jarrón colocado en mitad de una mesa redonda. La unión se hace por la poesía
y no por los intereses materiales, y este solo detalle merece un alegre repique
de campanas.
De lejos pienso en que varias sombras
heroicas se despertarán con el sonido de estas campanas, entre otras la de
Morazán, la de Rufino Barrios, la de Máximo Jerez, la del mismo Darío, las de
los primeros padres de la Primera Patria centroamericana, cuando las
estampillas del correo mostraban cinco simbólicos volcanes dentro del mismo
pequeño rectángulo y la bandera era una sola. Todos esos Rectores y todos los
participantes de esa Mesa Redonda de 1967, son una esperanza viva y ejemplo,
considerados en la distancia y en el tiempo. El vaso está rajado desde hace
tiempo, pero ellos son la goma untada en las rajaduras. Así al menos dan la impresión
de lejos.
De esos Rectores tengo el honor de
conocer, epistolarmente, solo al Dr. Carlos Tünnerman Bernheim, de la
Universidad Autónoma de Nicaragua, alto intelectual, si los hubo, en el
universo letrado de aquel Alma Mater, espíritu al día en esas disciplinas, oído
atento a todas las innovaciones mundiales de la enseñanza superior. Y no dudo
que sus otros ilustres compañeros centroamericanos de rectoría tienen el mismo
diamantino valor que él, y que todos juntos, no solo se reúnen para celebrar al
Aeda de Nicaragua, sino que se comunican, se consultan y cimentan proyectos
universitarios para el futuro de la gran patria centroamericana.
El destino de las Universidades es,
moral y espiritualmente, de una importancia capital. Es bajo sus techos que se
organizan las generaciones del futuro, que se forjan los ciudadanos y se
cristaliza y se eleva el alma de cada uno. No solo los Rectores deben tener
conciencia de esa realidad, sino las familias, los alumnos y los mismos
gobiernos, para que todo el mundo coopere en las victorias universitarias, que
en el fondo significan la victoria del futuro de las patrias. Los Rectores
medioevales de la primera Universidad de Bolonia, en Italia, ya pensaban así, y
messire Robert de Sorbón también, cuando fundó su Colegio. Y el Rector de los
Rectores de la España contemporánea, Dr. Miguel de Unamuno, iba lejos aún, y
recuerdo que vislumbraba, por lo menos en su charla visionaria, y menos utópica
que la República de Platón, una Universidad regentadora y gubernativa del país,
cuyos funcionarios fueron los alumnos más inminentes y especializados en cada
materia.
Rubén Darío, pues, sigue uniendo a los
desunidos, con el cemento mágico de su poesía. Si alguien se lo hubiera dicho
en vida, no lo hubiera creído, le habría parecido demasiado bello. A veces más
que manejando una espada, se es héroe manejando una lira. Y en esas reuniones
de Rectores y de alumnos eminentes centroamericanos, el poeta está probando su
heroicidad unionista. Nadie como él sufrió el duelo de las pequeñas y
miserables patrias desunidas, gobernadas por los tiranos sombríos que ignoraban
a las Universidades balbucientes de la época. Por culpa de los levantamientos
nocturnos tuvo a veces que huir despavorido entre fogonazos de rifles dementes,
a refugiarse en otra republiquita arrodillada y maniatada también por otro
tirano, y expuesta a otras tragedias nocturnas y sangrientas.
El general unionista nicaragüense
Máximo Jerez decía que con el cañón había preguntado a Centroamérica “que hora
era”. La había consultado también en el cuadrante de la cordura de sus
ciudadanos. Y agregaba que Centroamérica le había contestado categórica: “Es
media noche todavía”, LASCIATE OGNI SPERANZA. Eso pasaba en la segunda mitad
del siglo pasado, cuando Rubén Darío estaba naciendo. Esta reunión de Rectores,
de escritores y de alumnos jóvenes, que motiva esta esperanza crónica, no
hubiera sido pensable. Lo que quiero decir que aquellos pasecitos se están
alejando de la medianoche jereziana y que en ellas está apuntado el alba ¡Quién
se lo hubiera dicho a Jerez y a Rubén Darío!
Costa Azul, 1967.
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