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Ese pueblo tiene un modo de ser tan particular y tan distinto de los pueblos de la República, que bien merece que se diga algo respecto a su genio. Es romántico y soñador, y por consiguiente, nada práctico, es capaz de los mayores entusiasmos y de las más arriesgadas empresas; pero inconstante, idealista y de impresiones fugaces; de allí sus fracasos políticos y su amodorramiento. Es heroico, pero si no corta de un solo golpe el nudo Gordiano, cree que los dioses de la guerra le son adversos, y se declara en derrota. Es noble, más su nobleza llega a tanto con el enemigo, que no sólo lo perdona, sino que le da armas para que lo asesinen. Es cristiano, y su cristianismo es tal, que olvida las injurias, disimula las ofensas, mata el hambre y la sede de os que le hieren, da riquezas a los que le odian, alberga en su seno, con cariño a sus verdugos; recibe con honores a sus carceleros y condecora a los que se atreven a sujetarlo de las crines. León ha sido tildado de orgulloso, y no lo es: cualquier lechuguino persona, pero con tal que no sea del lugar y se de aires de lord. León es tenido como libre-pensador, y no lo es: allí es donde impera más el fanatismo, donde se reza de corazón a Jesucristo, quien verdaderamente vive y reina en las almas y no en el recinto de las oficinas públicas; León ha sido estigmatizado de ingrato; eso sí. Pero sólo con sus hijos, con sus pensadores, con sus héroes, con sus literatos, con sus artistas y con sus hombres de ciencia.
En los años que tengo de vida, me he cerciorado de esta dolorosa verdad, de este hecho real e indiscutible, que apena y entristece. Máximo Jerez, Rubén Darío, Santiago Argüello, Félix Quiñones, Mariano Barreto, José Madriz, Luis H. Debayle, Francisco Paniagua Prado, Modesto Barrios, Francisco Baca p. y Francisco Baca h., Leonardo Argüello, Anastasio J. Ortiz, Paulino Godoy, Remigio Casco (leones por afecto), José de la Cruz Mena, S. Desiderio Pallais y Leocadio Juárez, quién más quién menos, pueden dar testimonio de mi aserto, pues en su vida pública han recorrido esa vía, cuyo punto de partida, es para los que llegan a sobresalir en León –un montículo por Tabor— siendo su término, cuando la calumnia, la decepción, la envidia y la ingratitud han acabado con todas las energías del cuerpo y del espíritu, la áspera cumbre de un Calvario, que se hunde solamente en la tumba. De éstos, Máximo Jerez, Rubén Darío y José Madriz, cuyos nombres inmortales bastan para honrar un Continente y para enorgullecer la raza, probaron mucha hiel y vinagre, fueron apedreados como Esteban y asaeteados como Sebastián; Santiago Argüello lleva muchas cicatrices en los calcañales, de los ofidios que lo han mordido; pero él, como otro Calmette, ha neutralizado la ponzoña que le inyectaran, con sólo el roce de las alas de su intelecto prodigioso; Remigio Casco, víctima de una maquinación que pudiera llamarse diabólica –vio su honor de hombre y de sacerdote, rodando por el suelo; sintió en su rostro el salivazo de la infamia; lo calumniaron despiadadamente. No se tomó en cuenta, para deshonrarlo y escarnecerlo, ni la santidad de su ministerio, ni el raro talento que la Naturaleza le dio para brillar en la tribuna, triunfar en la polémica y para dar, timbre y gloria, a las letras patrias, como uno de los escritores más gallardos de América; Félix Quiñones, Mariano Barreto, Lus H. Debayle, Francisco Paniagua Prado y Modesto Barrios, no han, hasta la fecha, recibido de ese pueblo, a quien ellos han dedicado, desde la juventud, todas sus energías y talentos, ni una sola corona de rosas, tejidas por un cariño ingenuo y espontáneo o por mano o que no pidan recompensas o favores; pero, en cambio, las ráfagas de la murmuración y la maledicencia les han helado las carnes; y ya hoy, cubiertos de canas, están parados en medio del desierto, viendo pasar la caravana en que van Leocadio Juárez y S. Desiderio Pallais, dos médicos ilustres y de talento, cuyas ciencia y virtudes no fueron justamente apreciadas por la generación que yo conozco, que los relegó casi al olvido y los apartó del círculo profesional en moda. ¿Y Francisco Baca p., Anastasio J. Ortiz, Francisco Baca h., Leonardo Argüello y Paulino Godoy?
Era el año 1893. En ese tiempo era yo un niño, pero el nombre de los Baca, Ortiz y Godoy, sonaban en los aires como clarines que anunciaban el alba, y sus claras vibraciones resuenan en mis oídos todavía. Godoy, los Baca y Ortiz eran los ídolos de León: los cubrieron de flores; (el montículo de Tabgor) pero vino el año de 1896, y los ídolos, exceptuando, Godoy, cayeron de sus pedestales; los arrojaron al cieno, y los lobos devoraron su reputación de jefes pundonorosos, cuyo único delito fue la derrota. Mas quedaba uno en pie, y también debía caer.
Estalló la Revolución de la Costa, y para salvar a la Patria, vino Godoy del ostracismo, y espada en mano, salió al campo de batalla a combatir contra el godo; cruzó el suampo para expulsar de su tierra al bucanero; pero el Destino había decretado que el león no podría esgrimir su zarpa, y el que unos meses antes, había entrado como en triunfo, por la calle de la Ermita de Dolores, vitoreado por miles de bocas, al son de los clarines, al estallido de las bombas y los cohetes, al rugido del cañón y escoltado por una inmensa caballería, que fue a encontrarlo a varias leguas de la ciudad; el que era en esos días, por sus prestigios, dueño del corazón del ejército patriota; el que atraía sobre sí las miradas de las mujeres hermosas, que a su paso le arrojaban flores; el que pasó bajo los arcos de palmas y entre una valla de árboles artificiales, cubiertos de banderolas y gallardetes, como en Domingo de Ramos, volvió, poco después del campamentos, decepcionado, envuelto en el silencio, sin el amor de sus subalternos y vito con ojos de sospecha aun por los mismos que le admiraban: Sic transit gloria. Y así León, como Atenas da a Sócrates la cicuta y a Temístocles el camino del destierro. ¿Qué, pues, le espera a Leonardo Argüello? Ya supo del sabor de la mandrágora cuando las luchas de 1912 y 1916, y utópico todavía, no quiere comprender que su pueblo no recompensa más que el éxito, cree sólo en el éxito y oficia únicamente en los altares del dios Éxito, de quien sus caudillos no deben ser nunca abandonados, pues de lo contrario, se hunden para siempre en el abismo de las cosas oscuras. Político, orador y de cerebro pujante es Leonardo Argüello, pero si no triunfa, pasará como pasan las naves… como las nubes… como las sombras…
Para ser breve, no citaré otros ejemplos, pues se me puede juzgar de corazón mal puesto, omito los nombres de varios de mis coetáneos y otros más jóvenes, que, a fuerza de inteligencia, han logrado distinguirse, en lucha abierta conta la zumba mal intencionada, el chascarrillo hiriente, la murmuración punzante y la envidia que siega reputaciones y guillotina el mérito. Paguaga, Medrano, Vanegas, Juan Carrillo S., Manuel Tijerino, Edmond y Desiderio Pallais h., Juan B. y Gustavo Prado, Lino Argüello, Nicolás Paniagua P., Lara, Abraham Argüello, Alfonso Valle, Pedro P. y Bernardo Sotomayor, Benito y Constantino Hernández, han podido salvar esa barrera que hay para todos los que tienen músculo y fósforo, y haciéndose los sordos a los ruidos de abajo, han dejado pasar la marejada: Laudate pueri Domino. León tiene sus peculiaridades: casi todas las clases sociales, principalmente la alta y la burguesa, se tienen por artistas y sapientes; casi todos creen tener aptitudes para todo: (grave error y gran defecto) para la literatura, la poesía, la oratoria, la política, el periodismo, la música, la escultura, la pintura, la estrategia y otros ramos del saber humano; por lo cual nadie es más que otros y no se reconoce superioridad ninguna, sino hasta que la consagración viene de extranjeras playas, y la nimbada cabeza asoma, anunciada por las trompetas de la Fama y ostentando laureles que no nacieron en los huertos del terruño. Esta y otras razones tengo para asegurar que León nunca podrá tener caudillos y hombres públicos estables, tanto porque es insubordinado e indómito, exigente e intransigente, como porque el último pechero piensa que puede ser estratega, diplomático o Primer Magistrado de la Nación. Por ese motivo es que los presidenciables son muy raros, mejor dicho, no hay ninguno; porque para serlo, se necesita ser un Foch y un Clemenceau al mismo tiempo, ser hacendista, orador y hasta poeta; en suma, en hombre con todas las perfecciones e ingenio de la especie humana. Pero a los defectos apuntados, tiene una gran virtud: sabe honrar a los que traspasan los dinteles del más allá; entierra con regia solemnidad a sus muertos. Dígalo José de la Cruz Mena, aquel mago del pentagrama, que paseaba gemebundo su miseria, como otro Job, por calles y parques, pobre y desvalido, en compañía de Lázaro, y rumiando a solas la pena de que la intriga estuvo a punto de arrebatarle el lauro de la victoria que alcanzó con su vals “Ruinas”, Pero José de la Cruz Mena entró al sepulcro, cargado de coronas y guirnaldas, entre los sollozos del pueblo, los gemidos de la orquesta, que al par de las campanas, brotaban lágrimas sobre el que había tomado los remos de la negra barca y se perdía en las sombras del misterio… Díganlo Darío, Máximo Jerez, Francisco Baca , p. e hijo, Gerónimo Ramírez, Madriz, Ortiz, Remigio Casco y otros más, si al inclinar su frente en el ocaso, no tuvieron su apoteosis y no se vieron sus manes rodeados de toda la pompa feérica de un sol de abril que se sepulta, bajo la lluvia de los pétalos, con que siempre amortajan la Primavera y el Amor las alas de las águilas que sucumben y las de los cisnes que se van…
Pero Atenas se tornará en Roma. Cartago desaparecerá…
Noviembre de 1919. C. R.
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