HABLA EL QUE ARMÓ A RIGOBERTO LÓPEZ. En: La Prensa, Jueves 4 de Octubre de 1979. Año
LII. Número 15,435.
Adolfo Alfaro en Nicaragua
El capitán José Adolfo Alfaro, uno de los protagonistas del
complot para ajusticiar a Anastasio Somoza García y quien brindó el revólver 38
que descargó el héroe Rigoberto López Pérez en la humanidad del tirano, recordó
para La Prensa, todas las incidencias en que participó antes de que se
consumara el plan.
Con más de 20 años de residir en El Salvador, país de donde
nació la conspiración, Alfaro recuerda aun vivamente y lleno de profunda
admiración al poeta Rigoberto López Pérez, “quien fue el de la iniciativa y
jamás abandonó la idea de ejecutar a Somoza, como una vía única en esos tiempos
para terminar con sus inagotables ansias de explotación y crimen en este
desventurado país.
ABRIL DE 54
En su amplio relato, hace alusión además a los sucesos de
abril del 54, donde tomó participación activa en el frustrado plan de capturar
al fundador de la dinastía, para erradicarlo del poder.
De hablar fluido y de
aspecto reposado, el capitán José Adolfo Alfaro, hombre rico en anécdotas
confabulatorias, apura una taza de café, al tiempo que muestra una serie de
periódicos salvadoreños.
Todos hacen referencia a la captura de criminales
nicaragüenses, “quienes pagados por la familia Somoza, me asediaron para
asesinarme en San Salvador. Hubo un colombiano que hasta fue detenido con
chaleco. Siempre que salía de mi casa creía que era el último día”, afirma.
Ahora, con el triunfo sandinista y una vez derrocada la
dictadura, el capitán Alfaro, hace referencia por primera vez en forma pública
de los hechos en que se vio involucrado.
Tras señalar que por los sucesos de abril, pasó 12 meses
asilado en la embajada de Costa Rica, lapso que utilizó para escribir una larga
carta de protesta a Somoza, indica que por más de 24 años pasó fuera de sus
lares patrios.
“Estando en El Salvador, a comienzos de 1956, se presentó en
mi casa el Teniente Guillermo Marenco, quien sin rodeos me dijo: “Capitán, aquí
está Rigoberto López Pérez, quien dice que está capacitado para matar a
Somoza”.
Afirma que después de contactarse con el héroe, conversó
mucho con él. “Llegamos hasta en horas de la madrugada, en ese primer encuentro detecté la notable firmeza de carácter y la irreductible decisión de cumplir su
palabra hasta las últimas consecuencias”.
“Rigoberto era un idealista puro. Continuaron las reuniones,
donde analizábamos a fondo la situación de Nicaragua. Cada vez que hablábamos
su disposición al sacrificio, para liberar a Nicaragua de la pesada carga de la
dictadura afloraba en todos los temas”, subraya.
NO HABÍA ODIO
Dentro de la febriles sesiones de la preparación del plan,
que consumieron centenares de horas, el capitán Alfaro, señala que Rigoberto
López Pérez, no era un hombre que odiaba pero sí era un hombre que amaba
inmensamente a su patria, en esos tiempos aherrojada al régimen militar
somocista.
“Yo tenía que cerciorarme, hasta qué punto era sincero
Rigoberto y para eso, no duró mucho tiempo. Sus expresiones eran tan claras y
diáfanas como su misma poesía y llegamos a la conclusión que el principio del
fin de la barbarie y la vergüenza que cobijaba a Nicaragua, sólo podía lograrse
mediante el atentado”.
“A Rigoberto López Pérez le repugnaba… le asqueaba todo lo
que estaba ocurriendo y eso le daba fuerza a su espíritu de sacrificio por su
pueblo”, reafirmó.
Prosiguió señalando que, fue Rigoberto López Pérez, quien
concibió la idea de eliminar al tirano. “Él inspiró el plan, lo cultivo
buscando los contactos y lo consumó,
sabiendo que no resultaría con vida en la acción”.
“Porque debemos de estar claros de una cosa, yo le consigné
a Rigoberto, que en el atentado no había ninguna alternativa de que resultara
vivo”.
NO SABÍA DE ARMAS
Recordó que en una de las tantas conversaciones que sostuvo
con el héroe, mostró varias armas que tenía en su casa, “pero Rigoberto en
realidad a esas alturas no sabía nada de eso”.
Advirtió que en El Salvador, comenzó a enseñarle el manejo
de armas cortas y se empeñó en señalarle que cuando perpetrara la acción,
disparara del pecho para abajo, ya que el dictador siempre utilizaba chalecos
contra balas.
“Le hice ver que los ángulos de tiro efectivo, eran viables
por los costados y la parte baja”.
“La primer pistola que utilizó Rigoberto López Pérez, en las
prácticas preliminares, fue una automática que era de mi propiedad. En ese
tiempo yo tenía un negocio de fumigar casas a domicilio y fui donde el Teniente
Noel Bermúdez”.
EL REVÓLVER
“En esa casa me encontré con un revólver 38, espléndido,
como traído a la medida para la trama que se estaba desarrollando y le pedí a Bermúdez, que lo cambiáramos por mi pistolita automática”.
“Bermúdez un tanto desconfiado me dijo que cuál era el
interés en ese revólver, por lo que no me quedó más remedio que decirle: Vamos
a echarnos a Somoza y la necesitamos”.
Se completó la transacción y así se consiguió el arma, que
días más tarde, tronaría estruendosamente ante la angustiada mirada del
dictador, cuando caía abatido en la ciudad de León.
Ya con el revólver ideal conseguido, Rigoberto López Pérez
–continúa-, hizo un primer viaje a Nicaragua, para sondear la situación y
preparar a los que en Nicaragua iban a participar en el complot.
“Hubo un segundo viaje, donde llevó el revólver, pero no
tuvo oportunidad de acercarse al tirano. Esa vez estaba dispuesto a actuar”.
Dijo además el capitán Alfaro, que en las postrimerías del
plan, “hice unas consultas con respecto al cianuro de potasio y se me dijo que
el veneno podía quemarse sin surtir efecto, si se disparaba de 10 a 20 metros .
Las balas las
preparó un señor de apellido Castillo –nicaragüense- ahuecando los proyectiles
y el cianuro que fue proporcionado por el Dr. Eduardo Ugarte, quien lo sacó del
Hospital Rosales”.
“Para conocer la efectividad del veneno, tuvimos que
sacrificar un perro, al que disparamos un balazo en una pierna. El can murió
casi instantáneamente”, añadió.
“Ya con todas la pruebas realizadas y en el mes de
septiembre, nos fuimos a despedir a Rigoberto al aeropuerto y aún recuerdo
cuando le dije: “Rigo, si por cualquier circunstancia no lo va a ejecutar, si
pierde el ánimo o se pone nervioso, mejor se regresa a El Salvador. Su
respuesta fue categórica: “VOY A SER TODO LO POSIBLE POR ACTUAR… NO VOY A
REGRESAR” (Posteriormente Rigoberto no usó balas con cianuro).
LA CARTA DE GAITÁN
“Indudablemente que el plan no se limitaba a ajusticiar a
Somoza. Como en algunas oportunidades yo había platicado con el coronel Gaitán
y mutuamente externábamos descontento
con la situación, él me manifestó que iba a ver si podíamos hacer algo”.
“Ahí fue donde se me ocurrió hacer una carta para Gaitán,
anunciándole que en un término no mayor de 30 días, iban a ocurrir sucesos
trascendentales dentro de las filas del ejército que debía aprovechar con
creces. Le hacía ver de que era su última oportunidad de que asumiera la jefatura
del ejército y su descendencia humilde, hecho que tenía valor para que
actuara”.
“Confié la carta al capitán Enrique Callejas, quien expresó
estar dispuesto a hacer llegar la carta a Gaitán, pero en realidad, la nota
nunca llegó a su destino”.
MISIÓN CUMPLIDA
“El 21 de septiembre de 1956, por la radio me enteré de la
noticia. Se había inmolado Rigoberto López Pérez, para dar el primer golpe a la
sangrienta dinastía. Los exiliados nicaragüenses salimos alborozados a las
calles, mientras que las marimbas emitían incesantemente interpretaciones
folklóricas. Rigo había cumplido su
palabra, jamás echó un paso atrás”.
Sobre los sucesos de 1954, el capitán Alfaro, uno de los
alzados contra Anastasio Somoza, dijo que fue contactado por el teniente
Guillermo Duarte, en ese entonces segundo jefe de la Academia Militar.
El plan de tomarse la Loma de Tiscapa, para arrestar a
Somoza, fue preparado en todos sus detalles por el capitán Jorge Rivas Montes,
el coronel Gómez y Pablo Leal, que era el brazo político de la acción.
En principio, Alfaro discutió una serie de detalles y hubo
un momento de creer que no era factible el plan. Pero una vez que fue destacado
para que fuera a la Loma de Tiscapa, a realizar un sondeo de los puestos y
ángulos de asalto, se convenció de que podía ejecutarse. “También estaba involucrado el Dr. Pedro Joaquín Chamorro,
Lacayo Farfán, Hernán Robleto y otros que se me escapan”, agregó.
En la Academia Militar estaban de acuerdo para entrar en
acción Jorge Cárdenas, el Tnte. Silva y en el Campo de Marte el mayor Paladino,
quien era comandante de una compañía.
“A mi juicio, aunque hubo otros factores que abortaron la
sublevación, entiendo que también la afectó un incidente que tuvo el Mayor
Paladino con Roberto Martínez Lacayo, lo que provocó que relevaran del cargo a
Paladino por unos días”.
“Después ya todos saben, Somoza descargó su ira con una
brutal represión que dejó decenas de muertos, entre ellos mi hermano el
teniente Agustín Alfaro, quien cayó junto con Manrique Umaña, liándose a tiros
con los que pretendían capturarle”.
“También cayó José María Tercero y, Báez Bone fue capturado y
amarrado de sus muñecas con alambres de púas. Hubo más muertos y más
torturados, todo fue una pesadilla”.“Fue entonces como me asile en la embajada de Costa Rica, donde
procedí a elaborar la carta al tirano donde le remojaba todos desmanes
absolutistas y criminales”.
LA CARTA
En la carta a Somoza, el capitán Alfaro, puntualiza que el levantamiento de abril, fue impulsado por las pretensiones reeleccionistas del
dictador. “Fue su gira abierta y
descarada de propaganda, lo que los congregó por la fuerza a reclamar
resuéltamente por la fuerza, lo que se negaba por el derecho del sufragio al
pueblo nicaragüense”.
En la misiva le recuerda que después de dar el golpe de Estado
al Dr. Juan Bautista Sacasa, en sus campañas políticas, hizo gala y admiración
de las doctrinas y procedimientos nazi-fascistas, al tiempo que le remacha que
fue el organizador de las fuerzas de choque “Camisas Azules”, los que asaltaron
al periodista Juan Ramón Avilés y dañaron la imprenta El Pueblo de don Alfredo
García.
Asegura que hizo todo lo posible por evitar el golpe al Dr.
Leonardo Argüello, “haciendo gestiones personales con sus hijos, Luis y
Anastasio y con Guillermo Sevilla Sacasa.
En la carta pone como testigo al coronel Francisco Boza,
“cuando Somoza, lleno de soberbia descargó un fuerte e impulsivo golpe sobre una
mesa, cuando le insinué que aceptara una solución a la situación planteada”.
También recuerda que “inexplicablemente el Golpe de Estado,
no provocó de inmediato derramamiento de sangre, pero sí engendraron los
movimientos revolucionarios de la Mina "La India", el que fue sofocado con
bárbara crueldad y se hizo correr la sangre sin reparo, para el terror del
pueblo”.
Los ejecutores de esa orgía sangrienta fueron entre otros
Pablo Rivas, Guido, los que además propiciaron bárbaros asesinatos en Ciudad
Darío.
Le recordó al tirano en la carta, que cuando fue asaltado el
puesto G. N. del Muelle de los Bueyes, en 1948, donde pereció un cabo G.N., el
capitán Alfaro, le pidió que le designara comandante de la patrulla de combate.
“Mi objeto al hacerme cargo de la limpieza, era evitar atropellos y crímenes en
gente trabajadora y abandonada al campo”.
Ahí mismo le remoja, cuando le instruyó Somoza, de una fatal
orden: “Toda persona en conexión con los alzados o tomada prisionera, deber ser
fusilada”. Inmediatamente le respondí que para mí, sólo morirá la persona que
perezca en la lucha, pero avanzados y capturados no serán muertos”.
Consigna que Somoza le asignó a un teniente Wheelock, a
quien tildó de “un criminal enloquecido muy parecido a Alegrett”. Este cayó en
combate, después de haber asesinado atrozmente a un humilde campesino, a quien
torturó hundiéndole decenas de veces su bayoneta en la espalda, para luego
degollarlo.
También expresa que durante esta operación, fue capturado el
teniente Luis Emilio Gutiérrez, entre los insurgentes, “y estando en mi casa
recibí la visita de su hijo Anastasio, al tiempo que llegaba el periodista
Ernesto Barahona, quien me solicitó un reportaje.
Yo dije y apareció en Flecha, que el teniente Gutiérrez,
estaba detenido, noticia que Somoza se apresuró a desmentir lo mismo que el
coronel Gaitán, porque ya estaba en la lista de los que iban a ser fusilados”.
En otro de los extractos de su carta a Somoza, refiere que
cuando fue designado como comandante en los minerales de Bonanza, encarceló al
gerente Mr. Benjamín C. Warnick, quien gozaba del apoyo del Dr. Juan Bautista
Sacasa.
El encarcelamiento se produjo cuando los mineros,
protestaron porque se les pagaba sus jornales con tarjeta, para comprar en los
comisariatos sin darles dinero en efectivo. “Esa vez, Somoza me apoyó, pero
porque se trataba de una acción contra un allegado de Sacasa”.
Así cerró sus impresiones el capitán Alfaro, sobrino
político del dictador, quien siempre se creyó omnipotente y jamás pensó que en
El Salvador, arrancaría la inquietud inquebrantable de Rigoberto López Pérez,
para iniciar la brecha de eliminación a la dictadura.
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