domingo, 14 de diciembre de 2014

REMODELACIÓN O RESTAURACIÓN DE LA TORRE DE LA IGLESIA LA MERCED: POLÉMICA ENTRE ENRIQUE GUZMÁN B. Y PABLO ANTONIO CUADRA



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UNA TEMPESTAD EN UN VASO DE AGUA. Por: Enrique Guzmán. En: La Noticia, 14 de Noviembre de 1963.

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Fotografía del 2001. Tomada de Internet.
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La mayor parte de los que critican el trabajo de restauración hecho por Monseñor Mejía Vilches en el pináculo de la torre de la Merced, lo hacen por los siguientes motivos: Porque cada cabeza es un mundo y se hace difícil juntar una docena de criterios que estén acordes. Porque no fueron consultados de previo. Porque lo dijo “La Prensa”, y si La Prensa lo dijo…

Por el prurito de criticarlo todo; por ese espíritu de rebeldía que nos distingue, fielmente caracterizado por don MEOPONGO, tipo clásico del nicaragüense testarudo, inconforme y obstruccionista.

Por aquello de que si gustos no hubiera… no se casarían las feas. Porque no sabe la mayor parte que la antigua torre colonial que fue derribada hasta su mitad en la guerra civil del 54, tenía algo parecido al pie del cimborio; y que la actual que fue hecha a imitación de la antigua, también tenía igual adorno alrededor de la base cilíndrica de la cúpula que por la acción de los años se vino destruyendo.

Nadie había pensado antes que ese lugar vacío había que llenarlo con algo; nadie se había dado cuenta que en ese lugar hay un vuelo de más de media vara, y que ningún balcón deja de tener barandilla, ni hay cornisa sin su correspondiente ático.

El parque de Jalteva llamado de Roosevelt es rústico, de estilo colonial, y las pilastras o columnas asentadas en los muros que sostienen el emparrado para formar cubierta y hacer sombra, están hechas de ladrillos de barro cocido sin estar siquiera revestidas de una capa de mezcla, y nadie he dicho que eso desentona, porque de esa arcilla que llamamos barro, que se endurece al fuego, es de la que está hechas esas piezas de cerámica, que fabricaban los aborígenes de las tierras descubiertas por Colón, tan apreciadas por los arqueólogos y coleccionistas de antigüedades.

Es lástima que los que ahora se lamentan por lo que según ellos es “un atentado contra el arte”, no se hayan acercado a Monseñor Mejía Vilches cuando estaba haciéndose el trabajo para hacerle la observaciones que les parecieran pertinentes, como la de quitar una hilera de los bloques ornamentales Chiltepe, o dos, o los que fueren conveniente, o no ponerlos del todo, ya que suficiente tiempo hubo para ello; y no esperar a que la obra estuviera terminada para criticarla cuando ya no tiene composición.

Digo mal, si hay manera de enmendar lo mal hecho y es armar de nuevo los andamios, y encargar a un obrero que haga las reparaciones que juzguen conveniente en el entendido de que este trabajo deber correr a cargo de los quejosos inconformes. Monseñor Mejía Vilches está anuente a que se hagan las modificaciones que se quieran hacer a lo ya ejecutado, como hubiera estado accesible a las observaciones que se le hubieran hecho a tiempo.
Granada, Noviembre 1963.

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Fotografía del 2001. Tomada de Internet.
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SOBRE LA TORRE DE LA MERCED: Que se boten los pegostes y se deje tal como estaba. Por: Pablo Antonio Cuadra. En: La Prensa, 17 de Noviembre de 1963.

A don Enrique Guzmán y Monseñor Mejía Vílchez.

Ya nos había llegado, siquiera como rumor, la noticia de que eran don Enrique Guzmán el inspirador de los pegostes que se le están poniendo a la venerable Torre de la Merced de Granda. En “La Noticia” de antier nos viene la confirmación de tal especie en una columna que aparece bajo la firma de don Enrique y con el título de “Una tempestad en un vaso de agua”.

Pasando por alto la hojarasca introductiva del escrito, queremos responder a la parte medular, si es que existe, de esa cuartilla:

1) – No es verdad que la torre demolida por la partida de Jerez, tuviese baranda chica ni grande, y menos de cerámica Chiltepe. Lo más que llegó a tener, según se aprecia en el notable dibujo de Squier que aquí tantas veces hemos reproducido, fue, entre los pináculos angulares, una serie de pequeños pináculos que en nada ocultaban la base del “cimborio” a que se refiere don Enrique.

2) – Al reconstruirse la torre en 1869, se dejó constancia en una inscripción que aparece en el lado oriental de que se había reconstruido MEJORANDOLA. Mal podríamos, a casi cien años de distancia, venir a terminar de “mejorarla” con pegotes de cerámica Chiltepe.

3) – Es inadmisible que al reconstruirse la torre se le haya puesto baranda sobre la cornisa, baranda que el tiempo habría destruido y borrado por completo, pues se conservan a despecho del tiempo y los “mejoradores” contemporáneos, elementos más delicados y frágiles que una baranda.

4) – Es inexplicable el horror al vacío que demuestra don Enrique al decir que sobre la cornisa queda “un vuelo de media vara… y que ese lugar había que llenarlo con algo”. Esos vacíos que don Enrique no acepta ni comprende, son los que vienen a dar proporción y dignidad a una obra arquitectónica; son característicos del estilo colonial español y del estilo tradicional que de él se derivó.

5) – Es absurdo que don Enrique hable de que no puede haber balcón sin su correspondiente barandilla, pues es visible a simple vista que esa parte de la torre no fue concebida para balcón o mirador y nunca ha tenido funciones de tal. Basta con decir que nunca ha habido escalera “chica ni grande, mala ni buena, para subir hasta allí. Las ventanas que aparecen al pie de la cubierta son de ventilación, ornamentales y, si se quiere, de interés acústico; pero no puertas de escape. (A no ser que exista el proyecto de construir escalare usable para salir allá: en tal caso cuiden los “mejoradores” actuales de diseñarla bien para no tener que subir en cuatro pies, como pasa en el trozo ya construido para llegar al campanario).

6) – La mención del parque de Jalteva, con ladrillos de barro, no viene al caso. Aquí no se protesta por los ladrillos, ni por el barro, sino por el abuso y falta de respeto de venir a manosear un monumento que nuestros antepasados erigieron con todo amor, cuidado e inspiración, y que nos legaron como una herencia y una muestra permanente de su sensibilidad artística, de su espíritu público y su fervor religioso. Si alguien quisiere emularlos en la actualidad, que emprenda obras como las que ellos erigieron, pero sin tocar su herencia que para todos debe ser sagrada.

7) – Don Enrique se lamenta de que la cosa ya no tenga remedio, cuando los referidos bloques Chiltepe pueden ser removidos con tanta facilidad como están siendo puestos en lugar tan inadecuado; y el costo de la reparación debe correr, naturalmente, no a cargo de los celosos guardianes de la tradición, sino de los autores del desaguisado.

8) – ¡Nos acusa don Enrique que de no haber adivinado al tiempo sus secretos propósitos “arquitectónicos” y de no haber protestado con la debida anticipación! A decir verdad, conocemos muy pocos casos en Nicaragua, en que se haya guardado el debido respeto a los monumentos nacionales al tratar de su reconstrucción o conservación. La torre Norte  de la Catedral de León fue debidamente reforzada con cemento armado sin tocarse nada de sus líneas originales. La torre de la iglesia de Subtiava, también fue reforzada y reconstruida su cubierta, de concreto, siguiendo fielmente el maravilloso dibujo dejado por Squier. El cura párroco, Padre Ordóñez, digno de todo aprecio, publicó con anticipación los planos de la obra que pensaba efectuar, pidiendo el consejo y asentimiento de toda la ciudadanía. Allí sí, nadie tiene derecho a protestar, ni hay por qué hacerlo. Actualmente la torre de la iglesia de la Recolección está resquebrajada de arriba abajo. Se requiere proceder a su reforzamiento; pero lejos de proceder a tontas y a locas, el problema se ha llevado a consulta de ingenieros idóneos, que aconsejaran lo más conveniente, y, por supuesto, sin tocar en nada, el aspecto exterior de la joya arquitectónica leonesa. Pero de esto a venir casi en secreto a sumar pegotes a una obra que desde hace un siglo está completa e inmejorable en su hermosa sencillez, hay una enorme diferencia que nosotros estamos en el deber patriótico y en la obligación artística de hacer notar.

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LA TORRE, DON ENRIQUE Y PUNTO FINAL… En: La Prensa, 20 de Noviembre de 1963.

Contestación de don Enrique Guzmán y una nota de La Prensa

Vengo a contestar, punto por punto, el largo escrito de exposición de agravios que aparece publicado en La Prensa del domingo 17, sin firma responsable, lo que me hace suponer que su autor pertenece al cuerpo de redacción del citado diario.

1) – No he dicho que la torre colonial derribada en la guerra del 54 tuviese baranda; dije que era superior a la actual, y terminaba con dibujos arabescos que dejaban sepultada la cúpula hasta su mitad: La base del cimborio ni siquiera se le veía. Puede el que guste llegar a ver la copia de esta torre a la oficina dental del doctor Manuel Granizo.

2) – Al reconstruirse la torre –no en 69 sino en 62— se puso una inscripción al pie de ella en la que se dice “que ha sido reparada y MEJORADA” pero eso no es más que aquello de “alabate mandinga”…

3) – Las huellas de los cimientos que dejaron el barandal, o como quiera llamársele, que había en esa parte de la torre, fueron encontrados por los obreros que ejecutaron el trabajo de colocar los bloques de cerámica; fuera de que los propios restos de los tales adornos, fueron vistos y tocados, cuando era muchacho, por el suscrito.

4) – El vacío que se ha llenado ha venido a dar a conocer el papel que estaban haciendo las cuatro perillas angulares que hay en ese lugar. Ahora sí se comprende para qué fueron puestas allí: para que sirvieran de soporte al listón de la barandilla. Quisiéramos cuatro perillas más para los intermedios.

5) – “Que nunca ha habido escalera chica ni grande para subir hasta el cimborio”. Sí señor, la hay y en muy mal estado. El Cura Monseñor Mejía Vílchez tiene en proyecto hacerla de concreto para poder subir sin dificultad, y contemplar desde lo más alto de la torre, el paisaje de las isletas, y alrededores de Granada, ofreciendo al turismo ese atractivo más, mediante un tiquet que se comprará para escalar la cima por un módico precio.

Ítem más, la única ventana  abierta del lado de occidente fue para darle ventilación y luz al interior del cimborio; las otras fueron abiertas dos años después, cuando llegó el reloj en 64., para expandir el sonido de la campana del reloj, y son verdaderos agujeros, sin gracia ninguna, que es conveniente que no se vean. El trozo ya concluido en el bautisterio de la escalera de caracol que conduce al campanario, será ampliado a fin de que se pueda cómodamente trepar por ella; las proporciones de la actual escalera están equivocadas y tienen razón el agraviado en decir que hay que subir en cuatro pies para llegar al campanario.

6) – Los ladrillos de barro del parque de Jalteva fueron citados como muestra de que cuando se quiere imitar algo colonial, algo nativo o de estilo rústico, se apela a la Cerámica: el barro es lo más nuestro ya lo encontró Colón cuando vino a América.

7) – No me he lamentado, he dicho simplemente que es lástima que habiendo durado el trabajo de colocar los Chiltepes varias semanas, nadie haya dicho nada en todo ese tiempo; hubo una semana que se paró el trabajo por estar haciéndose una escalera de mico para subir a las carátulas del reloj. Ni los Leones, que han contribuido a la compra del reloj, ni vecino alguno se acercó a Monseñor Mejía para hacerle las indicaciones pertinentes. Nada se ha hecho a la sombra sino a la luz del día. Ahora lo que hay que esperar es la venida del señor Obispo para que él decida. Pudiera ser que Monseñor les dé con el martillo en la cabeza por cabecitas de clavo a los “reclamantes”.

8) – Los ejemplos que el expositor de agravios pone de lo que ha pasado en León con los monumentos nacionales, no tienen razón de ser en Granada donde se rompen todas las reglas establecidas por la naturaleza. ¿Dónde se ha visto un lago de agua dulce donde halla tiburones? No es cierto que la torre desde hace un siglo esté completa e inmejorable. A los 30 años de haber sido reedificada, ya le hacían falta las líneas de pináculos que estaban al pie del cimborio y eso es lo que se le ha repuesto.

                                    ENRIQUE GUZMÁN BERMÚDEZ

NOTA DE “LA PRENSA”:   – Un monumento de la calidad artística de la Torre de la Merced –que tiene su propio estilo, su unidad e incluso su propia personalidad en la estampa de una ciudad— no puede ser tocado por nadie, y si por algún motivo muy especial tiene que ser reparado esto sólo se puede hacer previo un estudio de entendidos y con el mayor respeto a la originalidad y características de la obra. Este es un principio de todo el mundo civilizado para tratar sus obras artísticas que, repetimos no se tocan, como nadie corrige un verso de Rubén o un cuadro de un pintor famoso.

Preguntamos al señor Guzmán, únicamente, si él es artista o arquitecto. Y como sabemos su respuesta eso nos basta. Y que no nos salga que Granada tiene tiburones en su lago, porque eso ya lo sabemos. Ya vimos los tiburones desbaratar la iglesia de Guadalupe y muchas otras cosas. Nosotros lo único que pedimos es RESPETO, RESPETO para las obras artísticas y para los pocos monumentos nacionales que nos quedan. El artículo del señor Guzmán nos comprueba su irrespeto absoluto y hasta su desprecio por la bella torre, de cuya lograda belleza se burla por escrito, como se está burlando de hecho adhiriéndose unos pegostes horribles con la misma incultura conque los chavalos rayan las paredes o pintan bigotes a los cuadros célebres.

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