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Don Adolfo (muy joven), entrevistando al General Emiliano Chamorro, cuando el caudillo verde era Presidente |
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Seguramente
para muchos lectores no habrá sido difícil descifrar las iniciales que
encabezan estos renglones; son las de dos periodistas que militaron en campos
opuestos pero que gozaron, ambos, de mucho prestigio y excelente reputación
como hombres rectilíneos, sinceros en la manifestación de sus convicciones,
convencidos de la validez de sus principios. Ambos emprendieron ya, a su hora,
el viaje sin retorno. El primero en partir fue el Doctor Pedro Joaquín Chamorro
Zelaya, (1891 – 1952), después le tocó su día a Juan Ramón Avilés (1886 – 1961).
Puedo
vanagloriarme de haber sido compañero y buen amigo de ambos, quienes también
fueron bondadosos y amables jefes míos, en distintas ocasiones: Juan Ramón en
LA NOTICIA, el Doctor Chamorro en el Ministerio de la Gobernación y en LA
PRENSA.
Hay
privilegios que a uno le llegan graciosamente y los cuales, merecidos o no,
dejan al favorecido el derecho de recordarlos con satisfacción. Tratándose de
los dos caballeros mencionados, con verdad puedo decir que me considero en el
caso apuntado.
Como tuve
amplia oportunidad de conocerlos muy de cerca y de tratarlos con frecuencia, a
ambos los estimé y los admiré: a mí correligionario y un tiempo vecino, Pedro
Joaquín Chamorro Zelaya, más tarde director de LA PRENSA y al irreductible
liberal alguna vez compañero en alegres horas de parranda, Juan Ramón Avilés,
director de LA NOTICIA desde su fundación hasta que falleció.
Explico el
adjetivo irreductible que aplico a Juan Ramón con este breve cuentecillo:
Cierto día el General Emiliano Chamorro me dijo: —Entiendo que tú eres muy buen
amigo de Juan Ramón Avilés. ¿No crees que haya algún modo de moderar a este
hombre que nos ataca sin descanso? ¿No crees que le interesaría un viaje al
exterior, un cargo diplomático en el extranjero…algo?
Don Juan Ramón Avilés ─────── Ω Ω Ω ─────── |
—General,
francamente, yo creo que a Juan Ramón no le interesaría nada que nosotros le
propusiéramos.
—No siempre
las cosas son como uno cree, dijo el general, y agrego: —Quisiera que tú le
hablaras a Juan Ramón… No vas a pedirle nada contra sus ideas; vas a ofrecerle
un cargo fuera de Nicaragua. Él es un intelectual nicaragüense ¿o no?
Se comprenderá
que tratándose del General Chamorro, a quien
yo deseaba complacer, acepté sus instrucciones, pensando de inmediato
cómo sería indicado que yo procediera a cumplirlas sin lastimar a mi amigo
querido y respetado. Empecé por visitar a Juan Ramón y hacerlo venir hacia una
discreta esquina de la Tipografía Pérez, donde se editaba su diario, “La
Noticia”, como si le estuviera llevando a alguna nueva sensacional y que debían
hacerlo muy confidencialmente. Luego le dije que empezaba por pedirle permiso
para comunicarle algo de parte del Presidente de la República, General Emiliano
Chamorro y que exigía su promesa que no se molestaría ni se daría por ofendido,
cualquiera que fuera el mensaje. Agregué: —“De otra manera hacé de caso que no
nos hemos visto ni hemos hablado por muchos días”. Don Juan Ramón Avilés me
contestó que siendo verdaderos amigos, nada que yo le dijera lo irritaría,
máxime tratándose de un mensaje de tercera personal. Animado por su
expresiones, le solté la razón de Emiliano. Su respuesta, como yo lo esperaba,
fue cortés, pero tajante; —“No, nada. Hacé de caso que no me has dicho nada y
si querés le das las gracias al General Chamorro, pero en tu nombre, no en el
mío”.
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Alguna vez hablé yo con Pedro
Joaquín acerca de mi amigo Juan Ramón; alguna vez hablé con Juan Ramón sobre mi
amigo Pedro Joaquín. Ninguno de ellos se expresaba en malos términos del otro,
ambos reconocían ser adversarios, admitiendo sin esfuerzo la sinceridad de sus
respectivas convicciones y la buena fe de sus prédicas, pero… pero, recuerdo
que para el Dr. Chamorro “el director de LA NOTICIA era un hombre imposible” y
para Juan Ramón, “Pedro Joaquín Chamorro no acepta más puntos de vista que los
suyos propios”. Yo que los conocía bien a ambos, podía comprender que entre dos
abanderados de ideología tan radicalmente opuestas fácilmente podían pasar los
dos por antagonistas recalcitrantes ante puntos de vista opuestos desde sus
propios ángulos.
Y recordando
que un día, en casa de Don Dionisio Martínez Sanz, siendo yo secretario del
General Chamorro y los doctores Argüello e Irías; son historia muy vieja.
Empezamos a maquinarlas el recordado poeta managüense Salvador Ruiz Morales
y yo, charlando entre copa y copa en el antiguo Club
Internacional. Salvador y yo éramos entonces gente muy joven y creíamos que nada malo y sí algo bueno podía
resultar de un encuentro discreto entre prominentes adalidades de nuestros
partidos, (Ruiz Morales era liberal), y habiendo sometido la idea de ellos
mismos, que no la objetaron, los encuentros se realizaron y si bien no resultó
de ellos nada práctico, tanto Chamorro como Argüello e Irías, después de
conocerse personalmente, salieron convencidos de que ninguno de ellos “comía
gente”.
Dr. Pedro Joaquín Chamorro |
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Tocante al
doctor Chamorro Zelaya admito que mi trato con él no fue nunca tan fraterno e
íntimo como con Juan Ramón, pero innumerables veces estuvimos juntos en
convivios y recepciones y conversamos en términos siempre amistosos; y cuando
él era subsecretario de Gobernación y yo su Oficial Mayor, me distinguió
mostrando mucha confianza en mi lealtad y discreción.
Chamorro
Zelaya detestaba la intervención de la Infantería de Marina Norteamericana en
Nicaragua y como casi todos los contactos entre “la brigada” y el gobierno se
hacían por medio del Ministerio de la Gobernación, prácticamente a diario nos
visitaba el oficial de enlace de “los marines” (un Mayor Messersmith primero y
un capitán Larsen después), con las mil y una cosas y ocasionales problemas que
surgían entre las fuerzas extranjeras y las autoridades del país. Gracias a la
confianza que me dispensaban mis jefes y mi conocimiento del inglés, me tocaba
a mí entenderme con los oficiales de enlace. Al doctor Chamorro Zelaya se le
hacía difícil impedir que le asomara el disgusto que le causaban las mencionadas
visitas, si bien siempre trataba de mantenerse cortés y no mostrar señales de
fastidio.
El señor
subsecretario de la Gobernación tenía que hilar delgado en las circunstancias
prevalecientes; él era ante todo, miembro del Gabinete de un gobierno
conservador, además persona culta, criada en ambiente refinado, pero es humano
y muy difícil que algunas veces sentimientos de aversión dejen de asomarse en
un gesto, en un ademán y hasta en una mirada.
El capitán
Larsen una vez me dijo: “Ese hombre no nos quiere”. Traté de explicar al
oficial que el doctor Chamorro estaba siempre muy atareado y que delegaba en mí
la atención de sus demandas e indicaciones para ahorrar tiempo. Pero yo sabía
que Larsen estaba en lo cierto: Pedro
Joaquín Chamorro Zelaya nunca se tragó la ocupación de Nicaragua por los
U.S.M.C.
No podría
asegurarlo, pues de cierto no lo sé, pero todas las indicaciones eran que los
yankis a su vez, tampoco se tragaban al doctor Chamorro Zelaya; y tanto fue así
que el general Elías R. Beadle, jefe director de la Guardia Nacional,
pre-Moncada, un día me dijo que si yo
aceptaba el nombramiento de la Gobernación, él estaba en posición de hacerme
nombrar. Confieso que la proposición me halagó, yo no había llegado todavía a
los treinta años, me movía en círculos intelectuales políticos y sociales muy
aceptables y también pensaba que a mi esposa de poco tiempo todavía, le habría
gustado mucho ser mujer de un miembro del Gabinete. Le contesté al general
Beadle que la idea me gustaba, pero que antes de darle una respuesta
definitiva, debía consultar con mi padre. Así lo hice sin demora, agregando que
yo deseaba aceptar.
Don Domingo
Calero Blandino, casi se encrespa: “¿Estás loco? ¿No sabés que los
conservadores están al caer? ¿No sabés que el próximo presidente va a ser
Moncada y que te sacaría de Gobernación desde antes de recibir el poder?
Agregó mi
padre otras razones y el ejemplo de un conspicuo ingeniero que habiendo sido
hasta posible candidato a la presidencia, al perder su puesto en el Gabinete,
no hallaba trabajo “digno de un exministro”, y que ahora se andaba “muriendo de
hambre”.
Aunque ganitas
de ser el subsecretario más joven del Gabinete no me faltaban, al consultar el
caso con mi padre, mi propósito era seguir su consejo, y éste resultó tan
definitivo y tajante y además tan bien respaldado que llegué a mi casa sólo a
contarle a mi mujer el cuento completo y por teléfono le di el “gracias no” al
general Beadle.
Bueno, querido
lector, ya que pudistes llegar hasta estas líneas leyendo mi cuento, por favor,
escúchame unos minutos más para contarte como por fin logré sentar a Juan Ramón
Avilés y a Pedro Joaquín Chamorro Zelaya en una misma mesita, en el recinto de
la dirección del antiguo diario El Comercio, frente a frente y conmigo en medio y lo que siguió después.
Era 1929. Mis
amables amigos, el doctor Salvador Guerrero Montalván, y don José Benito
Ramírez, prominentes miembros de la junta directiva de la Compañía Cervecería
Nacional, me llamaron un día a la oficina del primero, para ofrecerme empleo
como encargado de la publicidad de la Cervecería Nacional, pues todo estaba
alistándose para ofrecer en breve tiempo, el nuevo producto… que todavía no
tenía nombre. Claro está que yo acepté el trabajo de inmediato, pues amarraba
bien como el cargo que entonces tenía, como cronista y traductor de La Noticia.
Más trabajo y más plata para un joven recién casado. ¡Bendito sea Dios!
Como el
mata-tiru-tiru-lá, empezamos a discutir “que nombre le pondremos”. Propuse que
pidiéramos al público sugerir nombres, por medio de cupones publicados en los
diarios locales ofreciendo premios a los ganadores, esto es a quienes
sugirieran el nombre que la Compañía Cervecera aceptara; y propuse que
designáramos un tribunal calificador, de fallo inapelable, que escogiera para
el producto el nombre que encontrara ganancioso; y que el tribunal fuera integrado por los
señores don Juan Ramón Avilés, doctor Pedro Joaquín Chamorro Zelaya y…yo. Tanto
a don José Benito como al doctor Guerrero Montalván, la idea les pareció
luminosa, si yo lograba que Chamorro y Avilés aceptaran formar juntos en el
jurado, algo que de primas a primeras a ellos les parecía muy poco probable.
“Esa es cosa mía”, pensé o dijo yo, y manos a la obra.
Para qué
referir detalles, argumentos, argucias… Ninguno de mis dos amigos se negó de
una vez, pero ambos estuvieron primero muy reticentes. Cada uno pensó que el
otro rechazaría la idea de asociarse con él. Recuerdo la primera expresión de
Juan Ramón: “¿Con Pedro Joaquín Chamorro? Pero si ese señor no querría verme a
mí ni en pinturas”. A su vez, el otro: “Hombre, Calerozco, yo quisiera
ayudarte… La cosa es que me fuiste a poner con Juan Ramón Avilés y ese hombre…
¡Qué va a querer estar conmigo!... Pero si Juan Ramón acepta, yo también”.
Como
lógicamente puede suponerse, siguieron mis idas y venidas. Confidencialmente yo
diría que los dos, Juan Ramón y el doctor Chamorro, en el fondo, no detestaban
la idea de encontrarse. Todo se allanó y se encontraron: —“Juan Ramón, te
presento al doctor Pedro Joaquín Chamorro”. –“Doctor, este caballero es don
Juan Ramón Avilés”.
Muy serios y
estirados, tomaron sus asientos. El asiento permaneció desocupado por unos diez
minutos. Los dos ellos empezaron a conversar… y siguieron conversando primero
con alguna sequedad, animadamente después. Yo pensé, “ya estuvo; mis dos buenos
amigos han simpatizado”.
Los resultados
del concurso no tuvieron ninguna importancia. Triunfó el nombre Xolotlán para la nueva cerveza.
Pero lo
interesante, lo que me llena de satisfacción, es que mis dos buenos compañeros
siguieron cultivando buena amistad, estimándose y respetándose más.
Años más tarde
ocurrió que el doctor Chamorro Zelaya se enfermó gravemente; al saberlo, Juan
Ramón y su señora doña Mariíta Tünnermann se interesaron por su salud, llegaron
a visitar al enfermo repetidamente y cuando acaeció su lamentablemente
fallecimiento, y fuimos a enterrarlo al panteón de Granada, el desfile fúnebre
partió desde la casa mortuoria en Managua. Lo encabezaba el féretro, seguían
doña Margarita e hijos, e inmediatamente después de la familia doliente, iba el
auto en que don Juan Ramón Avilés y doña Mariíta Tünnermann de Avilés
acompañaban a la viuda y los hijos del recordado periodista, novelista,
historiógrafo, académico, Pedro Joaquín Chamorro Zelaya.
Lo que dejo
narrado es algo que nos hace pensar con cuánta frecuencia los prejuicios e
imaginarias ojerizas mantienen distanciadas a personas que de conocerse mejor
se ligarían con relaciones cordiales, nobles, a nivel cultural y varonil, como
ocurrió en el caso de don Juan Ramón y el doctor Chamorro Zelaya.
ADOLFO CALERO OROZCO
Managua,
D.N., agosto, 1978.
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