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En
las hermosas tardes de verano, alumbradas por los últimos reflejos del sol
poniente, es muy poético contemplar en Corinto los variados y lindos panoramas
que se presenta a la vista.
La
persona que por primera vez llega del interior al pintoresco puerto, goza mucho
admirando sus curiosidades. Desde que pasa el tren por el puente Paso-Caballos se
experimenta cierta inquietud, cierto temor. El convoy avanza pausadamente sobre
el largo puente y la marea pasa rápidamente por debajo, dejando espuma en los
remansos.
Cuando
la locomotora con su ronco silbido, celebra el triunfo de haber pasado el
peligro y emprende de nuevo su carrera, podíase contemplar a la izquierda los
inmensos icacales con sus ramajes que llegaban al suelo, cubiertos de sus
sabrosos frutos que invitaban a cortar y a la derecha el Océano Pacífico, de
gigantescas y rugientes olas que, con sus crestas cubiertas de blanca espuma,
se deshacen una en pos de otra en la arenosa costa, tachonada de caracoles y conchas finas de diversas formas y colores.
Todo esto es sublime, bellísimo y nos
prueba la grandeza del Supremo Hacedor.
Al
llegar el tren a Corinto se detenía a la pampa. Por estación había un antiguo
caserón mal construido que no prestaba ninguna comodidad, no servía más que de
bodega.
Era
de admirar en Corinto sus casas todas de madera, tan bajitas casi todas y la
mayor parte de ellas con corredores a la calles. Los pozos que por brocal
tienen un cajón de madera, el que más, tienes dos varas y media de profundidad
en verano, en invierno llega el agua a la superficie. Los pescadores que con frecuencia
salen a coger peces con anzuelos, atarrallas (sic) o chinchorros, no necesitan
saber la cuenta de la epacta para averiguar los días que tiene la luna y el
estado de la marea. Como regla infalible saben que a la salida de la luna es
media vaciante. Las mareas más grandes del año son las de la luna llena de
marzo; cuando estas mareas crecen con tanta rapidez, no parece que éstas suben,
sino que el puerto se hunde hasta llegar el agua a inundar muchas calles.
El
ensordecedor oleaje no se aparta de los oídos y aun en la noche, recogido uno
ya en el lecho se duerme arrullado por ese extraño murmullo.
En
una mañana, al despertar, se oía un ronco silbido prolongado y dos cortos. Era
la “vaca” que tocaba el vigía en la garita, anunciando vapor del Norte. El modo
de comunicarse de El Cardón al puerto, era por señales, no había teléfono
submarino. En el Cardón había una asta de cruz en cuyos extremos colgaban unos
objetos visibles a larga distancia, éstos eran vistos por el vigía, que vivía
en observación en la garita, la que tenía otra asta que dominaba todo.
En
la costa de la bahía se observaba el movimiento. Se veía a los marinos que
afanosos achicaban sus respectivas lanchas, botes, pangas, canoas, chalupas y
bongos. Los marinos de lanchas planas de carga, desde muy temprano, han
empezado a cargarlas de café, azúcar, cueros y otros artículos de exportación.
Al poco rato de estar en movimiento, entre a la bahía el monstruo flotante: es
un vapor norteamericano de una chimenea y dos árboles. En el asta de popa
ostenta la bandera de las barras y las estrellas; en el árbol de popa tiene
izada la bandera de la compañía, en el de proa la de Nicaragua y en el asta de
proa una bandera azul con estrellas blancas.
Se
oye el ruido del ancla que cae al agua por el obenque y tres silbidos
prolongados, anunciando que ya está fondeado y saludando al puerto. Del
muellecito nacional se despedía un bote a cuatro remos con toldo y bandera a la
popa, esta es la visita de ordenanza que la Comandancia de Armas hace a los
barcos. Ningún bote puede atracar al vapor antes que la visita regresa, solo el
de la Agencia de la Compañía. Todos los demás botes están esperando el regreso
del bote de la visita para ir en busca de pasajeros. Se aproximaban
disimuladamente, buscando siempre el favor de la corriente. Entre ratos ponían
sus remos en alas en demostración que esperaban. Entre ellos estaba el Guacamol
de Eufracio (sic), bote muy pequeño pero muy lijero (sic), muchas veces iba
cargado de “loreras”; el Benvenuto que es muy corto para su ancho, por lo cual
se veía muy “barrigón”; el San José de don Carlos Quino, uno de los botes más
grandes; los siglo XX del Hotel Corinto; la Panga de Nando; el bongo de doña
Teodosia, cargado de frutas, huevos, loras, lapas, monos y la mar de cosas. Tan
pronto la visita regresaba, todos al mismo tiempo se dirigían al vapor, los más
listos y ligeros llegaban primero, éstos atracaban y de un salto sus conductores subían la
escalera; al poco regresaban con una balija (sic) en cada mano, trayendo
contratados dos o tres pasajeros. Este movimiento continuaba todo el día,
mientras que las lanchas planas de carga con sus seis u ocho remos y una
ballona (sic) a la popa, manejado por expertos y fuertes marinos, iban llegando
pausadamente por el otro costado, bien cargadas a dejar al barco todo lo que
desde temprano cargaran; este trasbordo lo hacen a vapor, giran una pluma y
dejan caer en la lancha sus lingas en un fuerte gancho tirado por un cable de
acero, éste es impulsado por un poderoso wisnche (sic - cabrestante) de vapor,
y en lingada vienen ocho sacos de café, gira la pluma y al momento desciende
por la boca de escotilla a las profundas bodegas del barco. Estas lanchas
lograban hacer hasta cuatro y cinco trasbordos en el día, lo que les dejaba una
buena utilidad de dinero. Por la tarde se miraba a cada parón de lancha
haciendo entre sus tripulantes, la distribución del dinero que las agencias les
pagaban por su trabajo del día.
Los
boteros hacían tres partes de su ganancia, una para cada uno de los tripulantes
y otra para el dueño del bote. Hay marinos que son dueños de sus botes, a éstos
les quedaba mayor utilidad. Por la noche, cada marino llegaba a su casa con
buena cantidad de dinero, no sin antes haber dejado una parte de él en muchas
taquillas de aguardiente que había en el puerto.
Hay
unos pintorescos paseos que se hacen embarcados. La fortaleza de El Cardón,
ésta es una preciosa isla de rocas de una altura considerable, en él está
situado el faro que sirve de guía a los navegantes. Sigue Boca Falsa,
Castañones, Monte-Ralo, este es un lugar muy concurrido, tanto de paseadores
como de personas pobres que se dedican a sacar huevos de tortugas. El Barquito,
desembocadura de un río, lugar muy citado e histórico, es por donde se hacía el
tráfico antes del Ferrocarril. El Limón, otra desembocadura de río; al frente
del puerto queda la islita de Machuque, donde se cuenta que hay enterrado un
gran tesoro; siguen las Calles de Venecia; más al Norte está el estero de La
Encantada, que se distingue por su enorme peña, la que se descubre solamente en
marea muy baja, en ella se puede cojer (sic) flores de peñas rojas y amarillas.
Más allá la Isla de Guerrero, lugar de tierra firme en la que está situado el
panteón del puerto. Este lugar santo está abandonado, nadie se ha preocupado
por él, entierran ahí a los muertos que no pueden ser trasladados por
ferrocarril al interior o a los que en vida han pedido quedar en ese lugar.
Estos son embarcados en un bote y con muchas dificultades llevados a su última
morada. Está la punta San Bernardo que divide el estero que da al río El
Tesorero y Las Lajas con el de El Realejo y Paso-Caballos.
En
la costa de Palo Bonito estaba el árbol de ese nombre que se distinguía por
estar en la propia costa, de manera que cuando subía la marea podían atracar a
él las embarcaciones y ser protegidas con la sombra de su coposo ramaje, esto
era verdaderamente bonito y de ahí le vino su nombre.
Al
puerto llegan con frecuencia vapores alemanes y buques veleros de varias
nacionalidades. Estos barcos necesitan de un práctico que conozca el canal para
entrar a la bahía, los unos por contrato especial de la Compañía, y los otros
por falta de conocimiento de la entrada. Los prácticos del puerto eran el
Capitán Papi y don Carlos Quino; cuando el vigía anunciaba el vapor alemán,
cuatro expertos marinos alistaban el bote del práctico y se iban con el mar
afuera a encontrar el barco. Desde que se pasa El Cardón empieza la marejada
gruesa, las gigantescas olas henchidas que una en pos de otra van a romperse a
la lejana costa, juegan con el cascaroncito en que va la tripulación del
práctico, unas veces es suspendido hasta la cúspide de una de esas moles de
agua salada y se domina el espacio como una loma, de ahí desciende rápidamente
por la pendiente que queda; hay momentos en que parece que el bote quiere dejar
en el aire a los tripulantes cuando llega a lo más profundo de la oquedad,
entre una y otra ola, no se mira más que mar y cielo, ellas se interponen. Así
poco a poco avanza el bote hasta llegar al vapor. Este ha parado su carrera,
botan una escalera colgante y sube por ella el práctico; al bote le pasan un
grueso cable con el que es remolcado del costado del vapor, éste impulsado de
nuevo por su enorme hélice, empieza a avanzar hacia el puerto, manejado por el
práctico. Los marinos del bote se han distribuido, uno de ellos hace de piloto
y trata de que no pegue al barco, llevado el timón quebrado para afuera.
Es
sublime contemplar el lento balanceo del barco, de proa a popa y de a babor a
estribor, unas veces parece despreciar al que le mira y trata de enseñarle su
quilla y otras venírsele encima como para saludarle. Cuando al vapor le dan su
carrera, el cabo se ateza y el bote se desliza, vertiginosamente sobre las olas,
rompiendo el agua con tanta fuerza que ésta salta por los dos lados de tajamar,
formándose una lijera (sic) lluvia. El bote deja tras sí, no una estela, sino
una meseta de agua más alta que su popa.
Las
personas timoratas no podrán nunca hacer esta bella excursión.
Pongo
punto final a esta mal hilvanada prosa del puerto más bello que tiene Centro
América, según lo manifestó Rubén Darío, y que, a juicio de él, sólo con la
entrada a Río Janeiro, puede igualarse.
ADÁN
DÍAZ F.
Managua.
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