MORAZÁN EN GUATEMALA
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José Francisco Morazán Quezada (Tegucigalpa, 3 de octubre de 1792 – San José de Costa Rica, 15 de septiembre de 1842
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En el escrito a máquina está consignado: El anterior impreso fue copiado por el Dr. Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, de un folleto que existe en The New York Public Library.
Es de un autor anónimo; pero por el estilo parece el mismo autor que escribió las Memorias de Jalapa, o sea de, Manuel Montúfar y Corona.
ESTADO POLÍTICO DE GUATEMALA – ÚLTIMAS OCURRENCIAS DE AQUEL PAÍS –
DERROTA DEL GENERAL MORAZÁN
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10 sept. 2012 - Por esas ironías de la historia, Francisco
Morazán fue fusilado el mismo día en que se dio la independencia de los Estados
Centroamericanos.
Por cartas de Guatemala que alcanzan hasta el 20 de marzo
próximo pasado, se sabe que el General Francisco Morazán ha sido batido
completamente por las tropas del Estado de Guatemala, al mando del General
Rafael Carrera. Este golpe parece haber destruido el poder que el General
Morazán ejercía hace once años, poder conquistado con las armas, mantenido por
medio de la perfidia, manchado con la sangre de los centroamericanos, regado
con las lágrimas de las familias infelices que ha sumergido en la horfandad
(sic) y la miseria. Cuando el General Morazán se presentó en escena pública
como soldado, fue combatiendo por los Estados al gobierno federal: después,
como gobierno federal combatió a los Estados; hoy, resistiendo una reforma es derrotado,
haciendo la guerra a un Estado que arruinó desde 1829, y que se venga hasta ahora.
La
caída de Morazán y partido, no pueda menos de interesar a los americanos,
porque este hombre ha sido dos veces presidente de Centro América, y era en la
actualidad Jefe de un Estado (San Salvador) porque ha autorizado muchos actos
de funesta celebridad en la historia de su país, y porque la catástrofe de que
hoy nos ocupamos, proviene de sus propias faltas, y no de la influencias extrañas como ha supuesto algún escritor malicioso o mal
informado. Vamos a exponer el origen de la revolución que se está operando en
Guatemala, con la mira de evitar interpretaciones equivocadas, y con la de que
las desgracias de Centro América sirvan de lección a nuestros compatriotas.
Sabido
es que el General Morazán al frente de las tropas de los Estados de San
Salvador, Honduras y Nicaragua, ocupó en 1829 la ciudad de Guatemala
(residencia entonces de las autoridades nacionales y de las del Estado), por
una capitulación solemne en que ofreció respetar las vidas y propiedades de los
vencidos; que posesionado de la ciudad olvidó la capitulación bajo pretextos
frívolos, y constituyéndose juez en su
misma causa; que redujo a prisión a todos los ciudadanos que habían ejercido
cargos públicos o tenido alguna influencia en la política del país; que expulsó
del territorio a multitud de personas notables; que confiscó los bienes de
cuantos no pertenecían a su bando; que se apoderó de la persona de M.R. Arzobispo,
y lo arrojó fuera del territorio, lo mismo que a los eclesiásticos seglares;
que ocupó las temporalidades del primero y los bienes de los segundos; y que
después de tantos atentados, ejercidos a nombre de la constitución, de que se
decía protector, fue elevado al mando supremo por su partido bajo las
formas republicanas que irrisoriamente se daban al pueblo en ridículo
espectáculo.
Pero
el General Morazán, proscriptor a nombre de los Estados, no podía respetar la
constitución y las leyes, estando investido del poder, cuando antes de elevarse
a tanta altura las había violado. Tampoco tenía bastantes aptitudes para mandar
solo, o para dominar su partido; y de aquí resultó en su administración una
mezcla de impotencia y de tiranía demagógica, que descontentó a los Estados y
produjo fuertes reclamaciones y la guerra civil. El General Morazán y sus
colegas, triunfantes a nombre de los Estados de la Federación negaron pronto a
estos mismos Estados los derechos que les daba la ley fundamental; autorizaron
a los pueblos para desobedecer a sus autoridades legítimas, y predicando la
anarquía obtuvieron triunfos de que abusaron: donde el ejemplo de ultrajar con
ruindad a los gobernantes caídos, de arrastrarlos de cárcel en cárcel, de
arrojarlos del suelo patrio sin previo juicio, de tratarlos como a las más
viles muchedumbres, desvirtuaron la autoridad, santificaron la insurrección y
sancionaron el poder de la fuerza.
No
contento el General Morazán y sus partidarios con prohibir y confiscar a las
autoridades nacionales y a las del Estado de Guatemala en 1829, con deponer,
encarcelar y desterrar a las de San Salvador en 1832, con fusilar sin formación
de causa a muchos ciudadanos (el mismo año) en los Estados de Guatemala, San Salvador
y Honduras, con prescribir a muchas personas respetables de Nicaragua en 1833,
con tratar de la misma manera a las autoridades de San Salvador en 1834 y a muchos
costarricenses y hondureños en tres distintas épocas; no contestos con destruir
la libertad de imprenta, y emplear la fuerza en las elecciones, con disponer
del tesoro para imprimir periódicos subversivos y calumniosos; no contestos, en
fin con gastar la riqueza pública sin restricción ni responsabilidad, llevaron
su demencia al colmo, atacando la religión y las costumbres del pueblo y
predicando libertad, y estableciendo teorías inadecuadas, que al paso que
oprimían a todas las clases, prepararon la revolución que hoy debe producir un retroceso,
de que no son culpables sino las que, desconociendo su posición, atrajeron el
rayo sobre sus cabezas.
La
pequeña evolución del pequeño pueblo de Jumay, en abril de 1837, revolución que
no era producida sino por el malestar de los pueblos, si tenía otro pretexto
que la ignorancia de unos cuantos labradores de la última clase, fue bastante
para atraer la proscripción sobre todo el vecindario, que por decreto del
gobierno del Estado de Guatemala se mandó arrancar de sus hogares para
trasladar a los puntos que designara el gobierno. Este atentado y las
vejaciones que los militares cometieron sobre los infelices pueblos, fueron
censurados severamente por la prensa; pero no por los enemigos del gobierno,
sino por sus más exaltados partidarios, que quizá no tenían en esto otras miras
que llamar la atención para obtener empleos y suplantar a los que a la sazón
mandaban. La crueldad de éstos, las declamaciones de sus contrarios, el
descontento universal y la indiferencia del general Morazán en tan críticos
momentos, incrementaron la insurrección de las masas, hasta el grado de
sobreponerse al gobierno, no sin causar los estragos que en esta clase de
trastornos se experimentan; pero la facción dominante estaba muy lejos de ceder
a las exigencias de los pueblos, quería solo que éstos le tuviesen la escala
para derribar a un gobernante y suplantarlo; el pleito ordinario de América.
Las
masas acaudilladas por el General Rafael Carrera, que triunfaron el 2 de
febrero de 1838 (llevadas a Guatemala por los partidarios de Morazán),
inspiraron terror a los morazanistas y aunque estos hicieran la corte a Carrera
y lo adularon hasta el exceso, y le abrieron las puertas de la capital, tan
luego como se vieron lejos de las fuerza con que habían triunfado, proclamaron
una cruzada contra ella; declararon salvajes a Carrera y sus soldados y
llamaron al General Morazán para que los exterminase. Pero no eran favorables
las circunstancias para reconquistar un
país que conmovido hasta sus cimientos reconocía su poder y se había acostumbrado a la lucha; así es que
aunque el General Morazán tentó las vías de conciliación, no fueron escuchadas
sus proposiciones, porque nadie podía
confiar en las palabras de quien habían faltado siempre a ella, y porque
exigiendo los pueblos la abolición de las leyes sobre materias religiosas, es
decir, el matrimonio civil y el libre divorcio, etc., y de los nuevos códigos
(que se habían trasplantado del estudio del Sr. Livingston a Guatemala, al
derecho de elegirse jueces, la disminución de los impuestos, el regreso del
clero proscrito, y la devolución de los bienes de éste, o una compensación del
tesoro, tenía el General Morazán que chocar con su partido si cedía a tales
demandas, quizá por su propio interés; y en todo caso, dar oídos a peticiones
que destruían uno de sus grandes hechos, la expulsión de los religiosos.
Eligió, pues, la guerra contra los
pueblos, y sostenido por el vecindario de Guatemala (que teniendo la dominación
de las masas populares, se sacrificó gustoso y prescindió de partidos y
pasiones políticas), adoptó el plan de campaña que creyó más adecuado,
encomendó su ejecución a los jefes militares, y marchó a Guatemala para vigilar
desde allí el cumplimiento de sus órdenes.
Permítasenos
ahora hacer una ligera reseña de las cuestiones suscitadas sobre reforma de la
constitución de Centro América, cuestiones que son de suma importancia, y que
está íntimamente enlazadas con los últimos acontecimientos de aquella nación. El sistema federativo que
en ella se adoptó, tuvo por partidarios a los teoristas imitadores del Norte, y
a los entusiastas provincialistas que no querían depender de la antigua
metrópoli del reino; pero ni unos ni otros comprendían el sistema federativo, y
de aquí provino una confusión que ha tenido funestos resultados. El congreso se
creía facultado para legislar ampliamente y los Estados para no obedecer sino
lo que no atacase su soberanía: el
congreso se reputó superior a todos los poderes, e igual pretensión tuvieron
las asambleas de los estados; el congreso pasaba sus acuerdos a la sanción del
senado, pero podía ratificarlos aunque los desechare este cuerpo; mientras que
el gobierno era un simple ejecutor, sin tener ni aún el voto suspensivo, estaba
obligado a consultar al senado en los casos arduos, y a proveer los empleos a
propuesta del mismo cuerpo; y aunque se decía encargado de conservar el orden, se le negaba la facultad de situar
tropas en los estados, como si pudiese moverlas en otra parte: los gobernadores
o jefes de los estados se reputaban iguales al presidente de la república, y
entablaban cuestiones de preferencia hasta para concurrir al templo; y
finalmente, reinaba tal desconcierto, que todo era el país, menos república
federativa. Convencidos muchos ciudadanos de la imposibilidad de marchar,
empezaron a clamar por una reforma que pusiese término al desorden: la pidieron
los estados y aún se inició en el congreso, que al fin decretó una convención
de estados, que ha impedido Morazán,; pero lejos de accederse a ella, se
persiguió a los que la proclamaban y el General Morazán y su partido se
empeñaron en mantener un régimen que les proporcionaba medios de mandar
discrecionalmente, ensanchando sus facultades cada vez que convenía a sus
miras. Sin embargo, no pudiendo resistir el clamor general, dejó en libertad al
Congreso a los Estados para constituirse libremente, y los autorizó para reunir
la convención nacional. Nicaragua reformó en consecuencia su constitución; y en
Guatemala, que estaba animada de los mismos sentimientos, solo había diferido
hacerlo por la revolución en que se hallaba. Era urgente, sin embargo, reformar
la ley fundamental por haberse exigido una parte de los pueblos del estado de
Guatemala en el nuevo estado de los Altos; y por tanto, no había quien se
opusiese, en público a lo menos, a la reunión de una asamblea constituyente de
aquel.
En
tales circunstancias se presentó el General Morazán en Guatemala (abril de
1838), cuyas autoridades y vecindario lo recibieron como a su protector,
entregándose sin reserva y sin excepciones de partido, aun el de 1829, en sus
brazos, y exponiendo cada cual sus ideas sobre el estado de la cosa pública. En
manos de aquel caudillo estaba conquistar un nombre eterno, obrando en
justicia, accediendo a las demandas de los hombres buenos, y restableciendo a
Guatemala al goce de la paz y de la libertad, de que se veía privada por
consecuencia de los pasados trastornos; para vencer a Carrera contaba entonces
con toda la parte ilustrada y propietaria de Guatemala, sin excepción de
partidos. Pero el General Morazán, con que tanta decisión había decretado y
sostenido las más inmensas providencias, no pudo, o no quiso, o no supo hacer
otra cosa en Guatemala que burlar la
expectación pública; y después de soltar algunas medias palabras, y expresar
algunas medias ideas, se marchó a San Salvador, dejando en pie la guerra delos
pueblos acaudillados por Carrera, y a los partidos en un estado de verdadera
hostilidad. Le importaba más ir a San Salvador, a impedir las reformas de que
se ocupaba el congreso en general.
Continuó
por algunos días la guerra intestina, guerra atroz de devastación y sangre, en
que nunca podía quedar victorioso el gobierno, que tenía necesidad de soldados
pagados, al paso que los pueblos, peleando por el instinto de su conservación,
empezaron pronto a obtener ventajas. Estas obligaron a la Asamblea Legislativa
de Guatemala a dar algunos decretos en armonía con el voto de la mayoría del
estado, y en el mes de julio 1838 se publicó una amnistía, se convocó una asamblea
constituyente, se suspendieron los nuevos código, y encargando el gobierno a la
persona llamada por la ley, entró dicho cuerpo en receso. Nada de esto podía
convenir al General Morazán y sus partidarios, que veían desaparecer su poder
en Guatemala y temían la vuelta de los proscritos; y así es que se reservaron
anular todo lo practicado en la primera ocasión favorable. No pasó mucho tiempo
sin que ésta se presentase, porque los tenientes de Morazán dirigieron mal las
operaciones militares, y dentro de pocos meses (septiembre de 1838), las masas
populares mandadas por Carrera dominaron el estado y amenazaron la ciudad en
que residía el gobierno. Este confió el mando de sus tropas al General Carlos
Salazar, sujeto de bastante capacidad, y morazanista decidido, quien por el
momento consiguió triunfar de Carrera en una sorpresa; mas no llevó adelante
sus apelaciones, que por falta de recursos, ya porque estaba más ocupado de
usurpar el gobierno que defenderlo. Los pueblos a pesar de su derrota se
rehicieron pronto, y redujeron a llamar de nuevo en su auxilio al General
Morazán, quien se prestó a venir a Guatemala, no precisamente por hacer el
bien, sino por reanimar a sus partidarios y trabajar por su cuenta. En esta
ocasión puso él como a sus errores al citado General, preparó su última derrota, de que en vano acusará
al destino, ni a los hombres, porque sólo la debe a su falsa y egoísta
conducta.
Tan
luego como el General llegó al territorio del estado de Guatemala, comenzó a manifestarse
desabrido con el gobierno, y a entenderse sólo con el General Salazar, cuya
insubordinada conducta merecía más bien un severo castigo, que amistad íntima y
constante deferencia. Una pequeña división con que el nuevo estado de los Altos
auxilió a Guatemala, al mando del General Agustín Guzmán, se puso en campaña a
las órdenes del General Morazán, quien, contando con fuerzas suficientes para
hacer la guerra, marchó a la capital antes de obtener ventaja alguna de importancia,
dejando a Guzmán encargado del mando de la división que obraba contra Carrera. Este
se manifestó entonces dispuesto a tratar con Guzmán, y sin la intervención de
Morazán hizo la paz, obligándose a entregar las armas, quedándose con las muy
precisas para mantener el orden en los pueblos sublevados, y tomando por
garante de la capitulación al mismo Guzmán. `Tanto se desconfiaba de la palabra del General
Morazán.´ Este ratificó el trabajo, sin dignarse dar cuenta al gobierno de
Guatemala; y tan luego como se recogió el armamento y pudo descuidar por esta
parte, hizo reunir la asamblea que había decretado antes no tener más sesiones
y estaba disuelta y terminada; depuso por medio de sus hechuras al encargado
del gobierno, D. Mariano Rivera Paz; colocó en la silla al General Salazar,
quién, fiel discípulo de Morazán, le había servido ya para que ocupara de hecho
el gobierno de otro estado, alevemente invadido. Cuando Morazán hubo hecho esta
mudanza regresó a San Salvador, dejando desarmado al estado de Guatemala, y
llevando con sus tropas el 13 de abril de 1839. En honor de éstas y de su
caudillo, debemos decir que no cometieron actos de venganza, y que se limitaron
a reponer el gobierno legítimo y ponerse a sus órdenes. Esto, tan luego como se
vio restablecido, entró en relaciones con los demás estados; celebró con ellos
tratados de amistad y alianza, y reunió sus Asamblea Constituyente. El estado
de San Salvador, dominado ya por Morazán, se manifestó entonces hostil hacia la
administración de Guatemala; y el de los Altos, extraviados por los perversos
consejos de algunos partidarios de Morazán que allí se habían asilado, no
contento con manifestar desvío, dejó insultar impunemente a los comisionados de
Guatemala, no pudo evitar que se atentase contra los viajeros pacíficos, y
rehusó ratificar el tratado de amistad con Guatemala, todo para preparar los
ánimos en favor del General Morazán, cuyo plan existía entre este y el General
Guzmán, por medio de los emigrados guatemaltecos de los Altos.
Habiendo
alcanzado Morazán un nuevo triunfo sobre las tropas de Honduras, y logrado
sofocar las insurrecciones de casi todos los pueblos importantes de San
Salvador, se proponía invadir el estado de Guatemala en combinación con el
General Guzmán, comandante General de Quezaltenango, a cuyo efecto hizo marchar
al General Salazar a la frontera de Guatemala. Pero el General Carrera
desbarató esta combinación, marchando sobre Guzmán, a quien batió e hizo
prisionero, no sin correr riesgos personales por salvar a este jefe del furor
de la tropa. El gobierno de los Altos se disolvió, dejando a los pueblos hechos
presa de algunos soldados y gente desenfrenada que cometió excesos sobre la
población de Quezaltenango, mientras el General Carrera no se presentó con sus
tropas a restablecer el orden. Esto fue a fines de enero y desde entonces los
Altos se reincorporaron a Guatemala.
Cuando
esto sucedía, otra nueva desgracia vino a aumentar los embarazos del General Morazán.
La división del General Cabañas que hacía la guerra en Honduras, fue
completamente batida por las tropas de Honduras y Nicaragua, y el influjo de
Morazán quedó reducido a San Salvador solamente en donde la fuerza hace callar
el voto público y sofoca las repetidas insurrecciones de los pueblos. En
semejante situación levanta el General Morazán 2.000 hombres, y el 6 de marzo
emprende su marcha sobre Guatemala, cuyo gobierno nada supo hasta que se
hallaba el enemigo a treinta leguas de la capital. El general Carrera marchó a
su encuentro; pero creyendo más segura la victoria se evitaba el primer choque,
envió una pequeña guarnición a la ciudad con orden de sostenerse mientras el
maniobraba sobre la retaguardia y flancos que apenas se había puesto en estado
de defensa; y después de un breve combate desalojó a la tropa del gobierno, y
se posesionó de la plaza principal, y de los puntos del Calvario y de San Juan
de Dios, para dominar toda la población; pero el General Carrera lo atacó
inmediatamente; batió su retaguardia; lo desalojó de los arrabales; lo obligó a
defenderse dentro de las trincheras de la plaza que acababa de tomar; el 19 a las
cinco de la mañana las asaltó y derrotó
completamente a Morazán, haciéndole más de 300 muertos, entre ellos unos 20
oficiales, y obligándolo a huir con poco más de 100 hombres, pues casi todo el
resto de su tropa ha quedado herido y prisionero. El vecindario de Guatemala
tiene pocas víctimas que llorar; y si ha habido desórdenes y excesos en los
momentos del triunfo, lo que estamos muy lejos de aprobar, se deben a la
invasión aleve del General Morazán, a la exaltación de las masas populares,
exasperadas de onces años de tiranía, a una guerra de tres años, durante las
cuales se ha tratado a los pueblos como salvajes, y a la convicción en que se
halla la mayoría, y especialmente las masas, de que todos sus males y los
ataques a la religión, se deben al General Morazán y a su partido, única y
exclusivamente.
Cuando
decimos ataques a la religión, no se entiende la abolición de las órdenes
monásticas y la usurpación de los bienes repartidos entre los que triunfaron en
1829, ni la expulsión del M.R. Arzobispo, ni otras materias susceptibles de
injusticias, de error, de ilegalidad y falta de poder legítimo; pero que no
atacaban la creencia popular, aunque atacaban sus afecciones, sus costumbres,
su piedad y sus gustos, hablamos de ataques, tiránicos como impolíticos, que
unidos a aquellos golpes, formaron un todo que parecía dirigido, no ya a
disminuir la influencia del clero, sino a anular una religión única de hecho, y
el único lazo que podía mantener una sociedad en que las leyes habían perdido la fuerza y su eficacia, así
como la autoridad había sido humillada, desacreditada, encarcelada y
proscripta, donde se había excitado y lanzado a la masas contra todo lo que
existía de antiguos propietarios, y done el corto saber de nuestra media
civilización se había calificado de usurpadora y tiránica aristocracia.
Hablamos de esas leyes que unidas a la persecución del clero y a la ocupación
de sus bienes aparecieron después, tales como el matrimonio civil y su
disolubilidad, sin consideración al dogma ni a las costumbres; la abolición de
los días festivos por la autoridad civil, y
otras materias que naturalmente debían producir una reacción, y esta
reacción como todas las reacciones, irse necesariamente al extremo opuesto y
abolir en unos confusamente lo útil y perjudicial.
De
esto es culpable el General Morazán, que tantas veces tuvo en sus manos los
destinos de Centro América; que pudo evitar los males y fundir los partidos;
que pudo moderar la acción imprudente de exaltados teoristas sin cálculo, de
furiosos imitadores que no conocían su propio país, y que creyeron hacer un
pueblo de filósofos de --- que
necesitaba escuelas de primeras letras para aprender el silabario, y saber
después lo que son leyes y lo que es moral pública, separada de la moral
religiosa, cuyo auxilio se contaba, si no por perjudicial al menos por
superfluo, por rancio, por retrógrado, por oscurantismo, palabra de moda
en los que no ven claro, ni saben distinguir lo que conviene a cada pueblo y a
cada estación de la vida civil de las sociedades; el General Morazán, que
llamado por todos los partidos en que estaba dividida y subdividida la parte
civilizada para defenderla contra las masas que se habían sublevado en las
montañas con pretextos religiosos y contra una tiranía ejercida en nombre de
los principios liberales que se desmentían, no supo aprovecharse de tan feliz
coyuntura para establecer un orden social, un sistema seguro y vencer con tantos
recursos juntos, masas que entonces parecían insurreccionadas contra todo lo
que existía de civilización. Pero el General Morazán, contra todas las
expectativas, y con sorpresa de cuantos se habían comprometido, que por
desgracia era toda la gente pensadora, hace la paz con Carrera, le quita
algunos fusiles y le deja todavía armado en su montaña impenetrable; desarma a
Guatemala, deja sus rentas empeñadas por mucho tiempo y cansados y empobrecidos
a sus vecinos con pedidos y exacciones; disuelve las milicias del estado y se lleva
las armas; y para colmo de males, derroca al gobierno legítimo del estado y
suplantar a D. Carlos Salazar. ¿Qué recurso quedaba a los guatemaltecos sino
unirse a Carrera, ceder a sus pretensiones religiosas y procurarle dirección y
apoyo?
Por
un año consecutivo, desde el 13 de abril de 1839, Carrera ha sido fiel apoyo de
la causa y del gobierno del estado de Guatemala; tratado como una fiera por sus
enemigos, denostado como un salvaje, muchas veces ha sacrificado sus venganzas
a las insinuaciones el Gobierno: nada ha exigido de éste para sí y para sus
tropas: sus pretensiones se han dirigido a la abolición de las leyes sobre
materia religiosa, a la abolición del juicio por jurados, que los pueblos no
pudieron entender y menos practicar, y a un código copiado de un proyecto
escrito por Luisiana.
¿Quién
puede prever las consecuencias de este triunfo del General Carrera? El podrá
atraer la caída completa de Morazán y de su partido, aprehender o no a este
jefe las tropas de Carrera. La caída de Morazán sería un mal para Centro
América, si dócil como debió serlo al clamor de los estados por una reforma, la
hubiese apoyado, lejos de contrariarla; o si cuando los mismos estados
manifestaron su deseo y decisión de separarle de los negocios públicos, no se
hubiese empeñado en dirigirlos, ya desde el gobierno en que era desconocido y
cuya misión había terminado, ya a la cabeza de las tropas, haciéndose nombrar
por su cuñado general de ellas, ya haciéndose elegir gobernador del estado de
San Salvador. En tal situación sólo podía ya ser causa de guerra, y sólo en
triunfo podía afirmarle; este triunfo era difícil contra los tres estados, y
cuando el de San Salvador se ha insurreccionado tantas veces contra el General Morazán.
Más de un año hace que los estados de Centro América se gobiernan
independientemente, sin lazo legal alguno de unión federativa: la nacionalidad
ha desaparecido y Morazán ha contrariado constantemente la reunión de una
convención nacional que reorganizase la república. Así, él es el autor de la
desorganización actual: lo es de los males consiguientes al aislamiento con que
se gobiernan cinco estados, débiles por ellos mismos, y de los diversos sistemas que se adoptan: lo
es de la mayor importancia del General Carrera, porque no habiendo podido vencerle, y habiendo
transigido con él, desarmó a Guatemala, y dejó armado a Carrera, y será
responsable de todas las consecuencias. Por último el mayor de los errores, el
mayor de los males que pudo hacer a Guatemala, después de los que le ocasionó
en 1829, es el de haber invadido el estado en marzo de 1840, porque aun cuando
se hubiera posesionado de la capital, no había dominado más que el terreno que
pisara, sin posibilidad de triunfar de los pueblos, cuyas masas domina Carrera
con intereses verdaderamente populares; y si en 837 y 838 no pudo aniquilarle
con toda la cooperación y recursos de todas las clases del estado, al presente
que la mayoría de éstas está unida a Carrera, y que la experiencia de 838 hacía
tan odioso a Morazán, era imposible que tarde o temprano dejase de triunfar
Carrera.
Hemos sacado
estas noticias de diversos papeles públicos de Guatemala, y de cartas particulares de aquella ciudad, y
entre los periódicos del Tiempo, y de
unas reflexiones escritas con mucho juicio y moderación por el Dr. Alejandro
Marure, sobre el influjo del General Morazán en los acontecimientos políticos y
militares de aquel estado, desde el año de 1837.
FIN
(Impreso en México, en 1840)
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