Liminar: Ahora nos asomaremos por la ventana desde la cual puede avistarse una más del servilismo piramidal. Betún y cepillo de manufactura criolla. Aunque este episodio de hace 90 años está circunscrito a la ciudad de Diriamba y tiene estamento de clase, del pecado original no escapan los perfumados de copete y tampoco los caitudos. El servilismo colectivo tiene arraigo en muchos ámbitos, sobre todo, en el estanque de la política, donde muchos arriman para succionar.
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Escritores de Carazo
Sociología intuitiva
UN CASO DE SERVILISMO COLECTIVO
En: El Gráfico, “Semanario Nacional Ilustrado”- Editores
propietarios: Ángel M. y Carmen J. Pérez e hijo, Ltd. Año VI. Managua, D.N. 1 de Enero de 1931. Núm. 228.
En
una ciudad de nuestro país había una gran parte de la sociedad de alto copete
que apenas llegaba a tender su tienda a aquel lugar cualquier foráneo intrépido
o taimado, corría presurosa a insinuársele de modo humillante, doblegando el
espinazo ante el recién llegado, a quien bien pronto elevaban a la más alta
cumbre social del pueblo. La casa del foráneo se convertía a los pocos días en
club o en casino, pues era allí donde se daba cita la mejor sociedad.
Mientras
esto ocurría, la media y la baja sociedad eran miradas por la alta con profundo
desdén, con indiferencia suma.
Cierto
día se apareció en la ciudad un joven matrimonio compuesto de un galeno bien
parecido y avaro y de una dama graciosa y atrayente. No pasaron muchos días sin
que la casa del matrimonio ése, fuese convertida en el mejor centro de recreo
de la ciudad. Los caballeros y las señoritas se gloriaban pronunciando con
deleite indecible, a diestra y siniestra, los nombres del Dr. Alejandro
Carranza y de su esposa doña Margarita:
era así como se llamaban los recién llegados.
No
había conversación, de cualquier índole que fuese, en que no figurasen el Dr. Carranza y doña Margarita: ellos eran
el plato del día; ellos lo llenaban todo; ellos ocupaban la mente de toda
aquella sociedad, día a día, hora a hora, minuto a minuto.
En
el transcurso de un lustro que vivió en aquella ciudad el dichoso matrimonio,
el Dr. Carranza fue Alcalde tres veces, Presidente honorario o efectivo de
cuantas asociaciones políticas, religiosas o de orden social se establecieron;
fue el médico preferido de todos los hogares y el ídolo de todos. Así también
doña Margarita era la mimada del conglomerado social: en todas las fiestas ella
era la reina; en los bailes, los más altos linajudos se disputaban el honor de
danzar con ella, y daba lástima ver cómo las más orgullosas señoritas le
rendían pelito homenaje, humildemente, servilmente.
Comprendiendo
cómo era aquella gente, el Dr. Carranza y su señora la explotaron a maravilla:
en su farmacia no solo vendían medicinas, sino también legumbres, licores,
sombreros de antigua usanza que los caballeros compraban a un alto precio con
satisfacción, ý hasta varitas pintadas en diversos colores, que los niños de
los ricos compraban con fruición para jugar con ellas.
Un
día cundió la noticia en la ciudad de que los esposos Carranza se irían rumbo a
México. La sociedad se conmovió, las demostraciones de pesar por la ida de
aquellos seres queridos fueron abundantes y servilescas. Lo más conspicuo de
los caballeros acordó obsequiar al Dr. Carranza y señora con un espléndido
banquete la víspera de su viaje.
Y
la hora del banquete llegó; y el momento del champán también llegó: los brindis
menudearon ensalzando los méritos del Dr. y hasta hubo pasajes en ellos que
culminaron en llanto.
Tocó
hablar al Dr. Carranza cuando ya su mente estaba exaltada por el mucho licor
que había ingerido. Todos esperaban un discurso lleno de sentimentalismo y
compuesto de frases empapadas de llanto. Más el Dr., acosado por tanto brindis,
contestó en estos o parecidos términos:
“Señores:
Jamás he
estado en una población como ésta: vuestros corazones en vez de bondades
derraman servilismo; vuestras almas abyectas fueron creadas para vivir de
rodillas; en este pueblo no hay dignidad personal, mucho menos colectiva; sois
soberbios, altivos y hasta crueles para con vuestros coterráneos que no tienen
el baño dorado del dinero. En corrillos o en la soledad de las alcobas habéis
destrozado el honor de algunas de vuestras principales damas, haciéndolas
aparecer en secretos amoríos conmigo. Me habéis hecho un tanto rico merced a
vuestro…”
El discurso
del Dr. Carranza fue interrumpido por los tenedores y los cuchillos que,
empuñados por todos los comenzales (sic), se irguieron en actitud amenazante contra el orador. La
concurrencia se lanzaba contra el Dr. para lincharlo, cuando uno de los
caballeros golpeando fuertemente la mesas, dijo en altas voces:
— ¡Alto, señores! No permito que
toquéis a este hombre. Yo, al contrario de lo que vosotros pensáis en este instante,
lamento que no lo hayáis dejado terminar su alocución. Hemos recibido de él una
lección preciosa: debemos agradecérsela.
Vosotros
juzgáis que lo que nos ha endilgado son
insultos que merecen su castigo, tanto más cuanto que hemos sido exageradamente
bondadosos con él y su señora. Son insultos, en verdad, pero benéficos para
todos nosotros. Es la paga más valiosa, el agradecimiento más práctico que nos
da el Dr. Carranza en cambio de nuestro proceder rastrero. Lo que él ha dicho
tiene un valor inapreciable, es la verdad desnuda que hará cambiar la
orientación social de nuestro pueblo. En lo futuro seamos cultos y atentos con
todos los de afuera, pero con dignidad y con decencia: nada de servilismo, nada
de abyección, nada que nos baje a la condición humillante en que hemos vivido.
Levantemos por medio de la cooperación y el estímulo el nivel social y
económico de muchos de nuestros conciudadanos que no ascienden por el medio
ambiente estrecho e ingrato en que les ha tocado nacer.
Y
fue aquel acontecimiento, el origen de la renovación de aquel pueblo, la base
granítica sobre la cual se levantaron caracteres de valor intrínseco.
Manuel Quintero E.
Diriamba, Centroamérica.
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