───── Ω Ω Ω ─────
───── Ω Ω Ω ─────
En vez de compadecer a los ignorantes que ocupan la infecunda superficie de los libros, se convierten en crítico felinos porque se creen enciclopedias ambulantes que de todo entienden; piensan estar colocados en el pedestal de la sabiduría, muy lejos de la estúpida y cándida muchedumbre, porque no ha mucho salieron con el diploma de bachilleres bajo del brazo, signo característico, para ellos, de haberse engullido todos los ramos del humano saber, aunque, llegada la ocasión de redactar un oficio, ignoren las raíces de las palabras más comunes, sin embargo de que algunos conozcan al dedillo el epítome de la lengua castellana, que no ha podido digerir. Si no saben nada práctico, bien que esto forme parte sustantiva del saber, poco les importa a los archi-sapientes monseñores.
¿De qué le sirve a un joven poseer la ciencia de Hipócrates, si no sabe aplicarla a los casos ocurrentes?
Pruébese la sabiduría de manera aceptable, sin necias petulancias. No hay obligación de creer lo que no se demuestra, y la vociferación y el adobamiento de ligeras nociones no es credencial ni pasaporte para arribar a la inmortalidad, mucho menos para incluirse en la jerarquía de los sabios.
Califican de estulto al hijo del vecino. Tal aseveración no es el termómetro de la colectividad, el guía de la opinión pública sensata, menos la base que servirá a la posteridad para dictar su sentencia definitiva colocando imparcialmente a cada individuo en el lugar que le corresponde.
La enseñanza intermediaria, como su nombre lo indica, es únicamente un medio para llegar con más o menos aptitudes al estudio profesional.
¿Por qué tanta petulancia cuando apenas se han chapeado las nociones sin práctica de algunas asignaturas? Porque salen graduados por unanimidad. ¿Esto les basta para sentirse sabios
¡Recapaciten, omnipetulantes monseñores!
Sócrates, el más ilustre de la humanidad antigua, concluyó diciendo: “Sólo sé que no sé nada”, y aquí en el terrón de Nicaragua han brotado jovenzuelos que al decir de ellos debería considerárseles superiores a Sócrates, pues mientras éste –uno de los pocos genios que han dado luz al mundo—, después de mucho estudio, llegó a saber que nada sabía, aquellos bachilleres que apenas han iniciado sus primeros conocimientos en ciencias o letras— ya saben que todo lo saben.
Estas pretensiones traen a la memoria la de aquel inocente niño que dentro de un hoyo abierto con su diminuto índice trataba de echar toda el agua del océano.
Usted, señor de pigmea estatura e inconmensurable pretensión científica, baje sus campanillas trigonométricas y aplíquese aquella sentencia latina: “nosce te ipsum”.
¿Qué estudia U.? Milicia. –Entonces ocurro de hecho ante la autoridad de Balmes, que dice: “El inmoderado deseo de la universalidad es una fuente de la ignorancia. Queriendo saberlo todo se llega a no saber nada ¿De qué le sirve a un militar el ser botánico si ignora el arte de la guerra? ¿De qué a un abogado el ser un buen geómetra si se olvida de la jurisprudencia?” “Cada medio siglo y más ordinariamente cada siglo o cada dos siglos, aparece un hombre que piensa; en lo demás del tiempo la escena permanece vacía y hombres ordinarios vienen a ocuparla” –oíd, monseñores, está loco Jaime, esto es un atentado contra vuestras señorías pensantes.
¿Por virtud de qué ley se mezclan en ciertas proporciones los cuerpos simples? ¿Qué aprendeos cuando se nos dice que el hombre es un animal razonable o que el triángulo es un espacio cerrado por tres líneas? ¡Alerta, monseñores! ¿Por qué el eje de la Tierra no es o no es ya perpendicular al centro del Sol? ¿Por qué está inclinado sobre la eclíptica, la cual no coincide con el ecuador? ¿Por qué el centro de gravedad terrestre no corresponde con el centro de la figura? ¿Estos fenómenos o proceden del cambio sucesivo del medio cósmico que atraviesa, de la temperatura o de la constitución del globo? Bajo la forma interrogativa se dirige a vuestras eminencias el ilustrado literato doctor R. Contreras. Es indudable que despejaréis estas incógnitas, dados vuestros conocimientos teóricos y prácticos en la ciencia cosmológica. Mediante vuestras personalidades pensantes y vuestra sabiduría infinitesimal, discurrid el método para suprimir la Vía Láctea, sin afectar la existencia del Sol y por consiguiente la de la Tierra.
Hablemos de Poesía.
Se alude en términos desfavorables a Espronceda, Zorrilla, Virgilio y Homero, el peregrino cantor de las épicas rapsodias; se critica rudamente a Garcilaso. ¡Qué falta de originalidad, de pensamiento y de armonía! Exclaman los críticos hueros, quienes no han podido comprender el triste y ridículo papel que representan al esforzarse por imitar, en lo científico y literario, a aquel que se empeñaba en escupir a la luna.
La serpiente se desenrosca, abre las fauces, se despereza e interroga al infinito que la deslumbra con sus mágicos incendios.
Sin ningún estudio, sin ninguna escuela, apenas chafallado un cuarteto, avientan puñados de limo a glorias intangibles, astros que eternamente resplandecerán en ese cielo que colora de azul la lejanía.
El hongo del muro pretende cubrir con su blanquizco paraguas la verde majestad de las encinas.
El juicio irresponsable del vulgo con su asquerosa excrecencia manchar desea el pergamino sagrado donde reposa la severa sentencia de los siglos.
Se ha multiplicado la inmigración de literómanos.
El amanuense se la lleva de erudito y de letrado; el analfabeto tiene pujos de filósofo; el tinterillo consuetudinario derrocar pretende al sabio jurisconsulto; el vagabundo palaciego –vacío de conocimiento— se cree literato por que zurce, con frases hechas, articulejos insustanciales, porque suena los platillos del elogio mutuo para poder ostentar en su conjunto, al aire libre, el rótulo de Distinguido Escritor; el barbero de navaja critica al Barbero de Sevilla, y hasta el oscuro cortador de leña toma parte en ese negro festín donde el odio del impotente se ayunta con la sistemática venganza, para crear ese monstruo capital: Envidia.
El murciélago atrapar pretende el cetro del águila; el fuego fatuo, la primogenitura en la familia de los brillantes astros; la mano flácida del sacrílego, el cayado del pastor. De ahí esa generación deforme: los advenedizos que transitando van por las Caudinas Horcas…
Se ha subvertido el orden.
¿Por qué sucede así?
Porque las medianías y las nulidades triunfan, y hasta bajo la chaqueta andrajosa del soldado arde el deseo de llevar impunemente la toga y el birrete; porque la ambición de ser el primero en la categoría del talento, existe, pero sin escuela y sin estudio, como si no hubiera muerto la utopía de la ciencia infusa.
Estamos a media noche por más que pretendamos bañar nuestros cerebros en la plenitud de la luz de las horas meridianas.
CORNELIO SOSA
Nicaragua, octubre de 1909
No hay comentarios:
Publicar un comentario