domingo, 30 de enero de 2022

EL CLUB AZOTEA Y OTROS RECUERDOS DE DON "MINCHO" Y PÉREZ VALLE. (Cosas Veredes Sancho Amigo). Por: Mario Fulvio Espinosa. La Prensa, 26 de febrero, 2006.

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COSAS VERDES SANCHO AMIGO

EL CLUB AZOTEA Y OTROS RECUERDOS DE DON “MINCHO” Y PÉREZ VALLE

Por: Mario Fulvio Espinosa

Como decíamos ayer, un grupo de “recordadores irredentos” de la perdida Managua nos reunimos periódicamente en la “Peña del Viejo Solitario”, lugar paradisíaco que un Mecenas anónimo ha puesto a nuestra disposición para que ahí, mimados por la bella Dane, hilvanemos recuerdos y conversemos sobre vivencias que anhelan salir del alma

SALVAR LOS RECUERDOS

Desde hace varios años en cada Luna Llena nos reunimos en la “Peña del Viejo Solitario para pescar añoranzas. En este lugar mítico los “recordadores irredentos” damos rienda suelta a la imaginación y las historias, cuentos y leyendas fluyen como una Fuente Castalia inspiradora.

Sabemos bien, los parroquianos de ese privilegiado lugar, quelas oportunidades de evocar cosas del pasado van perdiéndose en la vorágine de un sistema que pretende sepultar nuestra historia, para convertirnos en simples compradores compulsivos. Por tanto… urge poner a salvo los recuerdos.

Danae es una mujer alabastrina, los dioses le han concedido el privilegio de la belleza eterna de Venus y la prudencia y sabiduría de Minerva. Nosotros la vemos ir y venir por la regia casona caminando con sus pies alados, y le consultamos cuando es menester tener su opinión a fin de estrechar aún más nuestros lazos fraternos.

Al grupo original de invitados, entre los que figuran Ricardo Trejos Maldonado, Salvador Espinoza, Carlos Ocón, Manuel Aragón Buitrago, Wilfredo López, Alí Benito del Castillo, Luis Rocha y otros, a menudo agregamos invitados especiales. Esta vez ha llegado el abogado Benjamín Pérez y el acucioso investigador Eduardo Pérez Valle que desean también pescar recuerdos.

En esta noche del 13 de febrero la Luna ha decidido despojarse de todos sus velos, espléndida en su plenilunio con su luz ilumina el bello jardín donde, debajo de una pérgola de fragantes flores, permanecemos reclinados sobre suaves divanes, al mejor modo de los dioses del Olimpo.

La conversación de estos amigos es venturosa, cada quien tiene algo que decir y se respeta, por natural cortesía, a quien habla, nadie trata de interrumpir o aplastar a los demás con prolongadas intervenciones, y los otros escuchan atentos, a sabiendas que la mejor virtud del conversador es saber escuchar, además, todo lo que ahí se dice contiene excelsos valores, experiencia, sabiduría, tolerancia, buen humor, respeto, sentido de justicia, y nobleza de sentimientos.

LOS FASCÍCULOS DE LA PRENSA

         Pérez Valle trae a colación la publicación de fascículos que realiza LA PRENSA con informaciones y fotografías que revelan la vida cotidiana de los nicaragüenses desde inicios del siglo XX. “En uno de ellos –dice— apareció una fotografía de la Avenida del Centenario, ese grabado rescató recuerdos puesto que ahí aparece el edificio Carrión, frente a Ludeca, donde mi padre arrendaba un segundo piso que fue durante once años nuestro hogar”.

         Entrecierra los ojos Pérez Valle para evocar lejanías. Los años de infancia habitando en el centro de Managua, los primeros juegos y ensueños. “Siempre procuro, como labor impostergable, conversar con gente anciana, con esos viejitos octogenarios o nonagenarios que arriban al ocaso de la vida. Al extinguirse la vida, muere la historia en el encierro de la memoria”.

         “Quiero –agrega—, mencionar a algunos de estos sabios ancianos que aún viven y con los que debemos conversar cuanto antes, pues ellos son filón de la historia”. Uno de ellos es don Carmen de Jesús Pérez Cano, sucesor de la familia de don Horacio E. Pérez, el fundador de los Fotograbados Pérez. Creo que frisa los 81 años, pero se mantiene fuerte, centrado y rebosante en anécdotas y acontecimientos históricos.

         “Debemos recordar que don Horacio. E. Pérez fue, junto con don Juan Ramón Avilés, el fundador del diario La Noticia que por largos años fue el decano de los diarios nacionales. Por otra parte, don Carmen vivió en el centro de Managua teniendo como vecino al doctor Santos Jiménez –que también vive—, y fue comandante del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Managua.

         Alí Benito del Castillo ha entrado como en trance, levanta su mano y todos volvemos hacia él la mirada. “La virtud de estos fascículos es muy simple, con retazos de historia cotidiana han despertado recuerdos que estaban dormidos y sin posibilidades de despertar. Nadie había tenido esa idea pues la tendencia general de los hombres es derivar de la política y la economía todos los acontecimientos de la historia. Por eso, al descubrir que existen otros valores más humanos que subyacen en los hechos, nuestro pueblo ha despertado de manera sorprendente, dirigiéndose a ellos con abundancia de testimonios gráficos”.

LOS 83 HIJOS DE DON ALBERTO SOLÍS

         Pérez Valle puntualiza que en el fascículo 130 de LA PRENSA figura un pequeño segmento anecdótico de la vida de don Alberto Solís Velásquez, el empleado público de más antigüedad laboral en Nicaragua. Don Alberto nació en Masaya el 3 de junio de 1876, fue hijo de don Miguel Ángel Solís (español), y de doña María Velásquez. Para el año 1963 don Alberto tenía 79 años de trabajar como empleado público, también para esa fecha ya tenía 83 hijos, entre legítimos y naturales, y más de cuatrocientos nietos.

         El 9 de noviembre de 1963 recibió una medalla de reconocimiento como el empleado más viejo al servicio del Gobierno, comenzó a ejercer el oficio de telegrafista bajo la dirección de don Telémaco Castillo, director de Comunicaciones duran el gobierno de don Roberto Sacasa, posteriormente fue subordinado de don Santos Castillo, quien al decir de Solís Velásquez “acostumbró sancionar a los telegrafistas que se equivocaban en transmitir o descifrar un mensaje telegráfico, ordenaba capturarlos, raparlos, untarles en la cabeza sebo serenado y luego los sometía al escarnio público”.

         El mismo don Alberto le contaba al periodista Pedro Rafael Gutiérrez (q.e.p.d.), que al llegar el año nuevo de 1900 muchas personas enviaron mensajes adoloridos de despedida a sus familiares y amigos, porque corrió la noticia que con el nuevo siglo llegaba el fin del mundo y se esperaba el desplome del cielo.

         Tres años y cuatro meses después del 63, LA PRENSA publicaba la noticia de la muerte del señor Solís, “que impuso récord en años de servicios y en número de hijos”. En el ocaso de su vida decía: “Estos momentos son para mí en extremo difíciles de definir. Me siento triste, enamorado, como he estado de mi viejo telégrafo, me duele verlo tirado en un rincón como si fuese una vieja guitarra”.

DON BENJAMÍN Y EL CLUB AZOTEA

         Calló Pérez Valle, hubo un momento de silencio y reflexión entre los habitúes de la Peña, el cual fue roto por Don Benjamín Pérez Fonseca, el amigo exprocurador de Derechos Humanos. “Yo quisiera traer al recuerdo el llamado Club Azotea, que después recibió el nombre del Club Terraza. Me ligan a ese lugar muchas vivencias sentimentales, pues mi padre, don Benjamín Pérez Aráuz fue administrador de ese local desde 1933 a 1947”.

         Se acomoda en su poltrona don “Mincho”, toma un trago de la jarra de delicioso chocolate que le ofrece Danae y prosigue:

         “El Club Terraza eta situado en los altos de la Casa Pellas, en la Avenida Roosevelt de nuestra amada Managua. Sus trabajadores eran personas gratas, afables, a las que eternamente agradeceré el trato cariñoso que siempre nos dispensaron, a mí y a mi hermano José Iván, que en ese tiempo éramos mocosos creídos, malcriados y pedantes.

         “Corrían los años cuarenta, Nicaragua era sencilla, sanas sus costumbres, honestas las gentes, los que robaban caían presos y presos quedaban, no hacían mansiones ni vivían en el boato como ahora. Nunca se pensó que la corrupción se vería como normal y hasta folclórica y pintoresca.

         “Las personas que conocían Estados Unidos o Europa no creo que llegaran a mil, de modo que llegar a un restaurante de lujo y pedir un Martín, un Tom Collins, un Manhattan, un Scotch, un Filet Mignon, un Chateaubriand era para que los encargados del lugar abrieran tamaños ojos. Sólo en la Azotea se podían pedir esos antojos con la seguridad de ser servidos al instante y con todas las de ley.

         “El pionero en el arte de tomar licores fue el señor Lupone, quien fue dueño del mejor hotel que tuvo Nicaragua antes de 1931, pero a la gente que hoy quiero rendir homenaje en esta rueda de amigos es a aquellas estrellas del bar y la bandeja que tanto nos quisieron. Comienzo con Ismael Flores López, a quien le encontrábamos un parecido total al actor italiano Rosano Brazzi, un día levó anclas para Estados Unidos y sólo nos dejó sus buenos recuerdos.

         “Otro fue Rosendo Bonilla de grata y feliz conversación que nos llamaba “cuates”, también se largó a Norteamérica y ya no regresó; luego viene el salonero Manuel López, era algo fuera de serie para halagar a la gente y para sacar propinas a pedernales como Mariano Argüello Vargas, hombre sabio pero duro y orgulloso igual que el coronel Alfonso Mejía Chamorro, de quien se decía que tenía cien pares de zapatos, la mitad de ellos “Florsheim”. Juan Ramón Ponce, el “Barón Ponce”, serio, reposado, le decían “el venerable”, pero a la hora de los tragos y andando entre lobos, como ni iba a aullar. Otros fueron Manuel Ortega, Enrique Fonseca y Juan José Guardado, siempre amables y afables”.

LA “MESA PAGANA”

         “También quiero rendir homenaje a un inolvidable y selecto grupo de hombres prominentes que eran infaltables del mediodía del sábado en adelante, en el Club Azotea, conformando lo que llamábamos la “Mesa Pagana” en la que se libaba con clase y categoría. Me refiero a los doctores Carlos A. Morales, Vicente Vita, Mariano Argüello Vargas, Augusto Cantarero, Antonio Barquero, Joaquín Cuadra Z., siendo notorio que cuando concurría también el general José María Moncada, ellos decían que había llegado la espada del liberalismo, puesto que Carlos A. Morales representaba la pluma de su partido. Al integrarse a esta mesa iniciaron brillante carrera política, entre otros los doctores Julio C. Quintana y Arnoldo Alemán Sandoval.

         “En lo que toca al área de restaurante encabezo mi lista con don Filadelfo Lacayo, un gran cuque –ahora se llaman cheff—, fue fraterno amigo de mi padre y manejaron juntos los servicios del Club Social de Jinotepe y del Casino de Casares en los años cincuenta al cincuenta y cinco. También mi homenaje a Socorrito Merlo y sus hermanos. Para todos los que he mencionado mi cariño y mi recuerdo y la ratificación de la frase: “Sólo morimos cuando nos olvidan”.

         La conversación prosigue amena en la “Peña del Viejo Solitario”, otros parroquianos deslían sus recuerdos. Pero para nosotros el espacio ha terminado.

NOSTALGIAS Y ALGO MÁS

         La publicación de los fascículos Memoria de ocho décadas de LA PRENSA ha despertado recuerdos que permanecían dormidos y sin posibilidades de despertar en la memoria de los nicaragüenses y en especial de los managuas. Ha bastado este pequeño incentivo para que todos deseen contribuir con sus nostalgias y aportes gráficos e la construcción de esta historia de la cotidianidad de nuestro pueblo.

 




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LA CHISPA UNA BODA Y EL BAILE DE SOMOZA Por Mario Fulvio Espinosa. En La Prensa 18 de junio de 2006

¿Recuerdan la Bajada de La Chispa? El anzuelo ha sido lanzado con buena carnada por Sergio Espinoza. Los parroquianos de La Peña del Viejo Solitario están como los peces “ñundos” de la Laguna de Masaya, prestos a devorar recuerdos en esta espléndida noche del 11 de junio. La Luna Llena abre más su enorme pupila de oro y aguza sus orejas sin aretes para escuchar lo que se dice y confirma en esta amable controversia de recordadores irredentos

Boda de románticos



La boda del doctor Carlos Marín Arcia con la joven Gloria Argentina Ortega Pérez ante los oficios religiosos del padre Argüello. Detrás figuran el señor Emilio Espinosa Carnevallini y el doctor Orlando Lacayo Palma. (15 de mayo de 1947). (LA PRENSA/ CORTESÍA.)

Un visitante distinguido, el doctor Carlos Marín Arcia, trajo a La Peña el recuerdo de su romántico noviazgo con la bella señorita Gloria Argentina Ortega Pérez.

Era la “jalencia” una época en que los jóvenes de aquellos tiempos nos trasladábamos a vivir entre nubes, allí venerábamos e idealizábamos a nuestra novia y soñábamos llevarla al altar como culminación a tanta adoración,

Las películas románticas en su mayoría explotaban el tema de la fidelidad a más no poder, así como ahora se sumerge al espectador en un mundo de vidrios rotos, explosiones, choques, bombardeos, tiroteos, lucha cuerpo a cuerpo y en general se muestra como ideal el mundo de la competencia cruel donde, por supuesto, siempre triunfa el más fuerte.

“Mi boda se realizó el 15 de mayo de 1947 —explica el doctor Marín—, en la Santa Iglesia Catedral de Managua, fueron nuestros padrinos el doctor Mariano Bermúdez Arcia y doña Pastora Ortega de Bermúdez, el sacerdote oficiante fue monseñor Manuel Argüello, más conocido como el padre Argüello.

Todos quieren hablar y por eso, en aras del orden y la prontitud, dispensamos el protocolo de las presentaciones y el placer sensual, romántico de describir la belleza siempre nueva de Danae, nuestra diosa y musa. Nos sumergimos, pues, en esa urgencia que aumenta nuestra inspiración y el numen de románticos recuerdos. ¡Qué delicia es compartir el pan de la fantasía y la chispa divina que da el vino del buen humor!

Como respirando aromas del recuerdo el ingeniero Oltio Cajina dice: “La séptima avenida noreste de Managua comenzaba en la Puerta del Sol, en la Calle 15 de Septiembre, bajaba hacia el Lago pasando frente al atrio de la iglesia de Santo Domingo, seguía rumbo al norte llegando a las esquinas de la Casa del Catecismo y de la inquieta Nadine (la muchacha más popular y chiquita del barrio), caminando un poco más, no podíamos pasar sin mirar de soslayo lo que ocurría en la Pensión Monimbó de Galifardo, para al fin, cruzando la Calle Momotombo, llegar al Parque de Candelaria. Frente a la esquina nororiental del parque, sobre un terraplén, estaba el taller de don Amadeo Rodríguez, uno de los mejores ebanistas de la ciudad.

“La séptima avenida terminaba al hacer topo con el cerco de cemento y madera de la Estación del Ferrocarril, pero unos noventa metros antes comenzaba una cuesta muy pronunciada —por cierto muy pequeña—, Bajada de La Chispa y que para nosotros era una pista mejor que la de Le Mans, para bajarla a todo ‘full’ con nuestras patinetas”.

RECORDANDO A PANCHITO HERRADORA

Pero… ¿Qué era La Chispa? La Chispa era una cantina situada a la izquierda de la calle sobre el recodo de un paredón. Era muy frecuentada por los mozos de carga y resto de trabajadores de la cercana estación del Ferrocarril. El más devoto de sus parroquianos era el director del periódico Y qué pues, el corpulentísimo Panchito Herradora y Plazaola, que ya conmovido y vacilante por los humos del alcohol se acostaba en la acera para evitar que los guardias se lo llevaran preso por ebriedad.

Para nosotros, cipotes vagos y callejeros, la Bajada de La Chispa era un sitio muy importante porque allí, sobre la pavimentada, realizábamos competencias de deslizamiento y velocidad. Yo me vanagloriaba de haber inventado la patineta “delta” porque la tabla tenía forma de triángulo, eso le permitía al amiguito que me empujaba por la espalda subirse al artefacto cuando éste agarraba gran velocidad.

¡Qué sabroso era aquello! El aire fresco nos daba en la cara y nosotros tejíamos la ilusión infantil de ir rompiendo la barrera del sonido… Y no nos daba pereza volver a subir la cuesta para iniciar una y cien carreras más.

Claro que en estas pruebas “de alto riesgo” no faltaban los accidentes, como el que tuve cuando una “Semilla de Jocote” brequeó una rueda de la patineta y salí volando de trompa contra el pavimento, por varios días anduve con la bemba inflamada. O cuando al girar la cuesta a mucha velocidad nos dábamos vuelta y salíamos con las patas al aire, a lo mejor golpeados pero muertos de risa.

SOMOZA EN EL CLUB TERRAZA

Calla el ingeniero Cajina, y Danae propone un brindis con chocolate por los heroicos “Corredores de La Chispa”. Hay unos segundos de silencio que aprovecha nuestro invitado de honor, el licenciado José María Talavera, para recordar la noche en que nuestros queridos miembros de La Peña, don Benjamín Pérez Fonseca y Eduardo Pérez Valle contaron algunas historias sobre el Club Terraza de Managua.

Yo también tengo mucho que decir sobre ese club porque en 1955 entré a trabajar a la OCAL (Oficina de César Augusto Lacayo), como encargado de esa oficina. Recuerdo que en ese tiempo eran empleados de esa oficina los señores Orlando Poessy Ortega, Marcos Lacayo, Ronald Arana, Guillermo Sánchez, Humberto Benard, Payo Solórzano, doña Élida Martínez y otros que no recuerdo.

Mucha confianza depositaron en mí don César Augusto y el licenciado Carlos Reynaldo Lacayo, a tal punto que me encomendaban a sus hijos para que los llevara al matiné del Cine González a ver las películas de William Boyd, Roy Rogers, Tom Mix y otros, cuando la entrada costaba tres córdobas a palco alto.

Pero hay otro suceso que nunca olvidé. Fue durante las fiestas agostinas de 1956, cuando llegó a Managua la célebre orquesta cubana La Sonora Matancera para presentarse en los mejores lugares de Managua y en algunos departamentos.

El día sábado 8 de agosto de ese año, llegué como de costumbre a la OCAL y me sale doña Élida y me dice: “Chemita, lleve por favor esas dos cajas de cerveza Budweiser (don César era el distribuidor), al Club Terraza, aquí está la factura pero si no pagan no entregue el producto”. “Y si no me pagan”, aduje. “Entonces llevátelas a tu casa”, me respondió la señora.

AHÍ ESTABA LA MATANCERA

Fui de mala gana, el Club Terraza estaba situado en los altos del Edificio Pellas en la Avenida Roosevelt y las oficinas de OCAL media cuadra abajo, frente al Banco Hipotecario.

Tuve que subir por el ascensor del taller de mecánica porque en la entrada de la Casa Pellas estaban unos guardias impidiendo el paso al ascensor. Entro y cuál es mi susto que veo a unos militares de alto rango de la GN (Guardia Nacional) vestidos de gala y a otros civiles en la misma guisa. ¿Qué pasa aquí? pregunté a un empleado amigo. “Mira —me dice—, lo mejor es que no te dejés ver porque si no te sacan, viene el general Somoza a la tertulia con La Sonora Matancera”.

Me puse a buen recaudo. Llegó el general Anastasio Somoza García vestido de frac, acompañado de su hija, los demás hijos y su guardia personal, era la primera vez en mi vida que miraba a Somoza García de cerca.

Entró de inmediato La Sonora Matancera acompañando a Celia Cruz. Estaba con ella Celio González, Nelson Pineda. Raúl Planas y los grandes músicos elegantemente vestidos de traje oscuro y lazo negro; Celia vestía una alegre falda de rumbera. Estaban ahí por supuesto el gran maraquero Carlos Manuel Díaz Alonso “Caito” y Rogelio Martínez, director del conjunto, con su inseparable guitarra.

Comenzaron a sonar los cobres y el primero que se presentó fue Celio González que cantó La Historia de un Amor del compositor panameño Carlos Almarán, cuyo apellido no era Almarán sino Eleta. Esa canción la grabó la Sonora con la voz del argentino Leo Marini.

SOMOZA SE FUE “A SEGUIRLA" 

Aquellas formidables y acopladas trompetas, el piano con sus oportunos registros, las rítmicas tumbas pronto llenaron de ritmo musical el ambiente. Todos los invitados comenzaron a bailar y Somoza fue el primero, de su calidad como bailarín me reservo la opinión, pero puedo asegurar que no perdía pieza, estaba a las puertas de otra postulación como candidato a Presidente de la República, cargo que venía ocupando desde 1934 cuando sucedió a Moncada,

Dominar la danza era pues, parte del ejercicio de su campaña proselitista que concluyó al mes siguiente cuando Rigoberto López Pérez interrumpió a tiros su baile en los salones del Club de Obreros de León.

Hasta hace poco mi amigo, el ingeniero Francisco Gutiérrez Barreto, en su libro ¿Qué le pasa a Lupita?, confirma la actuación de la Sonora en el Club Terraza. Solicité después más información al “matancerólogo” don Leonardo Torres y así me contestó: “Ve Chemita, yo estuve esa tarde en el Club Terraza porque era el chofer del Chato Lang, de ahí Somoza se llevó a la Sonora a la Loma de Tiscapa y después al Casino Militar. La muerte no avisa y estoy seguro que Somoza se hubiera carcajeado si alguien le hubiera dicho que sus días estaban contados”.

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martes, 25 de enero de 2022

ALGUNAS CAUSAS DETERMINANTES DE LA GUERRA NACIONAL. Por: Mariano Fiallos Gil.

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Dr. Mariano Fiallos Gil  
Fotografía: 18 Febrero de 1964

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NOTA EXPLICATIVA

         En el año de 1855 el sureño norteamericano William Walker desembarcó en Nicaragua con un grupo de sus compatriotas. A todos ellos se les dio luego el nombre de filibusteros.

         Aprovechándose de la sangrienta lucha armada entre las ciudades de León y Granada, que de esta manera se disputaban el poder político, Walker se apoderó del país, se hizo elegir Presidente, estableció la esclavitud, confiscó haciendas para repartirlas entre los suyos, fusiló, incendió y cometió toda otra clase de crímenes.

         Los países hermanos de la América Central, temiendo por su propia seguridad, acudieron con sus ejércitos, con ayuda de los nicaragüenses que combatían heroicamente al invasor. Unidos los centroamericanos pudieron expulsarlo después de cruenta guerra. Esto ocurrió a mediados de 1857.

         Varias veces intentó Walker reanudar su aventura, pero en 1860 los hondureños lo capturaron en el puerto de Trujillo y lo pasaron por las armas. Contaba apenas con 36 años de edad.

         La guerra de los centroamericanos contra Walker se conoce con el nombre de Guerra Nacional. Algunas de sus causas se examinan brevemente en las siguientes páginas.

I -      DIVERSAS INTERPRETACIONES

        La mayor parte de los historiadores nicaragüenses atribuyen la invasión de Walker y la dificultad para organizar su expulsión, a causas puramente políticas, vale decir, humanas. Si pertenecen al partido conservador –herederos de los antiguos legitimistas granadinos— echa la culpa de aquellos sucesos a los liberales leoneses –antiguos democráticos— por haber sido éstos los que contrataron a la falange filibustera. Recíprocamente, los historiadores del otro bando corresponden acusando a los granadinos de ser ellos los responsables por su intransigencia y su servilismo. Y salen a relucir cada vez don Fruto Chamorro, el Padre Vijil por una parte, y el Licdo. Francisco Castellón y Máximo Jerez, por la otra.

     Tal vez ambos tengan la razón. Pero también hay que contar con otros factores, quizás más preponderantes, que como los antiguos dioses de la tragedia griega, llamados ahora geografía, raza, espíritu, cultura, economía, etc., empujaron los sucesos por su cuenta, y aún siguen siendo valederos, después de transcurrido el siglo. La historia va tejiéndose por debajo, una veces a espaldas de los protagonistas, otras contra su voluntad.

     Pero, ¿cuál es la causa determinante de los sucesos históricos? A esta pregunta todavía no le han hallado respuesta satisfactoria los filósofos sociales. Algunos de ellos, como el Obispo Bossuet, por ejemplo, creen que todo es una manifestación de la Divina Providencia. Pero, con premisas de fe y deducciones silogísticas, ¿qué, no es, entonces, manifestación de la Providencia? Esto equivale a decir que todo se halla escrito y que nada puede hacer variar los acontecimientos. Sin embargo, y para dejar a salvo el principio del libre arbitrio, que supone la responsabilidad personal, el ilustre Obispo opina que la Providencia actúa al través de causas naturales y secundarias, las cuales, el historiador, debe buscar e interpretar.

     Otro hombre, pero éste de tejas abajo, el inglés Buckle, afirma que todo depende del clima y el suelo, la montaña o el llano, y de otros factores geográficos. El conde Gobineau lo atribuye a la raza y asegura que todo lo bueno de la creación humana procede de una misma raíz teutónica, de la cual él mismo, naturalmente, proviene.

     Carlos Marx, el más influyente de los filósofos sociales, hacía depender la historia de los factores económicos: todo es una consecuencia de los métodos de producción. Hegel, otro alemán, y su inspirador, enseñaba que los acontecimientos se hallan determinados por el crecimiento de la Libertad, cuya meta consiste en que el Espíritu pueda ser consciente y eternamente libre.

     La historia, dice Carlyle, la hacen los héroes. Y el norteamericano Lester Ward, que las grandes invenciones.

     Arnold Toynbee, el célebre historiador contemporáneo trata de explicar los acontecimientos mediante su teoría de “reto” y “respuesta”, una especie de dinamia cuyo origen debe buscarse en el principio del movimiento de Heráclito. Según explica el inglés, la lucha es aquí planteada por el medio ambiente que lanza un reto al cual responde el hombre tratando de vencerlo y dominarlo a voluntad. Es la dialéctica en su constante agonía, forcejeando en zig-zags entre sus dos contrarios.

     Pero entonces, ese episodio centenario de la historia centroamericana denominado Guerra Nacional, o sea, la expulsión de Walker y sus filibusteros por los ejércitos del Istmo, con sus antecedentes y consecuentes ¿a qué causas determinantes deben atribuirse?

II -     LA GEOGRAFÍA

El mar caribe es la plaza pública de América. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, el gran mar azul ha sido húmeda palestra de disputas. A veces se ha decidido allí el predominio del poder mundial. Vivir en sus litorales es todo un riesgo. Sus aguas, de arenas doradas y peces traslúcidos son traicioneras.

     En este mar la España convaleciente se batió en retirada tratando de conservar en vano, con armas anacrónicas, el imperio que el tiempo le iba desmoronando. Ingleses, franceses y holandeses –sus grandes rivales europeos— decidieron aquí las últimas escenas del gran drama de mayoría de edad americana. Y alguno de ellos hubiera predominado, de no ser el crecimiento extraordinario de los Estados Unidos, terciador victorioso, que contuvo, con la doctrina Monroe, el doble filo, los postreros zarpazos de la Santa Alianza.

     Sus aguas atestiguaron la vergüenza de tropas napoleónicas derrotadas por un puñado de esclavos negros que habitaban una isla verde. Y la piratería, transferida del Mediterráneo, supo lucir a veces, gestos gallardos al contribuir en la defensa de las nacientes soberanías del Nuevo Mundo, que eran como las suyas propias, o, por lo menos, la esperanza de mantener su estilo, y el “derecho” de merodear libremente entre sus costas. De hecho, lo hicieron, pero disfrazados con variados disfraces: dese el traje filibustero hasta el pantalón a rayas de la diplomacia.

     Lo que más ha atraído la atención de las potencias mundiales en este mar de tan extraño temperamento, es su tesoro de istmos propicios la tentación de henderlos para establecer el tránsito marítimo hacia el Pacífico, el océano que esquivó a Colón. Hallar ese paso fue una obsesión desde la época de las Conquista. Tehuantepec, Nicaragua o Panamá, cada uno de esos angostos diques geográficos hubo de pagar, o sigue pagando, el privilegio de poseer una colina desde la cual puedan divisar mares con sólo volver la cabeza.

     Cuando la Guerra Nacional se desenvolvía en Nicaragua, aún faltaba medio siglo para que Panamá se abriera al comercio mundial. Los Estados Unidos se hallaban en plena expansión, volcándose del Este al Oeste en fervor del oro y tierras. Y para trasladarse los nuevos colonos más seguros y rápidos de una a otra costa, se venían hacia el sur, en donde la geografía les facilitaba el paso.

     Pues aquí, en el sur, los esperaban un río de vocación histórica –el San Juan o antiguo desaguadero— un lago de agua dulce con tiburones de mar salado –el Cocibolca— y una estrecha faja de tierra –el Istmo de Rivas, lares de Nicarao— que se podían atravesar en barcos de vapor y en diligencias, sobre un camino de cuatro leguas. Mucho más seguro que lanzarse sobre dos mil millas de montes y llanuras que separaban las costas de los Estados Unidos, y disputarles el pase a indios peligrosos.

     Y con esta geografía, ¿qué país, no queda abierto a la codicia?

III - LA EXPANSIÓN

Los campesinos dicen que “vecindad de rico es perjuicio de pobre”. Se entiende, cuando el rico sigue creciendo tan desmesuradamente que se traga lo que encuentra a su alcance.

El papel de vecino rico lo desempeñan aquí los Estados Unidos y tal cercanía tiene sus PROS y sus CONTRAS. Sus contras: cuando comenzaron a expandirse rompiendo la barrera del Oeste y el Sur –la piel, el traje, le quedaban demasiado chicos—. Y como les resultó echarle el guante a Louisiana, que un Napoleón entretenido en la ratonera de Europa cedió por un puñado de oro, volvieron los ojos y garras hacia el mediodía, hacia los territorios mexicanos que, a tiro de pistola, que no de dolor, se hallaban descuidados al Norte del Río Grande. México, supo, desde Chapultepec, el precio de aquella geografía próxima. Y Centroamérica, un poco lejana, habría de saberlo muy pronto, también.

Sus pros: Cuando los Estados Unidos, por su propio interés, se entiende, habrían de ponerse al lado de las débiles repúblicas hispanoamericanas para defenderlas de la voracidad británica o de la codicia gala, que todavía andaban dando vueltas por el mar Caribe.

La invasión de Walker y sus filibusteros fue, hasta cierto punto, consecuencia de aquella expansión, o, mejor, explosión, y se halla, en parte, entre las dificultades de la vecindad. Sin embargo, y a pesar de que solamente habían transcurrido muy pocos años desde que los ricos del vecindario usurparon los territorios de Texas, Arizona, California y Nuevo México –una gran tajada a la que aplicaron por eufemismo el vocablo “anexar”— la aventura walkeriana se realizó inoportunamente, fuera de tiempo y lugar…

Cuando Estados Unidos ocuparon aquellos territorios, éstos eran casi espacio vacío, abandonados a la buena de Dios –en este caso, del Diablo— escasamente habitados por grupos indolentes y desorganizados vegetando sobre una inmensa extensión de tierra tenida como inútil, grano de maíz en calabaza, que no pudieron oponer resistencia a la nueva gente que llegaba, golpeando duro el piso a galope de caballos y el aire a disparos de pistola. Como que ya estaban ensayando las películas del Oeste.

Al tratar Walker de seguir la huella de los nuevos conquistadores –probablemente uno de tantos disfraces de la difunta piratería— y extender su aventura un poco más al Sur, hacia el mero vientre del Caribe, elegía ya un camino equivocado. Centroamérica no era espacio vacío y la habitaban gentes combativas y reñidoras, como que llevaban tres décadas o más, de andar a la greña.

Eso de llegar tarde a la cita de la historia ocurre a menudo. Naciones conquistadoras como Inglaterra, Prusia, Francia, Italia, entraron así a disputa de territorios. No los pudieron sojuzgar por mucho tiempo, pues se hallaban habitados por pueblos homogéneos con tradición de vicios y virtudes, que son los constituyentes de la nacionalidad.

En casos así, el método de conquista es diferente: Se emplean armas como los productos de la industria: automóviles, radios, ametralladoras, etc., o “culturales” como el beisbol y el cine.

Pero éstos se comenzaron a utilizar mucho tiempo después de Walker.

IV – AVENTURA Y AVENTUREROS

          La vertiginosa expansión de los Estados Unidos a mediados del siglo pasado, se debió al coraje, audacia y ambición de puñados de hombres que no cabían en sí. Pertenecían a una nueva nación que entraba a la pubertad con ímpetus biológicos. Potros que piden riendas y camino, como dicen los chalanes.

          En los tiempos de Walker la conquista de territorios nuevos era el sueño de aquellos jóvenes. Muchos se aburrían en California en donde la ley ya comenzaba a estorbarles y las autoridades a vigilarles. Necesitaban salir de allí y respirar aires sin trabas, utilizando su nacionalidad como patente de corso. 

          La expedición a Sonora, que Walker dirigió de tan mala manera poco antes de entrar en nuestra vida, y en la que mostró las sucias uñas rapaces y su incapacidad, fue realizada por esta clase de aventureros en quienes el sueño y la codicia suele habitar juntos.

         “Hay unos hombres que nunca se aquietan

          que viven en perpetua zozobra…”

          así dicen los dos primeros versos de un poema de Robert Service que Clinton Rollins, camarada de Walker, estampa al comienzo de la crónica de su aventura nicaragüense y que calzan muy bien para describir el carácter de sus compañeros. Y termina:

         “Son fuertes, valientes, honrados;

         pero les cansa lo estable

         y siempre persiguen lo nuevo y lo raro”.

          Les atraían riqueza y paisaje. “Donde quiera que el español ha ido, allí debemos ir porque es donde se encuentran las riquezas”. No se daban cuenta, por supuesto, que tras las huellas de Cortés y Pizarro había un mundo de obstáculos muy difíciles de salvar.

          La juvenil imaginación se les exaltaba fácilmente con relatos de viajeros. En vez de andar excavando roca en las laderas de Sacramento y plantando viñas en el valle de San Joaquín, mejor venirse al sur, sitio en donde se hallaba El Dorado. A las “tierras de ríos de ámbar y arenas de oro”.

          Cuando a Walker le endosó Byron Cole su contrato para traer hombres armados a Nicaragua en ayuda de una de las facciones políticas en lucha, no le fue difícil de hallar gentes dispuestas a seguirle, a pesar de que algunos le conocían el fracaso de Sonora. Pero eso no importaba. Estarse quieto y en paz era lo imposible. La aventura les atraía, y puesto que eran valerosos y jóvenes, y pertenecían a una raza que se decía superior, ¿por qué no ir a encontrar alivio a su inquietud en las verdes playas indolentes que les invitaban para decidir sus dispuestas?

           Hasta ya muy tarde se dieron cuenta de su equivocación. Cuando se convencieron de que el camino de la gloria es harto dificultoso.

V – LA ASTUCIA DE LA IDEA

           La sangrienta rivalidad entre las ciudades de León y Granada, causa inmediata de la invasión filibustera, no obedece a simple capricho de la historia. Es el resultante de un conflicto de ideas contraria, la dialéctica de dos modos de ser del hombre universal: Libertad versus Autoridad. Sólo que, llevado por los nicaragüenses a pasión tan extremosa, que lo primero se convierte en anarquía cuando grita airadamente en la plaza pública y lo segundo en absolutismo, cuando se acuartela tercamente el cabildo.

          Durante los años posteriores a la Independencia, Centroamérica-Hispanoamérica también se debatía así entre las ideas de la monarquía colonial y el liberalismo republicano. (En la actualidad el choque sigue siendo de la misma índole, sólo que operando con valores diferentes, y a los cuales el tiempo nuevo ha hecho comparecer más anchos y responsables, y con otros nombres y preocupaciones).

         En la época de Walker, dos personajes o sus herederos y seguidores políticos encabezaban la terrible lucha sin cuartel: Don Frutos Chamorro y el Dr. Máximo Jerez. Ambos, muy honradamente, creyendo en sus propias ideas con la misma intransigencia de su pasado religioso judío. El primero proclamando que había que dotar al poder público de suficiente autoridad para vigilar los actos de los individuos y castigar a los revoltosos con toda severidad: era el Estado Policía. El segundo, que había que otorgar al individuo toda clase de libertades a costa del Estado: era la utopía jefersoniana.

         Pero don Frutos ignoraba que ese siglo XIX, tan bullanguero, había perdido ya el respeto a la majestad del poder, y don Máximo, por su parte, que para implantar una democracia liberal era preciso, contar con un pueblo capaz de administrarla.

         Del verdadero sentido de esta guerra civil, y de las otras que le precedieron y siguieron en Centroamérica, muy pocos de sus protagonistas se dieron cuenta. Los animaban odios localistas o ambiciones personales o simplemente, el deseo de aventura. Sin embargo, por debajo de la pólvora y de la sangre, como delgada veta de oro entre las oscuras galerías minerales, iba emergiendo, bien delineada y en su justo medio, mostrándose para que todo el pueblo viera, la idea de la Libertad, a cuyo servicio se encuentra la Historia.

         (Nadie puede negar que de un siglo a esta parte hemos avanzado mucho hacia un mejor sentido de la dignidad humana, aunque para ello, diría Hegel, la idea de la Libertad haya tenido que operar con astucia para no tropezar con los protagonistas).

         La guerra de Walker nos vio a mostrar hasta qué tope de exageración pueden llevarse los extremos dialécticos de Libertad y Autoridad, mucho más lejos que el sitio en donde se situaron tercamente los legitimistas en su Granada y los democráticos en su León. Nos enseñó que el absolutismo puede convertir la disciplina en esclavitud y la anarquía disolver los controles de la moral.

         Es posible que entre las tretas de la historia haya sido la guerra contra Walker, el mejor de sus recursos.

         Pero, como todavía andamos en la adolescencia política ¿habremos sacado de todo ello la lección verdadera?

VI – SUCURSAL DE LA ESCLAVITUD

         En el año de 1856 la guerra separatista de los Estados Unidos, se podía olfatear de lejos. Los señores del sur norteamericano, alegremente entretenidos en sus haciendas de esclavos negros, jugaban al feudalismo, mientras tanto, la nueva clase industrial de los burgueses yankis de la Nueva Inglaterra, irrumpía audazmente en el comercio mundial tratando de acaparar negocios, dinero y poder. Como buenos protestantes, sentíanse elegidos del Todopoderoso por el buen éxito de sus empresas y para implantar su forma de vida a los demás, muy optimistas del “destino manifiesto”, al que se hallaban comprometidos.

         Lo que el viento se llevó se fue con mucha sangre. En la época de nuestra historia la tormenta se avecinaba. Los señores del sur, sospechando lo que venía, comenzaron a precaverse de aquel rigor puritano que se estaba llevando dólares e hipotecas. Y así proyectaron extender su señorío abajo del Río Grande, principalmente a la América Central, de donde venían muy buenas noticias de viajeros que atravesaban por Nicaragua. Allí podía organizarse un imperio de esclavos y ponerlos a su servicio.

         El hombre para llevar adelante aquel negocio era William Walker, pero ni él supo corresponder, ni la historia alcahuetear. Ya no se podía sostener en teoría la esclavitud, aún cuando se siguiera creyendo en la desigualdad humana y en la inferioridad de los indolentes y soñadores “nativos” del litoral caribe.

         Si es cierto que la riqueza siempre ha gobernado al mundo, también lo es que hay que montarla inteligentemente sobre una idea congruente con el tiempo que se vive. El descuido de Walker fue desconocer esa ley al decretar el restablecimiento de la esclavitud, sin hacer caso del asombro del Continente.

         Sostenía, como buen sureño, que el blanco, por derecho divino, era superior al negro o al cobrizo. En cambio, los puritanos de Nueva Inglaterra, más prácticos en sus necesidades de brazos para sus nacientes factorías, declaraban que la diferencia sólo se halla en el color de la piel. Pero como seguían creyendo que la justicia vale más que la caridad, opinaban que había que meter a los indios en “reservas”, verdaderos campos de concentración, en vez de quemarlos, ahorcarlos o lapidarlos como hicieron sus antepasados del Mayflower.

         Este determinante fue una cuestión de raza. No cabe duda que Walker vino con una misión esclavista, aun cuando muchos de sus camaradas lo ignorarán. Pero su objetivo era claro, él, que habían nacido pobre y un poco tarde para disfrutar del señorío y hacienda que tanto envidiara en los emporios sureños, que carecía de estabilidad profesional, se dejó llevar por falsos sueños anacrónicos, en un país que esperaba someter a servidumbre, en el fértil trópico de blandas hamacas, paisajes dorados y verdes montañas, recibiendo con estudiado desdén a los orgullosos comodoros de la Compañía del Tránsito.

         Pero todo se le dislocó. Ya no era su tiempo. La idea de la Libertad se hallaba demasiado patente, aun en el dulce trópico de los ríos azules.

VII – POLÍTICA Y ECONOMÍA

         Uno de los métodos más eficaces para afianzar la conquista de un pueblo, es el de estimular los celos de las facciones políticas de la víctima elegida y ponerse al lado de una de ellas, alternativamente, según la conveniencia circunstancial. Así procedieron Corteses y Alvarados, con lecciones aprendidas de la antigüedad; y así también los políticos norteamericanos y los magnates de sus grandes corporaciones metiéndose de cuña en el agitado acontecer del Caribe.

         Cierto que algunas veces se han guardado las formas y que las maneras se han refinado con la práctica en el arte de politiquear. Ya desde 1818 el Congreso de Estados Unidos había dado una ley, la llamada de neutralidad, que prohibía las expediciones de sus nacionales a países extranjeros, pero las leyes, cuando se quiere, bien pueden escamotearse; todo es cuestión de palabras. Así los filibusteros se disfrazaron de colonos y salieron sin obstáculos de California hacia las costas nicaragüenses, ayudados por las autoridades del puerto de San Francisco, que se hicieron de la vista gorda. En Washington el Secretario de Guerra, Jefferson Davis manifestó su expresa simpatía por los expedicionarios y el presidente Pierce, deliberadamente indeciso, su tácito, O.K.

         Cuando ya Walker se había elegido presidente de Nicaragua “en elecciones libres y honestas”, el Ministro Wheeler le extendió inmediato reconocimiento, y el presidente Buchanan, que sucedió a Pierce, hubiera dejado de buena gana correr las cosas, si no es porque las protestas del cuerpo diplomático en Washington, puesto en alarma por los representantes centroamericanos, lo hace variar de opinión y lo obliga a repudiar, al menos oficialmente, el flamante atraco de su compatriota.

         Pero si la conquista del poder político es uno de los grandes motores de la historia, el del económico lo es, quizás, aún más. Y cuando van juntas, soberbia y codicia, ¡qué tremenda potencia desarrollan! Dios nos guarde entonces del Imperialismo y de sus agencias: los despotismos hispanoamericanos.

         En aquel tiempo no se había comenzado en el Caribe la explotación de las riquezas naturales: minas, maderas, ferrocarriles, bananos, petróleo; ni, por lo tanto, habían aparecido las United Fruit, las Ircas, las Standard Oil… Entonces el negocio de transporte ofrecía las mejores ventajas en el atraer y llevar del Atlántico al Pacífico, por lo cual, comodoros y banqueros organizaron la Compañía del Tránsito. ¿Qué mejor, para su garantía, que disponer de un gobierno compuesto de gente propia que dejara fluir tranquilamente los ríos de oro, materia prima, manufacturas y emigrantes?

         Pero los dioses nos favorecieron, momentáneamente. Walker, tropezando con sus ideas demasiadas anticuadas, no supo comprender la magnitud de intereses ni los métodos de la naciente plutocracia que venía pisándole los talones a los sueños esclavistas del sur, y que, al fin, dieron con él por tierra.

VIII – ENTREGUISMO POLÍTICO

         Al hablar de factores determinantes de la historia, no se quiere afirmar con ello la creencia en la conocida teoría del Determinismo, lo que supondría casi una interpretación fatalista de los hechos y la exención de responsabilidad moral. El determinismo es ya cosa del pasado, particularmente después de los recientes descubrimientos de los físicos en el comportamiento del átomo.

         Lo que se ha intentado en estas páginas, es la descripción de algunos de dichos factores, pero como condiciones o elementos dados en determinado tiempo y lugar, y con los cuales la voluntad humana, a la que se le reconoce la beligerancia debida, tiene que operar, tratando de ponerlos al servicio de un objetivo, que en este caso es el de la grandeza de la patria.

         El inventario de los determinantes de la historia, ajenos, por supuesto, a los deseos humanos, es muy extenso y variable en número e intensidad; pero los que se han enumerado en las páginas precedentes,  son, a juicio del que escribe, los principales entre los que contribuyeron a la llegada y expulsión de los filibusteros de Nicaragua, que es lo que en Centroamérica se conoce como Guerra Nacional.

         En medio de aquel tejido de sucesos, el historiador tiene que hacer resaltar si, un hecho doloroso, muy conocido y justamente censurado en el exterior, y que es la clave de la interpretación de casi toda la historia patria hasta nuestros días: El de que la inmensa mayoría de los principales políticos nicaragüenses son proclives a la intervención extranjera en la política del país, y a esperar que dicha intervención incline a su favor los acontecimientos, cueste lo que cueste. Muchas veces clamando a que caiga maná del cielo; no pocas otras, golpeando a las puertas de la Embajada de los Estados Unidos suplicando inspiración, como en el antiguo oráculo de Delfos, y ofreciendo rendidas promesas –verdaderos sacrificios humanos— ante el altar de los ajenos dioses.

         Y este cargo que la historia hace es valedero para orientales y occidentales, democráticos o legitimistas.

         ¿Habrá en todo ello un residuo de rivalidades indígenas precolombinas sobreviviendo como sentimientos localistas y de tal intensidad que logran apagar cualquier orgullo patrio?

         Pero hay un consuelo fortificante, y es, que, en compensación a tal vicio de entreguismo de los políticos, que nos ha llevado a tantos enredos, se halla el repudio que la gente del pueblo hace a la ocupación extranjera, si no por conocimiento deliberado –puesto que se hallan en la ignorancia— al menos por instinto de conservación.

         Por ese repudio que hace un siglo llegó al heroísmo, se salvó Nicaragua y el resto de Centroamérica. Esta lucha fue una cuestión del pueblo y la victoria debe acreditarse al soldado desconocido.

         Porque la gente del pueblo defendía la nacionalidad ciega y simplemente, sin el adorno de teorías políticas que estaban fuera de su comprensión.

         Los otros pequeños señores feudales, pelearon por sus siervos, sus haciendas y su derecho de pernada.

(Revista Educación No. 5, Ministerio de Educación Pública, Managua, Nicaragua. Pág. 7 – 17.)

        

domingo, 23 de enero de 2022

LOS CRÍTICOS HUEROS Por Cornelio Sosa. En: Centro-América Intelectual, Revista Científico-Literaria. 2ª Época. Nos. 11 al 13. Octubre, Noviembre y Diciembre de 1909. San Salvador, C.A

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CORNELIO SOSA
Fotografía publicada en Revista Darío, 1 de Mayo de 1922

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    En vez de compadecer a los ignorantes que ocupan la infecunda superficie de los libros, se convierten en crítico felinos porque se creen enciclopedias ambulantes que de todo entienden; piensan estar colocados en el pedestal de la sabiduría, muy lejos de la estúpida y cándida muchedumbre, porque no ha mucho salieron con el diploma de bachilleres bajo del brazo, signo característico, para ellos, de haberse engullido todos los ramos del humano saber, aunque, llegada la ocasión de redactar un oficio, ignoren las raíces de las palabras más comunes, sin embargo de que algunos conozcan al dedillo el epítome de la lengua castellana, que no ha podido digerir. Si no saben nada práctico, bien que esto forme parte sustantiva del saber, poco les importa a los archi-sapientes monseñores.  

    ¿De qué le sirve a un joven poseer la ciencia de Hipócrates, si no sabe aplicarla a los casos ocurrentes?

    Pruébese la sabiduría de manera aceptable, sin necias petulancias. No hay obligación de creer lo que no se demuestra, y la vociferación y el adobamiento de ligeras nociones no es credencial ni pasaporte para arribar a la inmortalidad, mucho menos para incluirse en la jerarquía de los sabios.

    Califican de estulto al hijo del vecino. Tal aseveración no es el termómetro de la colectividad, el guía de la opinión pública sensata, menos la base que servirá a la posteridad para dictar su sentencia definitiva colocando imparcialmente a cada individuo en el lugar que le corresponde.

    La enseñanza intermediaria, como su nombre lo indica, es únicamente un medio para llegar con más o menos aptitudes al estudio profesional.

    ¿Por qué tanta petulancia cuando apenas se han chapeado las nociones sin práctica de algunas asignaturas? Porque salen graduados por unanimidad. ¿Esto les basta para sentirse sabios

    ¡Recapaciten, omnipetulantes monseñores!

    Sócrates, el más ilustre de la humanidad antigua, concluyó diciendo: “Sólo sé que no sé nada”, y aquí en el terrón de Nicaragua han brotado jovenzuelos que al decir de ellos debería considerárseles superiores a Sócrates, pues mientras éste –uno de los pocos genios que han dado luz al mundo—, después de mucho estudio, llegó a saber que nada sabía, aquellos bachilleres que apenas han iniciado sus primeros conocimientos en ciencias o letras— ya saben que todo lo saben.

    Estas pretensiones traen a la memoria la de aquel inocente niño que dentro de un hoyo abierto con su diminuto índice trataba de echar toda el agua del océano.

    Usted, señor de pigmea estatura e inconmensurable pretensión científica, baje sus campanillas trigonométricas y aplíquese aquella sentencia latina: “nosce te ipsum”.

    ¿Qué estudia U.? Milicia. –Entonces ocurro de hecho ante la autoridad de Balmes, que dice: “El inmoderado deseo de la universalidad es una fuente de la ignorancia. Queriendo saberlo todo se llega a no saber nada ¿De qué le sirve a un militar el ser botánico si ignora el arte de la guerra? ¿De qué a un abogado el ser un buen geómetra si se olvida de la jurisprudencia?” “Cada medio siglo y más ordinariamente cada siglo o cada dos siglos, aparece un hombre que piensa; en lo demás del tiempo la escena permanece vacía y hombres ordinarios vienen a ocuparla” –oíd, monseñores, está loco Jaime, esto es un atentado contra vuestras señorías pensantes.

    ¿Por virtud de qué ley se mezclan en ciertas proporciones los cuerpos simples? ¿Qué aprendeos cuando se nos dice que el hombre es un animal razonable o que el triángulo es un espacio cerrado por tres líneas? ¡Alerta, monseñores! ¿Por qué el eje de la Tierra no es o no es ya perpendicular al centro del Sol? ¿Por qué está inclinado sobre la eclíptica, la cual no coincide con el ecuador? ¿Por qué el centro de gravedad terrestre no corresponde con el centro de la figura? ¿Estos fenómenos o proceden del cambio sucesivo del medio cósmico que atraviesa, de la temperatura o de la constitución del globo? Bajo la forma interrogativa se dirige a vuestras eminencias el ilustrado literato doctor R. Contreras. Es indudable que despejaréis estas incógnitas, dados vuestros conocimientos teóricos y prácticos en la ciencia cosmológica. Mediante vuestras personalidades pensantes y vuestra sabiduría infinitesimal, discurrid el método para suprimir la Vía Láctea, sin afectar la existencia del Sol y por consiguiente la de la Tierra.

    Hablemos de Poesía.

    Se alude en términos desfavorables a Espronceda, Zorrilla, Virgilio y Homero, el peregrino cantor de las épicas rapsodias; se critica rudamente a Garcilaso. ¡Qué falta de originalidad, de pensamiento y de armonía! Exclaman los críticos hueros, quienes no han podido comprender el triste y ridículo papel que representan al esforzarse por imitar, en lo científico y literario, a aquel que se empeñaba en escupir a la luna.

    La serpiente se desenrosca, abre las fauces, se despereza e interroga al infinito que la deslumbra con sus mágicos incendios.

    Sin ningún estudio, sin ninguna escuela, apenas chafallado un cuarteto, avientan puñados de limo a glorias intangibles, astros que eternamente resplandecerán en ese cielo que colora de azul la lejanía.

    El hongo del muro pretende cubrir con su blanquizco paraguas la verde majestad de las encinas.

    El juicio irresponsable del vulgo con su asquerosa excrecencia manchar desea el pergamino sagrado donde reposa la severa sentencia de los siglos.

    Se ha multiplicado la inmigración de literómanos.

    El amanuense se la lleva de erudito y de letrado; el analfabeto tiene pujos de filósofo; el tinterillo consuetudinario derrocar pretende al sabio jurisconsulto; el vagabundo palaciego –vacío de conocimiento— se cree literato por que zurce, con frases hechas, articulejos insustanciales, porque suena los platillos del elogio mutuo para poder ostentar en su conjunto, al aire libre, el rótulo de Distinguido Escritor; el barbero de navaja critica al Barbero de Sevilla, y hasta el oscuro cortador de leña toma parte en ese negro festín donde el odio del impotente se ayunta con la sistemática venganza, para crear ese monstruo capital: Envidia.

    El murciélago atrapar pretende el cetro del águila; el fuego fatuo, la primogenitura en la familia de los brillantes astros; la mano flácida del sacrílego, el cayado del pastor. De ahí esa generación deforme: los advenedizos que transitando van por las Caudinas Horcas…

    Se ha subvertido el orden.

    ¿Por qué sucede así?

    Porque las medianías y las nulidades triunfan, y hasta bajo la chaqueta andrajosa del soldado arde el deseo de llevar impunemente la toga y el birrete; porque la ambición de ser el primero en la categoría del talento, existe, pero sin escuela y sin estudio, como si no hubiera muerto la utopía de la ciencia infusa.

    Estamos a media noche por más que pretendamos bañar nuestros cerebros en la plenitud de la luz de las horas meridianas.

        CORNELIO SOSA

        Nicaragua, octubre de 1909