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La aparición de “EL GÜEGÜENSE” en el siglo XVII, dio a Nicaragua el privilegio de ser cuna del arte teatral latinoamericano. Hija del mestizaje; barroca y primitiva, nació esta obra con virtudes y defectos que no han sido superados, sin embargo, por toda la producción teatral de los siglos posteriores, incluyendo la producción dramática contemporánea nicaragüense. Su fuerza primigenia; la excepcional personalidad histórica del protagonista; la unidad dramática y el sentido satírico impresos a toda la obra, la convierten en una pieza clásica del teatro americano.
Sorprende también el hecho de que esta extraordinaria producción popular y anónima, no haya promovido un movimiento teatral trascendente y definido, impulsando la creación de nuevas piezas autóctonas. Después de ella, nuestros poblados y villas se limitaron a escenificar “Retablos”, “Misterios” y “Autos Sacramentales” que exponían temas bíblicos, tales como “Original del Gigante”, “Pastorela Para Obsequio del Niño Dios”, “Historia Titulada La Restauración del Sacramento”, “Historia de Sansón y Dalila” y “Lega del Niño Dios”, entre otras, y que constituyen variaciones folklóricas de Autos Sacramentales españoles, comunes en todo el teatro mestizo de la época.
En los siglos XVIII y XIX, autores de raquítica calidad dramática intentaron individualizarse como creadores escénicos; pero sus obras fueron un fidelísimo reflejo de sus lecturas o la dramatización intrascendente de hechos históricos nacionales y de anécdotas familiares.
En 1847, el Prócer de la Independencia Centroamericana Don Miguel de Larreynaga, escribió una “Comedia sobre las Quiebras Fraudulentas”, que destacamos únicamente por la importancia histórica de su autor.
En 1854 Juan Solistagua publicó su “Diálogo Entre Uno de los Que Llaman Serviles y El Ciudadano Cleto Ordóñez”, escrito en Granada, durante la Guerra Civil que afligió a la recién formada República de Nicaragua.
“La Familia de Padilla”, (1874), del Canónigo Salvador Delgado; “Tragedia en Verso”, (1881), de Francisco Díaz; “Don Ruperto y Doña Bombalia”, (1882), del poeta popular Procopio Vado y Zurrizana, resumen la escasa calidad teatral lograda en esa fecha.
Encontramos en 1886 una curiosísima vocación dramática que pudo haber alzado a alturas inesperadas al teatro latinoamericano. Fue cuando Rubén Darío escribió dos pequeñas obras, estrenadas con éxito: “Cada Oveja” … y “Manuel Acuña”, valiosas por la emoción lírica del genio adolescente. Darío desistió prematuramente de su producción teatral; pero conservó siempre intacto su amor para este difícil arte y en su extensa obra se encuentran numerosas
referencias a personajes dramáticos, críticas de estrenos, notas sobre actores, aplausos y elogios a compañías y comediantes.
Nombres y obras fueron perfilando una fisonomía particular de nuestro teatro, caracterizado por la absoluta carencia de auténticos valores escénicos; por la excesiva abundancia de producciones melodramáticas y de comedias de factura grotesca: “Al Borde del Abismo”, (1887), de Manuel Blas Sáenz, “Carlos El Tartamudo”, (1887, de Pedro Ortiz; “El Escalafón de Don Gustavo”, (1890), de Miguel Ramírez Goyena y Carlos A. García; “Ocaso”, (1905), de Santiago Argüello “La Casa del Doctor”, (1907), de Feliciano Gómez; “Los Ciegos”, (1917), de Juan Ramón Avilés; “Aquella Canción”, (1917), de Ramón Caldera; “El Vendaval”, (1918), de Hernán Robleto; “La Rifa”, (1919) de Anselmo Fletes Bolaños; “Los Amigos… Sabes?”, (1929), de Juan F. Aguerri; y “Cora, la Cortesana”, (1932) de Hugo Vid, que sumieron al teatro nacional en una marcada mediocridad.
El movimiento literario de Vanguardia, surgido en Nicaragua en 1928, intentó vitalizar al anémico teatro de la época, iniciando la búsqueda de una expresión netamente nicaragüense; recogiendo parte de nuestro teatro folklórico y re-elaborando la tradición dramática española en obras propias.
En este período sobresalen: “El Árbol Seco”, “Satanás entre en Escena”, “Coloquioo del Indio Juan de Catarina”, “Pastorela”, “El que Parpadea Pierde#, “La Cegua” y “Por lo Caminos Van los Campesinos”, de Pablo Antonio Cuadra. Esta última subió a escena en 1937, con arrollador éxito de críticos y de público nacionales porque reflejaba fielmente la tragedia y la angustia que han asolado al hombre de la tierra nicaragüense, dividido por las guerras partidarias. Sus personajes logran un auténtico carácter humano y sus conflictos y pasiones están expresados con excelente dominio escénico. Toda la obra está impregnada de poesía, y es sin duda, alguna, la más valiosa y representativa pieza social del teatro nicaragüense.
“Chinfonía Burguesa”, de José Coronel Urtecho y Joaquín Pasos, escrita en 1939, es una excelente sátira de la alta clase media del país, y evidencia la sutileza y el buen humor de dos de nuestros mejores poetas.
“La Novia de Tola”, (1939), de Alberto Ordóñez Argüello; “El Congreso se Divierte”, (1940), de GE ERRE ENE (Gonzalo Rivas Novoa) y “La Niña del Río”, (1943), de Enrique Fernández, son producciones teatrales con positivos valores escénicos y literarios.
El Teatro Infantil ha estado representado discretamente por Josefa Toledo de Aguerri, Gratus Halftermeyer, Sofonías Salvatierra, Diego Manuel Sequeira, María Berríos y Ofelia Morales, escenificando temas históricos locales, versiones de fábulas y de cuentos folklóricos.
Influenciados por los complejos temas norteamericanos y europeos, desvinculados de la pobrísima tradición dramática del país; con garra e intereses propios, los autores de la generación posterior a 1940, intenta exteriorizar su “YO” creativo”, a través de obras como “La Venganza”, (1954), de José de Jesús Martínez; “La Luna y Una Canción (1954), de Octavio Robleto; “Judith”, (1957) de Rolando Steiner; “Un Incidente”, (1964), de Armando Urbina Vázquez, y “Ancestral 66”, (1966) de Alberto Ycaza.
En resumen, el teatro nicaragüense se ha mantenido en un segundo tono menor, como expresión creativa. Ninguna obra escrita hasta la fecha ha alcanzado la necesaria madurez y el indispensable dominio de la trama, para que destaque del conjunto de obras nacionales, del que es parte. Existen por supuesto, piezas con méritos parciales, con aciertos notables, sin lograr una unidad dramática característica.
Méritos y aciertos que han aplaudido críticos y espectadores, y, que permiten esperar, en el futuro, la aparición de la obra de teatro nicaragüense.
ROLANDO STEINER
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