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martes, 17 de marzo de 2015

EL CANAL. Por: Rubén Darío

EL CANAL. Por: Rubén Darío

    
Publicado en La Nación de Buenos Aires, el 23 de Marzo de 1895.*

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    La vieja cuestión del canal interoceánico se renueva de tiempo en tiempo. En estos momentos se agita en los Estados Unidos y tiene naturalmente  gran repercusión en Francia. ¿Se realizará el canal por fin?  ¿Cuál de los canales? ¿El de Nicaragua? ¿El de Panamá? ¿Los dos? Colombia, Nicaragua, Costa Rica están a la espera de las resoluciones definitivas. El proyecto de Nicaragua parece ganar terreno, el cadáver de Panamá, se diría conmovido eléctricamente como la rana de Galvani. M. Buno Barilla  lanzó aquí hace algunos meses un llamamiento a los panamistas, en el buen sentido de la palabra, para interesarlos en favor de una empresa que podría resarcir las antiguas pérdidas, nadie hizo caso. M. Hotin hizo un viaje a los Estados Unidos para tratar de ofrecer al yanqui los restos de Panamá, a un buen precio. Las influencias y los ofrecimientos usuales en los medios políticos americanos, no han escaseado. Nada se ha resuelto todavía. Entretanto, los norteamericanos se posesionan poco a poco de Nicaragua, en donde el Gobierno ha comenzado por hacer concesiones que han sido aminoradas por declaración del presidente Zelaya, pero que, por parte de los Estados Unidos, han sido mantenidas, según las primeras versiones que la prensa hizo conocer; es decir: cesiones territoriales a un lado y otro del futuro canal, con derecho de establecer guarniciones militares y tribunales de justicia. No se podrá alegar, pues, en tal caso, la “soberanía” de la república centroamericana, aunque hay que confiar en el reconocido patriotismo y tacto político del general Zelaya.

    El señor Crisanto Medina, antiguo ministro de varias repúblicas de Centroamérica en Europa, persona de consejo y habilidad, que conoce perfectamente la cuestión del canal, como que ha sido acto en muchos preliminares de ella, ha ido recientemente a Nicaragua, y no es de dudar que sus indicaciones hayan sido escuchadas por el Gobierno. Ha escrito  con oportunidad una interesante historia del canal interoceánico, que reviste de mayor actualidad. No es el señor Medina de los dudosos, él cree probable que llegará, tarde o temprano, la necesidad para el comercio del mundo, de los dos canales, el de Panamá y el de Nicaragua. Por de pronto, y por más que se asegure  que los entusiasmos norteamericanos por el istmo nicaragüense son aparentes y tan sólo manifestados para encontrar más fáciles las ofertas de Panamá, abandonado por la mano francesa, parece extraordinario que se pueda suponer interés en continuar la ruta fracasada de Lessens, (122). Me ha tocado visitar, en compañía de ingenieros desolados ante el espectáculo ciertamente conmovedor, aquel inmenso cementerio de construcciones, aquel colosal osario de máquinas, entre las ruinas, en el lugar fatídico en que la imprudencia por un lado y el delito por otro, enterraron un sinnúmero de vidas y un sinnúmero de ahorros de pobres gentes… Proseguir, animar de nuevo las viejas dragas llenas de herrumbre, volver a turbar con nuevos ruidos el silencio que dejó allí las más formidables de las debacles. (123) una especie de Sedán económico de Francia, sería una locura que no cabe, sobre todo, en cerebros yanquis. Pero todo puede ser.

    Los días pasados, en casa del señor Medina, recorría y o las líneas que ha dedicado a la obra ístmica. El hace primero, y antes de entrar en recuerdos y apreciaciones personales, una reseña ligera de las tentativas que, a través de los siglos, se han iniciado para unir los dos océanos. Tiene el buen gusto de no citar la previsión de Séneca: “aquí está la vasta puerta de dos mares”, demasiado mellada por el uso que de ella han hecho cuanto han tenido que ocuparse en el asunto. Habla de los ingenieros del Renacimiento que fueron a buscar oro de Cipango, y que señalaron varias rutas factibles. Refiriéndose a ellos, cuenta que M. de Lesseps le dijo un día: ¡Ils n᾽étaint pas fixét!...

─Vea usted─ me dice el señor Medina mientras la madera crepita en la chimenea de su bureau de diplomático, en la rue Boccador—; vea usted lo curioso que es ese proyecto de un antiguo español, Diego de Mercado, cuya relación se ha encontrado hace poco en los archivos de Sevilla: “Diego de Mercado no era un ingeniero; tampoco era un geógrafo. Él mismo dice modestamente a su soberano, Felipe III, que es “fabricante de pólvora, y antiguo soldado, a la sazón vecino desta ciudad de Santiago, de la provincia de Goathemala”. No obstante, sus descripciones son de una precisión admirable, y sus proyectos no carecen de buen sentido práctico. Principia Diego de Mercado por diseñar un cuadro muy completo de los puertos de San Juan del Norte y San Juan del Sur de Nicaragua, y explica en seguida la conformación del río San Juan y las muchas, pero no insuperables, dificultades que ofrece para la navegación a causa de sus arenas, sobre todo de sus raudales. Luego indica el trabajo que sería necesario hacer en él. Hace enseguida comparaciones entre los puertos de Panamá, Colón, San Juan del Norte y San Juan del Sur, y después de algunas descripciones prolijas y entusiastas, en las cuales el buen Diego de Mercado revela su alma de flamenco, hablando con más entusiasmo de los cereales que de las selvas vírgenes; después de un largo examen de las riquezas conocidas del suelo costarricense y de las riquezas misteriosas y de la costa de Mosquitia, cuyo nombre primitivo de Sierra del Oro (Saguzgalpa) hace germinar en su imaginación en sueños de fortuna y de conquista, llega a su proyecto del canal y lo expone con sencillez y  claridad en páginas que muestran su gran deseo de ser útil a la humanidad y al rey. Diego de Mercado fue un hombre estudioso y perspicaz, de buena voluntad y de fe entera, que comprendió desde luego las grandes ventajas que la canalización de Nicaragua ofrecía a la navegación universal en cambio de un ligero sacrificio. El rey Don Felipe III, no obstante, debe de haber dado muy crédito a sus palabras, puesto que aun teniendo seguridad de que, según sus propias palabras “los trabajadores llevarían la obra a cabo sin necesidad de pagarles salario alguno”, dejó sin respuesta definitiva la proposición de su leal vasallo.

    Antes habían ya hecho propuestas semejantes al emperador Carlos V, Hernán Cortés y Ángel de Saavedra; el primero señalaba como utilizable el curso del Darién y creía hacedero el canal por Panamá, basado en los estudios hechos por Vasco Núñez de Balboa en 1513; Cortés optaba por Tehuantepec, y encargó hacer los estudios a Gonzalo de Sandoval. Carlos V se encogió de hombros. Tenía otras cosas que intentar. Luego, un aventurero portugués, llamado Antonio Galvao, encontró hacedero el canal por cuatro vías diferentes, Nicaragua, el Istmo de Méjico, Panamá, entre el golfo de Uraba  y el golfo de San Miguel. Felipe II recibió los pedidos de López de Gomara para que llevase a la práctica la obra del  canal. Mucho tiempo pasó sin que ningún paso importante se diese. El fundador del Banco de Inglaterra, William Paterson, hizo que su rey aprobase un plan de colonización del Darién y de un canal por este punto; aunque la expedición se organizó, no pudo efectuarse. Después tenemos la iniciativa de Bolívar, que, naturalmente, encontraba muy factible la obra por el istmo panameño; el libertador se ocupó en el asunto antes y  después de la realización de sus sueños políticos.

    La primera expedición científica fue en tiempos y por orden de Carlos III. “Dos ingenieros eminentes, dice el señor Medina, uno francés y otro español, Martín de la Bastide y Manuel Galistro, fueron a Panamá y a Nicaragua; examinaron el terreno, hicieron minuciosos sondajes y volvieron a Europa con un proyecto favorable a Nicaragua (y no a Panamá, como dicen algunos historiadores), según consta del Abanico Geográfico que Martín de la Bastide depositó en la Biblioteca Nacional de París en 1805, es decir, en el mismo año del nacimiento de Ferdinand de Lesseps”.

    No pudo tener buna acogida el plan de esos dos ingenieros: el tiempo  y el medio no estaban de su parte. Es el tiempo y el medio pintados y evocados magistralmente en ese Enfant d᾽Austerlitz que acaba de producir el genial poder de Paul Adam. Todo lo envolvía el soplo agitado de la Revolución, y luego el estruendo y  la tempestad de las guerras imperiales. En cambio, a comienzos del siglo pasado, fueron legión los proyectos y tentativas. Los grandes países, hace notar el señor Medina, enviaban entonces Comisiones tras Comisiones, y los sabios iban personalmente a América. Es la época del barón de Humboldt, panamista, también en el buen sentido, avant la lettre. Por parte de Nicaragua estaban Crosman, Bailey, Félix Belly, Childs, Tay y otros; y Tehuantepec tenía a varios, sobre todo norteamericanos, por interés de vecindad y, por tanto, de absorción. “El historiador D. Alejandro Marure refiere que un hijo de Nicaragua, el señor Manuel Antonio de la Cerda, jefe que fue después de aquel Estado, tuvo la gloria de ser el primer centroamericano que promoviese (en julio de 1823) el asunto del canal, y explica los motivos que le impidieron legar a un resultado. El señor Cañas, ministro de Centroamérica en Washington, en un oficio dirigido al departamento de Estado en 1825, propuso la cooperación de Centroamérica con los Estados Unidos para abrir el canal por la provincia de Nicaragua. Como consecuencia, el famoso Clay, entonces secretario de Estado, comunicó sus instrucciones a Williams, ministro de la Unión Centroamericana, para hacer las investigaciones necesarias y aun se celebró un contrato para la construcción del canal, que adolecía de defectos consiguientes a la ignorancia en que por falta de estudios exactos se estaba todavía sobre el costo y las necesidades de la obra”. Entonces fue cuando el Gobierno centroamericano recurrió a Holanda. La política europea echó abajo las buenas intenciones de la compañía holandesa que se organizó. Centroamérica intentó de nuevo, esta vez con los Estados Unidos, en tiempo del presidente Jackson. Hace tiempo que se solicita la boca del lobo… Las negociaciones siguieron su curso hasta que, en 1853, el Senado adoptó una resolución excitando al presidente a abrir negociaciones al efecto de proteger por tratados a cualesquiera compañías o individuos que acometiesen la construcción del canal, para los Estados Unidos lo mismo que para las demás naciones. En 1849, los Estados Unidos dieron dos buenos pasos a ambos lados del istmo: obtuvieron una concesión del ferrocarril de Panamá y firmaron un tratado con Nicaragua para la apertura del canal. Inglaterra paró la oreja; y a propósito de los indios de la Mosquitia, celebró el famoso tratado de Clayton Bulwer, tan llevado y traído en estos últimos tiempos.

    En 1880, siendo presidente de Nicaragua el General Zavala, se firmó el contrato Cárdenas Menocal, que quedó en nada. En 1884, firmó en Washington el ministro Zavala un tratado, “en virtud del cual los Estados Unidos se comprometían a construir el canal con acompañamiento de ferrocarriles y telégrafo, concediendo Nicaragua no sólo el territorio al efecto, sino una faja de dos y media millas inglesas de ancho en toda la longitud de la obra. La empresa sería virtualmente administrada por el Gobierno americano, quien entregaría al de Nicaragua una tercera parte de los productos netos”. Este tratado no obtuvo la ratificación del Senado americano: Cleveland lo retiró. Luego hubo otros arreglos y contratos que caducaron sin resultado ninguno.

    Respecto a la tristemente célebre Compañía Universal del Canal de Panamá, el señor Medina es más explícito. “Tendré que tratarla –dice— con más detalles, por haber sido testigo presencial de los acontecimientos desde su origen hasta el fracaso definitivo”. Así, recuerda el primer Congreso científico que haya tratado del canal, en Amberes, el año de 1871, de donde salió muy recomendado el proyecto por el Darién, entre los Tuyra y Atrato, presentado por M. de Gogorza. En 1875 la cuestión fue tratada en el Congreso de Geografía de París. Se trató de la reunión de un Congreso Internacional que decidiría. Ya Lesseps aparece; yl uego el Sindicato que él apoyaría y que tuvo por presidente al general Türr. Conseguidos los capitales, la Comisión de estudio que debía dictaminar fue enviada. La Comisión partió para América en del 76. Iba a bordo del vapor “Lafayette”, y entre sus miembros se contaban el ingeniero Reclus, el oficial italiano Bixio, Víctor Celler y seis ingeniero más, bajo las órdenes de Luciano Napoleón Bonaparte Wyse. Tocóle al señor Medina ir en ese vapor en tal ocasión. Varios de los miembros de la Comisión eran amigos personales suyos y hace memoria de sus impresiones.

    Sabido es que en ese tratado se estipula que las partes contratantes se comprometen a no ejercer un contrato exclusivo sobre el canal, a no alzar fortificaciones en él, a no ejercer dominio alguno sobre Nicaragua, Costa Rica, la Costa Mosquitia ni parte alguna de la América Central, ni directamente ni por medio de alianzas o protectorados. Ya se sabe cómo es la política de los países anglosajones, y cómo saben interpretar, según el caso, sus tratados y  sus doctrinas. El canal no pudo tampoco hacerse entonces. Luego fue la invasión filibustera de Walker. Si Walker triunfa, el canal estaría ya hace tiempo abierto. En el 63 los Estados Unidos, que ya tenían plantado el jalón del ferrocarril en Panamá, propusieron a Colombia la construcción del canal; tales condiciones ponían, que Colombia no aceptó. “Se dice –agrega el señor Medina— que el príncipe Luis Napoleón estuvo en San Juan del Sur y fue uno de los más entusiastas partidarios del canal por Nicaragua, aunque más tarde, dueño ya de un imperio, no hizo nada para llevar a la práctica la realización de sus ensueños juveniles”. En efecto, Napoleón III publicó un estudio sobre el canal de Nicaragua, muy meditado e importante, y del cual, ya en tiempos en que era emperador, se ocupó el Instituto de Francia. Pero la cosa no pasó a más. El señor Medina habría podido investigar y darnos a conocer algo de las relaciones estrechas que ligaron al monarca francés y al ministro nicaragüense Castellón.

    “En nuestras largas conversaciones –cuenta el diplomático centroamericano— los ingenieros, y especialmente Bonaparte Wyse y Bixio, me hicieron ver la importancia decisiva de la misión que ellos llevaban, asegurándome que, una vez sus estudios terminados, la obra se ejecutaría sin demora, gracias al poderío y a la influencia de Lesseps, en quien la Europa toda había depositado una confianza ilimitada después de Suez. Yo lo creía también así, y naturalmente, no dejé pasar una sola de las ocasiones que se me presentaron para influir en sus ánimos, haciéndoles ver las mil ventajas que Nicaragua ofrecía a la empresa; indicándoles la clemencia relativa del clima, la densidad de la población, superior a la de Panamá, la abundancia de maderas y víveres, etc. Tan pronto como terminaran sus estudios en el istmo y firmaran un contrato con el Gobierno colombiano, tenían la idea de pasar a Nicaragua con igual objeto.

    Así pensaban regresar a Europa  con todos los elementos necesarios  para que la resolución del Congreso pudiera darse con entera imparcialidad y perfecto conocimiento del asunto. Pero cuando Bonaparte Wyse regresó de Colombia y Nicaragua, resultó que sólo con el primero había celebrado contrato para la construcción del canal de Panamá. Esta era la situación cuando se reunió el Congreso Internacional que debía resolver definitivamente el punto”. Aquí los recuerdos personales del señor Medina se precisan. “Reunióse el Congreso en París, y celebró sus sesiones en el hotel de la Sociedad de Geografía, en los días 15 a 29 de mayo del año de 1879. El elemento extranjero en dicho Congreso se compone de 62 delegados, representantes de Alemania, Austria, Bélgica, China, España Estados Unidos, Colombia, Gran Bretaña, Hawai, Holanda, Méjico, Noruega, Perú, Portugal, Rusia, Suecia y Suiza. En cuanto a las repúblicas de Centro América, sólo estaban allí representadas: El Salvador, por el ilustrado publicista colombiano don José María Torres Caicedo (con quien el señor Medina tuvo un duelo célebre); Costa Rica, por don Manuel M. Peralta. Yo representaba entonces a Guatemala. Además de estos delegados extranjeros, había en el Congreso más de ochenta representantes franceses, en su mayor parte ingenieros distinguidos y casi todos hombres de verdadero talento y de real sabiduría, pero que, habiendo sido hábilmente escogidos por M. de Lesseps, estaban dispuestos a apoyar sus planes y a formar siempre la mayoría necesaria al triunfo de su inquebrantable voluntad. Para llevar a cabo metódicamente sus labores científicas, dividióse el Congreso en cinco Comisiones especiales, y a mí me tocó en suerte, a pesar de mis escasos méritos, ser el vicepresidente de la primera de ellas y de dirigir sus debates durante las ausencias del ilustre sabio francés M. Levasseur. Tratábase, ante todo, en el seno de esta Comisión de establecer, gracias a datos y cálculos estadísticos, los rendimientos probables del canal, para poder, desde luego, estar seguros de la equitativa relación entre el capital empleado y los dividendos futuros. En este sentido traté siempre de inclinar los ánimos en favor de Nicaragua, basándome en cifras exactas, pues todos o casi todos los proyectos de apertura de la vía interoceánica por el Lago y el San Juan, marcaban la necesidad de un capital menor al que era indispensable para llevar a cabo la obra en el Darién, y, por lo mismo, ofrecían más probabilidades de ganancias para los accionistas. Esta cuestión era, en el fondo, una de las más importantes, y sí mis ideas hubiesen prevalecido entonces, no hay duda de que la opinión pública hubiera ejercido una presión contra Panamá, pero el público no prestó gran interés a ese punto de detalle y dejó obrar a los hombres que, estando encargados de hacer los cálculos estadísticos, con una libertad hasta cierto punto fantástica, debían decidir en última instancia. Dispuesto M. de Leeseps a no aceptar a Nicaragua sino en última caso, pidió los datos fueran calculados con toda la posible largueza, basándolos en el tráfico probable del porvenir, teniendo en cuenta el aumento gradual que habría obtenido el comercio cosmopolita cuando el canal empezase a funcionar; es decir, estableciendo los cálculos según lo que ese aumento estaba llamado a producir en 1866. El tonelaje previsto fue de 7.250.000. A pesar de la elevación en tal cifra fue necesario subir el precio primitivamente fijado como derechos de tránsito del canal, y, aún con todo eso, apenas se llegaba a obtener los rendimientos indispensables para pagar los intereses del capital que se necesitaba invertir en la obra. No así adoptando el proyecto Menocal por Nicaragua, que revelaba una economía de 500.000.000. comparado con el presupuesto hecho para Panamá por el ingeniero Ribourt”.

    Las revelaciones del señor Medina son muchas y muy interesantes. Sería de desear que extendiese sus Memorias, que aumentase los detalles y diese a luz un verdadero libro que, de seguro, contendría datos curiosos, previsiones cumplidas y rasgos pintorescos. Recuerda el informe de Levasseur y los estudios de la cuarta Comisión del Congreso, compuesta de los más sabios ingenieros del universo, y que tenía que ocuparse de la parte técnica de los proyectos, que fueron muchos. Me llama grandemente la atención lo que rememora de una carta de M. Lucien Pydt y que leyó en una sesión de la Comisión. Era un eco anticipado de la catástrofe que debía venir, un anuncio del formidable “Panamá”, que debía minar la base de la gloria del Gran Francés. En esa carta se decía que “M. de Lesseps se ocupa exclusivamente del éxito y del porvenir de la Compañía civil, y que la cuestión de la apertura del canal, desde el punto de vista del interés universal, queda relegada a un plan secundario, y su solución subordinada a la aceptación del proyecto de su protegido”.

    Más, mucho más contienen las apuntaciones y la riquísima Memoria del señor Medina respecto a los entretelones de la cuestión del canal, de asuntos técnicos y pasos diplomáticos tanto en Europa como en los Estados Unidos. No dejaré de citar sus impresiones en las últimas sesiones de ese Congreso con M. de Lesseps. “La opinión extranjera –dice el señor Medina— se había pronunciado casi con unanimidad en favor de Nicaragua. Viendo esa presión desinteresada, M. de Lesseps se dirigió confidencialmente a mí y me dijo textualmente lo que sigue: “El sentimiento de la mayoría del Congreso parece pronunciarse en favor de Nicaragua; yo no tengo ningún interés personal en que se favorezca tal o cual vía, tanto más cuanto que los gastos hechos por el Sindicato de exploración Türr y Wyse pueden ser reembolsados por la Compañía que se forme; pero sería necesario formalizar algunas bases de arreglo con el Gobierno de Nicaragua, porque si el Congreso opta por el canal de Nicaragua y enviamos después un comisionado a tratar con aquel Gobierno, sin arreglo previo de ningún género, las pretensiones serán tales que no habrá modo de hacer un contrato realizable. ¿Hay alguien aquí autorizado para hacer cualquier ofrecimiento en nombre de Nicaragua?”. “Yo sabía desgraciadamente que no, y me limité a asegurar a M. de Lesseps, como amigo de Centro América, que Nicaragua comprendería demasiado sus intereses para demostrar la intransigencia que él temía, y le insté para que dejara que el Congreso se pronunciase libremente; pero mis instancias, como las de otros, se estrellaron contra los temores de M. de Lesseps y contra la presión del Sindicato colombiano que trabajaba porque la decisión fuera enteramente favorable a sus proyectos”. Lesseps se decidió firmemente por Panamá. En la votación general la mayoría de los representantes extranjeros se abstuvo. Entonces resultaron 87 votos por Panamá, y sólo 8 por Nicaragua. El Gran Francés había triunfado…

    Ahora es en los Estados Unidos. Se verá, por fin, cuál será la vía elegida por los yanquis, pues ellos son los que han de hacer práctico tanto proyecto. Por Panamá o por Nicaragua, o por ambas partes, ellos buscan que América sea para los americanos. O para la humanidad… que habla inglés.

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Nota del Editor del Blogspot:

Este artículo, Rubén Darío lo tituló: “El Canal”. En 1965, fue incluido en el libro “Rubén Darío periodista”, editado por la Secretaría de Educación Pública. También fue publicado en el diario La Noticia, de 28 de Febrero de 1965. En 1982, fue incluido en otro libro titulado “Rubén Darío: Prosas Políticas” editado por el Ministerio de Cultura. En 2010, hubo otra edición (ampliada) de “Prosas Políticas” que fue financiada por el Banco Central de Nicaragua. Asistido por el testimonio de Don Crisanto Medina, Darío, con ese magistral dominio de la prosa, enlaza la historia del recurrente deseo de “transformar” Nicaragua mediante la construcción del canal interoceánico, que al final de aquella “primera época” de decisiones, fue "inclinado" hacia Panamá, no sin antes prevalecer una gigantesca conspiración donde los factores de influencia fueron barajados con dólares por debajo de la mesa. En el negocio en ciernes, el Presidente Teodoro Roosevelt favoreció  familiares y amigos para obtener privilegios en la gigantesca obra, situación que fue expuesta a luz pública cuando Roosevelt decidió demandar a dos diarios estadounidenses que habían indicado los nombres de los favorecidos en el negocio del Canal, incluido Douglas Robinson, cuñado de Roosevelt, quien invirtió y ganó dinero en la construcción del Canal. Estos pormenores o hallazgos están en el libro “La historia no revelada de Panamá” (1923) escrito por Earl Harding excorresponsal del “New York World”. 

lunes, 3 de noviembre de 2014

El Canal y el Lago, una opinión de hace 60 años: ¿SE ESTÁ SECANDO EL LAGO DE NICARAGUA? En: La Prensa, 1960


Traducido de Shrinkage of Lake Nicaragua de A. Heilpcin.

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Fotografía del Dr.  Ismael Gaitán F.  (Presentada al Concurso de Fotografía Libre, 1960).
Un serio obstáculo para el propuesto canal por Nicaragua, que ha escapado a toda consideración pese a su gran importancia, es el que se refiere a la disminución de las aguas del lago de Nicaragua, que desagua por el río San Juan. El canal por el cual será utilizado el lago, como reservorio a su más alto nivel no podrá ser permanente sí las aguas del mismo lago no son retenidas.

He dado algunas razones, aparecidas en publicaciones anteriores, que me inducen a creer que el nivel de las aguas es inconstante, habiendo descendido de 15 a 20 pies en el período de medio siglo o en menos. Estas conclusiones están basadas en las primeras determinaciones de altitud verificadas por el ingeniero español Manuel Galisteo  en 1781, y por el inglés John Baily*[1] en 1838.

Estas primeras medidas difieren de las más recientemente obtenidas por la U.S. Geologiacl Survey, en unos 20 o 30 pies las que fueron verificadas por la Comisión Canalera en 1897-89, la cual intentando refutar mis conclusiones llegó a aseverar que “descartando las primeras medidas el nivel del lago de Nicaragua ha quedado constante, exceptuando leves fluctuaciones estacionales, y por un período que tiene que ser contado por siglos”, y “que las condiciones geológicas en esa porción del istmo, garantizan una futura estabilidad, que favorece la construcción y mantenimiento de un trabajo de gran envergadura como es el del canal proyectado”

Un examen crítico  de las premisas de Mr. Willard Hayes, autor de la exposición anterior, muestra que tales están lejos de un convencimiento, presentando  contradicciones con los datos proporcionados oficialmente por el ingeniero jefe Wheeler, de la Comisión Canalera, los cuales confirman los argumentos adelantados en pro de la inestabilidad del nivel del lago. El mismo Mr. Hayes presenta tres causas “que podrían traer un cambio en la altitud de este nivel, a saber:

Una depresión de la entera porción del istmo pero sin concavidad; una depresión del fondo del lago con curvatura y un hundimiento hacia el desaguadero”, aunque admite no haber encontrado evidencias directas de tales causas que le den la seguridad de que el nivel del lago sufrirá descensos en el futuro.

Para muchos geólogos existe otra causa, además de las tres anteriormente expuestas, y que ellos conocen como movimientos epirogénicos, los que consisten en lentos ascensos y descensos de las tierras adyacentes, como por ejemplo la inmersión y emersión del templo de Serapis[2], construido a orillas de la bahía de Nápoles, fenómeno que Collison creyó deducir cuando corrió la medida local del lago, en 1861, afirmando en su reporte a la Royal Geographical Society que, “aún el nativo menos observador, morando a orillas del lago, podrá referir cómo sus bancos han sido levantados años tras año y de manera apreciable visualmente, etc.”

En el reporte del ingeniero jefe de la Comisión Canalera, que fuera elaborado muy meticulosamente, se ha tenido en cuenta el agua que el lago recibe por precipitación pluvial y aporte de los ríos tributarios a su cuenca, contraponiéndola a la que pierde por evaporación y desagüe, pudiéndose afirmar que en años de riguroso verano solamente el agua perdida por evaporación excede a la aportada por la precipitación y afluencia.

Por observaciones  hechas desde numerosas posiciones en la ribera del algo, se ha deducido que la precipitación pluvial anual sobre la superficie del lago es aproximadamente el 28% de lo que es en Rivas, siendo la cantidad recolectada por la afluencia de los ríos todavía inferior a esa proporción. 

Tales datos con el conocimiento de la suma de la evaporación superficial más la pérdida por desagüe, permiten una fácil determinación de la hidrodinámica del lago de Nicaragua.

En efecto, se considera que la evaporación de la superficie del lago en promedio es de unas 6 pulgadas mensuales durante el verano y de unas 4 durante el invierno. En 1898 la evaporación anual fue de 52 pulgadas, pero ese año fue considera como “anormalmente húmedo”; la humedad atmosférica se opone a la evaporación, y de acuerdo con Dr. Davis, hidrógrafo de la Comisión, de no reinar tal estado, hubiera alcanzado un promedio de 60 pulgadas, o sea 5 pies.

Medidas efectuadas durante 19 meses indican que desde noviembre de 1889 hasta junio de 1891, llovieron 38 pulgadas sobre lago, suficiente para levantar el nivel en 45 pulgadas (precipitación más afluencia). Pero también se ha considerado que en ese mismo período de tiempo la evaporación hizo bajar el nivel del agua en 93 pulgadas, o sea una caída de 49 pulgadas, y sin incluir el agua perdida por el desagüe del San Juan.

Si se considera esta relación por varios años, se puede calcular que la pérdida de agua solamente por evaporación durante tres años consecutivos de riguroso verano sería unos 19 pies. Teniendo en cuenta la recurrencia de tales períodos de sequía se debería esperar un descenso sensible del nivel del lago en un tiempo equivalente a una centuria.

Como conclusión final, resultante de todos estos datos, podemos deducir lo siguiente: a) el lago de Nicaragua ha sufrido una marcada reducción durante un período comprendido entre 25 y 50 años; b) la reducción sigue en progreso y no se conocen condiciones por las que la pérdida sufrida pueda ser compensada; c) Era bien fundada la presunción de las primeras medidas del nivel del lago, indicando que el descenso de 20 a 30 pies fue una muy acuciosa medición. Todas estas conclusiones pueden por tanto ofrecer serios obstáculos a la construcción de un canal por Nicaragua y a su conservación una vez construido.




[1] John Baily fue un inglés que vivió en América Central durante muchos años. En 1837-1838, fue contratado por el gobierno de Nicaragua para estudiar una ruta potencial para construir un canal desde el mar Caribe hasta el océano Pacífico. Este mapa, publicado en Londres en 1850, iba acompañado por un libro, América Central, publicado por separado, que contenía la mayor parte de la información que Baily había recopilado para preparar el mapa. El mapa muestra cuatro rutas posibles para el canal: una estudiada en 1848 por el ingeniero danés Andrés Oersted para el gobierno de Costa Rica; la ruta de 1837-1838 propuesta por el propio Baily; una ruta a través de la actual Panamá, propuesta en 1844 por el ingeniero francés Napoleón Garella; y una ruta a través de Nicaragua, preferida por el príncipe (y más tarde emperador) Luis Napoleón de Francia. Los dibujos en la parte inferior izquierda destacan las dificultades técnicas que suponía construir un canal que atravesara las colinas y montañas por tierra y que tuviera en cuenta los diferentes niveles del mar (causados por las mareas) en las zonas del canal sobre el Atlántico y el Pacífico. El mapa y los escritos de Baily se citaron frecuentemente en debates posteriores, acerca de dónde y cómo debería construirse el canal.
[2] Localizado en Alejandría. Se estima que su construcción se inició en el siglo II D.C.

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martes, 28 de octubre de 2014

FIN DEL TRATADO CANALERO POR NICARAGUA: EL ANUNCIO OFICIAL DE CHARLES MEYER Y SOMOZA DEBAYLE

Y  DESPUÉS DE CHARLES MEYER ¿QUÉ PASARÁ EN NICARAGUA? En: Extra, No. 99. Managua, 19 de Julio de 1970.
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Meyer, de gafas. Platicó con representativos de todos los sectores políticos de tradición. Con algunos en secreto.
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Mr. Charles A. Meyer, Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Latinoamericanos cerró un capítulo de la Historia de Nicaragua al anunciar conjuntamente con el Presidente de la República de nuestro país, General Anastasio Somoza Debayle, la abrogación del Tratado suscrito en Washington, Estados Unidos, el 5 de Agosto de 1914, por el Ministro Plenipotenciario General Emiliano Chamorro y el Secretario de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica, William Jenning Bryan, y abrió una interrogante geopolítica sobre el Río San Juan, la principal arteria pluvial de Nicaragua.

MR. CHARLES A. MEYER, Srio. de Estado Adjunto de EE.UU.
Después del paso de Charles Meyer por nuestro país y la actuación del Sr. Malcolm R. Barnebey, Encargado de Negocios a. i. de los Estados Unidos de América en Nicaragua, año-70, ¿qué destino se le reserva a aquél río, descubierto en 1523 por Ruy Díaz quien fue a la vez su primer explorador?

La opinión pública de Nicaragua, ha abierto al ojo de la conjetura, lo que realmente puede suceder y soslaya que después de Meyer quedar al arbitrio de la política del régimen del General Somoza Debayle, si las fuerzas vivas de la Nación, no apuntalan su fuerza de vigilancia sobre el río, pretensiones y negocios turbios, que bien pueden surgir dentro del criterio doméstico o de las influencias de quienes pretenden sentar soberanía y ensuciar sus aguas con mixturas extrañas.

LO QUE SE HA PENSADO

Aún antes de que el 14 de Julio de 1970 se firmara la abrogación del oneroso tratado, en los círculos gubernamentales y en las esferas diplomáticas, se estaban trazando planes, para buscarle un nuevo matrimonio político al Río San Juan.

No hará dos años Costa Rica anunció que tenía derecho al río, y manifestó que todo intento de canalización, sería seguido con interés por ellos. Fue más largo aún, cuando oficialmente se anunció que existían negociaciones entre Nicaragua y Costa Ricas para llevar a cabo la obra enfatizó que no permitiría quedar de parte afuera.

Recientemente se formó una Comisión Bipartita integrada por ambos países con el objeto de hacer un estudio sobre tal problemática. La integración de dicha Comisión ha despertado suspicacia de los elementos adversarios al régimen y aún de los que contemplan el caso desde un punto meramente imparcial, basado en la temática jurídica, y han dado un voto negativo al experimento.

Los círculos políticos estiman que nuevamente el trust Somoza, lo único que pretende con canalizar conjuntamente con Costa Rica, el Río San Juan usando como excusa viable el Laudo Cleveland, que permite a la vecina nación del Sur, navegar en aguas del río 5 millas abajo del Castillo de la Inmaculada Concepción, es permitir a la familia gobernante abrir mejores caminos de explotación a las propiedades que posee en la costa sur del Gran Lago y la ribera del río.

En tiempos de don Luis Somoza, el Gobierno de Costa Rica, pretendió abrir un corredor geográfico hacia el Gran Lago, que permitiera a las provincia del Note de aquel país, ganar las riberas del Cocibolca, y por medio de un sistema de “Ferry Boats”, exportar sus productos hacia el resto de los países centroamericanos, vía Granada-Carretera Panamericana.

La propuesta no fue del agrado del Ing. Somoza y la hoja de las negociaciones se dobló.

OTROS PROYECTOS

No hace mucho, el Río San Juan volvió a ponerse de moda. Aquella prenda fluvial estuvo en juego de intereses nuevamente. Hubo noticias en el sentido de que el millonario Arias, de origen panameño y el Presidente Somoza Debayle, habían discutido informalmente la canalización del San Juan. Los órganos oficiales de divulgación se hicieron algún eco de ello pero después callaron. Al parecer el proyecto falló en casi todos sus puntos.

Cuando el General Somoza Debale, visitó el Japón, durante breves días se filtró la noticia sin confirmación de que él había hablado allá, con Hirohito, de un plan similar al propuesto por Arias de Panamá.

La noticia no fue confirmada oficialmente, pero muchos decían que cuando el río suena piedras lleva. No era injustificada la alarma, porque si aquella vía fluvial había sido enajenada en cierta ocasión, aquellos que mantenían ahora como emblema que no existían las soberanías absolutas, no podrían realizar operaciones de tipo tal vez más legalista y menos atemperadas con el utis poseditis juris.

La historia del cercenamiento de nuestro territorio podía seguir, tal como ocurrió con la pérdida de la provincia de Guanacaste, en la década de 1821 a 1830; Providencia en virtud del Tratado Meneses-Esguerra  y el obsequio del Territorio en Litigio a Honduras en virtud del Fallo de la Corte Internacional de La Haya.

PERO HAY ALGO MÁS

Priva dentro del criterio de la ciudadanía, que la abrogación del Tratado Chamorro-Bryan, fue una concesión de los Estados Unidos. El Tío Sam comprendió al cabo de 54 años, que dicho convenio no les importaba mucho, y que era fácil hacerlo en entrega inmediata.


La forma en que se llevaron a cabo las negociaciones, sin mayor esfuerzo por parte de Nicaragua, y  con la menor resistencia de Estados Unidos son suficiente base para hacer explotar la política, y poner en órbita, tal vez una teoría no muy cierta  pero si factible, de que Estados Unidos quieren quedar bien con Somoza. Para quienes giran alrededor de sus círculos concéntricos, eso es una realidad, y piensan que Meyer es un alguien que trajo en su mochila un visto bueno para el gobierno actual, envuelto en una sonrisa complaciente de Nixon.


El acto de abrogación marca una fecha memorable, pero, fue según elementos ajenos a la política, una zarzuela de propaganda, tal como se realizó en el Salón de las Banderas de Casa Presidencial, donde la mística del somocismo, hizo patrimonio de algo muy significativo para el pueblo de Nicaragua. 

domingo, 21 de septiembre de 2014

EMPEZAR YA CANAL POR NICARAGUA SE RECOMENDÓ EN 1958


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Desde mayo de 1957 estudios completos sobre un posible canal por Nicaragua han sido completados y realizados a fondo, comprobó La Prensa.

La revista “Marine Engineering Log”, especializada en navegación publicó en esa época una recopilación de todas las posibilidades que existen para que un canal sea construido por Nicaragua.

La revista empieza por recordar que el Canal de Panamá, abierto a la navegación en 1914, costó 700 millones de dólares una suma considerada enorme en aquella época y que el gobierno americano calculó que en 10 o 15 años más dicho canal sería insuficiente para la navegación.

Por eso se hicieron estudios sobre las posibilidades del Canal por Nicaragua.

¿A NIVEL POR NICARAGUA?

Más tarde, después de considerar todo lo concerniente a la construcción de un nuevo canal a nivel por Panamá, la revista se refirió concretamente a las posibilidades de construir un canal a nivel por Nicaragua.

Se dijo entonces que el comité investigador consideró que Nicaragua presentaba mayores ventajas que la ruta del río Atrato señalada por Colombia.

Calcularon que el canal por Nicaragua beneficiaría a un 62 por ciento del tráfico actual por el canal de Panamá, salvando 400 millas de navegación.

LA ECONOMÍA

Calcularon también que con el canal de Nicaragua se salvarían anualmente 9.23 billones de toneladas-millas anualmente. Si el canal por Nicaragua fuera construido –dijo el informe— para trabajarlo en forma alternada con el Panamá, el ahorro sería de 15,75 billones de toneladas millas al año.

Agregaba el informe que un canal a nivel por Nicaragua representaría un ahorro anual de 940 millones de dólares en gastos de transporte. Si se usaran alternadamente los canales de Nicaragua y Panamá, agregó el informe, el ahorro subiría a 1.562 millones de dólares.

El informe descarta los informes en contra de algún drenaje que habría que hacer en el Lago de Nicaragua sería altamente costoso. Alega otras razones en favor que hay que tomar en cuenta. (Hay que recordar que este informe, emitido en 1957 y después ampliado en 1958, se hizo cuando no se consideraba las explosiones nucleares como un posible medio de apertura de rutas). El informe, debido a esto, hace un cálculo sobre el costo de remoción de materiales por yarda cúbica.

BUEN LUGAR EN COLOMBIA

Más adelante se recuerda que el hecho de que en la ruta de Atrato (Colombia) hay regiones poco habitadas, da lugar a que sea allí más fácilmente el uso de explosiones nucleares.

En resumen el informe dice que no sólo es un hecho que la zona fronteriza entre Costa Rica y Nicaragua ofrece la mejor zona posible para la construcción del nuevo canal, “sino que esta construcción debe ser iniciada inmediatamente”.

LA LÍNEA

El informe dice que el canal podría pasar por una línea de este a oeste en la latitud de 11 grados—03 Norte. La línea empieza cerca de la Bahía de Salinas en la frontera tico-nica y sale 10 millas al noreste de San Juan del Norte, en el Caribe.

Un canal así,  –dice el informe— no haría indispensable el drenaje del canal. Para dar mejor oportunidad de escogencia, dice, se daría a los expertos a escoger una línea que no excediera 5 minutos de esa latitud y en una línea que no pasara por puntos más altos de 800 pies sobre el nivel del mar.

El artículo termina diciendo que existe todo el equipo disponible y que el gobierno de Estados Unidos podría proveer, el equipo nuclear especial, si se usara este equipo. Inversionistas privados, agrega, podrían aportar el capital para la construcción.

Garantizaron que los comunistas y otros elementos afines desatarían una tremenda campaña contra el uso de materiales nucleares en esa zona.


En consecuencia –termina diciendo— estamos convencidos de que si el canal por Nicaragua se va a hacer en la década de 1960, se tendrá que hacer con métodos no convencionales y no con artefactos nucleares. 

lunes, 27 de enero de 2014

EL CANAL ANGLO-JAPONÉS POR NICARAGUA. Por: José Dolores Gámez. Agosto de 1913.

EL CANAL ANGLO-JAPONÉS POR NICARAGUA. Por: José Dolores Gámez. En: La Patria. Publicación Quincenal: Letras, Ciencias, Artes. Año XXI, León, 6 de Julio de 1916. Tomo VIII. Director: Félix Quiñónez.

Mucho se ha hablado en estos últimos días de lo que motivó la intervención filibustera del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos interiores de Nicaragua; no faltando quienes la hayan atribuido a las supuestas inteligencias secretas del presidente don José Santos Zelaya con el gobierno del Japón, para la apertura de un canal marítimo interoceánico por la vía nicaragüense, en competencia con el de Panamá, las cuales despertaron los celos del gobierno de Washington. De acuerdo con esa suposición, se publicó, hace algunos meses, en un diario de Managua, una especie de leyenda con pretensiones de crónica, que ha sido reproducida por varios otros periódicos de la América Central.

Hay que agregar, sin embargo, en honor a la verdad, que aquella producción, firmada con el seudónimo Sherlock Holmes, es muy ingeniosa, tiene bastante sal y pimienta y estereotipa, con mano maestra los personajes que presenta en acción y las interioridades del palacio presidencial de Managua en la fecha de los sucesos que refiere.

La leyenda en cuestión, verdadero juguete literario de buen gusto, es, como llevamos dicho, ingeniosa y divertida, y se asemeja en su estilo a las muy conocidas anécdotas del Sherlock Holmes inglés, que corren de mano en mano desde algunos años; pero como esa leyenda, con todo su gracejo puede, con el tiempo, forma tradición y oscurecer la verdad histórica sobre sucesos que interesan a la historia de los países centroamericanos, vamos a rectificarla, diciendo lo que realmente hubo acerca de ese asunto tan llevado y traído.
ANTECEDENTES

En el año 1894 era Ministro de Fomento y Obras Públicas, en el gabinete del presidente Zelaya, el autor de estas líneas.

Uno de los asuntos que más preocupaban en aquel entonces al gobierno de Nicaragua, era la apertura del canal interoceánico a través del istmo nicaragüense, cuya concesión tenía dada, desde hacía más de quince años, a una compañía americana, representada por el ingeniero americano don Aniceto G. Menocal, originario de Cuba. Esta compañía, que tomó el nombre de Compañía Concesionaria del Canal Interoceánico, formó en seguida otra, compuesta de sus propios miembros, que llamó Compañía Constructora del Canal de Nicaragua, y a la cual encargó de hacer la obra en el tiempo estipulado en el contrato con el Gobierno y de procurarse fondos con la venta de acciones en diferentes mercados.

La compañía constructora quedaba obligada, por el traspaso de la concesión, a comenzar los trabajos de la obra del canal en determinada fecha, y también a tener invertidos en ellos, después de un año de comenzados, un millón de dólares por lo menos. Para llenar esta segunda condición, cuando el plazo se acercaba, hizo no sabemos qué arreglos con la quebrada empresa del canal francés por Panamá, en virtud de los cuales pasaron a San Juan del Norte muchos materiales, útiles, herramientas de trabajo, dragas, locomotoras y máquinas complementarias, todo de segunda mano y a precio de quema; aforándolo también todo, a la inspección del gobierno de Nicaragua, como artículos nuevos, de superior calidad. Después, no habiendo encontrado colocación para las acciones puesta a la venta en los mercados extranjeros, o sea, careciendo de recursos, la empresa americana del canal por Nicaragua entró en un período de decadencia que llegó a su colmo en 1894.

Tanto el presidente Zelaya como su mencionado Ministro de Fomento, se mostraban partidarios acérrimos de la obra del canal nicaragüense, y estaban dispuestos a hacer por ella cuanto les fuese posible, con entera prescindencia de cuestiones políticas, de personas y lugares.

Los enemigos de la Compañía Concesionaria (porque los tenis muy poderosos en los Estados Unidos), trabajaban mientras tanto, en contra de la idea del canal por Nicaragua, demostrando la imposibilidad en que se hallaba la Compañía Constructora para llenar sus compromisos y el descrédito en que había caído.  Aseguraban, además, que mientras existiera la concesión a Menocal, la obra no podría realizarse por otras compañías poderosas que estaban listas, ni aun por el propio gobierno de Estados Unidos que se mostraba deseoso de ser el empresario.

Mientras tanto, el ministro diplomático de Nicaragua, residente en Washington, que ocupaba también asiento en la Junta Directiva de la Compañía Concesionaria del Canal, radicado en Nueva York, trabajaba a su vez prestándole toda clase de ayuda, de acuerdo con las instrucciones que por cada correo le llegaban de la Secretaría de Fomento de Nicaragua, encargada exclusivamente de aquel negociado.
Era ministro de Nicaragua, residente en Washington, el doctor don Horacio Guzmán, personaje inteligentísimo, sagaz y muy interesado en la apertura del canal, que consideraba como la mayor felicidad para Centroamérica en general, y para Nicaragua en especial.

El doctor Guzmán, condiscípulo y amigo desde la infancia del Ministro de Fomento nicaragüense, se valía preferentemente de su mediación, para mejor entenderse con el Presidente Zelaya, sin la concurrencia de los demás miembros del gabinete de Managua.

Durante el año 1895 escribió Guzmán, confidencialmente, participando que creía perdida en absoluto toda esperanza de canal por Nicaragua, porque la Compañía Constructora había presentado en quiebra, y la Concesionaria escapaba de ser concursada alegando que era ella otra entidad jurídica, enteramente distinta, y además, acreedora de la constructora, con la cual nada tenía en común: que con esa argucia había logrado recobrar su concesión; pero que creía muy conveniente a los intereses de Nicaragua que el Gobierno notificara al agente de dicha compañía, en Managua, la caducidad de la concesión, por falta de cumplimiento a ciertas obligaciones importantes, entre ellas, la de apertura previa del canal del río Tipitapa, destinado a unir los dos grandes lagos del interior, el cual no había aún comenzado, y cuyo costo se estimaba en cuatrocientos mil dólares.

Al mismo tiempo, y dando como un hecho la terminación del contrato con Menocal, el ministro Guzmán sometía a la consideración del Ministro de Fomento, siempre con carácter muy confidencial, la conveniencia de pulsar reservadamente al embajador del Japón en Washington, para averiguar por su medio si su gobierno, por sí o por una compañía ad hoc, quería tomar a su carago aquella obra tan importante.

Se procedió de conformidad con lo que indicaba el ministro Guzmán, en lo referente a declarar la caducidad de la concesión otorgada a Menocal; pero en lo tocante a la negociación con el embajador del Japón, no estuvo de acuerdo, el gobierno de Nicaragua, por considerarla demasiado grave y delicada, como que ni el presidente Zelaya, cuya indiscreción era proverbial, platicó con nadie del asunto. Se le escribió al ministro Guzmán, y se le llamó la atención sobre las malas consecuencias que podía cosechar Nicaragua si los Estados Unidos sospechaban algo de toda aquella intriga, la cual, por otra parte, no representaba más que una esperanza, tal vez infundada. Se le recomendó, sin embargo, aunque encareciéndole tacto y discreción, que estrechase más sus relaciones de amistad con el embajador del Japón y que, cuando éstas hubiesen llegado a cierto grado de confianza, le platicara del asunto como cosa exclusivamente suya y refiriéndose a rumores que habían llegado vagamente a sus oídos, sin avanzar más, en caso de buen éxito, sino hasta consultar y recibir instrucciones nuevas.

Dos meses después informaba el Ministro Guzmán haber procedido con entero arreglo a las instrucciones recibidas y que el embajador japonés, después de haber mostrado mucho entusiasmo por un canal japonés por Nicaragua, había consultado confidencialmente con su gobierno y quedaba esperando instrucciones. Pasados algunos meses más, sin que en Nicaragua ni en los Estados Unidos hubiese nadie sospechado cosa alguna de aquel trabajo, el embajador del Japón informó al Ministro Guzmán, que su gobierno se excusaba por entonces de pensar en el negocio del canal por Nicaragua, por encontrarse a la sazón metido en otros asuntos que le preocupaban. El incidente relacionado, del cual tuvo oportuno conocimiento el presidente Zelaya, quedó terminado en absoluto, con tanto más motivo cuanto que el gobierno americano apareció en seguida gestionando ante el de Nicaragua, para que se le concediera hacer por su cuenta la apertura del Canal.

Años más tarde, el Ministro americano Mr. Merry, suscribió en Managua un contrato con el representante del gobierno de Nicaragua, por el cual obtenía, a nombre del de los Estados Unidos, el privilegio exclusivo para la apertura y  explotación de un canal interoceánico a través del territorio nicaragüense, mediante cierta remuneración pecuniaria, aunque sin concederle soberanía sobre la faja del territorio que ocupase. Como esto último era justamente contrario a las instrucciones recibidas por Mr. Merry, pues exigían el traspaso de soberanía nacional, el Secretario de Estado americano negó su aprobación al convenio y no hubo más gestiones.
SUENA LO DEL JAPÓN

Antes del último incidente relacionado, durante la corta existencia de la República Mayor de Centroamérica, allá por el año de 1898, la prensa americana denunció con mucho escándalo una tentativa, de parte del Ministro de la República mencionada, para entenderse con el gobierno del Japón, o sea con su embajador en Washington, acerca de una concesión de canal por el istmo de Nicaragua. Aquello no era cierto, y pudo tal vez haber sido una vaga resonancia de las antiguas pláticas confidenciales del Ministro Guzmán, que llegaban confusamente y con mucho retardo a la prensa novelera de los Estados Unidos. El asunto, sin embargo, metió ruido por algunos días pero como nada pudo concretarse, ni descubrirse, perdió su importancia, y poco después durmió el sueño del olvido.

VUELVE A TRATARSE DEL CANAL

A raíz de la celebración del tratado de paz de Amapala de 1907, entre los gobiernos de Nicaragua y el Salvador, hubo necesidad, por parte del primero, de enviar a Méjico una legación diplomática a cargo del doctor don Fernando Sánchez. Este, después de haber llenado el objeto de su misión, escribió confidencialmente al presidente Zelaya avisándole que tenía noticia cierta de que los gobiernos de la Gran Bretaña y el Japón pensaban seriamente en tomar a su cargo la empresa de abrir un canal interoceánico a través del istmo de Nicaragua, que fuera para uso común del comercio universal: que estimaba aquello como una felicidad para el progreso nacional, y que sí le parecía bien y se le autorizaba en forma, podría pasar a Washington a tratar del asunto con los embajadores inglés y del Japón.

Era en aquella época Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Nicaragua el antiguo Ministro de Fomento de 1894, y fue con él con quien discutió reservadamente el presidente Zelaya la consulta del Ministro Sánchez, encontrando que estaban conformes en creer que aquel asunto podía traer conflictos al país de parte del gobierno de los Estados Unidos, sin perjuicio de que sería imposible llevar a cabo la negociación, desde el momento en que fuese barruntada en Washington. Se resolvió, en consecuencia, contestar al Ministro Sánchez, haciéndole presente la conveniencia de no tratar por entonces nada del canal, y de ordenar por la Secretaría de Relaciones al Ministro de Nicaragua en Francia e Inglaterra, don Crisanto Medina, que pasara en seguida (sic) a Londres y procurase relaciones de personal amistad, en tanto cuanto le fuese posible, con el lord Canciller y el embajador del Japón en aquella Corte, y que una vez logrado esto, se les insinuase con habilidad hasta averiguar cuánto tenían de cierto los informes que había recibido el ministro Sánchez acerca del proyectado canal anglo-japonés; pero todo como una cosa exclusivamente personal, sin referencia alguna del gobierno de Nicaragua y basándolo en vagos rumores que había recogido en París. Así lo hizo el señor Medina, trasladándose a Londres por algunas semanas, mientras cumplía con las instrucciones recibidas.

RESULTADO QUE SE OBTUVO

Desde su llegada a Londres, el Ministro Medina, se acercó con frecuencia a las personas que le habían sido recomendadas, y con más especialidad al embajador del Japón. Un día que almorzaba con éste, y en que el champán mantenía de buen humor a los dos amigos y provocaba a la expansión, aprovechó la oportunidad el diplomático nicaragüense para levar la conversación a los rumores que había oído en París acerca de los proyectos anglo-japoneses de abrir un canal interoceánico por Nicaragua, para servicio de las naciones, rumores que, agregó, le agradaría saber si tenían algún fundamento, pues como representante de aquel país, se interesaba por todo cuanto con él se relacionaba.

El embajador del Japón, hasta entonces jovial y espansivo (sic), cambió súbitamente y, sin poder ocultar su alarma dijo al señor Medinaque tales rumores eran absurdos, pues el gobierno del Japón tenía en esos momentos el mayor interés en hacerse grato a los Estados Unidos y merecer su confianza, porque necesitaba de su amistad para la resolución de algunos asuntos de más importancia para su patria, y que por lo mismo, no podía pensar siquiera en empresas que no fueran de su agrado y con su acuerdo previo: que la apertura de un canal por Nicaragua sería siempre una competencia para el canal de Panamá, en la cual no podría tomar parte nunca el gobierno japonés. El Ministro Medina procuró calmar la nerviosidad de su imperial colega y de borrarle la mala impresión, asegurándole que su pregunta había sido una mera oficiosidad suya, enteramente desautorizada; y mudó de conversación.

Con el lord Canciller inglés no fue más afortunado el Ministro Medina. Aleccionado por la experiencia reciente, fue más cauto, y se valió de más rodeos para tratar del asunto; pero el Canciller fue franco y terminante en declararle, como el embajador japonés: que los rumores que le refería los consideraba absurdos, porque Inglaterra, aliada a los Estados Unidos por vínculos d sangre, procuraba siempre la mejor armonía con ellos y  les había dejado, en absoluto, todos los asuntos que se relacionaran con los intereses del Nuevo Continente: que en esa virtud no haría cosa que no fuese de su agrado, especialmente en asuntos del canal, en que tan interesado estaba el gobierno americano.

Todo aquello no tenía en sí mayor importancia, pero la suspicacia japonesa fue más allá, y quiso ver en la conversación amistosa y enteramente particular del Ministro Medina, el deseo del gobierno de Nicaragua de tratar con el gobierno del Japón la apertura del canal. Así lo comunicó a su gobierno el embajador en Londres, y parece que de Tokio se dijo algo en ese sentido a la embajada en Washington, para que lo hiciese valer en ocasión oportuna.

Tres años después, en 1910, Mr. Philander Knox, el conocido “Enano del Capitolio”, buscaba pretextos con que intervenir en Nicaragua  y desarrollar las grandes combinaciones de la Diplomacia del Dólar que, como es bien sabido, tenían por objeto el saqueo de un pueblo débil. Fue entonces cuando principió a rumorarse lo del canal anglo-japonés, y aun se dice que se alió de ello Mr. Knox, para arrastrar al gabinete de Washington hacia su tortuosa política de cínicos atropellos a la independencia y soberanía de un pueblo hermano cuya debilidad le aseguraba de quedar impune y del éxito que obtuvo.



San Salvador, 11 de agosto de 1913