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JOSÉ SANTOS ZELAYA |
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I
Tal cosa se
asegura en un artículo del Jurisprudente, filólogo y literato, licenciado don
Mariano Barreto publicado en la edición de ayer de “El Centroamericano”. Esta
aseveración, aunque se ponga en boca desautorizada, no deja de ser muy extraña
¿No hay ninguna diferencia entre verdadero Presidente de una República y
verdadero autócrata de una satrapía? ¿Acaso los verdaderos presidentes de las
Repúblicas, son los que establecen un poder vitalicio a su favor, sin permitir
la alternabilidad democrática? ¿Son los que convierten a los pueblos en rebaños
miserables? ¿Son los que hacen escarnio de la dignidad de los países? ¿Son los
que viven derramando la sangre y el descrédito de sus hermanos en busca de
hegemonía o equilibrio? ¿Son los que agarrotan cruelmente, la libertad de sus
gobernados y pisotean con cinismo, todos los derechos de los ciudadanos? ¿Son
los que movidos por la sed del oro, hacen a los extranjeros, concesiones
estupendas, sin importarles dañar la soberanía y la integridad del territorio que
explotan sin medida? ¿Son los que apelan indistintamente al chicote o al
mendrugo para envilecer a sus compatriotas? ¿Los verdaderos presidentes de una
República, son los que dicen como Luis XIV, el Estado soy yo?
¿Obedecerá la
afirmación que se hace, en el escrito aludido, al hecho de haber ultimado
Zelaya, en el vértigo de su soberbia, a los dos norteamericanos Groce y Cannon,
para humillarse después solicitando indigno y cobarde, al Gobierno de
Washington, otros jueces yankees, que juzgaran sus actos, sin tomar en cuenta
tan ignominiosa solicitud –que creyó necesaria la conservación de su poderío—
la libertad, la independencia, ni a la autonomía de Nicaragua?
Los bárbaros
escándalos de Zelaya, sus crímenes inauditos, sus tremendas injusticias y los
libertisidios inhumanos que consumó, son el único origen de lo que está
sufriendo nuestro pabellón: pues, es lo que abrió las puertas a los planes
absorbentes de la Diplomacia del Dólar, que estaban en asecho de la ocasión
propicia. No se puede poner en duda la verdad de este apotegma: “La defensa más
segura de los derechos de los pueblos débiles, contra el atropello de los
fuertes, radica en que prive en ellos la Justicia y la Libertad”. Como no privó
ninguna de estas dos cosas, en el inicuo régimen de don Santos, comenzó la
intervención foránea a bordo del “Marblehead”.
II
¿Son verdaderos
presidentes de las Repúblicas, los que se mofan sin piedad, de las
instituciones republicanas? ¿Son verdaderos presidentes de las Repúblicas, los
que altaneros y crueles con sus connacionales, cuando ven al yankee el ceño
airado, doblan temblorosos la cerviz, piden angustiados conmiseración y reciben
con indignidad el puntapié?
Un repúblico de
veras –quien por su buen cerebro, exquisita cultura y noble corazón, pudo haber
sido un verdadero presidente de República, en una época normal— acusó al Gral.
Zelaya de vende Patria y de otros muchos crímenes horrendos. ¿Son calumniosas
las Zelayarias del Dr. Madriz?
¿Son verdaderos
presidentes de la República, los que les dan a los países poderosos,
ostensibles y sobrados pretextos, para lesionar la autonomía de los diminutos,
que no saben ni pueden defender? ¿Es mentira lo que en ruda forma, dijo
Philander C. Knox, en su célebre nota, al Dr. Felipe Rodríguez?
¿No se conoce la
génesis de la intervención anglo-sajona? ¿Se ignora que en la guerra de Zelaya
contra Honduras y El Salvador, cuando hubo el triunfo de que se habla –triunfo
que se tradujo en grandes pérdidas de inocente sangre, en el agotamiento del
Tesoro Público y en un semillero de nocivos odios— se ignora, repito, que en
aquella dolorosa ocasión, se infirió una ofensa gravísima a la bandera
nacional? ¿No se sabe que en aquel infortunado entonces hollaron brutalmente
nuestra tierra, centroamericana, en los suelos de Trujillo, La Ceiba, El
Porvenir, Puerto Cortés, Choloma, San Pedro Sula y la Pimienta, hombro con
hombro con las huestes del mandarín nicaraguano, los insolentes soldados
extranjeros?
El desgobierno de
Zelaya no fue encadenado por ningún partido político en esto sí se dice la
verdad. El desgobierno de Zelaya fue personalísimo, absoluto: sólo las pasiones
ruines le encadenaron. Cuán distinto hubiera sido y otro gallo nos cantar, si
el Gral. Zelaya, hubiese hecho un gobierno nacional o de partido, siquiera de
círculo. En igual suma de tiempo, cualquier gobierno monárquico, es menos malo
que el autocratismo burdo.
¿Son verdaderos
presidentes de la República, los que rompen la Constitución, dan al traste con
la Ley, estrangulan la Prensa independiente centralizan todos los poderes,
roban, asesinan y practican una dictadura de hecho?
III
Verdadero
Presidente de una República es un funcionario que, real, sin engaños,
tergiversaciones, ingenuo y sincero, preside un gobierno del pueblo y para el
pueblo. Por otra parte, creo que es Montesquieu quien ha dicho: “La virtud es
la característica de la democracia, y no tiene derecho a gobernar el país quine
no demuestre ser honrado”. ¿José Santos Zelaya fue un verdadero presidente de
la República, no obstantes de sus perfidias, de sus deslealtades, de su falta
de honradez, de su absolutismo, de sus concupiscencias, de sus concusiones, de
sus burlas a la democracia y de sus traiciones al republicanismo?
¡Es ocurrente mi
contra replicante, cuando explica que son presidentes efectivos los que no se
dejan ni siquiera perturbar el sueño por 16 revoluciones! Según esta enseñanza,
no dejándose perturbar el sueño por la
revoluciones, cualquier Calígula puede ser presidente de la República.
Eso de que se me
llame acusador del General Zelaya, no lo recibo como afrentoso cargo, porque
Zelaya no es inocente de los que se le acusa, ni tampoco desvalido, que sólo
inspira compasión. Las acusaciones que se le hacen y que se le harán siempre,
mientras la Justicia palpite y la Dignidad se yergue, no pueden ser más
concretas, no pueden ser más notorias; su comprobación sería sobrancera, porque
la evidencia de los hechos no necesita razonamientos; porque está en la
conciencia de todo Centro América.
Pero yo no me he presentado acusando; si he salido
a la palestra, es simplemente por amor a la verdad histórica, es por el bien de
la generación que se levanta a la que no se le deber dar, como sabroso plato un
guiso venenoso, a la que no se le debe señalar, como meritorio, la podrido y lo
baldonario.
Mi pluma no se
empapa en la tinta del sectarismo parcial; y si es cierto que soy enemigo
irreconciliable de la Tiranía, no he de quebrarla por ese motivo, aunque lo
mande mi ilustre contrincante; porque la muevo en beneficio de la juventud y
como devoto de la Libertad.
No es ecuanimidad
calificar de apasionamientos y de rencores, los severos juicios que sólo
encierran la expresión de la vindicta universal.
El susodicho
extranjero, que me acusa ante el tribunal cristalizado por el Lic. Barreto es
inconsecuente con sus mandatos: ordena que no se juzgue al Gral. Zelaya
mientras no se serenen las pasiones y él infringiendo su misma orden, comienza
por juzgarlo ya, muy favorablemente: le pone en el Haber, “altas condiciones de
gobernante” y en el Debe, “alguna debilidad”. ¿Es esto rectitud?
Así contesto la contra-réplica de mi
adversario, suplicándole respetuosamente, al honorable señor Juez, Licdo. don
Mariano Barreto, que obligue a su extranjero a volver sobre sus palabras y
rectifique como sabio.
IV
¿Son verdaderos
presidentes de la República, los que aferrados contra la voluntad del pueblo,
en un continuismo desatentado y
monárquico, para apagar los gemidos de sus gobernados opresos recurren despiadados,
a los repiqueteos del cañón y prenden las hogueras desoladoras y victimarias, en las secciones hermanas como
Caínes nuevos?
Las repetidas
contiendas de Zelaya con los Estados vecinos y con los distantes, no fueron
justificables, no fueron provechosas, no fueron edificantes, ni mucho menos:
produjeron sólo retroceso, pérdidas de valiosas vidas, derroches de oro,
puñaladas a la Nacionalidad; monumentos de encono y rudos golpes al
Autonomismo.
En la última
guerra contra Honduras y El Salvador, cuando sonrió al Gral. Zelaya un triunfo
anatematizante, nosotros contemplamos doloridos, desde la antigua ciudad,
puerto de Trujillo, la primera derrota que sufrieron nuestra Independencia y
nuestra Autonomía; nosotros vimos entre el orgullos flameo del pabellón de las
barras y las estrellas, a los marinos yankees, pavonearse violando nuestro
sagrado territorio istmeño; nosotros miramos las máquinas bélicas del Tío
Samuel, desembarcadas del “Mariette”, y a los guerreros rubios, en buena
armonía y aparente alianza con los entonces favoritos jefes de Zelaya,
pretextando custodiar la casa del Sr. Juan Glynn, agente consular de los E. E.
U. U., en el histórico puerto que fue, en tiempos de felices, emporio de la
civilización y de la riqueza, en donde, para la salvación de Nicaragua y para
la tranquilidad de Centro-América, se abrió la tumba de Guillermo Walker y en
donde, el noble patriota autonomista y
liberal inmaculado, Trinidad Cabañas, sirvió la Administración de Aduanas, ad
honorem.
Y no sólo Truxillo
sufrió férrea bota foránea; toda la costa Atlántica de los descendientes de
Lempira, testigo y víctima de aquella impune afrenta, no olvidará nunca la
terrible arrogancia, con que le holló su caro suelo, el tosco militar
anglosajón. Los yanquis obligaron al Gral. M. Bonilla a capitular en 1907. El
comodoro Pullan del acorazado “Mariette” señoreó su insolencia, en todos los
puertos de la costa Atlántica hondureña.
Reconózcase que
fue engañoso este triunfo de Zelaya; porque no puede ser triunfo, lo que se
cristaliza en funestas y trascendentales consecuencias para vencidos y
vencedores.
Ante el ultraje
que, en esa época de tan amargas derrotas, infirió el Extranjero a la Soberanía
Nacional, la Indignación y la Protesta, personificadas en el valiente Gral.
Luis Isaula, encontraron un eco desfavorable en el tiranuelo dictador, cómplice
consciente o inconsciente de ese crimen Rooseveltiano.
V
El Gral. J. Santos Zelaya es un poliedro muy opaco,
ofende el olfato y no tiene ninguna arista brillante, como otros políticos
desalmados que le han sucedido, fue también desnacionalizador y vende patria:
entre otros hechos, pueden señalarse estos: por 25 años, cedió a uno de sus hijos
de Yanquilandia, el derecho exclusivo de navegación sobre el río Escondido y
sus afluentes; por 50 años, en una zona de ocho mil millas cuadradas, le cedió
el derecho exclusivo de cortar árboles de pino, en la costa norte, a la
Atlantic Fruit Co.; cedió el derecho exclusivo de explotación de bananos, en
cuarenta mil manzanas de terreno de Laguna de Perlas, a la Mining Explotation
Co.; traspasó una concesión exclusiva de
explotar minas en una zona de 457 millas cuadradas, en los yacimientos de oro
de Prinzapolka: dio el derecho de explotar las minas del Cabo Gracias a Dios,
Matagalpa y Nueva Segovia, a Mr. Dietricak, le dio, pues, a este yanqui una tercera parte del territorio
nicaragüense. ¿No es esto despedazar y vender la patria?
VI
¡Dio horror su
absolutismo y desenfreno;
no vio antes
Nicaragua igual sevicia;
se asfixió el hombre
libre en aquel cieno
de dictadura infecta
y vitalicia!
Abril
de 1915
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NO SE DEBEN ENSALZAR LAS TIRANÍAS
Por:
Rodolfo Argüello
I
Obligados por los deberes cívicos, hemos
contradicho y seguimos impugnando algunas aserciones ensalzantes para el Gral.
Zelaya, hechas por el Lic. D. Mariano Barreto, merecedor de nuestro respeto,
porque no ignoramos que, sí a veces adolece don Mariano de prejuicios partidaristas,
de apasionamientos ofuscantes y de involuntarios juicios erróneos, en su vida
privada y en la pública, suele marchar en la línea recta y es un ejemplar de
virtudes catonianas.
En nuestros escritos anteriores,
demostramos palmariamente que a don José Santos Zelaya, con justicia y razón,
no se le puede hacer figurar en nuestro anales como un verdadero presidente de
la República; ni tampoco como un gobernante que haya dejado alto y limpio nuestro pendón.
Zelaya no fue patriota, ni autonomista, ni
centro-americanista, ni prudente, ni honrado: nada de esto puede ser los que
cometen delitos de lesa Patria; los que contribuyen a que las naciones fuertes
violen el suelo de las débiles, atropellando el Derecho de Gentes y mucho
menos, los que perpetran estos crímenes contra territorios fraternos, como los
de la América Central, en donde el alma federativa vibra siempre, con los
propicios y con los dañosos vientos.
En la susodicha guerra de Zelaya contra
Honduras y El Salvador –a la que ya nos hemos referido en dos artículos que
anteceden— el Gral. Juan J. Estrada era el
1er. Jefe militar de la expedición del Norte; el ejército divisionario
llegó a la Costa Atlántica Hondureña, a bordo de una flotilla compuesta del
“Ometepe”, la “Blanca”, y de otro u otros barcos de menos porte.
El 2º jefe de la División, era el Gral.
hondureño Luis Isaula quien después de una escaramuza, tomó la plaza de
Trujillo y el cerro de Calentura; y quien además, después de una refriega más
larga y seria, rechazó el contra-ataque, verificado en las inmediaciones del
Río Cristales, por las huestes del Gral. Bonilla, procedentes de La Ceiba;
derrotando así, respectivamente, al Cnel. Alfredo Ordóñez y al Gral. Alfonso
Gallardo: fue, pues, el Gral. Isaula el héroe de estas jornadas que, a la
verdad, no necesitaron mucho arresto.
En esa ocasión, en aquellas bahías
centroamericanas, las fragatas bélicas del Tío Samuel, como en son de aliadas,
se saludaban y confundían con la flotilla de Zelaya, quien en tal época
lastimando el decoro y menospreciando la previsión, se entendía muy bien con
los yanquis, no había roto con los Emery y ya le había ofrecido a Uncle Sam,
privilegios comerciales monopolizarios, aguas porteñas, la zona del Canal con
el distrito de Policía y derecho exclusivo a estaciones carboneras, a cambio de
oro y de algo más nada honesto.
Después de las acciones guerreras libradas
en Truxillo, todas las poblaciones atlánticas de Honduras quedaron a discreción
de los expedicionarios nicaragüenses, oportunidad que no despreciaron las
tropas navales de los E.E.U.U., para poner la planta, con el arma al hombro, en
la infortunada tierra istmeña.
Al Gral. Isaula, al dueño de los triunfos
dichos, no le fue posible contener sus nervios, ante la infame violación de sus
suelo natal, consumada por el altivo y ceñudo soldado extranjero; y en una de
las playas nativas –nos parece que fue en Puerto Cortés— tomando una actitud
patriótica, viril y autonomista, trató de oponerse a la holladura de su cara
patria; más tan infructuoso como noble empeño, le costó muy caro, pagándolo con
su destitución vilipendiosa…; y enseguida el comodoro del “Mariette”, levantaba
más alto la cabeza y taconeaba con más ruido…; y en la hoja de servicio del
Gral. Estrada, una cartera de guerra se inscribía…; y los marinos yankees
quedaron complacidos y quedaron victoriosos; y el pabellón de Washington, como
para hacer sufrir profundamente el corazón del Istmo, se mecía, en la tierra de
Lempira, Valle y Molina formando arrugas de horribles muecas irónicas…
II
El Gral. Manuel Bonilla ha caído del
sillón presidencial: los trusts
nicaraguananos se confortan y sonríen: el Gral. Zelaya recibe congratulaciones
y está de plácemes; en connivencia con sus aventuras y sus hazañas, la bandera
imperialista del moderno Hércules –cazador de fieras africanas— hace alardes de
romano poderío, enarbolada en los istmeños puertos del Estado que arrulló la
cuna de Francisco Morazán.
La soberanía de nuestra hermana Honduras,
—el centro de Centro América, el espíritu de la Patria Grande— queda ultrajada,
herida y con la puerta rota…
¿Así se sostiene enhiesto el pabellón
nacional? ¿Se es así nacionalista? ¿Se ama así la autonomía? ¿Así se defienden
los fueros sacros de la Patria común?
Ese gran crimen, ha engendrado otros
crímenes mayores: ninguno se justifica: anatema para todos. Con la holladura
del territorio hondureño –por los milicianos del Coronel Rooselvet— se formaron
los primeros eslabones de nuestra esclavitud; después se han fabricado otros
muchos y ahora es larga la cadena…; hoy contemplamos espantados, el último
anillo que ha salido, para nosotros de la enorme fragua de Wall Street, el Plan
Financiero de Lansing; Brown Brothers y J. W. Seligman.
El triunfo de 1907 fue aparente, la
derrota real: lo putrefacto de la contienda, impresionó el olfato de las
águilas del Norte y las garra no se hizo esperar.
Inmediatamente después de los escándalos
internacionales de ese año, con la intervención norteamericana, los gobiernos
de Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica, se comprometen de una manera
absoluta y solemne, a mantener la neutralidad
de Honduras –la víctima— o lo que es igual, los yanquis imponen, desde esa vez
y en esa forma, la paz entre las secciones de Centro América.
En Diciembre del mismo año, se formaron
las convenciones de Washington y se creó como un cóndor sin alas, sin uñas y
sin pico la sugestiva Corte de Cartago que, obedeciendo a nuestras prácticas
incorrectas y esterilizantes, es integrada por magistrados, quienes siendo
hechura de los gobernantes, están imposibilitados para actuar como jueces y se hallan obligados a funcionar como
partes; esa Corte es un alto tribunal, ridículo, por lo ineficaz, autoridad
ficticia, sin ninguna base, sin ninguna fuerza ejecutiva y es en síntesis, una
verdadera y constante sangría para estos
pueblos, tan anemiados por los expoliadores de oficio.
III
En el sentir de Doumer y Parera, el
verdadero sentimiento de patriotismo se encierra en el sentimiento de
Humanidad. Según estos moralistas y pensadores, los pueblos constituyen la gran
familia humana, y sólo el sentimiento de
amor y solidaridad entre ellos les proporcionará bienestar, paz y felicidad.
¿En contiendas y aventuras
injustificables, mermar las poblaciones, dejar ancianos desvalidos, niños
huérfanos, mujeres viudas, devastar ciudades y asolar haciendas, es útil? ¿Es
una virtud? ¿Es una gloria?
¿Perturbar continuamente, por intereses
mezquinos inconfesables, el orden y la paz en nuestra Patria común, con todo el
cortejo de horrores y fatales consecuencias internas y externas, es un mérito
digno de galardón?
¿Merecen elogios las guerras fratricidas y
parricidas?
¿Cómo mandatario de la sección
nicaragüense, es honroso ser Temido en
Centro América?
Los verdaderos presidentes de una
República , no son perturbadores de ningún pueblo, no son temidos de ningún
vecino; no decretan, sin motivo razonable un Estado de Sitio indefinido; no
hacen ni deshacen, gastando, como único argumento, la cínica frase: “Orden
Superior”, no tienen, en tiempos de paz, suspendido constantemente sobre sus
gobernados, el odioso látigo de una Comandancia General; no organizan
monopolios latrocínicos, productores de la indigencia popular, a la sombra de
leyes marciales, atentatorias y liberticidas; no violan ningún derecho, ni
acarrean el desprestigio de las instituciones y los congresos.
Los pueblos requieren garantías, necesitan
el imperio de las leyes civiles, aman la tranquilidad y ambicionan el
mejoramiento. Para encarrilarse por las vías del progreso y la felicidad, les
es indispensable imponerse una norma fija de conducta, de conformidad con sus
derechos y sus obligaciones y laborar con tesón, sin apartarse nunca de los
eternos principios del bien obrar. En el Estado de Sitio, los pueblos no pueden
trabajar en calma; porque no saben a qué atenerse; porque están inseguros y no
se pueden trazar una línea invariable de actuación; porque no son libres, y
porque están expuestos a todos los caprichos y debilidades del autócrata, sin
Dios.
En concepto de Varga Vila, “un pueblo de
la Libertad, es un aprisco que va a la muerte. Sólo la Libertad hace dignos a
los hombres, todo lo que sea no servir a la Libertad, es traicionar a la
Humanidad”.
IV
Los verdaderos presidentes de una república, no escarnecen el sufragio
democrático; no implantan un poder sin control, antirrepublicano, egomista,
absoluto y vitalicio.
El inmortal Simón Bolívar –el ínclito
Libertador, realmente inmenso, el más grande de cuantos en el mundo han
empuñado la espada— dice: “Huid del país donde uno solo ejerza todos los
poderes; es un país de esclavos”.
Un mandarín mendaz que hace irrisión de la
voluntad del pueblo; que centraliza en él todas las autoridades y se usurpa la
soberanía; que exprime incompasivo, la sangre nacional, sin parar mientes en el
pauperismo que se incuba; que se inspira en la avaricia insaciable y en la
lujuria corruptora; que se agita en la crueldad y que a nadie le rinde cuenta
de sus desenfrenados actos, no puede ser una verdadero presidente de república
y sí es un verdadero malhechor de su patria.
Opina Pablo Doumer que: “los estadistas
y políticos deben rendir cuenta pública
de sus actos de gobierno, y cada día
exigirá el país mayor honradez de sus gobernantes”.
Entramos aquí en una nueva digresión. Un ilustrado e inteligente colega,
correligionario meritorio y caro amigo nuestro, en una atenta misiva, nos
exhorta a no gastemos la pluma en cosas pasadas y nos dice que fijemos la vista
en los males presentes.
Ahora siguen forjándose los eslabones que
nos extorsionan y esclavizan, sin que nadie les ponga coto. No somos
indiferentes a lo que en la actualidad sufre nuestra patria; juzgamos
injustificable la conducta del gobierno; pero creemos que los gravísimos
delitos de hoy, son consecuenciales de los crímenes de ayer. “Quien mira lo
pasado, lo porvenir advierte”. La tiranía del General Zelaya, convirtió en
nicaraguanos, a la mayor parte de los nicaragüenses, degeneró a estos pueblos,
hizo olvidar las nociones del patriotismo, esfumarse el decoro, menguar el
carácter y menoscabarse la virilidad.
Así se explica la aceptación del Plan
judaico que nos impusieron los banqueros de Wall Street, hiriéndose la
soberanía de la República y violándose la Constitución.
Según reza el refrán, el que debe paga o
ruega. Más esto no significa que el deudor, cuando está imposibilitado de
pagar, debe consentir que su acreedor le ultraje brutalmente la dignidad. Y si
el deudor es un Estado empobrecido y los acreedores son unos pocos individuos
plutocráticos, aunque sean extranjeros y respaldados por un Lansing, desafiando
las consecuencias, no se debió haber aceptado el humillante Plan Financiero,
que constituye el arrastramiento de la soberanía nacional.
Si acaso el “Marblehead” estuvo anclado en
la rada de Corinto, con propósitos aviesos, durante se discutía en nuestras
Cámaras el monstruoso Plan: antes que permitirse la incalificable afrenta, con
mansedumbre de buey, habría sido preferible, haciendo una protesta heroica,
dejar que nuestra diminuta cabeza, fuese aplastada sonora y escandalosamente, por una sola cabezada del
Hércules, quien entre sus armas cuenta con una enorme “Cabeza de mármol”. Así
nos hubiera quedado lo más valioso, el honor y la dignidad incólumes.
¡Cuán bellas, cuán sublimes son las eternas fulguraciones de Sagunto y
de Numancia!
V
Si el Gral. José Santos Zelaya, en el
poder causó “las más bochornosas heridas
a la dignidad humana”; si produjo “las
más ignominiosas afrentas” a sus gobernados, no puede tener excusas y mucho
menos, merecer elogios, y tanto por obedecer a la justicia, como para que no
tenga imitadores, se le debe maldecir constantemente.
Perpetrar crímenes horrendos, valiéndose
de las bayonetas nacionales del Tesoro Público, no se puede considerar como
valentía y sí como una campanada de escándalo y descrédito, como una
malversación de fuerzas y de fondos que, lejos del aplauso, necesita el castigo
de la Historia.
Inspirarse sólo en los intereses personales,
dejarse guiar de las pasiones innobles, servirse en sus actos de la astucia y
la perfidia y no tener orientaciones fijas, no es de los mandatarios acreedores
al encomio.
“Las naciones necesitan hombres que a su
clarividencia una heroica voluntad y carácter integérrimo; que marchen
resueltamente por la senda de la razón, fija la mirada en el inegoísta
cumplimiento del deber”.
Una dictadura de vilezas, concusiones y
crueldades, puede ser muy temible, pero no respetable. Un dictador bergante, no puede ser jamás un verdadero presidente de
la república; porque tendría que ceñirse estrictamente a las leyes; porque
tendría que obedecer los mandatos de la Carta Fundamental; porque tendría que
rendir fiel cuenta de sus actos al Poder Legislativo, que sería una genuina
representación nacional; porque tendría que respetar la independencia del Poder
Judicial; porque no podría traspasar las jurisdicciones de su autoridad; porque
no se podría salir de los derechos y deberes terminantes, que le fijan las instituciones
republicanas; porque los principios democráticos, le impedirían el continuismo
y lo obligarían a estar sometido a la voluntad del pueblo.
Los países para conseguir prosperidad y
obtener poderío, deben ser dirigidos por hombres de corazón generoso y de
espíritu elevado, capaces de realizar ideales bellos. Arrastrados por
sargentones y farsantes como José Santos Zelaya, tienen que degradarse,
corromperse y arruinarse, tienen que transformar la mayoría de sus hombres en
una mesnada de siervos.
Los hechos, que unos tras otros, se ha
venido sucediendo, sin interrupción, están probando con evidencia lo que
decimos. No nos hemos detenido en la pendiente, que nos conduce al abismo;
olvidados en absoluto de los sabios consejos del ilustre internacionalista de
Caracas, Andrés Bello –eminente gramático, literato insigne, poeta y
fabulista de altos méritos –hemos adquirido compromisos insensatos, con el
extranjero poderoso, sin preocuparnos en lo menos, del sagrado porvenir de la
Patria y con empréstitos, contratos y
convenciones, hemos llegado hasta el Plan de los inmisericordes banqueros
newyorquinos, que han convertido la gallarda entidad de la República en un
humilde y ridículo esqueleto.
VI
José Santos Zelaya no “cayó aplastado”; y mucho menos “por el capricho de un gobernante de cien
millones de hombres”. Un capricho no aplasta; los cien millones de hombres
sí, lo pudieron haber pulverizado. Si el Tío Samuel contara con cien millones de hombres, ya
tendría a los teutones bajo su protectorado. A Taft le bastó un capricho, para
infundir terror a Zelaya y hacerlo correr despavorido: la carrera fue larga,
muy larga, pero no recibió ni un rasguño.
Los nicaragüenses enemigos del Dictador,
no “necesitaron para derrocarlo el
concurso de cien millones de hombres”. Nada de eso: Zelaya estuvo listo
para huir, sin exponer ni la epidermis. O sólo que se quiera suponer, que el
medio pliego de papel de Mr. Knox, produjo la derrocación y el aplastamiento;
pues, los imaginarios cien millones de hombres, fueron un verdadero pedazo de
papel.
Zelaya debió haberse esforzado por vencer
su pánico, para encararse al peligro; el riesgo era de mucho menor tamaño, que
el que miró con el prisma de su cobardía. Y si los cien millones de hombres,
salidos ahora del tintero de su benévolo apologista, no hubieran sido un simple
pedazo de papel, debió haber hecho resistencia y, si las circunstancias lo
requerían, dejarse aplastar, con la cerviz erguida, lo que le habría sido
propicio, para purificar sus crímenes, quemándolos en el fuego santo del
martirio.
No a mucha distancia de lugar y tiempo,
tuvo un ejemplo que debió haber imitado, con un poco de virilidad. Cuando
varias potencias levantaron sus descomunales mazas y enfilaron los enormes
cañones de sus acorazados, contra Cipriano Castro, el bravo venezolano, con un
gesto heroico debeló el peligro y se quedó tranquilo.
En estos dos casos, la acción y la
reacción fueron muy diferentes. La célebre nota que en Washington, recibió el
Dr. Felipe Rodríguez, del Srio. de Estado, Mr. Knox, cerró las relaciones del
Gobierno de Mr. Taft con el de Zelaya, mas no rompió las hostilidades, que es
cosa distinta. A la acción de un retiro de relaciones, don José Santos
reacciona con la fuga: a Cipriano Castro, varias naciones fuertes le bloquean
sus puertos, y él levanta el puño airado y decidido, quedándose en su puesto,
triunfador. ¡Qué semejanza entre uno y otro!
En las tiranías hay escalas, sus agentes
se colocan, ya en los peldaños superiores, ora en las gradas ínfimas. Zelaya es
el prototipo del tiranuelo ruin; Castro, del tirano audaz.
VII
José Santos Zelaya se manchó de sangre, se
manchó de cieno, se manchó de todas las porquerías y de todas las materias
abominables. El Gral. Zelaya ha sido uno de los más funestos abortos de nuestro
Istmo: “Sus crímenes, estigamtizados por
los hombres buenos, “no pasaron con él”: “conmovieron profundamente los hondos
cimientos de la república”; fueron la génesis de la intervención
norteamericana; ocasionaron la violación del territorio centroamericano, por la
tropa de Mr. Roosevelt, dejaron comprometidos en el Extranjero, nuestros bienes
nacionales; rompieron los sacros muros de la Patria por donde después sus
envilecidos sucesores, han hecho pasar cínicamente, los pesados yugos foráneos;
nos acarrearon el odio de nuestros hermanos pueblos; nos atrajeron el desprecio
de muchas naciones y el descrédito, en todo el mundo.
Las acciones de Zelaya y sus sistemas de
mando, sembraron precedentes perniciosos, que se harán sentir por largo tiempo,
crearon prácticas corruptoras, degradantes y humillantrices; formaron una
escuela nauseabunda y fatal, e hicieron descender a Nicaragua a un bajo tapete
de inmoralidad y doblegamiento. Lo futuro se incuba con frecuencia en lo pretérito:
“Los crímenes de los esclavistas de
Oriente”, son una consecuencia de la mala conducta de Zelaya.
A sus adversarios políticos, a sus
enemigos personales, a los trabajadores, dueños de algún capital, apartados de
la cosa pública; a los que tenían diferencias con sus favoritos, adictos,
parientes, amigos o aliados de éstos, no “por
lástima o desprescio”, sino por infames complacencias o por perversidad
característica, los clisterizaba por medio de inmundos sayones, los encerraba
en húmedas y estrechas mazmorras, los cargaba de grillos y cadenas, los sometía
a torturas trogloditas, les imponía fuertes contribuciones, y si eran pobres y
humildes, los asesinaba.
Afirmar que Zelaya se ensañó contra los
hijos del proletariado, “porque éstos
eran los encargados de cometer ciertos crímenes, que los señores de la política
negra no se animaban a perpetrar con su propia mano”, es igual a condenarlo
con la defensa; pues si se confiesa que los humildes y pobres fueron
asesinados, porque eran instrumentos de que se iban a servir los ricos y soberbios, no se niega que Zelaya castigaba
las intenciones con el asesinato y que se ensañaba más contra los infelices
instrumentos, que contras las personas que intentaban manejarlos.
¡Desventurados los países, donde los hombres pueden ser acusados en secreto y
ejecutados en el misterio, imputándoles el delito de intención punible!
Las leyes de Dracón fueron exageradamente duras; pero fueron le yes. Las
prácticas de Zelaya, inquisidoras, con intervención de espías prostituidos,
irregulares, sujeta al capricho, a los instintos feroces o a complacencias
inconfesables ¿qué fueron?
VIII
La reincorporación de la Mosquitia, se
verificó antes de aparecer la Dictadura, cuando el pueblo nicaragüense, aun no
se le había arrebatado la soberanía. No se puede negar que el papel que en
aquel entonces desempeñaron los E.E.U.U., nos fue muy útil; ni se debe olvidar
tampoco: que los factores principales de aquella obra, fueron Rigoberto Cabezas
y José Madriz. En esos días, aunque no bien organizado, había un partido
político en el Poder.
Es verdad que cuando se construyó la
línea de ferrocarril a Jinotepe, ya la
nación gemía bajo la planta del absolutismo; más también es cierto que el autor
del proyecto, fue Manuel Coronel Matus y que el costo de tan plausible trabajo,
Dn. José Santos se embolsó una parte.
La Instrucción Pública, durante los 17
años, tuvo sus altos y sus bajos. Para castigar a León, por su protesta
constitucional, a mano armada, de 1896, se cerró por algún tiempo, nada corto,
nuestra Universidad en los colegios nacionales, los museos de historia natural
y los gabinetes de física y química,
puestos a una altura enorgullecedora y fulgente, por el insigne e inolvidable
patricio Evaristo Carazo, sufrieron lamentables pérdidas y menguaron muy mucho
su fulgor.
Para los delicados puestos del magisterio,
con harta frecuencia, no se buscaba lo
más apto y correcto, sino a lo más adicto, a lo incondicional, a lo que hacía
coro, al que incensariaba, a lo que servía para cosas deshonestas. ¿Se podría
así enseñar carácter, valor cívico, moralidad, deberes y derechos ciudadanos? ¿Se podría esperar de
ese modo, una generación honorable y viril?
Sobre esta materia, haciendo girar el
prisma por todos sus contornos, descubrimos
una faceta brillante: el auge que tomó la enseñanza primaria, el notable
aumento del número de escuelas. Esta fue una honrosa labor de los José Dolores
Gámez, de los Coronel Matus, de los Ricardo Contreras, de los Adolfo
Altamirano, de los Santiago Argüello, de los Horacio Espinosa, de los Joaquín
Sansón, de los José Francisco Aguilar y de otros varones de buena mentalidad y
espíritu progresista, quienes cayendo que levantando, en la media noche del
caciquismo, como prolongados y persistentes relámpagos, lograban a veces
difundir sus luces.
Natural es que, con cualquiera que mande
en un país, existan colaboradores de distintas clases: la de los que luchan por
conducir la nave del Estado hacia los buenos puertos y la de los que intrigan
por encaminarla a los arrecifes de la perdición. En las dictaduras despóticas y
carentes de honradez, la primera categoría la forma un número reducido; y la segunda, amoldable a todas las bajas
pasiones del autócrata, la compone una incontrastable mayoría.
Cuando ha podido sostenerse por largos
años una tiranía se observa un fenómeno de inequidad e injusticia; por
insuficiencia de reflexión, se da al César lo que no es del César, se atribuye
al cacique, todo lo bueno y útil que, a fuerza de paciencia, de constancia y de
flexibilidad, ha logrado conseguir la minoría laboriosa, exponiendo a veces
hasta el pellejo.
IX
Sin no se justifican “los desafueros y crímenes de Zelaya”, si sus “hechos fueron punibles y tiránicos”; si tuvo muchas “liviandades”; si usó de indecible “torturas”; si fue “pérfido”; si en “la forma en
que llevó aliento y el terror”, se
pueden considerar estos gravísimos delitos como simples “faltas” o “terquedades
necesarias de la reforma”.
En el sentir de
Montesquieu, “en un Estado popular se necesita un resorte más, que es la
virtud”. Doumer y Parera agregan: “Las monarquías se fundan en el honor, las
repúblicas en la virtud”. Estos mismo dicen: “todo adelanto político toda ley,
que democratice la vida administrativa de los pueblos, ha de obtenerse por
evolución lenta, sin derramar una gota de sangre y sin violencia”. En un país
bien administrado, los ciudadanos viven libres de opresión y de miseria”. La violencia
solo conduce al desorden, al caos y a la ruina de los pueblos.”
¿Cómo se van a poder llamar simples faltas
o terquedades necesarias de la reforma, a las violencias salvajes, a los
crímenes nefandos? ¿Se entiende por reforma la corrupción sembrada? ¿Son
simples faltas las torturas y los
asesinatos? ¿Hubo nicaragüenses que se opusieran a la reincorporación de la
Mosquitia? ¿Se necesitaron para esto las mazmorras, el chicote, la cadena, el
grillete, la ley de fuga, las
expropiaciones, el clíster y la pira? ¿Hubo nicaragüenses que presentaran
resistencia a la línea de ferrocarril a Jinotepe? ¿Se necesitaron para esto las
concusiones; los tormentos, el bozal, los libertinajes, los liberticidios y los
maquiavelismos? ¿Hubo nicaragüenses que obstaculizan la fundación de escuelas? ¿Se necesitaba para
esto oprimir a los ciudadanos implantar el espionaje ruin, establecer la
inquisición –victimaria de inocentes y culpados— anular la garantía individual;
pisotear la Constitución, violar todas las leyes y dar rienda suelta a las
pasiones innobles?
¿Estaba Nicaragua, antes del advenimiento
de la tiranía Zelayuna, como Guatemala, cuando llego al poder Justo Rufino
Barrios? ¿Era necesario derrocar al gobierno del Dr. Roberto Sacasa, para
abrirle paso a la reforma, con una vulgar mano de hierro? ¿Los gobernantes
nicaragüenses anteriores a Zelaya para construir líneas de ferrocarril, para
proveernos de vapores, para instalar el telégrafo, el teléfono, para
libertarnos de las columnas de Loyola, para fundar escuelas, para levantar la
enseñanza al apogeo, inaugurando y sosteniendo institutos nacionales en donde
las cátedras de filosofía, con sabios profesores europeos, diseminaban
rompiendo las tinieblas, las doctrinas de Augusto Comte, Emilio Littre y Julio
Simón, necesitaron recurrir al látigo, al oprobio, al continuismo? ¿Nuestros
presidentes de antaño, para enriquecer el Tesoro Público, para sostener muy
alto la dignidad del Estado y para todas sus obras de progreso, necesitaron
amordazar la prensa, atortujar el derecho y escarnecer nuestras instituciones
republicanas? ¿Necesitaron esclavizar a la nación? ¿Necesitaron suprimir la
libertad y aniquilar el carácter? ¿Necesitaron dar de mano a las le yes,
suspender las garantías ciudadanas y extorsionar al pueblo con monopolios
irritantes? ¿Aquellos mandatarios, para abrir paso a todo lo provechoso que
realizaron tuvieron necesidad de echarse por el atajo de todos los delitos?
No se puede llamar útil y mucho menos
necesaria, a una tiranía perniciosa.
X
Hay una alta tiranía –que no pueden
ejercer los verdaderos presidentes de república— pero que, con todo lo
repulsivo, censurable y perjudicial de la violencia, la arbitrariedad y la
humillación de que se vale, es también desde algún punto de vista, digna de honores
y respeto: tal es aquella que, cuando no se puede de otro modo, con
privilegiadas fibras revolucionarias, apartando la ley con propósitos y mirajes
elevadísimos, obedeciendo a una conciencia honrada y a un espíritu emprendedor
y fuerte, más basándose en la máxima
inmoral de que el fin justifica los medios, a fierro y fuego realiza los
ideales bellos, cristalizados en pasos gigantescos de adelanto. En el producto
de estas tiranías, casi siempre, los factores buenos y los malos se equilibran;
algunas veces, la obra bella pesa menos que la odiosa; y por raras excepciones,
el mal se mide por quintales y el bien por toneladas.
Antiética de esa tiranía de ojos fantásticos, pero hermosos, es la
tiranía plebezuela, de ínfima calaña, escrementicia, que no se inspira en
ningún ideal, que no persigue ningún objeto noble, que no se encamina por
ningún rumbo recto, que no se empeña en ninguna empresa laudable,, que no se
subordina a ningún criterio amplio, que se afana por ningún provecho público y
que sólo se desvive por saciar las pasiones viles, sin acordarse de la
conciencia, sin atender a la mirada de Dios, con absoluto olvido de la
justicia, a despecho de la ley y traicionando a la humanidad. Esta tiranía
horrenda, por todos sus contornos, debe ser eternamente condenada. La dictadura
de José Santos Zelaya, fue una tiranía de este género.
En Nicaragua el fiel representante de la barbarie, ha sido el Gral.
Zelaya; llamarlo reformador, no es más que profanar esta palabra; atribuirle
todas las obras útiles que se efectuaron en los famosos 17 años, es cometer una
injusticia, es dar al César lo que es de Dios, es desconocer las leyes
imperativas del progreso universal.
Todos sabemos que el mundo marcha, sin que lo puedan detener ni
ultramontanos, ni estacionaristas, ni retrógrados, ni tiranos, ni tiranuelos,
ni nadie, La Humanidad va hacia adelante, sin interrumpir su movimiento,
rompiendo todo dique opositor a despecho de las tiranías malévolas, por sobre
los salvajismo reaccionarios rasgando las penumbras de los dogmas religiosos y
las tinieblas de los misterios bíblicos, ya en zigzagueos evolucionistas, ora
por saltos revolucionadores.
En las tiranías prolongadas, no por obra de ellas y no obstante de las
sombras que proyectan, tienen que aparecer irremisiblemente, cuando menos,
frutos de adelanto material, debidos a la poderosa acción del Tiempo, en su
incontrastable avance civilizador. Sin embargo de ser esto lo exacto, con
alguna frecuencia, a la hora de las liquidaciones históricas, por falta de
filosofía, por irreflexión o por parcialidad, las obras de mejoramiento, que
pertenecen a los años y a la Humanidad, se colocan en la data de las
autocracias como para contrapesar sus hechos abominables y dar un colorido
meritorio, a lo que sólo merece maldición.
XI
Eso de darle dotes de estadista al General Zelaya, se podría tomar a
burla. Lo de que su “opinión en problema
de alta política internacional, se tomó en cuenta en el Ecuador, Venezuela,
Colombia y México y fue solicitada su cooperación para la realización de tales
problemas”, no se puede tomar en serio. ¿Qué dirán los hombres públicos de
esos países si leyeran estas bromas?
¿Cuáles fueron esos problemas? ¿Las traiciones al Dr. Belisario Porras y a otros liberales
colombianos? ¿Los huesos que dejaron unos pobres nicaragüenses en Panamá? ¿Los
dineros que se embolsó en estas fatales turbiedades? ¿El apoyo clandestino que
le prestó a Eloy Alfaro? ¿Los brazos que perdió Nicaragua en esas inmorales
aventuras? ¿La antipatía que se conquistó con esos hechos injustificables?
Afirmar que Zelaya se empeñó en la restauración de la Gran Colombia, es
hacerle un ridículo mayúsculo, que podría irritar las sagradas cenizas el
inmortal Libertador. El malgastamiento de las energías de un pueblo, el
derroche de sangre útil por el afán del agio y del mangoneo, ¿es lo que
interpreta el bello ideal boliviano? No confundamos el charco deletéreo con el
océano sublime.
Aunque es verdad que Zelaya anhelaba ser el dictador de la América
Central, para quintuplicar las expoliaciones, para extender su jeringa y para
contar con mayor número de siervos, no es cierto que quiso restablecer la Unión
de Centro América. ¿Con las contiendas
vecinicidas, sembrando la desunión y los rencores, se quiere el restablecimiento
de la nacionalidad?
El maquiavélico que avivaba los odios entre Granada y León; el que
dividía a los pueblos, a los barrios, a las familias y hasta a sus mismos
amigos, a sus fieles colaboradores, a sus propios satélites, ¿podría desear la
Unión? ¿Se ha olvidado lo que pasó con la República Mayor? ¿No se recuerda ya
la enérgica y altísima protesta que, desde la isla del Tigre, desde las
oficinas federales de Amapala, lazó a los vientos mundiales, indignado, con un
total descorazonamiento, aquel nacionalista sincero que se llamó Manuel Coronel
Matus? Hasta el momento, entre todas las tiranías del Istmo, ninguna ha
trabajado tanto con la nacionalidad, como la del Gral. Zelaya. Siempre que se
entrometió en las luchas intestinas de las secciones hermanas, nunca dejó
contentos ni a los güelfos, ni a los gibelinos; y es porque en todas sus
acciones solía poner el sello de la mala fe.
Los clarines que “en Colón, en
Bocas del Toro y en las inmediaciones de Panamá, sonaron contra Nicaragua”,
sólo el superzelayismo, con las orejas del miedo, pudo haberlos escuchado. Ese
golpe de Colombia, “que parecía
inconjurable”, parado “instantáneamente,
por hábiles medios diplomáticos”, no fue más que una pesadilla del
delincuente, que temía el castigo de su conducta reprobable. Ese “golpe”, esos
“clarines” y esos “hábiles medios diplomáticos”, hablan muy alto de los
fecundos talleres de la Fantasía.
¿Y ahora? Colombia nos está disputando la propiedad del Archipiélago de
San Andrés de Providencia; pero no hemos oído todavía los hostiles cuernos.
XII
José Santos Zelaya enarboló muy alto –no el pabellón de la patria— sino
un trapo inmundo, mal oliente, mefítico que envenenaba la atmósfera de todo
Centro América y simbolizaba todas las iniquidades, y decimos muy alto, porque
hasta en el viejo Continente, se pudieron dar cuenta de lo bochornoso que era
el símbolo.
La más hábil defensa que se intente de Zelaya, tiene que ser un seguro y
ruidoso fracaso; porque lo acusan sus innúmeros desafueros, los cuerpos de sus
delitos, sus hechos monstruosos, que no han sido “terquedades necesarias de
reforma”, que no se justifican, no se disculpan, no se excusan, no se atenúan
con los crímenes que se han perpetrado después, derivados de él e hijos de la
depravación a que nos arrastraron sus largos años de dominio.
Muy bien hizo el malogrado estadista José Madriz, al fustigar
severamente, con sus luminosos opúsculos, la ignominiosa tiranía de Zelaya: las
zelayarias del insigne repúblico y notable jurisconsulto, son incontestables,
verídicas, justísimas e imperecederas.
Hacer un elogio de pasadas tiranías gubernativas, frescas aún equivale a
dar indirectamente, consejos inmorales a los gobernantes presentes, justificar
crímenes pretéritos, es como inducir a delitos nuevos; consagrar páginas
brillantes, a un oprobioso desgobierno que fue, lo mismo que suministrar
estímulos corruptores, a un gobierno que es; excusar la tiranía de Zelaya y
proclamarla necesaria, da un resultado semejante a dirigir exhortaciones al
mandatario actual para que copie en sus actos, la conducta del réprobo
aplaudido; es como decirle, sin quererlo; apartad la Ley; sepultad el Derecho;
encadenad la Libertad, abozalad la Prensa; centralizad el Poder, perseguid a
todos los que no os adulan, a los que protestan en cualquier forma contra la
servidumbre, a los que se expresen con independencia, y si abrigáis pasiones
bajas, precipitadlas por todas las veredas, sin temer al Hoy que se acallará,
porque tenéis el martillo, ni al Mañana, que se acallará también, porque no lo
tendréis, obrad con salvejez, sin que nada os inquiete, ni lo Presente, porque
sois árbol férreo, ni lo Futuro , porque seréis árbol caído y como tal, se
considerará nobleza levantaros y
apreciar vuestras violencias del momento, como simples faltas o
terquedades necesarias de reforma; y si el número de vuestras víctimas es
crecido, si segáis muchas vidas, si lográis usurpar por luengos años la
soberanía nacional, si a vuestro paso por el sillón mandarineal, dejáis hondas
huellas de quebrantos, desolaciones y barbarie, seréis endiosado ahora, por los
paniaguados y turiferarios, y en lo porvenir, para que no se diga que se hace
leña de vuestras fibras, se os obsequiará con el cognomento de reformador y se
os erigirá, como grande, un monumento de gloria.
No, señores, presidentes de repúblicas, nada de todo eso: las naciones
están pendientes de vuestros procedimientos, para aplaudirlos con entusiasmo,
sin son buenos; para maldecirlos con energía, sin son malos; andad con tiento,
cumplid estrictamente vuestro deber, para bien de vuestros gobernados, para
vuestra íntima satisfacción, para conquistar las bendiciones de vuestros
coetáneos y las de la posteridad, para que los anales patrios, trozos fulgentes
merezcan vuestros nombres. Mas si os inspiráis en la picardía y en la vileza,
si traicionáis a vuestros pueblos, tendréis el odio de vuestros contemporáneos,
y en el jurado de la Historia obtendréis un veredicto condenatorio y tremendo,
con obscuros folios de anatema eterno.
XIII
Dese de mano a la mentira política. Durante el desgobierno de Zelaya no
hubo leyes, ni Constitución, ni pueblo libre, ni derechos de ciudadano, ni
sufragio, ni gobierno, ni democracia, ni República. Se apoyó en el terror y
mantuvo por largo tiempo el absolutismo más funesto y más asqueroso de cuantos
ha sufrido la desgraciada América hispana. Abonó hasta donde pudo, el terreno
para la intervención extranjera; en su cerebro anidaba ese pensamiento:
“Después de mí el diluvio” Su nefanda monocracia, no puede aplaudirse, por
ningún perfil; no debe ser encomiada por ningún hombre sano.
Que no se alabe a José Santos Zelaya ningún hombre de bien. Que lo
exalten y lloren los que gozaron de las sinecuras; los que, traficando con el
honor, la justicia y la conciencia, hicieron su Agosto, amparados por aquella
Iniquidad armada; los que se parapetaron en él para darse las satisfacción de
ser victimarios, en forma sobresegura y de manera impune; aquellos que
derramaron la sangre de las personas que odiaban, sin exponer la suya.
Que lo glorifiquen y lamenten los que periódicamente, en las oficinas de
los sindicatos recibieron cuantiosas sumas, como dividendos mancillantes de sus
impúdicos y descarados monopolios, los de los famosos sindicados en que, sin
misericordia, se exprimieron los fatigados músculos del pueblo trabajador; los
que intoxicaron brindándole en todo momento, la ingrata copa de la adulación
rastrera, para ser complacidos en sus bajas pasiones, para poder mediante el
sayón del autócrata, darle paso a todos sus bizantinismos.
Pero no le batan palma, desde ningún punto de vista, los caballeros como
el Lic. Barreto, quien ha vivido y viven
en un plano de albura, para que no se diga, con Camilo Flammarión, que nuestra
inteligente humanidad sólo tiene gratitud, honores, laureles y estatuas para
sus enemigos, verdugos, asesinos, para los que la aplastan bajo el áspero cuero
de sus botas.
XIV
Un ciudadano honrado y patriota, como el Lic. don Mariano Barreto, por
mucho que lo empujen los intereses de círculo y la benevolencia, no puede ser
un buen defensor de las odiosas tiranías; porque las infectas llagas que, como
abogado trata de cubrir o de excusar, llamándolas faltas o terquedades
necesarias de reforma, en sus arrebatos apologéticos, al serenarse, las pone de
manifiesto con franqueza, calificándolas de crímenes, delitos, desafueros,
iniquidades; bochornosas heridas a la dignidad humana, en grado superlativo;
ignominiosas afrentas, del mayor tamaño, monopolios, espionajes, hechos
punibles y tiránicos; confesando en fin, la culpabilidad de su defendido, como
hombre que no acostumbra usar de la mentira.
Nosotros conocemos la buena fe del Lic. Barreto y el resbalamiento que
ha tenido ahora su criterio, nos lo explicamos de este modo:
Inconforme, contempla nuestras Aduanas, nuestro Ferrocarril, nuestras
Rentas, en poder del extranjero; siente el enorme y agobiante peso de nuestras
deudas; sabe que el oro que se nos exige, nuestro pueblo no ha disfrutado nada,
conoce que de las áreas nacionales, se han extraído cuantiosas sumas, de que no
se ha rendido cuenta; ve la bancarrota del país; experimenta los perjuicios del
córdoba; mira amargado, los destacamentos de Taft y Knox, en el propio Campo de
Marte, en el corazón de la República; pasa los ojos con impotente tristeza, en
la bandera de la conquista, que flota ultrajante en los edificios de nuestra
capital; escucha, encolerizado las órdenes humillantes de nuestro tutores
Moffat, Dawson, Weitzel, Almirante Sontherlan, coronel Cliffor D. Ham, mayor
South, Jefferson, Lansing, los banqueros de Wall Street, etc., comprende
angustiado, el rápido avance que trae sobre nosotros, la ola gigantesca del
imperialismo rubio; palpa que cada día, se extienden más en nuestro suelo, las
sombras de la Teología, las negras alas del Vaticano; reclina la vista,
desalentado, sobre los detritos de nuestra autonomía y los arrapiezos de
nuestra independencia: todo esto lo hace perder el equilibrio y ciego de ira,
empuña el arma de su pluma.
Ciertamente la indignación causada por tantos males, lo sacó de quicio;
pues, para descubrir si todavía tenemos una esperanza salvadora, enfocó sus
lentes y, ante la decepción que le ofrece lo presente, se le desvió la visual
para lo pasado, en donde lo engañó la distancia del foco, que le pareció fría
ceniza y se propuso entonarle un himno. Si hubiera meditado lo suficiente sobre
el despotismo extraño de hoy, le habría encontrado la cuna en el nativo de
ayer; pero esto no quiere decir que es injusta su indignación.
Su protesta contra la actualidad es justa; más equivocó la forma,
lanzando una mirada amable, a la vieja tiranía criolla.
Con un alma piadosa, poniéndose unos anteojos especiales, desfigurantes,
a la manera de una pantalla tejida con hilos de misericordia, buscó y rebuscó
en los poliedros opacos, aristas de belleza, hizo girar con velocidad los
prismas en cuyas vertiginosas revoluciones, se le descompusieron los colores,
se le escapó la verdad y en la fragua de su imaginación forjó varios de esos
espejismos, que anhelan los soñadores optimistas, los cuales traspasó al papel,
recordando aquello de victis honos…
Por estas razones, en sus artículos político-críticos –que dieron origen
a los nuestros— en lo referente al Gral. Zelaya, resplandece lo ficticio y no
lo real.
Como don Mariano piensa que el exdictador de Nicaragua, arrastra ahora
una vida de amargura, lo juzga débil y digno de conmiseración, de ahí que, al
interpretar el verso de Virgilio Parcere
subjectis et debellare superbos… sufrió un lapsus que, currente calamo, produjo su inexacta apología, sin haber las
hipotéticas penalidades, ni la supuesta debilidad lastimativa; porque no puede
adolecer de remordimientos, quien tiene una conciencia encallecida; y porque
quien cuenta con algunos millones de dólares, está colocado en el número de los
poderosos.
Por otra parte, si por sentimientos caritativos y cristianos, los
individuos deben perdonar las ofensas que se les infieren, la Historia, el más
alto tribunal del mundo, no puede perdonar las injurias que se le hacen a las
naciones y a la Humanidad.
23
de Abril de 1915.
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*Del libro: Artículos y Renglones Cortos, del doctor Rodolfo Argüello. Impreso
en la Tipografía Alaniz. Mayo de 1930.