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Don Adolfo Calero Orozco en sus 80 años |
"Rostro amistoso, tez harta de viento y sol" |
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Entrevista en el horizonte de un hombre cabal
Por: Ángela Saballos de Matamoros
Ex Director de La Prensa * Autor de Novelas, Artículos y Cuentos
* Yo me contaminé con las letras * Una Novela vivencial: “Sangre Santa” * “En una vida larga hay de todo
y tiempo para todos” * “Ya mi presencia no es necesaria” * “La
vejez no es contagiosa” * Un poeta está siempre enamorado” * “Soy optimista”
Conocía a Calero Orozco hace años y me impresionó desde entonces su
caballerosidad de hombre que había vivido otros tiempos en los cuales los días
se saboreaban y era de rigor el decir un piropo hermoso al encontrarse frente a
una mujer que lo merecía… O que no lo mereciera.
Siempre se le hallaba a la menos
agraciada más de alguna virtud que la hiciera resaltar entre las demás.
Calero Orozco, Adolfo Calero
Orozco siempre evoca en mí el sinónimo de la Managua a su inicio, cuando toda
la gente se conocía y cuando una muerte juvenil era extraordinaria.
Y trascendiendo a través de los
días y los meses, emergiendo siempre sonriente y optimista de las incomodidades
diarias, Adolfo Calero Orozco ha llegado ya a los ochenta años.
Recuerdo que una vez, en una entrevista
anterior que él atesora entre sus recortes de publicaciones, le pregunté cómo
veía los años sesenta en los cuales él estaba –y me respondió— que “son como
son. A ratos así; a ratos asá”.
Sin embargo
avariento del tiempo agregó que le gustaría “poder hablar con conocimiento de
causa, de los años de la octava década”. La razón le sobra a Calero Orozco para
querer vivir más de este siglo, al que le lleva un año; su vida ha estado
salpicad de deseos cumplidos y una vasta
obra de novelas, cuentos y poemas da fe de la realización que ha tenido como
hombre de letras.
Don
Adolfo ha sido también periodista y mientras estuvo preso el doctor Pedro
Joaquín Chamorro Cardenal, junto con toda LA PRENSA después del asesinato de
Anastasio Somoza García, don Adolfo fue director interino de este diario.
En su gestión,
breves días después que asumiera el puesto a petición de doña Margarita
Cardenal de Chamorro, don Adolfo fue llamado por el jefe de la censura de
entonces, un oficial llamado Rafael Gallardo quien prohibió que saliera más LA
PRENSA.
El incidente
se registró a raíz de que este mismo oficial del ejército somocista ordenó que
fuera publicada en LA PRENSA una noticia fabricada que ya había sido obligada a salir en otro diario
del país. La nota decía a grandes titulares que León pedía la cabeza de Pedro
Joaquín Chamorro Cardenal.
Al negarse don
Adolfo a publicar tal especie, respaldado por doña Margarita, fue ordenado por
Gallardo de clausurar LA PRENSA.
Apenas había
despedido a todo el personal, cuando dos oficiales que eran los encargados
directos de la censura en el propio diario, llegaron a decirle a don Adolfo que
por mandato de Anastasio Somoza Debayle LA PRENSA debía salir ese mismo día. En
ese momento no logró reunirse al personal necesario, pero al día siguiente
salió el periódico. ¡Había triunfado LA PRENSA!
Hoy esto
frente a un Adolfo Calero Orozco resfriado, que se cansa al hablar. Fue a
visitar a una hija y demás familiares en New Orleans en el frío mes de
diciembre y está aún sufriendo las consecuencias dos meses después. Fuma
constantemente. “Veneno este vicio. Ya lo voy
a botar”, dice, pero continúa fumando.
Me regala dos
de sus últimos libros y al dedicármelos, le tiembla el pulso. Conversamos. Le
encanta platicar. Se precia de tener numerosos amigos que lo aprecian. Es
cierto. Adolfo Calero Orozco empezó a escribir promocionado por el Hermano
Paulino del Instituto Pedagógico donde él estudió. “Él me estimulaba”, dice. Y
hacía lo hacía con todo joven que veía capaz en las letras.
Recuerda a sus
amigos escritores, poetas, periodistas: Salvador Ruiz Morales, Juan Ramón Avilés, Hernán Robleto, Gabry
Rivas, Ramón Sáenz Morales… Ramonín, como le decían. Era su mejor amigo… “Yo me
contaminé con las letras… Recuerdo a los Rothschuh mayores, a Rogerio de la Selva,
a Luis Alberto Cabrales”. Está mencionando a gente pesada de esa época, gente
que hacía la noticia y la literatura.
Cree Adolfo
Calero Orozco que los maestros clásicos españoles son importantísimos en su
formación como escritor. Le pregunto qué opina de los autores actuales
latinoamericanos. “Me gustan mucho”, responde, pero añade que su devoción es
para Rubén Darío. A éste lo conoció de espaldas, sentado a la puerta de la casa
de doña Rosario Murillo. “Ella vivía a dos casas de la nuestra aquí en el
barrio San Antonio, en el callejón de la Aurora. Yo veía a un señor grueso,
sentado de espaldas, pero en ese tiempo no sabía de su importancia. Si no, me
quedo hecho piedra esperando que se diera vuelta o le hablo”, se lamenta don
Adolfo.
Después del
Pedagógico, don Adolfo estudió en una universidad norteamericana y ya en
Nicaragua entre otras aventuras y logros, ingresó al Ejército del General
Emiliano Chamorro y cada una de estas
vivencias se ha reproducido en su vida literaria. “Sangre Santa”, su novela,
nació precisamente de su estadía dentro del Ejército.
“La más afortunada
de mis novelas ha sido “Sangre Santa”, pero a juicio de mis amigos lo que más
les gusta es “Así es Nicaragua”, que es una selección antológica de cuentos
nicaragüenses”, señala Calerozco.
Hablando sobre
lo personal, don Adolfo me responde que en una vida larga como la suya hay de
todo y tiempo para todos.
“Si hablo de
alegrías, el bachillerato es una gran alegría, casarse con la novia que uno
quiere tanto es otra alegría, el nacimiento de los hijos es otra”, señala.
—Hablemos de política, ¿cómo se situaría
dentro de las actuales corrientes?
— Bueno, yo soy de familia
conservadora. Mi hijo Adolfo es Conservador. Mi padre lo fue. Le diría que
tengo ideas normales pero con inclinaciones por la izquierda. Me duele
Nicaragua. Esta Nicaragua preñada de amenazas, dolorosa, incierta, le pido a
Dios que venga su Reino de justicia y de
paz”, concreta.
Se levanta, va
con paso ágil, a pesar de las chinelas, a buscar un recorte que me quiere enseñar.
Me deja sola un momentito en su sala de antiguas sillas blancas de mimbre. Es
solícito, como lo son sus hermanas. Ofrecen
un vinito al visitante y mucho encanto antiguo.
Viven ahora en
Altamira D᾽Este
después de que el terremoto lo sacó de su casa de Managua donde había vivido 73
años La añora, siente que esa casa es parte suya siempre.
Hablamos de
sus viajes.
“Me encantan.
Así como el avión y el vapor. No temo abordarlos. No tengo miedo. Ni a la
muerte, le temo ahora que ya mis hijos son casados y con hijos. Amo a la
familia, pero ya mí presencia no es
necesaria”, dice.
Don A. C. O. en Febrero de 1979 |
— ¿Quiere Usted morirse entonces?
— No. No es que tenga ganas de morirme,
pero considero que ya finalicé una vida completa, una jornada completa. Ya
estoy listo.
— ¿Cómo se siente la llegada de sus 80
años?
— Han llegado tan poco a poco que uno
ni cuenta se da. Hablando con Jorge Luis Borges allá en la Argentina, me decía
de su ceguera que le llegó tan lentamente que tuvo tiempo de adaptarse. Así uno
se va aclimatando a la vejez. Pero hay una ventaja, la vejez no es contagiosa.
Eso sí, es un mal incurable.
La sonrisa
salpica constantemente su rostro de indio chorotega, como él describe en su
Poema “Brocha Gorda”. Es que estamos recordando una entrevista que le hice hace
cinco años. Mucho le gustó porque con sus preguntas y respuestas cortas se nota
el carácter del entrevistado.
Allí me
contestó cuando hablamos de su último deseo si le dijeran que al día siguiente
se iba a morir: “Sería cerciorarme de que se trata de un pronóstico equivocado”.
— ¿Qué es lo que más le disgusta en la
vida?
— Pues, consiguientemente, poder
mantenerme a gusto con la vida.
— Si le dijeran que mañana nace de nuevo, ¿qué
le gustaría ser?
— ¿Yo? Hijo de los mismos padres que
Dios me dio en 1899; dar con la misma mujer que fue mi esposa, caer entre los
mismo amigos que nunca me han fallado –y de paso— gozar de un juicio más sólido
del que he tenido en esta jornada.
Como poeta y
como hombre de esta Latinoamérica, Calerozco se enamoró sus veces y según por
sus respuestas se ha seguido enamorando siempre.
“Un poeta está
siempre enamorado, o no es poeta. La poesía es amor, y el amor es poesía. ¿Qué
cuántas veces he estado enamorado? Eso tienen que volver a preguntármelo
después que me hayan llevado al cementerio: “Todavía me encienden ilusiones y
ensueños y espero todavía mañanas halagüeños”, dice Calero Orozco.
Añade que la
vida es una sucesión de “Ellas”, las mujeres de la vida de un poeta, que
siempre están presentes en él.
Humilde a
pesar de sus años de ejercicio en el escribir, don Adolfo siempre da a criticar
lo que crea antes de publicarlo. Ahora está preparando “Mas cuentos pinoleros”
para su edición.
Amistoso al
colmo, el poeta Calero se ganó un premio al respecto en el Tercer Congreso de
la Academia de la Lengua en Bogotá, Colombia.
“Es que mi
hobby es cultivar la amistad. A la edad que tengo no recuerdo haber tenido
enemigos, me precio de tener muchos amigos”, comenta don Adolfo.
Y entre su
trabajo, su familia y los amigos distribuye las horas del día y de la noche.
Señala haberse vuelto un poco metódico
por los años e interesarse sólo por las noticias tanto en radio como en
televisión, a pesar de que confiesa haber visto más de alguna telenovela.
Y así se ve en
el retrato que le pintó Alonso Rochi. Adolfo Calero Orozco ha sido el hombre
feliz porque es el hombre optimista que busca la alegría y la encuentra. ¡Feliz
cumpleaños, maestro!
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* Publicado en La Prensa, domingo 18 de
Febrero de 1979. Pág. 2
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