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domingo, 10 de abril de 2022

UN SOLDADO DE FUEGO ENMANUEL MONGALO. Por Guillermo Rothschuh Tablada. El Centroamericano. León, Nicaragua. Martes, 14 de septiembre de 1971. En el 150 Aniversario de la Independencia de Centroamérica.

 

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Ex Director de Extensión Cultural, Ministerio de Educación Nicaragüense.

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Fuego que nace al oriente sobre el Río San Juan: Fuego de Rafaela Herrera.

         Fuego que crece al mediodía sobre el aire del lago: Fuego sagrado del Concepción.

         Fuego que cae al poniente sobre el suelo de Rivas. Fuego de Enmanuel Mongalo.

         Fuego de Liberación, fuego de obstinación, fuego heroico que brilla sobre el agua, sobre el aire, sobre la tierra nuestra de Nicaragua. Primitivo elemento cumpliendo aquí su misión, venciendo con prodigiosa fuerza de luz de exterminio, y gracia a la inspiración humana, los demás elementos naturales.

         Salido de su gran norma básica histórica. Oh trágica Troya –rebasando el mito que nos vino de Esquilo –Oh rebelde Prometeo – llega, se acampa aquí en nuestro ambiente, y especialmente en Rivas, para entre viento y viento, entre viento del lago y viento del mar, a soplo puro, tener este fuego fulgurante de franca eternidad.

         Primero el Río San Juan, después el Concepción, luego la tierra hidalga de Rivas. Fue de relevo para el Maratón de la Libertad, camino de luz, línea estremecida que va de mar a mar, como el sueño del canal; línea encendida que va de Este a Oeste, siguiendo la ruta del Sol –Padre del fuego— para cada día –cumplidamente— caer, y renacer, morir y resurgir en nuestro nacional.

         Y es que sin hace disquisiciones filosóficas o literarias; sin querer aportar, en afán de originalidad, una nueva teoría del fuego, nadie como los rivenses poseen, sin lugar a dudas, la más honda raíz del heroísmo nacional, el más alto principio de soberanía integral.

         A los rivenses los favorece la historia y su continuidad de hazañas siempre vivas. La naturaleza se ha levantado allí, firme ante ellos, para que mañana sus hijos, los hijos de sus hijos –collar de generaciones— en reminiscencias nada paganas, imiten al fuego libertario del volcán Concepción. Decir que el fuego está con ellos es imponer a la juventud de Nicaragua un sello de vivos relieves y que todo estudiante honrado debe ostentar. Decir que el fuego está con ellos es asegurarle un puesto grandioso en nuestra historia patria, un monumento que ningún iconoclasta destruirá.

         Hacen muy bien los rivenses en promover esta cita, en congregar a los niños año con año, por los que mañana en igual cita evoquen o dramaticen (tal vez) vivamente, esta hazaña incomparable.

         Imaginaos en vuestra mente un canal que sita esta ruta luminosa esta línea de fuego: el Río San Juan, el Concepción y la tierra hidalga de Rivas para salir al mar. Imaginaos digo, un canal imaginario simplemente entonces veríais en un acto de violenta soberanía hoy como ayer a este fuego infatigable derretir las esclusas para luego desesperado el mar ahogar nuestra voz. Veríais allá en el Atlántico cómo en llamas las sábanas de Rafaela H errera arropar otra vez los barcos a traición. Veráis cómo empinado el humo del volcán apagará estrellas y pájaros, aviones y gaviotas. Veráis al fin en Rivas y antes de salir al mar a mil escolares de Enmanuel Mongalo y bajo el grito de patria y libertad, encender mil cerillos de explosión.

Imaginaos, un canal pero no un canal nacional ni internacional, sino un canal puramente imaginario y entonces veréis cómo en la tierra abierta iba a cesar de crecer el trigo, cómo ibais a dejar de recoger frutas y cereales, y vuestro ganado, cómo flaco de olvido morir en los hatos desolados.

         Aceptada la rotunda hazaña de Enmanuel Mongalo, cabría preguntarse dónde este endeble maestro de escuela primaria absorbió tantas fuerzas como para figurar al lado de los más aguerridos patricios. Priva en el ánimo de todos los pueblos, y el ejercicio militar lo comprueba, que sólo son capaces de estas grandes determinaciones aquellos hombres que por su naturaleza o fuerza, acometen sin temeridad.

         Pero he aquí que haciendo un estudio consciente del valor, del civismo personal y descartado desde luego al héroe de Carlyle, convendríamos, y estrictamente por veta castellana, que nosotros hijos de peninsulares y fundamentalmente quijotescos, tengamos del valor un concepto más intelectual que biológico, de improvisación inmediata, duro, enteco, pero de grandes realizaciones humanas. León Felipe, sentencia con acierto, y refiriéndose especialmente a Don Quijote, que la justicia se gana no sin la ostentación material, sino con “una lanza rota y con una visera de papel”.

         Salomón de la Selva ratifica magistralmente esta opinión asegurando que Prometeo, mediano de cuerpo, gran estatura por la luz que irradiaba su mano libertaria, por el enorme fulgor que orlaba su figura. Así, en nuestro abono citaríamos también casos, aún fuera de nuestra raza, como el de Abraham Lincoln, cuya oración de Gettysurgh y no sus grandes azañas, nos de la impresión de un hombre entero, seco, quijotesco, como la de Jesús orando de amor en el Monte de los Olivos.

         Enmanuel Mongalo es de esta estirpe. Su valor cívico es esencialmente intelectual, logrado en el aula en contacto con la niñez, (con la ternura, es decir) su estirpe, es sentimental, si queréis como la del Padre Hidalgo, enjuto entre sus hábitos, pálido de tanto pensar; esmirriado como José Martí, desorbitado de tanto meditar.

         Ya podéis imaginar la fuerza material de Enmanuel Mongalo, acostumbrado a repintar guarismos sobre las pizarras; hábil en trenzar sílabas, palabras, oraciones; magistral en señalar intrincados afluentes sobre el mapa: Su fusil, fue el metro para enseñar decimales; su parapeto, la ilustre cátedra, sutil a cualquier golpe; su almohadilla la metralla; la tiza, el proyectil. No practicó nunca la equitación como los generales de abolengo, porque ignoraba la aventura de sobresalir mañana en medio de una plaza pública de Nicaragua.

         Su estirpe, digo, fue clara y sencilla como la de cualquier héroe nacido al amparo de la meditación.

         Por eso, se hace muy bien en celebrar esta gloriosa fecha, en congregar a todos los niños como en ronda familiar, para mostrarles sin pretensiones protocolarias los valores morales de un pueblo que busca ansiosamente su claro destino.

         De esto viven los pueblos, y cuando la historia en su devenir ha regateado estos valores, buscan entonces estos pueblos para asegurar su futuro, una base mística y mítica tal como lo hicieron allá, los antiguos gestores de la Cultura Griega y Romana. De esto viven los pueblos, por esto progresan, y si no fuera así, ¿para que entonces tantas luchas cívicas, para qué tanta sangre fraterna derramada, para qué inmolar tantas vidas, levantar tantos pedestales, destinar tantas celebraciones, tantos desfiles escolares? ¿Por qué entonces la consagración de Máximo Jerez, la admiración a Miguel Larreynaga, la pleitesía a la Rafaela Herrera, Castro, Mongalo, Cabezas, ¿y Estrada? ¿Por qué el aplauso sin fin para Benjamín Zeledón?

         Hombres y mujeres del pueblo de Nicaragua, la figura inmortal de Enmanuel Mongalo, no debe aparecer solamente en las estampillas, como único tributo nacional y que sólo el filatelista admira. Su nombre no debe ser sólo raíz, fuente, --sólida base de fundación de la Escuela de Ciencias de la Educación. Ya es tiempo que levantéis en su honor un monumento que materialice su hazaña conmovedora; un obelisco para que lo identifique el aire nacional; una muralla que sirve de tope para los desesperados de resguardo a los perseguidos. Hacedle un monumento, y no muy elevado, para que los niños de todas las edades y de todas las clases sociales puedan admirarlo, tocarlo acariciarlo. Nosotros, alumnos y profesores del Ramírez Goyena, allá en el Norte –pues hacia el norte pegó su brazo— levantamos un monumento al soldado Andrés Castro. El monumento es mediano, de piedra dura y semidesnudo. Un indio más, un ídolo más sobre el pétreo cordón de América, un guardián más, que, como las estatuas griegas, con sus ojos bien abiertos vigilan nuestros pasos sin hablar.

         Vosotros jóvenes estudiantes para resguardar el sur, para proteger nuestra frontera, para velar nuestra integridad nacional, debéis de levantarle un monumento a Mongalo, y de piedra dura, elemento clásico en la escultura precolombina. Hacedle un monumento y si sospecháis que el canal imaginario puede mañana ser un canal real, --nacional o internacional— hacedle entonces arranques fuertes y profundos para que resista el empuje de las precipitadas aguas que buscan otro mar.

         Ponedle entre la mano una antorcha de vivísima llama para vencer el gran Maratón de la Libertad; para que los niños de Nicaragua en olímpica natación de relevo, saliendo sobre el río San Juan, nadando contra la corriente, partiendo del fuego del fuego de Rafaela Herrera, y pasando por el Concepción, puedan con músculos y ojos fatigados, divisar desde lejos, en la costa de Rivas, la llamarada, que anuncia la entera Libertad, la llamarada que anuncia la Libertad final.  

 

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lunes, 18 de agosto de 2014

De Nueva York a la Calle de Enmedio. WILLIAM WALKER Y RICARDA CERDA, LAS HUELLAS DE UN ROMANCE. Por: Pedro Rafael Gutiérrez. La Prensa, 13 de Febrero de 1977.

De Nueva York a la Calle de Enmedio

WILLIAM WALKER Y  RICARDA CERDA, LAS HUELLAS DE UN ROMANCE. Por: Pedro Rafael Gutiérrez. En: La Prensa, 13 febrero de 1977.

*Sobreviven dos nietas de Walker
*El abrazo de Jerez-Walker
* Pío Cerda, hijo del filibustero
*La Niña Antonia sin descendencia

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Polvo, piñuelas, chavalos con el ombligo pelado y la barriga llena de parásitos, animan el paisaje que rodea la Calle de Enmedio, a tres kilómetros de Rivas, en un sitio donde se detuvo el tiempo.

Por esa sórdida avenida donde en mejores tiempos se cultivaba cacao con fines de exportación, pasó varias veces el General William Walker en sus repetidas  incursiones a San Jorge, seguido de una bandera ostentosamente nacionalista que llevaba bordada la enseña de “cinco o nada”, símbolo de la unidad centroamericana que él quiso realizar por métodos muy particulares.

En una casita situada sobre ese viejo camino, de la que se filtra un penetrante olor a café, vive la anciana Ana Antonia Castillo, una de las dos nietas sobrevivientes de William Walker, atadas a modestas sillas por los indescifrables lazos de la artritis deformante.

Doña Antonia, más propiamente la Niña Antonia, lleva a sus tristes espaldas un cerro de recuerdos de su padre Pío Cerda, el único hijo del filibustero William Walker. La Niña Antonia es una de  los cinco hijos de Pío Cerda, nietos del que un día fue Presidente de Nicaragua, por métodos tortuosos que en forma alguna han sido abandonados por nuestros políticos.

En lo que se refiere a ella, con 91 años a cuestas, se detuvo la sucesión de William Walker, virgen  y mártir como es, la cara de ese pergamino que imprimen los años, los brazos tatuados por gruesas venas, profundas arrugas como los viejos mapas que llevaba su abuelo metidos en una funda de cuero, para ubicar los sitios de una tierra que si en verdad nunca comprendió, con seguridad amó intensamente.

WILLIAM Y RICARDA

El 18 de abril de 1849, la vida de William Walker sufrió un cambio que significó abandonar proyectos, trazarse una nueva línea de conducta y emprender una de las más pintorescas aventuras de la historia latinoamericana.

Ese día murió en Nueva Orleans Ellen Galt Martin, la novia sordomuda de William Walker, y el hombre se volvió taciturno.

De los labios del joven abogado, médico y periodista se borró la palabra amor y olvidó las caricias. Si es que alguna vez las volvió a intentar, dedicadas varios años después a una joven nicaragüense llamada Ricarda Cerda, cuyos mensajes de amor tuvo que dirigir a Walker con los ojos, las manos, y la entrega de su cuerpo, que debió haber tenido lugar en una noche rivense, enmedio de los sobresaltos provocados por los cañones filibusteros.

La bella joven Cerda, ignoró que ella cabalgaba  con Walker en los lomos de la historia.


De ese romance nació Pío Cerda, único hijo descendiente de Walker, al que resulta controvertido llamar heredero del aventurero de Nashville, calificado por unos de monstruo y por otros como “estrella del norte”.

Walker cometió muchos errores, fue “desestabilizado” por los capitanes de industria norteamericana, expulsado del país y fusilado en Trujillo el 12 de septiembre de 1860, en un pueblo que vive 117 años después, el mismo atraso del día en que frente a un pelotón de fusilamiento el General Walker pronunciaba sus últimas palabras para confesarse católico y legítimo Presidente de Nicaragua.

DON PÍO CERDA Y SU SUCESIÓN

Cuando Walker se fue del país se ignora si Pío estaba ya nacido, o si, por el contrario, iba aún en el vientre la Ricarda, que por cierto se contentó con tener ese único hijo al que le dedicó los mejores cuidados.

Pío creció en el ambiente provinciano de Rivas y San Jorge, y llevaba en la frente el sello de la sangre de Walker y en la cintura un lunar que se consideraba característico de su legítimo ascendiente.

Pío Cerda tuvo cinco hijos, dos de ellos mujeres que aún viven y que son los descendientes más cercanos del inquieto aventurero.

La Niña Ana Antonia Castillo, sin descendencia, vive en la Calle de Enmedio, en un cuarto pobre de piso de tierra, aislada del mundo y sujeta a una inmovilidad de la que no podrá salir jamás.

Sus ojos han perdido todo brillo y es como un montoncito de cenizas apagado, sin más fuego interior que el compromiso de vivir por reflejos.

Cuando la entrevistó el periodista, ella preguntó si eran yanquis los que queríamos fotografiarla y si era posible que le ayudaran a bien morir.

Su mundo es el que se asoma tímidamente por una puerta que da a un patio sin horizonte y su piel seca parece estar a punto de quebrarse.

Por increíble que parezca, la vida sólo asoma por una enorme llaga de erisipela que a ella la tiene sin cuidado.

No tuvo ningún hijo y los parientes más cercanos que la visitan son sobrinos que la cuidan amorosamente.

DOÑA FRANCISCA, LA OTRA NIETA

A varios kilómetros de Rivas, en un caserío igualmente triste, vive doña Francisca Castillo, la otra nieta de Walker, que se casó en su juventud y que una numerosa descendencia.

Ella está igualmente paralítica y uno de sus hijos nos dijo que pedía no la visitáramos por su estado de salud.

Es sin embargo muy  parecida a la niña Ana Antonia; muy parecida en su tristeza; muy parecida en sus padecimientos; muy parecida, en fin, a todos los viejitos que parecen hermanos, como se parecen entre sí, los chinos, los monos y los policías.

Doña Francisca tuvo varios hijos y uno de ellos don Pío Castillo, que lleva el nombre del hijo de Walker, atiende a su familia con devoción ejemplar. Es un hombre modesto, dado al trabajo, parco en el hablar, para quien ser descendiente de Walker no significa sino llevar una piedra en el zapato.

En busca de su tía Ana Antonia lo encontramos en la Calle de Enmedio, naufragando en mares de polvo, ignorando que fuese biznieto de Walker, y más aún, que su madre estuviese aún viva, con lo que subía a dos el número de nietos de Walker.

Don Pío Castillo es un hombre grueso, blanco y difícilmente podría señalarse su parentesco con el General Walker.

Ni siquiera imaginándose a Walker gordo, podría establecerse una relación de parentesco entre éste y su descendiente.

Sin embargo, la naturaleza parece dar saltos. Un tataranieto de Walker, descendiente de esta gente, heredó la silueta agresiva del aventurero de Tennesee.

Orlando Bustos Alvarado podría servir de modelo a cualquier pintor que quisiera reproducir la imagen de William Walker.

Es delgado, bajo, de ojos transparentes, de mirada arrogante, de inteligencia muy despierta y lo que es más importante, biznieto de don Pío Cerda, el hijo de William y de Ricarda.

EL ABRAZO IMPOSIBLE

El 29 de enero pasado, a las dos de la tarde, estábamos frente a las puertas de la casa donde vive la Niña Ana Castillo.

Hacía exactamente 120 años que William Walker había marchado de Rivas a San Jorge, pasando frente a esta misma casa, por el mismo camino polvoriento, acaso saludando a la Ricarda y ordenando disparar en su honor una salva de fusilería, mientras ella lo veía partir como algo inalcanzable, mientras acariciaba sus trenzas y recogía del suelo un fino ramo de reseda que se la había caído por la emoción.

120 AÑOS NO ES NADA

A las pocas horas las fuerzas de William Walker habían tenido 80 bajas entre muertos y heridos y emprendían la retirada al cuartel principal.

En esa ocasión y en un día como el que nosotros revivíamos frente a la casa de su nieta, Walker había estado en la mira del General Máximo Jerez, comandante del ejército nicaragüense en ese sector.

Ni la historia sabe si se vieron por entre las trincheras, ni se conocen detalles sobre la reacción de Walker ante la derrota.

El hecho es que 120 años después, exactamente, sin una mínima diferencia de minutos, nosotros habíamos logrado en la Calle de Enmedio, poner frente a frente, el 29 de enero de 1977, a don Pío Castillo y a don Leonardo Jerez, biznietos de William Walker y de Máximo Jerez, respectivamente.


Qué pasó en la mente de estos dos hombres cuando les pedimos que posaran para La Prensa, nunca lo sabremos.

Cuando hacíamos la foto, un carromoto levantaba polvo en la Calle de Enmedio y por la nube de polvo se filtraba el sol.

Nunca podré establecer si la silueta que se dibujaba en el recodo del camino, era la del General Walker o la del doctor Máximo Jerez, porque un apretón de manos de sus biznietos me hizo caer a la realidad de que en la historia nada es imposible.

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domingo, 6 de julio de 2014

ENTRE WALKER Y SQUIER: NUESTRA HISTORIA EN LOS DIBUJOS Y GRABADOS DE MEDIADOS DEL SIGLO XIX. Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle

CATEDRAL DE LA MERCED Y EL VOLCÁN EL VIEJO, LEÓN, NICARAGUA

Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle

Agradecimiento:

El autor de estas notas quiere agradecer muy sinceramente al infatigable investigador Dr. Alejandro Bolaños Geyer por el inapreciable material documental que puso a su disposición con el espíritu más abierto y la voluntad más espontánea. Sin esa extraordinaria ayuda la elaboración de este modesto trabajo hubiera resultado decididamente imposible. Los grabados utilizados pertenecen al Archivo de Don Felipe Mántica Abaúnza, reproducidos sin retoques.
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Catedral de La Merced y el volcán El Viejo, León, Nicaragua. Dibujo 1853. 
Dibujo tomado del "Illustrated News", del 8 de Octubre de 1853, que también, aparece en "Ballou᾽s Pictorial Drawing Companion" con los siguientes comentarios:

“Las ruinas de palacios y espléndidas casas, según muestra el primer plano de nuestro grabado, rodean la gran Catedral de La Merced. Las edificaciones de la Catedral son las mejores de su tipo comparándolas con cualquiera de los estados de Centroamérica. La vista que se observa desde la Catedral, extendiéndose  hasta las aguas del Pacífico, recompensa al viajero por el trabajo de subir hasta la torre de la Catedral. La cima más sobresaliente de la hilera de colinas que aparece en este grabado es la de El Viejo, una punta volcánica  de 6,000 pies de altura. El viejo pirata Dampier habla de El Viejo en sus viajes como “una montaña extremadamente alta, con fumarolas en el día y llamas por la noche”.

El dibujo reproducido en el grabado fue realizado originalmente, “from nature”, en los años 1849 o 50 por James Mc Donought, que vino acompañando a Squier. Dice este autor, en su libro sobre Nicaragua: “Los mapas, planos, etc., contenidos en este trabajo, son de mi propia mano, mientras que los grabados son principalmente de los dibujos originales de Míster James Mc Donought, quien me acompañó a Centro América en su carácter de artista. Ellos son copias exactas al natural, en las cuales se ha cuidado tanto la fidelidad como el efecto artístico”.

El dibujo fue publicado en la primera edición de Squier, que lleva fecha de 1852. Fue grabado en piedra litográfica por Sarony & Major, de New York, según puede verse al pie de la lámina, incluida frente a la página 264 del tomo I. La impresión se hizo a dos colores, gris rosáceo y negro, sobre papel de mejor calidad, y se le puso el título: “Iglesia de la Merced y volcán de El Viejo”. Ocho años después el dibujo fue publicado nuevamente, en la segunda edición de Squier, esta vez grabado en metal por J. W Orr, de New York, y con variantes notables, pues sólo aparece el motivo central, esto es, la Iglesia, y los volcanes; se han eliminado las ruinas del primer término y las casas y calle de la derecha; y se introducen como novedad unas carretas con toldo, y una procesión del Santísimo bajo palio, que regresa al templo ante un grupo de creyentes que se arrodillan devotamente.

Es de notar que en ninguna de las ediciones de Squier aparece el follaje de la izquierda en el grabado que aquí se presenta. Las ruinas del primer término son mudo testimonio de la barbarie desplegada en la guerra de Malespín, cuyo recuerdo estaba aún vivo y sangrante, durante la cual la ciudad estuvo sitiada por 59 días.

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LA GRAN CATEDRAL EN LA PLAZA CENTRAL, GRANADA, NICARAGUA. Dibujo de 1856

Dibujo tomado del Frank Leslie´s Illustred Newspaper, del 30 de Agosto de 1856.

Una corta descripción que dice en parte: "La vieja arquitectura española de México y Centro América tiene la característica universal de gran fuerza y durabilidad. El templo de los viejos conquistadores españoles debe de haber sido construido, según nuestro escritor, con bases ahora desconocidas, ya que las ruinas que hemos examinado son de cemento duro como sus mismas piedras; así también hemos podido observar que, aún cuando algunas de sus paredes se han rajado y caído, la mezcla ha mantenido su fuerte consistencia.

Esta linda Catedral situada en la plaza principal de la ciudad de Granada, es característica del estilo de construcción Español en nuestro continente, y llama grandemente la atención al americano por su imponente grandeza y novedad de estilo".

En la antigua iglesia mayor, levantada durante el período colonial en el sitio el capitán Hernández de Córdoba, fundador de la ciudad, frente a la plaza mayor. El dibujo parecer ser de Stevens, quien había elaborado un volumen de antigüedades de Centro América y tenía en preparación otro sobre reliquias coloniales. La vista fue realizada desde el centro de la plaza, y alcanza la esquina suroeste del cuartel. En esta iglesia, destaca el comentario, se realizaron las ceremonias relativas a la inauguración de Walker como presidente de Nicaragua. Fue también uno de los últimos refugios filibusteros en la martirizada ciudad de Granada. Así narra Walker el abandono y destrucción de la iglesia parroquial por Henningsen:

“El 27 / de noviembre de 1856 / Henningsen sacó a sus heridos de la iglesia parroquial y la dificultad que hubo para dar principio a esta tarea pone de manifiesto la falta de inclinación de su gente a toda faena que no fuese de pelear. Algunos de los negros de Jamaica que habían estado trabajando en el vapor del lago y que se cogieron por casualidad en la población, se utilizaron en los trabajos de fuerza; los presos de la cárcel tampoco resultaron del todo inútiles. Después de sacar a los heridos, se pusieron algunas libras de pólvora en mal estado debajo de una de las torres de la iglesia y se dio fuego a todas las casas que quedaban en la plaza mayor. Al salir de ésta los americanos, el enemigo trató de acosarlos, pero lo contuvieron unos pocos rifleros desde las torres de la iglesia hasta que Henningsen estuvo listo para retirarse. Una vez todo preparado, los americanos abandonaron la plaza: al emprender la retirada encendieron con un fósforo un reguero de pólvora que iba hasta la mina colocada debajo de la iglesia. El fuego llegó a la pólvora, volando al aire la torre en el momento preciso en que la muchedumbre  enemiga, demasiado impaciente, penetraba en la plaza, por cuya posesión había luchado tanto”.

He aquí la versión que de los mismos hechos nos hace un historiador nicaragüense, el licenciado Pérez:

“El / cuartel / principal fue abandonado, pero en llamas, de la Parroquia salían las columnas de humo del incendio que la devoraba. Entonces el batallón setentrional se precipitó a la plaza, y casi a un tiempo la torre derecha de la iglesia saltó hecha pedazos por una mina de pólvora, con que se calculó causar graves daños a los asaltadores. Por fortuna sólo un caballo murió al golpe de uno de los fragmentos. En este día el Capellán Presbítero don Rafael Villavicencio, se colmó de gloria como sacerdote y como hombre, entrando solo al incendiado templo y volviendo cargado de alhajas preciosas, como el copón, la custodia, un viso o rayo con magníficas piedras, y otras muchas cosas que salvó en repetidos viajes, en medio de los peligros, hasta que el sagrado techo cayó por entero convertido en brasas”.
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CATEDRAL Y CIUDAD DE LEÓN, NICARAGUA. DIBUJO DE 1856

Dibujo tomado del Harper᾽s Weekly, del 16 de Mayo de 1857

El corresponsal escribe que la Catedral de San Pedro, es, talvez, el edificio más grande del continente y costó diez millones de dólares. Otro escritor en el Illustrated Newspaper, del 8 de Octubre de 1853, hace los siguientes comentarios:

“León fue, en el pasado, una de las ciudades mejor construidas en Hispano América. Sus edificios públicos, aún ahora, no han podido ser igualados en ningún otro país de Centro América. La Gran Catedral de San Pedro está considerada como uno de los mejores edificios españoles actualmente existentes en Norte y Sur América. Este edificio tomó 37 años en su construcción habiendo sido terminado en 1743, a un costo estimado de US$5,000.000.00.”.

El artículo que acompaña a este grabado se titula “Ríos y ciudades de Nicaragua”. En él se afirma que León, con una guarnición moderada es casi inexpugnable; y que se había visto con sorpresa que Walker no hubiera permanecido en ella, utilizando la Catedral como fortaleza.

“La Catedral –dice el artículo—, quizás el más grande edificio del continente, fue construida de piedra a un costo de diez millones de dólares”… “A veces su techumbre ha soportado simultáneamente el peso de hasta treinta piezas de artillería”.

¿Por qué Walker no la siguió ocupando? El articulista proporciona una respuesta compleja, a base de cinco puntos:

1) Porque los leoneses son las gentes más belicosas de Nicaragua y las menos dispuestas a someterse.

2) Porque la vecindad de Honduras y El Salvador hubiera facilitado la combinación de los tres poderes contra los filibusteros.

3) Porque la ruta del Tránsito (el San Juan, el Gran Lago y el istmo de Rivas) hubiese permanecido bajo constante amenaza de enemigos internos y externos, y eventualmente se hubiera perdido.

4) La pérdida del Río significaba la muerte de la Falange. Para defenderlo era más estratégico permanecer en Granada.

5) Granada tenía que ser ocupada o destruida, porque de lo contrario se hubiese convertido en una fortaleza enemiga inexpugnable, dominando Rivas y el Tránsito y, con ayuda de Costa Rica, en posesión segura del San Juan.

La verdad histórica respecto a la construcción de la Catedral es que fue realizada en un lapso de 78 años (1747-1825) y en ella intervinieron cinco obispos. 

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LA FORTALEZA DE EL CASTILLO, CERCA DE LOS RAUDALES, NICARAGUA, DIBUJO DE 1856

Tomado del Frank Leslie᾽s Illustrated Newspaper, del 17 de Mayo de 1856.

El artista, Capitán A. J. Morrison, escribió un artículo que incluye los siguientes comentarios:

“Este Castillo es el primer punto importante que el viajero encuentra en su travesía por el Río San Juan y fue construido hace algunos trescientos años para defender las entonces ricas ciudades de Granada y León del ataque de los piratas, que eran en esa época el terror de Centro América y del istmo. El Castillo hoy en día ya no se usa como base miliar y su única importancia actualmente es la der una muestra de la habilidad arquitectónica de aquellos días, durante la dominación española en nuestro continente.

En la parte exterior de El Castillo y al lado derecho del puente levadizo hay un hoy que fue excavado bajo la esquina, por los soldados, con la esperanza de encontrar tesoros enterrados.

Los nativos de este lugar hablan de inmensos tesoros que han sido enterrados por los diferentes Jefes, cada vez que El Castillo estaba por caer en manos enemigas y así salvarlos de los invasores. Existe una leyenda ente los indios que, directamente frene a El Castillo existió una vez una gran ciudad que fue destruida por los españoles que la atacaron por un túnel subterráneo; pero ya no quedan trazas de ella. El paisaje del Río San Juan así como su clima, es agradable al viajero americano. El tiempo más caliente es a medio día, siendo si, menos sofocante de los que llamaríamos un día caliente en Nueva York, y el aire nocturno al contrario, es muy “agradable”.

El verdadero título de este grabado dice así: “Nicaragua. Fortaleza El Castillo, debajo de los rápidos. Detención de los pasajeros del Orizaba”.

Se ven las casas construidas al “estilo norteamericano”, formando extraño contraste con las primitivas chozas de palmas y varas ocupadas por los nicaragüenses. Dos de esas casas sirven de hoteles: La Casa Nacional y la Casa Nicaragua, “limpias y bien ventiladas”, separadas de las casas de los nativos por barricadas bien defendidas, que se extienden entre el cerro y la margen del Río.

El dibujo es obra del artista filibustero capitán A. J. Morrison, quien escribió erróneamente que el Castillo había sido construido promediando el siglo XVI, para defensa de Granada y León contra los bucaneros, y que sostuvo innumerables sitios. En realidad, fue construido en el lapso de 1673 a 76; y los únicos sitios que sostuvo fueron el de 1762 (4 días) y el de 1780, cuando al fin fue presa del enemigo. Morrison da cuenta del fallido intento de los soldados de Raymond, de abrir el suelo de la recámara N. E. (bajo el baluarte de Santa Teresa) usando sus bayonetas y un hacha vieja como herramientas, en busca de un supuesto tesoro oculto bajo el piso hueco. Recoge Morrison “el decir de los nativos” sobre los “inmensos tesoros que en ocasiones fueron escondidos por los distintos comandantes cuando el Castillo estaba por rendirse, para salvarlos de los vencedores”. Agrega que en la recámara que hacía de capilla, aún se conservaban intactas las piletas del agua bendita y un túmulo central, “lugar de enterramiento de los magnates”. Y todavía repite las que él llama “tradiciones corrientes ente los indios”, sobre la existencia de un secreto pasaje sub-acuático entre el Castillo y la ribera opuesta; y de una gran ciudad indígena, en esta misma ribera, destruida por los españoles en tiempos remotos, para efectuar lo cual se valieron del túnel fantástico por debajo del Río.

El dibujo representa la llegada de los pasajero del Orizaba, que acababa de realizar su primer viaje a Nicaragua, saliendo de New York el 8 de abril, transportando 500 pasajeros, y llegando al San Juan el 16 del mismo mes. “Cuando los pasajeros del Orizaba llegaron a El Castillo, supieron que había estallado la guerra entre Costa Rica y Nicaragua y que la ruta estaba cerrada. Tras dos días de espera la Compañía les dio a escoger entre volverse a Nueva York o ir a Granada a esperar allí la reapertura de la ruta. En vista de que si se regresaban tendrían que dejar allí su equipaje, y de que todo indicaba que Walker la reabriría pronto, unos trescientos decidieron proseguir hasta Granada”. Mientras esperaban, muchos perecieron, víctimas del cólera, que de Rivas se había propagado a Granada, o de otras enfermedades. Cuando el 20 de mayo supieron de la llegada del Sierra Nevada a San Juan del Sur, habían muerto 79. Algunos murieron en la travesía del Lago, hacia La Virgen, y otros en el trayecto de La Virgen a San Juan del Sur.

En el grabado el Castillo muestra, de izquierda a derecha, los baluartes exteriores de Santa Ana, Santa Bárbara y Santa Teresa y el baluarte elevado central, o “caballero”, de San Fernando. No se ve el baluarte de Santa Rosa, por quedar detrás. 

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LA CALLE DE MASAYA EN LA CIUDAD DE GRANADA, NICARAGUA. DIBUJO DE 1856.

Tomado del Frak Leslie᾽s Illustrated Newspaper, del 19 de Julio de 1856.

“El tema de este grabado es una escena en el camino que conduce de la costa del lago de Nicaragua a la ciudad, y el cual, después de bordear Granada y pasar por la plaza, desemboca en el camino que va al pueblo indígena de Masaya”.

Esta llamada “calle de Masaya” no es otra que la calle del Lago, que también se llamó de la Calzada, en el trecho comprendido entre Guadalupe (cuyos altos muros y pináculos se ven a la izquierda en primer término) y la playa. En el horizonte se divisa un barco de rueda de paletas, cuya elevada chimenea despide alguna humareda; y regular cantidad de gente procede del barco o va hacia él. Frente al costado de la iglesia, sentados en el petril de la taberna de Max J. Thomand, repleta de barricas, tres parroquianos observan despreocupadamente el movimiento callejero.

“Fue por esta calle –dice el comentario del Leslie᾽s— que el General Walker entró primero a Granada. Había decidido que los americanos deberían entrar a la ciudad por dos puntos diferentes, por dos caminos divergentes, que, sin embargo, concurren en la plaza. Walker, con la mitad de la división americana, entró por la calle de Masaya, mientras que el coronel Skerrit, con el resto, forzó el paso por la calle que desemboca en San Francisco”.

Después del triunfo de La Virgen, Walker esperaba en San Juan del Sur engrosar su falange para dirigirse contra Rivas. Cuando ya contaba con 100 hombres, le dio el nombre de “batallón” y la organizó en tres compañías. Entonces marchó nuevamente a La Virgen, a esperar el vapor del mismo nombre de la Compañía  Accesoria del Tránsito, y tomarlo por sorpresa. En él Walker5 se proponía trasladarse a Granada y apoderarse de ella. Había interceptado correspondencia que indicaba la penuria en que se debatía el gobierno granadino, la casi absoluta indefensión de la ciudad, el desánimo de los habitantes, la desesperanza de los jefes y, por último, el secreto deseo de Corral de hacer la paz. Por otra parte, también tuvo noticia de que en Granada “más de cien demócratas trabajaban en las calles con cadenas y grillos en los pies”.

Realizada la operación del vapor, Walker con su batallón y la fuerza nica al mando del Chelón Valle, se dirigió con el mayor secreto a Granad y desembarcó a las diez de la noche en Tepetape. Avanzó hacia la ciudad confiada por el camino de Los Cocos. “Los primeros tiros del enemigo –escribe Walker— salieron del viejo convento de San Francisco; pero como eran pocos y aislados apenas si  pudieron contener un instante la impetuosa marcha de la Falange. Un grito de la avanzada anunció la toma de la plaza mayor, y los últimos tiros fueron disparados desde la galería de la casa de gobierno, al penetrar Walker en la plaza”. 

        *********** Ω Ω Ω Ω Ω ************

HIPPS POINT: UNIÓN DEL SARAPIQUÍ CON EL RÍO SAN JUAN, NICARAGUA. DIBUJO DE 1856.

Tomado del "Frank Leslie᾽s Illustrated Newspaper", del 21 de Junio de 1856.

El escritor desconocido describe la escena de la siguiente manera:

“Ningún otro lugar en el mundo presenta paisajes tan encantadores como estos ríos Centroamericanos, y en ningún otro lugar el aire de la noche es tan agradable a la constitución humana. El dibujo que mostramos de la unión del Serapiqui con el San Juan nos dá una idea clara sobre la clase de paisaje que nos ofrece esa región; nada podría ser más agradable y suavemente pintoresco”.

Para protegerse de cualquier sorpresa en la línea de comunicación interoceánica, Walker, a la vez que ordenaba a Schlessinger penetrar con su fuerza en la región de Guanacaste y asestar el primer golpe a los costarricenses en su propio territorio, también dispuso que sendas compañías ocupasen El Castillo y la punta de Hipp (La Trinidad), en la desembocadura del Sarapiquí, pues “era preciso defender el Tránsito con mayor tenacidad que todas las demás partes del Estado”, ya que el ejército dependía de esa vía para obtener víveres y soldados.

En este sitio estaban apostadas las fuerzas del capitán John M. Baldwin, treinta hombres, esperando hora tras hora un ataque costarricense por el Sarapiquí; hasta que el 8 de abril emprendieron la remontada del rio en busca del enemigo, al que encontraron dos días después unos 200 0 300 hombres acampados en un recodo, 20 millas arriba.

Los ticos fueron batidos por el “valiente, atrevido y denodado grupo del capitán Baldwin”; y el autor del dibujo y del correspondiente reportaje, que parece no ser otro que el capitán A. J. Morrison (ya conocido) se entusiasma narrando las hazañas heróicas del capitán Baldwin, del teniente primero J. G. Green y del teniente segundo Rakestrow, muerto en el combate. Como resultado del mismo, fue interceptada la correspondencia inglesa y costarricense en tránsito a San José.

He aquí cómo Walker narra lo sucedido en el combate de Sarapiquí: “A la vez que Mora penetró en el departamento Meridional, una columna de 250 costarricenses fue enviada al río Sarapiquí para cortar las comunicaciones de Walker por el río San Juan. El capitán Baldwin, oficial acucioso e inteligente, se hallaba en la punta de Hipp cuando supo que el enemigo estaba abriendo un camino para salir al río. No esperó su llegada, sino que se fue aguas arriba del Sarapiquí y atacó vigorosamente a los costarricenses que venían abriendo el camino y los rechazó, causándoles muchas bajas y poniéndolos en sumo desorden. En cuanto a él, tuvo un muerto, el teniente Rakestraw, y dos heridos. El enemigo dejó más de veinte muertos en el campo. Este combate del Sarapiquí fue el 10 de abril y los costarricenses en derrota no pararon en su fuga hasta San José”.

El historiador costarricense don Ricardo Fernández Guardia hace al respecto la siguiente anotación: “Walker se refiere aquí al combate del Sardinal, en que según el parte firmado el mismo 10 de abril de 1856 en el Muelle de Sarapiquí por el teniente coronel D. Rafael Orozco, tuvo la fuerza costarricense un solo muerto y 10 heridos, uno de los cuales fue el general D. Florentino Alfaro que la mandaba. Los filibusteros se retiraron a la punta Hipp, o La Trinidad y los costarricenses al Muelle de Sarapiquí. El encuentro del Sardinal fue de poca importancia y ambos adversarios se atribuyeron la victoria”.

lunes, 30 de junio de 2014

NICARAGÜENSES  DESCENDIENTES DE   WILLIAM WALKER  

Fotografía del hijo de William Walker

PÍO CERDA WALKER, HIJO DE WILLIAM WALKER
Publicado en Novedades, 14 Septiembre de 1967. 
Nota de Redacción: 

De la relación con RICARDA CERDA, natural de Rivas, Nicaragua, nació PÍO CERDA WALKER, éste a su vez, vivió en Nicaragua y procreó con RAFAELA CASTILLO al nieto de William Walker, de nombre RAFAEL CASTILLO CERDA.  El biznieto nicaragüense nació de la relación sostenida entre RAFAEL y RAFAELA BUSTOS, quienes engendraron al tataranieto ALBERTO SIMÓN BUSTOS CASTILLO, de ahí nació el trastaranieto bautizado con el nombre de JULIO BUSTOS, contemporáneo de Ud., lector de este Blogspot. 

martes, 28 de enero de 2014

DE NUESTRAS INVETERADAS, ABSURDAS, HORRENDAS Y DEPLORABLES INQUINAS



POLÉMICA ENTRE DON ENRIQUE GUZMÁN BERMÚDEZ Y EL GRAL. ALFONSO VALLE CANDIA

*EN DEFENSA DE BERNABÉ SOMOZA Y JOSÉ MARÍA VALLE (“EL CHELÓN”)



GENERAL E INGENIERO ALFONSO VALLE CANDIA













No negaré mi simpatía personal por la memoria del legendario Bernabé Somoza. Fue amigo y hermano de armas de mi abuelo el General Don José María Valle y de los hermanos de éste don Esteban y Romualdo: con ellos militó en las campañas del General Francisco Morazán; con ellos peleó en al defensa de la ciudad de León el año de 1844; con ellos vino de El Salvador el año siguiente en una invasión contra el General José Trinidad Muñoz; pero además del tal devoción por su memoria, alterada a menudo por el sectarismo político, el odio, la vanidad y otras pasiones de baja mezquindad.

Nunca me he propuesto recordar agravios ni crear rencores. Pero siempre que lo ceo necesario doy la voz de alarma y pongo en guardia a la joven generación contra la difusión de doctrinas farisaicas y falsedades históricas. Ese es mi pecado.

Al recio y tenaz polemista don Enrique Guzmán Bermúdez, que cojea del mismo lado que este su servidor, le ha dado por disertar a todo trapo sobre la personalidad de Bernabé Somoza, pero sospecho que tales disquisiciones son únicamente un pretexto para desahogar sus rencores sectaristas contra los adversarios del Partido Conservador. Para tal fin no veo la necesidad de alterar la verdad de los hechos y  demostrar semejante falta de sindéresis. Voy a marcar algunos, los principales errores en que incurre deliberadamente.

Afirma que Somoza era un guerrillero profesional y que su nombre y el horror que inspiraba los debía a los “repetidos trastornos internos” en que tomó parte. Somoza aparte su participación en la defensa de León y en la revancha que quiso tomar contra Muñoz, no tomó parte en ningún trastorno más que en el que promovieron los “timbucos”, (conservadores) de Granada que lo nombraron jefe de la rebelión en Rivas.

El señor Guzmán no menciona en aquel drama a Fruto Chamorro, lugarteniente de Muñoz y tan feroz y desalmado como su jefe, y habla solamente del sacrificio de Somoza, cuando con él y al mismo Muñoz  y Chamorro hicieron fusilar a cuarenta y tres TIMBUCOS, personas de posición social de Granada y Rivas, salvándose únicamente el eminente jurisconsulto Benito Rosales y el Dr. Rosalío Cortez, por su condición de diputados al Congreso Nacional. Pero Don Enrique no menciona a Chamorro por el respeto reverencial que le debe al feroz y sanguinario guerrillero conservador.

Afirma sin prueba alguna que el Gral. José María Valle dejó ingratos recuerdos en Granada. Falsedad e injusticia. Al contrario, fue Valle quien trajo ingrato recuerdo de aquella ciudad. Allí recibió durante el histórico sitio un balazo que le dejó cojo de por vida. Allí fue herido su hermano Esteban, cogido prisionero y fusilado. Este salvaje asesinato fue el motivo que le decidió a juntarse con Walter, ir con él a Rivas, derrotar a Guardiola en La Virgen y luego sorprender a Granada e ir a buscar al asesino de su hermano para cobrarse la deuda. Fue el Padre Vigil quien atajó a Valle y salvó al asesino.

Valle dejó poco después a Walker y fue a Somoto donde derrotó al General don Fernando Chamorro, el 16 de abril de 1856. Chamorro y Coroneles Joaquín Zavala, José Dolores Estrada, Carlos Alegría, Miguel Vélez, Agustín Benard  y otros afamados jefes y oficiales fueron los que en realidad tenían el ingrato recuerdo de aquella derrota. Solamente la mala fe y el odio partidista puede inventar esas calumnias y mentiras.

Sin dificultad alguna el señor Guzmán pasa del drama de Somoza, como una consecuencia natural al recuento de los desmanes y atrocidades bajo los regímenes liberales; pero se guarda de confesar que tal sistema de gobierno fue creación legítima de los estadistas reaccionarios continuadores de los encomenderos de la Colonia. En tanto que a estos herederos les presenta como un coro de ángeles. De hecho olvida que el cepo, los palos, las enemas, las reclutas, las contribuciones forzosas, las torturas, la picota, la inquisición, son creaciones de los gobiernos conservadores de quienes las aprendimos los liberales.

Falta de sindéresis la del señor Guzmán Bermúdez al encarnizarse con el gobierno del General don José Santos Zelaya. De todo lo malo que le atribuye los únicos principales responsables son los mismos conservadores. Cuando los liberales de Occidente que fueron quienes lo llevaron al poder quisieron derrocarle el Conservatismo en masa, lo rodeó y lo apoyó y lo mantuvo al mando. Qué derecho ni razón le asiste para quejarse de su obra?

Quince o veinte revoluciones que le hicieron los conservadores sólo sirvieron para demostrar como también hoy, la impotencia y descrédito del Conservatismo.

Y luego la intervención durante la cual al partido de los traidores sólo dejó como huellas de su paso saqueos, incendios, asesinatos, carnicerías, atraso…y la indeclinable vergüenza.

Me aconseja don Enrique que no siga defendiendo a Bernabé Somoza. A mi vez le aconsejo que siga hurgando el huevo podrido conservador. Mientras más lo hurgue más “jiede”.


(f.) ALFONSO VALLE.

lunes, 27 de enero de 2014

LA VERDADERA HAZAÑA DE MONGALO. Por: Dr. Eduardo PÉREZ-VALLE. En: Nuevo Amanecer Cultural, sábado 8 de agosto de 1987.

El héroe se pone adelante, en primera
fila, desafiando el peligro que los otros
temen, el que si no es vencido a tiempo
acabará por destruirlos a todos.

                                     T. Carlyle.-

  Siempre en ocasión del 29 de junio se publican trabajos periodísticos rememorando la hazaña de Mongalo en la que se ha llamado “primera batalla de Rivas”. Sólo que con muy sana intención y entusiasmo desbordante se gasta mucha fantasía y se introducen datos falsos, por lo que el enfoque resulta deleznable. Vayan dos ejemplos recientes:

   “Cruzó la calle de El Porvenir en medio de una lluvia de balas, se situó contra la pared del mesón y clavó la bayoneta encendida en un alero”, dice Sofía Montenegro en Barricada del propio 29 de junio del 87. Y el profesor Santos Rivera, en El Nuevo Diario del 3 de julio, nos dice: “En medio de las balas avanza con una antorcha encendida, logra llegar al cuartel enemigo, lanza la antorcha y las llamas envuelven en fuego y humo la casa en donde se fortifica. El miedo se apodera de los filibusteros que huyen en desbandada abandonando la ciudad de Rivas con un alto costo de muertos y heridos”.

   Para trazarnos  un cuadro veraz, confiable, de los hechos que nos ocupan es indispensable dar una hojeada a los autores tradicionales, a las fuentes primarias que los detallan.

   Siguiendo esta línea notamos en primer lugar que Gámez, rivense, en el capítulo XXI de la Tercera Parte de su Historia, que es donde corresponde, ni siquiera menciona la entrada de Walker a Rivas, no registra la acción de Mongalo ni la quema del mesón. Sólo pone a Walker completamente abatido el 27 de junio, dejando once muertos y escapando con los 43 hombres restantes por el lado de San Juan del Sur.

   Jerónimo Pérez hace constar que estando los filibusteros encerrados en la casa de Máximo Espinosa, el “distinguido joven don Manuel Mongalo”… “a pecho descubierto, se aproximó a la casa aplicándole fuego para incendiarla”. Oportunamente –agrega—apareció en esos momentos el comandante de San Juan del Sur, Teniente Coronel Manuel Argüello, con su compañía, y atacando a los filibusteros por el flanco izquierdo los puso en dispersión.

    Veamos, narrado por el propio Walker, cómo ocurrieron los hechos: los yanquis habían procurado entrar a Rivas por el norte, “para asegurarse de las casas de la hacienda de Maliaño o de las de Santa Úrsula, dos plantaciones de cacao a la entrada de la ciudad, que ofrecían posiciones favorables para que atacasen o defendiesen la plaza”.

     El fuego inicial de los defensores fue contestado vivamente por los rifles filibusteros, quienes se lanzaron adelante demostrando ardor combativo. Los legitimistas retrocedieron precipitadamente hacia la plaza; la colina de Santa Úrsula fue ganada por los invasores, que a culatazos abrieron puertas y talanqueras y pronto tomaron posesión de las casas de la cima. La orden era marchar a paso de carga hasta la plaza, con flancos y retaguardia protegidos por los cien hombres de Ramírez Madregil; pero éstos se rezagaron y las bestias de carga avanzaban lentamente. En Santa Úrsula, Crocker, encargado con Kewen de dirigir el avance, se vio obligado a confesar a Walker: “Coronel, los hombres no quieren y no puedo hacerlos avanazar”.

  Entonces el coronel Manuel Argüello, recién llegado de San Juan del Sur, atacó vivamente el flanco izquierdo. Los yanquis fueron reconcentrados “en una gran casa de adobes cerca de la colina de Santa Úrsula / el mesón de Espinosa / y en algunas casas pequeñas / de Pedro Cubero / al otro lado de la calle; se abrieron las municiones y se puso a cubierto toda la tropa. Ramírez Madregil nunca llegó; y marchó con su gente hacia la frontera con Costa Rica. Los legitimistas, cuando observaron “el desaparecimiento de Ramírez, comenzaron a estrechar a los filibusteros por todos lados, haciendo esfuerzos por atacar las casas desde donde los rifles hacían grandes estragos”; intentaron utilizar un viejo cañón de a cuatro, el que fue abandonado tras una carga de los yanquis. “Entonces los legitimistas quisieron pegar fuego a las casas ocupadas por los democráticos, logrando incendiar el techo de una de ellas”. “Para entonces había más de quince yanquis muertos o heridos. No quedaban más que treinta y cinco aptos para la pelea. La acción había comenzado a las doce del día, y eran cerca de las cuatro cuando se dio la orden de prepararse para la retirada. Hubo que dejar a varios de los heridos”. “El enemigo, protegido por la espesura del monte, se había reunido en bastante número cerca de las casas cuando se dio la orden de retirada. Al salir la partida dio un grito que hizo volver la cara y ponerse en fuga desordenada  a los enemigos más próximos. El resto de legitimistas, paralizados, permanecieron esperando ser atacados por todas partes. Así la Falange escapó del peligro con la pérdida de sólo un hombre”. Al comienzo del ataque a Rivas los legitimistas tenían probablemente 500 hombres en la ciudad, reforzados después por los 75 u 80 que llegaron con Argüello. Según los informes más auténticos tuvieron al menos 80 muertos y otros tantos heridos. Los yanquis tuvieron 6 muertos y 12 heridos. “Y cinco de sus heridos abandonados fueron asesinados bárbaramente por el enemigo, y sus cuerpos quemados. Después de un día semejante, los legitimistas no quedaron con ganas de perseguir a los que les habían dado una primera muestra del poder de sus rifles”. Guiada por un nicaragüense, Mayorga, que había permanecido casi todo el tiempo con los yanquis y que era un buen conocedor de las cercanías de Rivas, “la pequeña columna se retiró por entre las plantaciones de cacao, buscando un camino que los condujese hacia la ruta del Tránsito”, dice Walker; pero en realidad se fugaban en dirección contraria, hacia el noreste, buscando poner distancia con el enemigo. Marcha azarosa.  Al paso de lo heridos. Empezaba a oscurecer cuando pudieron dar con el camino de Rivas a San Jorge, hacia su parte media; y llegaron a las rondas de San Jorge: todas las puertas cerradas y todos los perros ladrando a los filibusteros en retirada. Aquí Walker ordenó al guía buscar la ruta del Tránsito por el camino más excusado; y pronto los llevó por un desecho junto al camino entre Rivas y La Virgen, de suelo fangoso que se tragaba las extremidades hasta la rodilla. Era pesado y constante el temor de ser perseguidos. A eso de la medianoche los fugitivos acamparon junto a una choza abandonada, a unas dos millas de la ruta del Tránsito, donde se quedaron hasta el amanecer. Cerca de las nueve de la siguiente mañana alcanzaron dicha ruta a unas dos o tres millas de La Virgen. Hasta aquí las confesiones de Walker.

  Inspirados por la fechorías de Walker, inficionados por su libro sobre La guerra en Nicaragua, han venido abundantes autores que encaraman al filibustero en el sitial de los héroes, mártir de un “ideal” grandioso, pero que en realidad era lo más negativo y compendiaba lo más abominable que ha podido engendrar la humanidad. De esta cáfila entresacamos a William Scroggs, profesor yanqui, y a su discípulo nicaragüense Alejandro Hurtado, bien conocidos entre nosotros por la edición no muy antigua de sus obras. El primero llegó a la conclusión de que “pocos habrá que se atrevan a negar que el triunfo de Walker en Nicaragua hubiera redundado en provecho de la civilización”. El otro llegó más lejos y degenera en franca abyección: nombra a los filibusteros “raza de luchadores audaces, que conquistó el interior del territorio de los Estados Unidos, en combate abierto contra toda clase de adversidades; raza que logró desarrollar en desiertas extensiones una civilización más avanzada que la europea”; y llama a los hijos de yanquis con nicaragüenses “brotes de una raza mejor”. Scroggs trata de explicar los acontecimientos señalando que cuando los nicaragüenses de refuerzo huyeron a los primeros disparos, y cinco filibusteros habían sido muertos y doce estaban heridos, sólo quedaban treinta y ocho para pelear contra una fuerza abrumadora. Y cuando los legitimistas prendieron fuego a las casas que servían de refugio, no le quedaba a Walker otro camino que tocar la retirada. Entonces “los sitiados, volando tiros y pegando gritos, rompieron de improviso con gran ímpetu en las calles”… Aquí cabe recordar que la marcha fue con gran ímpetu, pero no hacia las calles, sino hacia el monte, en busca de los cacaotales, donde poder esconder el bulto. Hurtado repite que “los cien nativos comandados por Ramírez se desbandaron y huyeron a los primeros disparos, dejando a los yanquis solos”, ¡terriblemente solos! Cuando los legitimistas concibieron el plan de incendiar las casas en que los gringos se habían refugiado y lo realizaron “establecieron para Walker el precedente de usar el fuego como arma ofensiva, que tan siniestramente usó él después de Granada”. ¡Fue, pues, el mal ejemplo de los nicaragüenses, sus malas enseñanzas, los que transformaron a aquellos benefactores salvajes!

  Pero es hora ya de que dejemos la cita de estas versiones, falsas unas, tendenciosas otras, y atengámonos a los testimonios de quienes estuvieron presentes en los hechos y hasta participaron en ellos. Primero el del Coronel Manuel Borge Morales, testigo presencial, veterano de la Guerra Nacional, muy condensado, como que fue escrito 68 años después de los sucesos. “Los nuestros se reconcentraron a la plaza –dice el Coronel Borge—y los filibusteros los cargaron con vigor hasta ocupar la casa de Santa Úrsula, pasando más delante de la de don Máximo Espinosa. En aquel momento el Coronel Ramírez (a) Madregil abandonó a Walker desfilando con su gente por el lado de la iglesia de San Francisco, encaminándose hacia la frontera de Costa Rica”… “Detenidos los yanquis en su empeño de llegar a la plaza, apareció procedente de San Juan del Sur el Coronel Manuel Argüello, quien atacando con vigor al enemigo lo obligó a refugiarse en la casa de adobes  de don Máximo Espinosa y en la casa de don Pedro Cubero, separadas por la calle. Desde esas casas nos hicieron gran daño los filibusteros, pues con calma ponían en práctica su mortífera puntería”… “Los nuestros, faltos de elementos para destruir fortificaciones, se veían en situación dificilísima para desalojarlos, y entonces fue cuando el Coronel Bosque tuvo la feliz, pero peligrosa idea de ponerle fuego a la casa, y al efecto buscó entre la tropa un voluntario que quisiera exponer su vida en tan arriesgada comisión. El patriota Emmanuel Mongalo oye la propuesta del jefe, y comprendiendo el alcance del pensamiento, corre presuroso a ponerse a su orden, y un momento después la casa ardía, obligando a Walker a desocuparla”… “Se lanzaron fuera de la casa como fieras acosadas por los cazadores, tomando por dentro de las haciendas, con dirección a San Jorge, en busca del camino de La  Virgen para llegar al del Tránsito  y encaminarse hacia San Juan del Sur, a donde con paso lento y arrastrando los rifles, llegaron a las 6 de la tarde del 30 de junio”.

    Pero quien narra con todo detalle y veracidad las incidencias del 29 de junio es el historiador masayés Francisco Ortega Arancibia, Mayor del ejército legitimista y de gran responsabilidad en la defensa de Rivas.

    “La casa que ocupaba Walker –dice—era la última de la manzana con casas; la siguiente al este era larga, desierta, sin casas ni cercas, cubierta de yerbas y árboles de higuera, al término de la cual había una tapia de adobes, con unas troneras bajas, que yo conocía bien; y tomé cuatro soldados y un cabo y los llevé”… “Los coloquen las troneras, de la cuales comenzaron a hacer fuego; al regresar, Carazo y los otros amigos me advirtieron con interés el peligro, y que me atravesara corriendo; así lo hice, pero fijándome mucho hacia el punto de donde me hicieron los disparos de las balas, pues pasaron silbando: dos brazos desnudos habían salido por la ventana de la casa de Cubero, que estaba al frente de la que ocupaban los yankees. No cabía duda, aquellos eran cazadores que nos habían asesinado a tantos hombres. Se lo expliqué a aquellos amigos y estuvimos de acuerdo en que se les debía quitar la casa a todo trance, porque sin esa atalaya no se podrían sostener en la casa de Espinosa, porque de allí se les atacaría de flanco, y de las claraboyas de la tapia, de frente, dejándoles libre el otro flanco, para quitarnos de encima los rifles de precisión y los cazadores, nos vinimos todos para donde don Eduardo /Castillo/, quien estando de acuerdo nos acompañó al lugar por donde debía darse el asalto de la casa de Cubero. Se peleaba bajo la lluvia; el terreno del intermedio que dividía las calles en que estaba la casa de Espinosa de la en que estábamos era quebrado, de manera que no nos veíamos lo unos a los otros, estando fuera de la visual de los cazadores. Para la operación bastaban seis hombres de la tropa, comandados por un oficial brioso y resuelto: se presentó un joven Castillo, sobrino de don Eduardo, que entendido de las instrucciones del caso, partió cubierto por la vegetación, hasta unas cinco varas distante del corredor de la casa; les hicieron una descarga de fusilería y ellos huyeron, dando nuestras tropas un viva atronador, viva que se repitió en todos los puestos ocupados por los nuestros en la ciudad y se reforzó con más tropa la casa de Cubero. La atalaya estaba en nuestro poder y Walker perdido. Una lanza con una manta amarrada cerca de un extremo que el joven Mongalo, entrando por dentro del corredor de la casa vecina de la que ocupan los aventureros, prendió empapada en petróleo, incendió las soleras y las cañas del techo, pasándose las llamas a la casa de Espinosa, que pronto quedó toda ardiendo, y los filibusteros la abandonaron, huyendo por el lado noreste; y los vencedores los persiguieron hasta el cerco de alambre de una hacienda de cacao inmediata”.

   Queda claro, pues, que “se peleaba bajo la lluvia”, como dice Ortega; pero no era aquella una lluvia de balas contra Mongalo, ni éste avanzaba impertérrito “con una antorcha encendida” para lanzarla contra el cuartel enemigo. Aquí se luchaba con inteligencia, que al fin se impuso sobre la estúpida ferocidad del gringo. La hazaña de Mongalo no se realizó con el heroísmo ciego que se ha querido atribuirle pintándolo con la antorcha encendida bajo la lluvia de balas, sino con elevado patriotismo iluminado por una vivaz inteligencia, cual correspondía a un espíritu privilegiado con una temprana vocación de maestro.

    Dominemos nuestro entusiasmo y pongamos mayor cuidado en la determinación de los actos heroicos y en la evaluación del heroísmo. Nada de ficciones ni de exageraciones. Que si el hecho es en verdad heroico no las necesita; y si no lo es, las hipérboles resultan ridículas.

                 Eduardo PÉREZ-VALLE

Managua, julio de 1987.-

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CARTA AL DOCTOR EDUARDO PÉREZ VALLE. Por José Santos Rivera. En: El Nuevo Diario, 26 de septiembre de 1987.

Estimado Doctor:

Leí su interesante artículo publicado en “NUEVO AMANECER CULTURAL”, del sábado 8 de agosto de 1987, intitulado “LA VERDADERA HAZAÑA DE MONGALO”, ilustrado con la figura a pluma del maestro inmortal, y un epígrafe de T. Carlyle que define al héroe en un concepto antiguo, distinto al que usted mismo concibe en los últimos párrafos de su trabajo.

Considero muy importante para un mejor conocimiento de los jóvenes y lectores de “NUEVO AMANECER CULTURAL”, que reproduzca algunas de las diferentes  versiones de autorizados historiógrafos y cronistas de la época, quienes recibieron de primera mano la narración de hechos trascendentales de nuestra historia o participación en la acción en que tuvo lugar la memorable hazaña de Mongalo, en la primera batalla de Rivas, el 29 de junio de 1855.

Usted inicia su trabajo afirmando que “PARA TRAZARNOS UN CUADRO VERAZ, CONFIABLE DE LOS HECHOS QUE NOS OCUPAN, ES INDISPENSABLE DAR UNA OJEADA A LOS AUTORES TRADICIONALES, A LAS FUENTES PRIMARIAS QUE LOS DETALLAN”. Que siguiendo esta línea notamos en primer lugar que Gámez, rivense, en el Capítulo XXI de la Tercera Parte de su historia, que es donde corresponde, ni siquiera menciona la entrada de Walker a Rivas, no registra acción de Mongalo ni la quema del mesón” (Sic).

Sólo pone a Walker completamente batido el 27 de junio, dejando once muertos y escapando con los 43 hombres restantes por el lado de San Juan del Sur.

Después de Gámez otra de sus fuentes “Veraces, primarias y confiables” es el historiógrafo Jerónimo Pérez.

A continuación incluye el relato del propio William Walker, principal protagonista de los hechos en la primera batalla de Rivas, invasor, filibustero y esclavista, quien su obra “La Guerra de Nicaragua”, se empeña en justificar sus actos vandálicos y en defender el valor y la pericia militar de sus secuaces.

Pero todo lo que usted transcribe como relatos “Veraces” y “Confiables” de los narradores  citados y que ocupan las tres cuartas partes de su artículo, todo ese acervo informativo de la historia: Lo de Gámez, lo de Jerónimo Pérez, lo de Walker, de repente, como si se le olvidara que son ejemplos que usted mismo califica de “veraces, confiables y fuentes primarias que los detallan”, de pronto, los desconoce, anula y deshecha, cuando después de unos diez párrafos de los catorce o quince de su artículo, inquisitorialmente los condena a la hoguera al escribir: “PERO ES HORA YA DE QUE DEJEMOS LA CITA DE ESTAS VERSIONES FALSAS UNAS, TENDENCIOSAS OTRAS Y ATENGÁMONOS A LOS TESTIMONIOS DE QUIENES ESTUVIERON PRESENTES EN LOS HECHOS Y HASTA PARTICPARON EN ELLOS”.

Tal parece que tanto Gámez como Jerónimo Pérez no fueron contemporáneos  de esos hechos y que hasta el mismo Walker fue un ausente en la Guerra Nacional y en la primera batalla de Rivas. Y usted continúa: “Primero el del Coronel Manuel Borge Morales, testigo presencial, veterano de la Guerra Nacional, muy condensado como que fue escrito 68 años después de los sucesos” (relato del Coronel Borge), para agregar:

Pero quien narra con todo detalle y veracidad las incidencias del 29 de junio es el historiador masayés Francisco Ortega Arancibia, Mayor del Ejército Legitimista y de gran responsabilidad en la defensa de Rivas”.

Es decir que, de estos dos últimos, el Coronel Manuel Borge Morales todavía no es muy confiable, sino que es Ortega Arancibia, “el único que narra con todo detalle y veracidad las incidencias del 29 de junio”. Pareciera –por otra parte—que usted no acepta que un hecho pueda narrarse, contarse, relatarse usando diferente estilos y formas de lenguaje: abundante, lacónico, metafórico, enérgico, sencillo, etc., siempre sin tergiversar lo principal del suceso.

Lo esencial y determinante de la primera batalla de Rivas, es la acción heroica de Mongalo que se inicia desde el momento mismo EN QUE SE PRESENTA AL LLAMADO DEL CORONEL BORGE, DE UN VOLUNTARIO QUE “QUISIERA EXPONER SU VIDA EN TAN ARRIESGADA COMISIÓN”, hasta que logra su objetivo: incendiar la casa de Máximo Espinosa. Vemos como en los variados textos se relata este hecho en diferentes formas literarias pero sin adulterar el suceso relevante que motivó la derrota de Walker y sus secuaces.

Con lo historiógrafos generalmente sucede lo que con los gramáticos, son muy rígidos en sus normas y van al relato escueto, a la regla que la gramática señala, de ahí que los historiógrafos no sean siempre los mejores narradores ni los gramáticos los mejores escritores. Por eso, su escogencia no fue la más acertada. Gámez a pesar de ser uno de nuestros más reconocidos historiógrafos no hace referencia de la entrada de Walker a Rivas, a Mongalo ni lo menciona. Usted anota que tampoco habla de la quema del mesón, no tenía porque hacerlo, Mongalo no quemó ningún mesón, sino la casa de Máximo Espinosa. El mesón de don Francisco Guerra conocido como el “Mesón de Guerra” fue el que quemó Juan Santamaría el 11 de abril de 1856, en la segunda batalla de Rivas. Gámez biógrafo de Walker en su obra ¿Quién era Walker?, publicada en el diario “El Cronista” de San Salvador, sin fecha, al referirse a la primera batalla de Rivas lo hace en forma breve, sin mencionar la entrada de Walker a dicha ciudad ni citar a Mongalo. En cuanto a que “Walker fue completamente batido el 27 de junio” se advierte que se trata de un error de fecha, un lapsus cálamo. Estas omisiones y errores de Gámez son inexplicables y se desconoce la causa que los motivan, a no ser sus nexos familiares con Máximo Espinosa.

Jerónimo Pérez hace constar que estando los filibusteros encerrados en la casa de Máximo Espinosa “el distinguido joven don Manuel Mongalo, A PECHO DESCUBIERTO SE APROXIMÓ A LA CASA APLICÁNDOLE FUEGO PARA INCENDIARLA”. Jerónimo Pérez es contemporáneo de los hechos de 1855-1857, cuya obra “Memorias para la Historia de la Revolución en Nicaragua”, contiene una introducción fechada en Nancimí el primero de mayo de 1855, es decir, diez años después de los sucesos de Rivas.

A continuación usted incluye el relato del propio William Walker, principal protagonista de esos hechos. Walker era escritor, médico, especializado en oftalmología, abogado y periodista, egresado de las Universidades de Nashville, Filadelfia, La Sorbona y de la Universidad Alemana de Heidelberg –además de filibustero--.

Walker es quien en forma más patética describe su trágica derrota en la primera batalla de Rivas, en su obra “La Guerra de Nicaragua”.

“Poco después de la puesta del sol, los vecinos de San Juan del Sur vieron desfilar por las calles del pueblo y alojarse en el cuartel situado cerca de la playa, unos cuarenta y cinco hombres de los cuales varios venían heridos, otros sin sombrero, otros descalzos y todos enlodados y arrastrando sus rifles”.

“En aquel momento el aspecto de la FALANGE no era imponente, pero lo que saben descifrar el semblante de los hombres, podían leer en el de aquellos, la entereza con que sufrían los golpes de la adversidad. Ni en su manera de marchar ni en sus ademanes había vacilaciones”.

A esta clase de soldados de fortuna, de rifleros implacables, se habían enfrentado nuestros soldados chapioyos, nuestros obreros, campesinos y artesanos, nuestros maestros de escuela y jóvenes humildes, solo protegidos por el coraje del patriotismo y la decisión de defender la soberanía y la libertad amenazadas.

Así terminó lo que Walker llama “la primer batalla de Rivas”.

“En la huida Walker dejó perdida una cartera de cuero marcada con su nombre y en la cual llevaba el contrato celebrado entre Byron Cole, la cesión de ese contrato a Walker, la nota en que Castellón le daba la bienvenida y lo invitaba a pasar a León, la carta de naturalización, el despacho de Coronel, el nombramiento de primer jefe de la columna democrática expedicionaria por el departamento de Rivas, la designación del General Espinosa prefecto de ese departamento y el libro talonario de títulos de propiedad por setenta caballerías cada uno”.

En las púas del alambre de la cerca, de una hacienda, quedó prendida de las cadenas de tiro galvanizadas una espada de vaina de acero con el nombre de William Walker, grabado en dorado y una faja del galón amarillo”. Esta espada fue propiedad por mucho tiempo de don Zacarías Malespín en la ciudad de Jinotega, y exhibía los 14 de septiembre en la casona de San Jacinto.

Sin desestimar la importancia y el valor de la brevedad, no extraña mucho que el doctor Pérez Valle pare mientes en expresiones consideradas como lugares comunes del lenguaje. “Lluvia de balas”, “A pecho descubierto” y otras de uso frecuente, que en nada alteran la verdad de un hecho histórico ni lo vuelven deleznable.

Lo graves, es que el historiógrafo pueda deleznarse y falsear lo esencial de un hecho, y eso sí es tergiversar la verdad histórica.

Alguien dijo: “Que cuando no se tiene héroes se hace necesario inventarlos”. Nosotros no tenemos necesidad de tal consejo, aquí en donde los héroes son tan abundantes como los dioses de la antigua Grecia.

Pero debemos –sin faltar a la verdad esencial de los hechos históricos—exaltar nuestros valores para estímulo de la juventud porque aunque somos un pueblo de héroes, la raza de Judas y Caínes, que por desgracia abundan tanto, todavía no se extingue.

Mongalo es el primer nicaragüense que con un grupo de compañeros defiende en el siglo XIX, la Soberanía Nacional de Centroamérica, amenazada por el filibustero William Walker.

Mongalo es el primer centroamericano que enarbola la antorcha de la libertad, iniciando el glorioso desfile de los héroes en la “Guerra de los Libertadores para matar la Guerra de los Opresores”. Mongalo es el primer maestro nicaragüense que marcó la ruta del honor nacional, y sobre cuya huella han marchado los maestros inmolados por la Patria y la Revolución.

La hazaña de Mongalo no se realizó con el heroísmo de los héroes de Carlyle, sino con el talento y patriotismo de un maestro nicaragüense.


J. SANTOS RIVERA

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LOS ENREDIJOS DEL PROFESOR RIVERA. Por Eduardo Pérez-Valle. En: Nuevo Amanecer Cultural. Sábado 24 de Octubre, 1987. Pág. 4.

Ante todo debo dejar establecido que el escrito del profesor Rivera que aparece en el NUEVO AMANECER CULTURAL del 26 de septiembre como carta dirigida a mí en realidad no es tal cosa. Al ver el titular tan ostentoso no dejé de alegrarme, pues imaginé que el profesor venia explicar de dónde había sacado a Mongalo con la antorcha en la mano, avanzando en medio de las balas hasta el cuartel enemigo, para lanzarla e incendiarlo. Pero nada. De eso ni una palabra. El héroe sigue con la antorcha en la mano hasta que el profesor Rivera le tenga compasión, y quizás le de su ayudadita.

Desde la entrada el profesor adopta una actitud de dómine atarantado que va desbarrando a diestra y siniestra contra todo lo que encuentra. Pretende “criticarme”, echando al fuego o a la basura todo mi escrito sobre Mongalo, para así tal vez liberarse de la cita suya, que tanto lo mortifica. Pero más que criticar (una critica bien fundamentada para mí siempre será bienvenida) yo diría que lo que hace es enrevesar las cosas, trastocar y adulterar el sentido de mi escrito ¿Pretenderá que queden vigentes sus invenciones  contra los testimonios que yo cito? Todo puede esperarse. En relación al coronel Borge Morales y Ortega Arancibia, honestamente señalé la diferencia: el primero es “muy condensado”, mientras que el otro “narra con todo detalle”. De ahí el profesor concluye que yo concluyo que el coronel Borge “todavía no es muy confiable”. ¿Habráse visto?

La “crítica” del profesor queda descabezada cuando confiesa en su párrafo séptimo que no entiende lo que lee. (Me parece que aquí se denuncia un caso de ribetes freudianos). A pesar de todo, sigue agregando párrafos y más párrafos, hasta cerca de treinta, unos repitiendo lo que yo dije, otros tergiversándolos; otros con ciertas pretensiones de literatura barata, justificando el recurso de los “diferentes estilos y formas de lenguaje” en la narración histórica, pero “sin tergiversar lo principal del suceso”, “sin adulterar el suceso”. ¡Vaya! Por fin el profesor vio claro (hasta en el párrafo once) y debió haber comprendido que no se puede poner al Héroe con una antorcha en la mano, en medio de las balas, avanzando hasta el cuartel enemigo para incendiarlo, cuando en realidad es que vino por dentro del corredor de la casa vecina, con una manta con petróleo en la punta de una lanza, con la que dio fuego a soleras y cañas del techo de esa casa, propagándose el incendio al cuartel de los filibusteros.

Adelante, el profesor hace un esfuerzo por zafarse de sus propias amarras, inventando el subterfugio de lo que llama “lugares comunes del lenguaje”: nada importa hablar de “lluvias de balas” o “pecho descubierto” aunque no se presenta ninguna de estas cosas en el hecho histórico que se registra, lo grave –dice—“es falsear lo esencial de un hecho; eso sí es tergiversar la verdad histórica”. Según este criterio, al consignar la muerte de un gran hombre, no importa que haya muerto de un balazo o de un garrotazo, o tal vez de hambre. Conclusión ribereña: que no interesa a la verdad histórica que Mongalo haya traído en la mano una antorcha, un candil o un soplete; ni que haya venido corriendo, caminando o bailando; lo que interesa es la “versión esencial”. Por mi parte, insisto en mi preocupación original: que la hazaña de Mongalo no se realizó con la ciega temeridad que se ha querido atribuirle pintándolo con la antorcha encendida bajo la lluvia de balas, sino con elevado patriotismo iluminado por una vivaz inteligencia, cual correspondía a un espíritu privilegiado con una temprana vocación de maestro. Así pudo ponerse en primera fila, cual le correspondía, desafiando el peligro que los otros temían. Insisto en mi criterio de que para determinar los actos heroicos y evaluarlos, no caben las ficciones ni las exageraciones de que hace gala el profesor Rivera. Que sí el hecho es en verdad heroico no las necesita; y si no lo es las hipérboles ridículas.

Obligados a releer el escrito del profesor publicado en EL NUEVO DIARIO del 3 de julio, encontramos varias curiosidades en la que no habíamos reparado. Para él en 1855 Mongalo, de veintiún años, que ya había vuelto de California, permanecía en Rivas, entregado a la enseñanza y a escribir “algunos textos escolares”. Sólo se sabe de un Compendio de Geografía, un folletito de veinticuatro páginas, que publicó en 1861, cuando ya era director del colegio de señoritas de Rivas y gozaba del aprecio y distinción del presidente Martínez. Pero dejemos al profesor Rivera que continúe sus desvaríos: “Inesperadamente –dice—aparecieron en las costas de San Juan del Sur los invasores filibusteros jefeados por William Walker, amenazando a Rivas”… ¡Vaya patraña! Pues no fue inesperadamente: todo lo contrario, se había tenido aviso y se los estaba esperando. Pero el portentoso profesor lo ignora, y sigue desbarrando: “El maestro Mongalo dio la voz de alarma infundiendo la necesidad de la defensa y de resistir hasta la muerte si fueres necesario, antes de caer bajo el dominio avasallador de los invasores. Es así como todos se aprestan a las armas dispuestos a defenderse hasta expulsar a los filibusteros”. ¿Habráse visto mayor infundio? Mongalo ya no es sólo el héroe del mesón, sino el promotor de la defensa de Rivas, que sin él no se hubiese intentado. Dejemos que el profesor continúe su lección: “Pero la astucia y la superioridad de las armas hacen que el enemigo avance hasta el centro de la ciudad, en donde logra apoderarse de la casa de don Máximo Espinosa en la cual se fortifica y continúa atacando”. ¡Cosas Veredes! El mesón de Espinosa, situado hacia el extremo noreste de la ciudad, el profesor taumaturgo se lo lleva, sin grúa y sin esfuerzo, al centro, adonde no lograron llegar los filibusteros, al menos por esta vez; y lo conquistaron, ya no es que el servil de Espinosa los alojó en él.

Continuando las revisiones a que me obliga tanto embuste, y para provecho de los lectores, debo atender al momento en que el profesor se empina y con voz retumbante afirma: Gámez no tenía por qué hablar de la quema del mesón, Mongalo no quemó ningún mesón, sino la casa de Máximo Espinosa. Y se pone a divagar sobre el mesón de Guerra, que no juega ningún papel en este asunto. Pero ¡Cuánto valor engendra a veces la ignorancia! La casa de Espinosa ocupaba la esquina noreste de la última manzana construida hacia el Oriente, calle por medio, al Sur de la casa de Cubero. Esto era ya en el límite de la ciudad. Amplia y confortable para la época, la casa de Espinosa tenía gruesas paredes de adobe que de hecho la convertían en una fortaleza. Tanto por su construcción, como por su ubicación y por el interés del propietario; desempeñó en diversas ocasiones el oficio de mesón, y así se cita en diversos documentos. Recordemos de paso que en Nicaragua tuvimos abundantes mesones en todas las ciudades, en la acepción de posada o alojamiento con cabida hasta para los caballos y los coches, algunos de los cuales con el tiempo se transformaron en ventas o mercados; y la casa, aunque dejara de serlo, continuaba por mucho tiempo llamándose mesón. Así, pues, no hay que asustarse de que en Rivas hubiese en aquel tiempo siquiera dos mesones, el de Espinosa y el de Guerra, que es el que conoce el profesor Rivera, y quién sabe cuántos más. Aquí recuerdo el precioso testimonio del veterano rivense de ochenta y cinco años don José Arcia, que recogió el Dr. Ramón Romero en 1922: habla del “mesón de Espinosa”  y, por otro lado, del “mesón de Guerra”. También están las declaraciones acerca del incendio del “mesón de Espinosa” del veterano capitán Policarpo Rocha, recogidas por el Dr. José Bárcenas Meneses. Al mesón de Espinosa también se refieren, entre los modernos, coetáneos del profesor Rivera, los doctores Horacio Argüello Bolaños, Juan de Dios Vanegas; y don Luis Cuadra Cea.

Después del desastre que le acarrearon las emborronadas cuartillas publicada el 3 de julio, es innegable que el profesor del cuento ha comenzado a escudriñar; aunque le faltan muchos años y dedicación para que esté en capacidad de producir frutos meritorios. Lo muestran algunos de los treinta párrafos de su “carta”. Mientras deja a Mongalo con la antorcha en la mano bajo la lluvia de balas, él se solaza mostrando algunas de esas curiosidades de almanaque que tanto le agradan; sin mencionar las fuentes, claro está, para lucir mejor sus ínfulas de sabihondo, cita los documentos perdidos por Walker en Rivas a la hora de la huida, así como la espada, que se quedó pegada en una cerca. Son citas apresuradas, desordenadas, con ánimo de recargar la atención y fatigarla, cuyo contenido está amplia y buenamente expuesto en Pérez, Ortega Arancibia y El Defensor del Orden, periódico de la época, reproducido posteriormente.

Aprovechando este retorno forzado a un tema que para mí estaba cerrado, permítaseme contribuir un tanto a la definición total de la figura  heroica de Mongalo, recordando dos documentos que han permanecido como olvidados o relegados, a pesar de que arrojan luces definitorias.

El primero es el Parte Oficial de las acciones  del 29 de junio de 1855 por el Comandante en Jefe de las fuerzas del Departamento Meridional, coronel Manuel G. del Bosque, español de origen, ascendido después a coronel efectivo y más tarde a general, “al servicio de la legitimidad de la causa centroamericana contra el filibusterismo”. El parte da cuenta de que el combate comenzó a la una de la tarde, para otorgar el triunfo hasta las seis. Informa de 35 muertos del ejército  y de 28 heridos; y de 26 de los atacantes, 14  yanquis y 12 nicas, que quedaron en el campo de batalla. Hace diversas menciones de patriotismo ejemplar; y cita como acreedores a la consideración y al premio del Supremo Gobierno a 14 personas, desde el comandante del puerto, capitán Manuel Argüello, hasta los soldados Juan Espinosa y Pedro Almanza:

“Todos se han distinguido con intrepidez entre los valientes”—concluye. Pero aquí no hay mención ni de Mongalo ni del incendio, como si nunca hubiese existido.

Por otra parte, Ortega no deja muy bien parado a este coronel Bosque, a quien describe como uno de esos tipos nada emprendedores, pero que sí aprovechan la oportunidad para sacar ventaja. Quiso despojar al sargento Sandoval de la espada de Walker que había encontrado, aduciendo su coronelato.  A Granada llegó con la espada a decir que él había matado a Walker luchando brazo a brazo, y se la había quitado. Bosque fue ascendido a coronel efectivo. Se ve que esto era lo que buscaba; por su propio interés, como Comandante en Jefe creyó más conveniente atribuir el triunfo al esfuerzo estrictamente militar, al combate sostenido por cinco horas, olvidándose de Mongalo y de su acción heróica.

El otro documento que quiero recordar es el Parte Oficial del Prefecto y Gobernador Militar del Departamento de Rivas, señor Eduardo Castillo, que en su parte final dice:

“Nada otra cosa considero digna por ahora de comunicar a V.S. respecto de las ocurrencias a que me vengo refiriendo, sólo si el recomendarle como de justicia al Subteniente José Góngora, que el día de la acción fue uno de los que más se distinguieron por su valor; al Subteniente cívico don Emmanuel Mongalo, que en unión de un soldado también cívico de los que vinieron de esa ciudad, clavaron un mechón encendido en la casa de Máximo Espinosa, donde fueron últimamente reducidos y rodeados por todo el contorno los filibusteros, y se hacía precisa la operación del incendio; mas como ya representaba un peligro nada menos que de la vida para su ejecución, se ofreció un premio de cincuenta pesos al que la realizase; y ganado éste por los dos cívicos referidos, el Sr. Mongalo se ha hecho aún más digno de la consideración pública, porque rehusó la parte que le cupo en favor del Gobierno; y aunque también se distinguieron un Teniente y un Subteniente de las tropas de mi mando, por modestia me abstengo de nombrarlos”.

Sobre la misma acción, después de un siglo, en 1955, se realizó una rápida investigación por importantes intelectuales devotos de la historia.

El Dr. Juan de Dios Vanegas recordó lo escrito por él en su libro Por tierras fecundas (1925), donde pone a Nemesio Fajardo como el compañero de Mongalo en la quema del mesón, ese compañero de quien habla don Eduardo Castillo, sin dar el nombre.

El doctor José Bárcenas Meneses aportó las informaciones del veterano capitán Policarpo Rocha, presente en el incendio; el jefe ofreció un premio  a quien quemara el edificio, pidió que diera un paso al frente quien quisiera hacerlo; lo dieron Mongalo y Nery Fajardo. Terminada la acción se quiso entregar a cada uno veinticinco pesos. Mongalo no quiso recibirlos, diciendo que él había incendiado el mesón por patriotismo, no por dinero. Fajardo dijo: “yo los recibo, por los necesito”. Este Fajardo, alias Corcheta, bien conocido por Bárcenas cuando éste era un niño, vivía en una huertecita cerca del puente de la Calle Atravesada, al poniente del Hotel Harold. (Haroll copia Arellano) Siendo el cívico granadino a quien Castillo se refiere honrosamente en el Parte Oficial, el Dr. Bárcenas pedía que se hiciera “algo por la memoria de Fajardo, como se ha hecho por Mongalo, pues tanto hizo uno como el otro en tan heroico acto”. Un hijo de Fajardo era portero en 1955 de las oficinas abogadiles del Dr. Horacio Argüello Bolaños. Declaró que su padre, de nombre Felipe Nery Fajardo, con Mongalo se ofreció voluntario para el incendio del mesón; que se deslizaron pegados a las paredes, bajo las claraboyas que sostenían las armas de los filibusteros; y las teas fueron pegadas en los aleros de la casa.

                                                        Managua, Septiembre de 1987


NERY FAJARDO (a) Corcheta. En carta del doctor José Bárcenas Meneses al doctor Felipe Rodríguez Serrano, del 5 de octubre de 1955, publicada en Revista de la Academia de Geografía e Historia, tomos XXVI y XXVIIm, núms. I-IV, enero a diciembre, 1963, p. 5).

** Máximo Espinosa, gobernador de Rivas, convino con los aventureros Horusby y De Brissot que traerían hombres bajo su mando para quitar a los legitimistas el Castillo del San Juan.