Discos nicaragüenses
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Nota de Eduardo Pérez-Valle h., Director-Editor del Blogspot:
Esta "ventana" de nuestra Historia abre múltiples recuerdos; los que me pertenecen, en primera persona, están ligados a Luis Andino hijo, mi recordado excompañero de estudios primarios en el Instituto Pedagógico de Managua, hijo de Don Luis Felipe Andino, talentoso y reconocido músico, autor de la popular y pegajosa canción Dame pozol con leche, además de empresario de instrumentos musicales y sello discográfico, que también, con buen suceso, ha sido evocado por el ingeniero Orlando Ortega Reyes en su Blogspot: Los hijos de Septiembre.
Don Luis Andino vivió en ese viejo "Centro" de la Managua anterior al terremoto de 1972; su casa era de dos pisos con balcón a la calle, de casi idéntico diseño arquitectónico a la de otro excompañero del Pedagógico y también hijo del afamado músico y compositor nicaragüense: Don Tino López Guerra, me refiero al médico pediatra Constantino José López Rosales, con el cual y junto a los demás chiquitines que cifrábamos siete años de edad, integramos el coro de "Infantil" que en la antigua capilla del Pedagógico cantó la canción "Nicaragua mía": Que linda, linda es Nicaragua, bendita de mi corazón... si hay en la tierra....
La familia Andino y la familia López Rosales fueron amigos de mi padre, y de mi recordado padrino de bautismo, don Carmen de Jesús Pérez Cano, dueño de la empresa "Litografía y Fotograbados Pérez", en donde fabricaron empaques de los discos bajo el sello discográfico "Andino".
El nombre comercial del negocio emprendido por don Luis Felipe Andino fue: Centro Musical - Andino U. & Co., y antes del terrible terremoto de 1972 tuvo local en su propia casa de habitación, localizada en la 5ta. Calle S. E. No. 512. Posteriormente abrió la tienda en el Centro Comercial Managua.
Andino U. & Co., competía en el comercio de los instrumentos musicales con "Casa Liberty" de E. Herrera & Co. Ltda. y otro competidor de envergadura lo constituía "Instrumentos Musicales Yahama" de Casa Mántica.
A esos talentosos y brillantes ciudadanos debo añadir a otro no menos trascendente intelectual, don Salvador Cardenal, infatigable investigador y promotor de la música folclórica, popular, vernácula, de Nicaragua. En 1955, don Salvador inició la meritoria labor de compilar, recopilar y, divulgar, la música nicaragüense; incluso, el ingeniero Ortega Reyes recuerda que don Luis Andino al iniciar el sello discográfico "Andino", contó con el apoyo de don Salvador.
Con estas líneas introductorias, damos lugar a los recuerdos vinculados a hitos y sucesos precursores del ámbito musical nicaragüense, con artículos que perpetúan los cantos que en cualquier rincón del planeta, nos devuelven en la memoria, la "cuota completa" de identidad patria. Tengo la certeza que después de leer estas entregas, muchos intentaran tararear, en voz baja o en voz alta, pero lo harán, entonados o desentonados, pero lo harán...
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EL ZOPILOTE. En:
La Prensa, 13 de Octubre de 1957.
Don Salvador Cardenal ha venido realizando desde hace algún
tiempo un notable esfuerzo para dar a conocer el rico e ignorado folklore
nicaragüense.
Por medio de una serie de discos marca CENTAURO, se han ido divulgando poco apoco numerosas canciones
folklóricas nicaragüenses, canciones de anónimo autor, que el pueblo ha venido
cantando y silbando a lo largo de los siglos.
Estas canciones tienen diversas letras, pero las diferencias
existentes son mínimas, tal vez unos dos o tres versos cambiados, a veces en un
cuarteto.
Estos cantos han sido recogidos de boca de algún campesino,
que sin pensar que llevaba un tesoro en la boca, lo lanzaba al aire, pero ahí
junto a él estaba un investigador, que conociendo el quilataje de las notas
musicales, tomó prontamente lápiz y papel y trasladó con nerviosa mano a su
libreta esta canción que de no haber sido la causalidad, se hubiese perdido en
la Cueva misteriosa donde se hallan las joyas folklóricas.
Uno de los encantos del folklore consiste en que no se sabe
quién es el autor. Son cantos espontáneos que nacieron sin saberse dónde, ni
cuándo, ni cómo. Es algo así como una mujer hermosa cuyo nombre y morada se
ignoran.
El primer disco de la serie Centauro Número NPF-001, trae el
canto titulado: El Zopilote,
interpretado por el trío Los Pinoleros,
y Este toro no sirve, perteneciente
al género conocido con el nombre de “Son de toro” o “son de cacho”,
interpretado por los Chicheros.
El folklore reúne los más variados temas: satíricos,
amatorios, etc. Algunos de ellos tiene letra y música, otros en cambio sólo
tiene música, perteneciendo a esta clase muchos de los sones de toros.
En este disco la primera interpretación El Zopilote, tiene música y letra en tanto que del segundo sólo
música.
Ofrecemos al lector las cuartetas cantadas de El Zopilote. Son cuatro, repetidas a lo
largo de la duración musical. Indudablemente que la letra es mucho más larga,
pero en el disco se escuchan las más interesantes estrofas:
¡Ya el zopilote
murió,
ya lo llevan a
enterrar!
¡Échenle bastante
tierra,
no vaya a resucitar!
Ya el zopilote murió
arrimado a un
paredón;
y a don Pedro le
deja
las patas para un
bordón.
Ya el zopilote murió
en la mitad del
corral,
y a doña Juana le
deja
las alas para volar.
Ya el zopilote
murió
y se murió de
repente;
y a don Emilio le
deja
lo pelado de la
frente.
La Prensa, con el objeto de divulgar más y más nuestro rico
folklore muy poco conocido en verdad, irá publicando cada domingo un brevísimo
estudio sobre cada uno de los discos nicaragüenses que lleven en sus nota el
alma del pueblo, el canto de un poeta anónimo, o la música cuyo ritmo ha
extraído el nicaragüense de la raíces mismas de su vida paisana.
Ya hay una cantidad grande de discos de música folklórica y
de autores nicaragüenses y La Prensa, no quiere estar ajena de ese movimiento
musical, que se inicia y que tendrá, no lo dudamos, hondas repercusiones en la
cultura patria.
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Discos nicaragüenses
EL ZANATILLO *
El disco número NPF-002, correspondiente a la colección de
música folklórica nicaragüense marca Centauro,
trae dos piezas tituladas: El Zanatillo
y Perdóname Linda Joven.
Podría decirse que esta canción se identifica con el alma
del folklore de la geografía de nuestro triángulo. No hay ningún lugar de
Nicaragua en donde esta nota no haya sido escuchada y saboreada. Sus acordes son los más
conocidos y populares.
Este canto del Zanatillo, pájaro breve y negro, es una queja
de amor.
Zanatillo, Zanatillo
préstame tu relación
para sacarme una espina
que tengo en el corazón.
Esa espina no se
saca
porque es espina de amor,
sólo tú, negrita puedes,
sacártela con primor.
El Zanate y la
zanata
se fueron a confesar
y como no hallaron padre
se pusieron a llorar.
Esta idea de
la espina que no se puede sacar es tan antigua como el mundo. Repetida y
repetida en una y mil formas, el hombre seguirá clavándose espinas y tratando
de sacársela, y cuando a veces lo logra, volverá otra vez a suspirar por
tenerla de nuevo clavada.
De ritmo
pegajoso, la gente se la aprende tan pronto como las palabras salen de la
boca, y luego inconscientemente, cuando
menos lo piensa, tal vez cuando espera por el “adorado – tormento”, la canción
le brota.
Para sacarme
una espina
que tengo en
el corazón.
Y con esta
espina en el costado, el romántico, el enamorado de ayer, de hoy y de siempre,
seguirá por su camino, con la espina y con su canción, con su deseo de tenerla
y no tenerla, porque si no la tiene se muere, y si la tiene lo mata.
PERDÓNAME LINDA JOVEN
Este canto
es un alcahuete de Cupido, un cómplice incondicional del pícaro flechero. Los
jóvenes de ayer con canas de recuerdos le deben a sus notas más de una noche de
luna, y otros, con menos suerte, víctimas de la traición del arquero divino,
sólo lo recuerdan por un balde de agua fría que el enojado suegro les tiró
desde las coloniales ventanas.
Perdóname linda
joven
que te venga a
despertar,
que te venga a
despertar,
con mi canto
virginal.
Quisiera ser la
almohadita
donde tú vas a
dormir
para darte mis
abrazos
y un besito sin
sentir.
Estos son
los primero versos con que el ardiente galán trataba de hacer flaquear la
altivez de su dama, y verdaderamente la indiferente Dulcinea necesitaba tener
un corazón de hielo, para no derretirse ante ese terrorífico lanzallamas.
Sin embargo,
en caso de que no diesen resultado las primeras estrofas, se seguían hiriendo
las cuerdas y el corazón de la guitarra. El serenatero tomaba nuevas
esperanzas, y continuaba:
Acostadita en tu cama
bajo de tu
pabellón
los airecitos que
dentran
son suspiros que
doy yo.
Quisiera ser
sabanero
pero no de la
Sabana,
quisiera ser
sabanero
de la orilla de tu
cama.
Aquí las
cosas estaban en su clímax. O la dama de ensueño se dejaba ver en la ventana, y
el cantante había logrado lo que quería, o bien el desvelado suegro, bigotes
descomunales pronunciando palabrotas, se levantaba y hacía poner pies en
polvorosa al enamorado Romeo.
Si nada de
esto sucedía, la guitarra seguía gimiendo, y las últimas notas eran un
verdadero jaque mate, al corazón de la dama, y a la paciencia del “viejo”:
Deseara ser
bejuquito
bejuquito de verano,
para enredarme en
tus manos
y enredarte hasta
morir.
Ya con esta me
despido
cogollito de verde
palma,
que si me voy y te
dejo,
pero te llevo en el
alma.
Si al
terminar de jugar esta ficha, nada sucedía, ni viejo ni niña, el desconsolado galán
olvidaba sus penas a las orillas sonrientes de una botella o bien, con más
lógica y menos romanticismo, decía como la zorra del cuento:
“No importa,
no está madura”, o bien “como esas abundan”, aunque en su interior pensase lo
contrario. Actitud filosófica, eso es todo.
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