En nuestro país siempre
han surgido abundantes párrafos plagados
de buena imaginación, por lo general provienen de las oportunas conveniencias económicas y políticas... Podríamos enumerar interminables relatos, antiguos y
arraigados, provenientes de advenedizos
productores de escarceos de historia nacional; debido a esto, gran cantidad de acontecimientos
han quedado perpetuados con la asentada expresión: “Lo que dije, dicho está”.
Si es cierto bien… si no lo es, también.
Entre los nicaragüenses precursores de la investigación
documental, rigurosa, y bajo perspectiva científica, en Archivos extranjeros, permanece
inscrita la labor del doctor Andrés Vega Bolaños. Un gran momento de aquel
trabajo agotador de este apóstol de la Historia, aconteció el 17 de febrero
de 1953. En aquella fecha, la alegría asomó en el rostro del
insigne diplomático y miembro de número de la Academia de Geografía e Historia
de Nicaragua, cuando recibió en Madrid la autorización para imprimir el primer tomo
de documentos históricos del S. XVI sobre Nicaragua, bajo el título de “Colección
Somoza”.
¿Cuánto sufrimiento intelectual hubo de padecer en aquella
espera? Algo de ello podemos conocer por medio de las cartas de trabajo: “Estoy
abrigando la ilusión de que ésta será mi última súplica y de que ya mereceré
contestación afirmativa al logro de mis proyectos. Recibí el acuerdo
autorizando la formación de la tan soñada y mendigada Colección Somoza”.
Cientos de gestiones, días completos viajando en automóvil
de Madrid a Sevilla, en busca de los documentos inéditos en los Archivos, de
Simancas, el General de Indias, en el Archivo del Ministerio de la Marina,
etc., aportando su escaso dinero personal en la consecución de esa
primigenia y ubérrima colección de
documentos.
Para su agobiado corazón de roble enfermo, la Historia es el
elemento vivificante de su inagotable energía. Nos lo transmiten sus propias
palabras: “Por la razón fundamental, para mí premiosa, de no gustarme la vida
sin trabajo, o dicho de otra manera, de serme fundamentalmente necesario estar
atento y ocuparme de algo, me he anticipado a dar órdenes al copista de mi
amistad en el Archivo General de Indias, proceda a trabajar. Estoy seguro de no
recibir ninguna contraorden y de que pronto dispondré de dinero con que pagar y
poder proseguir trabajando con la intensidad que me interesa”.
Un lunes, 9 de noviembre de 1953, cual prodigo y amoroso
padre, el Dr. Vega Bolaños observaba en la imprenta el inicio del tiraje del
primer tomo, mil en total, de aquella obra trascendental para la Historia
Nacional; muchos posteriormente han reconocido su importancia y sus resultados,
pero dejemos la más certera valoración en las palabras de su propio autor: “Si se
logra forma la Colección, estoy seguro
de que todos los capítulos de nuestra historia, tendrán que modificarse y
ampliarse”. De eso, muchos trabajos concienzudos han dejado numerosas
constancias,
Nunca imaginó el Dr. Vega Bolaños que aquella plática
sostenida en París, con Guillermo Sevilla Sacasa, proponiéndole la Colección,
le habría de tomar con la dignidad de un
filósofo y la fe de un mártir. Más de una vez enderezó enérgicas palabras
para lisonjas de las cuales no gustaba: “La obra en sí es lo que vale y el
apoyo que se presta a esa obra dice más que la frase mejor rebuscada”.
Fue tal el acierto y el éxito de la publicación de los
Documentos Coloniales, que las ventas encargadas al doctor Ramiro Ramírez, a un
precio de 15 córdobas por tomo, del I al X, se agotaron en los cuatro primeros
años; en 1957 se emprendió la venta de los tomos del XI al XV. Diecisiete tomos
fueron impresos.
Al cesar en el cargo de Embajador de Nicaragua en Madrid,
trajo consigo suficiente material para imprimir seis tomos más, los que no
pudieron ser editados por no encontrar más apoyo económico del Gobierno. Esos
tomos se perdieron en el terremoto de 1972, cuando la casa del Dr. Vega Bolaños
se desplomó.
Al acucioso y tenaz investigador, aquella desventurada acción
de la naturaleza le perdió no se sabe cuánta valiosa documentación histórica de
su archivo y biblioteca. Aquello fue trágico y lamentable porque debemos
consignar que en nuestro país, salvo una media docena de bibliotecas y archivos
particulares, el resto es bastante incompleto, en cuanto a calidad documental y
cantidad de libros. Sin omitir el número decreciente de nuevos historiadores a
la medida o superiores al distinguido personaje.
Para los que vivimos entre túmulos de libros y documentos, y
donde la falta de espacio agobia, vale citar a propósito de esta circunstancia,
otra reflexión de nuestro evocado intelectual: No se olvide que por lo general
el libro que se edita en Nicaragua pasa
a la calidad de reliquia al día
siguiente de su aparición. Ya pasé la tarde del sábado recién pasado revisando
mis libros y coleccionadores, seguro de guardar muchos documentos sobre los primeros
movimientos de independencia y algunas notas que orientarán
la búsqueda y encuentro de varios otros… Con lo que es de mi
conocimiento y fácil de localizar se podría formar un volumen por demás
interesante; más interesante de los muchos que al respecto se han publicado en
varios países de América”.
Además de realizar la famosa compilación de Documentos
Históricos Coloniales, el Dr. Vega Bolaños escribió y publicó varias obras de
gran importancia: Destrucción de San Juan
del Norte en 1854; edición de 1970. Gobernantes
de Nicaragua, Notas y Documentos, editada en 1944; su comentada obra Los acontecimientos de 1851, editada en
1945. Los atentados del Superintendente
de Belice 1840-1842, edición realizada en 1971. Estando en Madrid reeditó
los tres tomos de la Historia de Ayón, la Historia de Gámez y Cuarenta años de historia de Nicaragua,
1838-1878 de Francisco Ortega Arancibia.
Él nos ha recordado en estas líneas un poco de aquellos
días, su manera de pensar y actuar. Yo rindo un modesto homenaje a su hidalga
figura. Su silla en la Academia de Geografía e Historia aún permanece y,
permanecerá, vacía.
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