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En el
Managua de ayer, no eran pocas las familias que se dedicaban al “espionaje”, es
decir se mantenían vigilando los movimientos de los vecinos, para saber a qué
obedecían, y después comentarlos con sus amistades.
Una familia
distinguida, cuyo nombre me reservo, que vivía en la zona donde está situado el
Club Internacional y la elegante residencia del Doctor Joaquín Gómez, se dedicaba
al “espionaje”.
Permanentemente
se mantenían, uno de los miembros de esa familia, en la puerta, para darse
cuenta de lo que hacían los vecinos y las personas que pasaban.
Cerca de esa
casa, vivía una señorita de apellido Hazera, quien “jalaba” a escondidas con el
Doctor Francisco F. Moreira, y que debe haber muerto en Panamá, donde se
trasladó después.
Verdaderos
apuros pasaban los novios, para realizar sus pláticas clandestinas, sobre todo
por la presencia de las “espionas” que no abandonaban un momento su sitio
observación.
Un día de
tantos los mencionados novios tenían concertada una cita y desde luego él
acudió puntual, pero se encontró con el obstáculo de que allí estaba una de las
espionas en la puerta.
Posiblemente
era algo importantísimo lo que tenían que decirse los “novios”, que ante la
imposibilidad de hablar con ella, el doctor Moreira, impaciente, recurrió al
máximo recurso.
Aparentó
o por lo menos casi, dio a comprender con ademanes, que iba a hacer aguas, en
la propia acera.
Las
señoritas “espionas”, al ver el ademán del profesional, corriendo y con el
tradicional Ave María Purísima, cerraron la puerta y no se volvió a ver,
circunstancias que aprovecharon “él” y “ella”, para conversar sobre que se
tenían que decir. Y cuentan las crónicas y comentarios de las personas de ese
tiempo en Managua, que las mencionadas mujeres jamás volvieron a practicar el
“espionaje”:
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