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AMROCS ATACAN A LOS
CIVES Y SE ENTABLA LUCHA CALLEJERA EN AVENIDA ROOSEVELT. En: El Centroamericano, 12 de Enero de 1967.
Resultaron seis heridos. Amrocs dispararon dos balazos al
aire a bordo de un Jeep.
Managua.- Varias personas resultaron lesionadas a las seis
de la tarde del Martes, al chocar miembros del CIVES con AMROCS sobre la
Avenida Roosevelt.
Los jóvenes del Cives realizaban su manifestación de
resistencia pasiva, cuando surgieron los incidentes, sufriendo golpes y heridas
Chéster Escobar, Óscar Gutiérrez, Wálter Ruiz y otros.
Los dirigentes del Cives informaron que fueron seis de sus
afiliados, los que salieron lesionados.
Mientras los Cives efectuaban su demostración, pasó un jeep
Land Rover llenos de Amrocs. Dispararon dos balazos al aire y lanzaron
pedradas, replicando los de la resistencia pasiva.
El jeep pasó con altoparlantes, haciendo propaganda a Somoza
y repartiendo papeletas. Se entabló la lucha al ocurrir la provocación, varios
parabrisas fueron quebrados, quedando los heridos.
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UN ADELANTO INFORMATIVO
QUE ESTE DIARIO PUBLICARÁ EXCLUSIVAMENTE PARA SUS LECTORES
Ya tenemos
en nuestro poder la exclusiva narración informativa histórica que con el
título: “LA GUERRA DE NICARAGUA”, ha escrito para el Decano actual de la Prensa
Nacional el licenciado Hernán Aróstegui, periodista profesional y ex secretario
de Prensa de los Gobiernos del Doctor René Schick Gutiérrez y Lorenzo Guerrero
Gutiérrez.
El contenido
material que “EL CENTROAMERICANO” dará a la publicidad es sumamente interesante
desde el punto de vista histórico y desde un ángulo del que nada se ha escrito
en forma desapasionada.
La serie de
artículos sobre “LA GUERRA DE MANAGUA” está ilustrada con gráficas de nuestro
Archivo.
El
Licenciado Hernán Aróstegui, quien fue el emisario comisionado en la Casa
Presidencial para lograr la evacuación del Gran Hotel en pleno ambiente de
guerra y con peligro de perder la vida, reside ahora nuevamente en Nueva
Orleans dedicado al ramo de Relaciones Públicas.
“LA GUERRA
DE MANAGUA”, narración de sumo interés para conocer lo que pasó en las alturas
y en la llanura durante los sangrientos sucesos que se originaron el 22 de
Enero de 1967 en Managua y culminaron la negociación de la salida de los
refugiados en el Gran Hotel, forma parte del libro que el periodista Aróstegui
está escribiendo sobre sus impresiones en la Casa Presidencial durante cuatro
años como Secretario de Prensa.
Busque las
ediciones de “EL CENTROAMERICANO” en que se publicarán los artículos referentes
a “LA GUERRA DE MANAGUA” como adelanto del libro en preparación; daremos previo
aviso a nuestros lectores.
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--
I--
El carro negro con la pequeña
bandera de los Estados Unidos en el guardafango derecho bajaba lentamente hacia
la Plaza de la República, en su interior íbamos: el señor James Engle, Ministro
Consejero de la Embajada Americana en Managua, el señor Edward Cheney, primer
secretario, el Capitán G.N., Miguel Blessing, otro oficial de la Guardia
Nacional, y yo.
Las calles de la ciudad a pesar
de la hora (3 p.m.), estaban desiertas. En algunas esquinas, al acercarnos al
Palacio Nacional, estaban apostados grupos de Guardias Nacionales. Al entrar a
la Plaza, por el costado sur del Palacio, pude darme cuenta de la magnitud del
desastre que la tarde y noche anterior había azotado a la capital: parecía como
si un huracán hubiera desencadenado su furia sobre la parte central de Managua.
Me entristeció ver el estado
lamentable de la ciudad: ventanas rotas, automóviles quemados, alambres
eléctricos caídos, piedras y zapatos en las cunetas, en fin todo tenía un
aspecto mortal.
Sentí temor al ver tanta
destrucción, y como reacción normal en el individuo cuando supone peligro, me
pregunté a mi mismo: ¿Qué estoy haciendo aquí?
Recordé lo último que me había
dicho Don Luis Somoza al bajar de la Casa Presidencial: “Mirá Hernancito, tenés
que convencer a esa gente, en el Gran Hotel, que se vayan tranquilos a sus
casas”.
Llegamos al Palacio del Turismo
donde estaba un grupo de soldados comandados por un Mayor del Ejército. Bajamos
del vehículo y el Mayor me llamó a un lado y me dijo: “Licenciado, para poder
darles alguna protección a Ustedes, es necesario que dejen a los líderes
políticos en el Hotel que salgan de último”.
Nuevamente
me asaltó el temor de que corría peligro, y pensé en mi mujer y mis hijos y me
pregunté si valía la pena el riesgo que estaba corriendo.
“No soy político”, me dije para
mis adentros. “Materialmente nada estoy ganando con estar aquí, y quizás hasta pierda algo a lo que ya me he
acostumbrado: mi vida. No odio a nadie, y creo que nadie me odia. Si las cosas
cambiaran aquí, lo más que perdería sería un empleo. Entonces, ¿qué hacer aquí?
Bajé la vista, y vi en la acera unas manchas de sangre, y la respuesta me dio
en la cara: “Estás aquí para evitar mayor derramamiento de sangre, y con una
sola vida que logres salvar, habrás hecho algo por este pobre país”.
--
II –
Todo había empezado
inocentemente el día anterior, Domingo. Salí de mi casa, en el Kilómetro 11 de
la Carretera Sur, con mi señora rumbo a Granada. Gonzalito Meneses, hijo del
Doctor Gonzalo Meneses Ocón se había bachillerado y sus padres nos habían invitado
para una fiesta en el Club Social, a las seis de la tarde.
“Antes de salir para Granada”,
le dije a mi señora, “pasaremos por Casa Presidencial para ver cómo están las
cosas”. A las 4: 45 de la tarde llegué a Tiscapa, y los disparos se iniciaron
unos diez minutos después. El holocausto había empezado.
Era poco lo que podía apreciar
desde Casa Presidencial, pero los disparos se oían claramente. Mi mujer se puso
nerviosa y me dijo que volvería a casa para cuidar a los niños. Yo le dije que
se marchara y que más tarde regresaría a cenar. Regresé 28 horas después y sin
apetito.
Las sirenas de las ambulancias
empezaron a escucharse ininterrumpidamente. La noche caía con rapidez sobre
Managua y el estruendo de los disparos era cada vez mayor.
En León nos habían dicho, por la
mañana, que el Doctor Fernando Agüero había pedido parlamentar con el General
Gustavo Montiel. Se nos dijo, también, que la manifestación en Managua no era
muy numerosa, que sólo cubría unas cuantas cuadras de la Avenidas Roosevelt. El
desenlace violento que escuchaba, me parecía por lo tanto un poco fuera de
lugar. En otras palabras nunca pensé que las cosas llegarían a tal extremo.
En la Presidencial estaba Doña
Sarita de Guerrero con algunos miembros de su familia, lo mismo que Doña Hope
de Somoza con sus niños. Estaba, también, el Dr. Gonzalo Meneses Ocón. Pregunté
por el Presidente Lorenzo Guerrero y se me dijo que volvía por avión de regreso
a Managua con Don Luis y con el General Somoza. Ya para entonces, supe después,
todos se encontraban en el cuartel de la Fuerza Aérea.
Empezamos a notar algunos
incendios, particularmente frente al Gran Hotel y por los mercados. Doña Sarita
estaba sentada en la terraza oriental del Palacio Presidencial, y con otras
amigas rezaba el rosario.
--
III --
Como a las nueve o diez de la
noche, escuché los motores de los tanques blindados que bajaban bajo el comando
del Mayor Iván Alegrett. Al pasar frente a Casa Presidencial, recuerdo que el
Mayor Alegrett gritó desde la cabina del tanque: “¡Viva el Presidente
Guerrero!”
MAYOR G.N. IVAN ALEGRETT |
Poco después de las diez, uno de
los ordenanzas de Casa Presidencial me llamó y me dijo que un periodista desde
el Gran Hotel deseaba comunicarse con alguien en la presidencial. Cogí el
teléfono y resultó ser un señor de apellido Johnson que dijo ser ciudadano
americano, que trabajaba en el INFONAC y que quería servir de intermediario
entre los manifestantes del Gran Hotel y
el Gobierno, le dije que hablaría con el Presidente Guerrero y que luego
lo llamaría, que mantuviera desocupada la línea telefónica.
Pocos momentos después vino otra
llamada, era el Embajador Aaron Brown que deseaba hablar conmigo. Me dijo que
estaba preocupado por la seguridad de los ciudadanos estadounidenses que se
encontraban en el Gran Hotel, y que deseaba un permiso del Gobierno para bajar
al Hotel y sacar a sus compatriotas. Le dijo que lo llamaría, a la mayor
brevedad posible, para darle una respuesta. Busque a Doña Hope y le expliqué lo
que he había dicho el Embajador, y Doña Hope me dijo que llamaría al General.
Fuimos al teléfono que queda en una oficina pequeña junto a la terraza oriental
de la Presidencial, y ella le informó en inglés al General lo que me acababa de
comunicar el Embajador Brown. La respuesta fue de que era muy peligroso
aventurarse por esa sección de Managua en esos momentos, porque habían
francotiradores apostados en varios edificios y no se podría hacer nada para
eliminarlos hasta que amaneciera.
Llamé al señor Brown y le dí el
recado.
Ya para entonces había entrado
en acción el tanque del Mayor Iván Alegrett, y desde Tiscapa se podía ver
claramente el trayecto de las trazadoras que lanzaba, algunas de las cuales
pasaban por encima del techo del Gran Hotel y del Teatro González.
A las 11: 30 de la noche recibí
otra llamada. Era el Presidente Doctor Lorenzo Guerrero, estaba en el cuartel
de la Fuerza Aérea, y me dijo que me trasladara allí inmediatamente para que
preparáramos un comunicado de prensa. Hablé con el Coronel Alegría y éste pidió
una camioneta con dos guardias para que me llevaran a Las Mercedes.
La noche estaba oscura, no
habían luces en las calles. Frente a la casa de don Luis Somoza nos detuvo un
grupo de hombres vestidos de civil y con pistolas en las manos. Nos dejaron
pasar. Frente a la luz eléctrica, en la Carretera Norte, por poco nos dispara
un pelotón de diez policías que estaba tendido a ambos lados del camino.
Nosotros no sabíamos que ellos estaban allí y ellos no sabían quiénes éramos
nosotros.
La oficina del Coronel Francisco
Saavedra se encontraba llena de oficiales. Detrás del escritorio se sentaban,
el Presidente Guerrero, a su derecha el General Somoza, a su izquierda Don
Luis. Estos dos últimos estaban al teléfono. Entre los civiles allí reunidos,
recuerdo al Doctor Francisco Laínez y al Ingeniero Luis Pallais.
--
IV--
El Presidente Guerrero habló con
el Doctor Gonzalo Menes Ocón y conmigo, nos dio algunos datos ligeros sobre lo
que pasaba y nos dijo que empezáramos a trabajar en un borrador para un
comunicado de prensa.
DR. MENESES OCÓN |
A la media noche nos avisaron
que la situación que la situación se
había calmado bastante en Managua y que podíamos regresar a Casa Presidencial.
Era una caravana bastante larga de vehículos, alrededor de 10 a 12 incluyendo a
la escolta militar. Entremos a Managua silenciosamente y subimos a Casa Presidencial.
Cuando llegamos notamos gran
cantidad de gente. Algunos miembros del gabinete del Doctor Guerrero y bastante
militares.
Entramos al salón de conferencias, y el Teniente
Corrales, con mucha diplomacia, empezó a susurrar al oído de aquellas personas
cuya presencia no era deseable. Finalmente quedamos unas diez personas, entre
las que recuerdo al Doctor Gonzalo Meneses Ocón, Doctor Francisco J. Laínez,
Coronel Guillermo Noguera, además de Don Luis, el General Somoza y el
Presidente Guerrero.
A la una, o dos de la madrugada,
aproximadamente, subió el Mayor Iván Alegrett para rendir su informe. Llevaba
puesto un casco de acero. De pie, y después de un saludo militar, dijo que la
situación estaba más o menos bajo control. Que no se podía hacer mucho hasta
que amaneciera. Explicó que el Gran Hotel se encontraba rodeado, y señalo los
puestos militares que se habían colocado en los alrededores. Dijo que había
lanzado unos cuantos cañonazos contra las paredes del Gran Hotel porque habían
disparado en contra de su gente, y que las trazadoras se veían preciosas de
noche. El General Somoza lo felicitó y le preguntó que si se le ofrecía algo.
El Mayor contesto que se la mandara a su gente café y sándwiches, pues ni agua
tenían. Inmediatamente se ordenó al Coronel Pérez cumpliera con la petición.
El Doctor Meneses había estado
trabajando en un borrador que sería la base de un comunicado de prensa. Las
ideas habían sido expuestas por Don Luis Somoza. A las tres de la madrugada
bajé con las notas que había tomado a mano el doctor Meneses y en mi oficina,
junto con el Doctor Santos Vanegas, empezamos a confeccionar el comunicado.
La idea básica del boletín era,
que los manifestantes habían violado el permiso que se les había dado; habían
disparado contra un oficial de la Guardia Nacional; se habían refugiado en el
Gran Hotel, y tenían como rehenes a un grupo de ciudadanos americanos.
Regresé al salón de conferencias
con el borrador, lo leí en voz alta y no le gustó a Don Luis. Se hicieron
algunos cambios y bajé nuevamente a mi oficina ordenando se mimeografiara el
comunicado.
--
V--
Desde el salón de conferencia, y
por medio de radios, se mantenía contacto directo con los hombres que rodeaban
al Gran Hotel, lo mismo que con el Coronel Rugama, en la Central de Policía y
con la Fuerza Aérea. Cada una de estas personas tenía su nombre clave. El
General Somoza, por ejemplo, era “Alfa Sierra”; Don Luis, “Lima Alfa Sierra; el
Coronel Guillermo Noguera, “Golfo November”, el Capitán Morales, “Tigre 1”, y
así por el estilo.
GRAL. SOMOZA...."ALFA SIERRA" DON LUIS SOMOZA..."LIMA ALFA SIERRA" |
Temprano en la noche había
subido a Casa Presidencial Mons. Sante Portaluppi y Monseñor Donaldo Chávez
Núñez, ambos habían hablado con el Presidente Guerrero ofreciéndose para servir
de intermediarios. Antes de la media noche bajaron al Gran Hotel y regresaron
poco después, con las condiciones que pedían los refugiados para entregarse.
Estas venían escritas en un papel, con el membrete del Gran Hotel, y parecían
de puño y letra del Doctor Pedro Joaquín Chamorro. Las condiciones fueron
rechazadas de plano por Don Luis Somoza.
Monseñor Sante Portaluppi
regresó desalentado a la Nunciatura.
Al despuntar el alba salimos a
la terraza de Casa Presidencial y empezamos a inspeccionar el panorama con unos
anteojos de larga vista. Se notaban algunas personas en el techo del Teatro
González. Había también movimiento en la Catedral y el techo del Instituto
Pedagógico. Algunos de los presentes empezaron a excusarse. El Presidente
Guerrero dijo que iría a descansar un rato. El Doctor Gonzalo Meneses manifestó
deseos de ver a su familia en Granada.
La situación se encontraba más o
menos tranquila, cuando oímos una ráfaga de tiros. Don Luis Somoza alarmado
llamó por radioteléfono al Teniente Smith que estaba a cargo de uno de los tanques
en el costado sur del Palacio Nacional. El Teniente Smith dijo que no eran sus
hombres los que disparaban. Se habló con el Mayor Alegrett, y éste dijo que los
disparos provenían del Edificio Mil, donde parecía operaban francotiradores.
Posteriormente, se averiguó que había sido un intercambio de tiros, por
equivocación, entre miembros de dos patrullas de la Guardia Nacional.
El Mayor Alegrett avisó que se
notaba movimiento en el edificio Guerrero Montalván, Don Luis ordenó al Coronel
Rugama enviara una patrulla a investigar. Más tarde el Coronel Rugama llamó a
“Lima Alfa Sierra” para decirle que había enviado una patrulla comandada por el
Capitán Fonseca.
Como a las ocho de la mañana, el
General Somoza dijo: “Lucho hacete cargo de la situación que yo voy a dormir un
par de horas”. El General se retiró a uno de los dormitorios de la Casa
Presidencial. Solo quedamos en el salón de conferencias Don Luis, el Coronel
Noguera y yo.
--
VI --
Don Luis pidió lo comunicaran con Don
Santos Zelaya, Gerente de la Aguadora y le preguntó si había una llave para
cortar el agua en la manzana del Gran Hotel. Creo que la respuesta fue
positiva.
Parece que Don Santos le recordó a Don
Luis que el Gran Hotel tenía su propio pozo, agua que utilizaban para llenar la
piscina. Llamó luego al gerente de la Empresa Eléctrica y habló sobre las
posibilidades de cortar la energía al Gran Hotel, posteriormente se dio la
orden para que se hiciera esto.
Don Luis llamó al Coronel Monge para
que se pasara sólo música por las radiodifusoras.
Los informes fragmentados que llegaban
hasta nosotros del Gran Hotel, eran que los refugiados jamás se rendirían y que
en último caso fusilarían, uno por uno, a los turistas americanos. El Coronel
Francisco, de la misión militar americana, había bajado varias veces al Gran
Hotel para conversar con los ciudadanos estadounidenses.
A las once de la mañana el Coronel
Francisco hizo los arreglos para un parlamento entre los líderes políticos del
Gran Hotel y la Embajada de los Estados Unidos. Después de esa conversación, el
Embajador Aaron Brown manifestó que habría otra reunión por la tarde, y que
esta vez la Embajada solicitaba un emisario del Presidente Guerrero para
conversar con los refugiados.
Don Luis Somoza le pidió al Doctor
Guerrero nombrara a su representante y éste me nombró a mí. El Doctor Guerrero
me dijo: “mirá Hernán, vos, eres la persona indicada pues nadie te malquiere”.
Al mediodía me llamó por teléfono desde la Embajada
Americana el periodista William Gaudet, viejo amigo mío de Nueva Orleans. El
señor Gaudet estaba histérico.
GAUDET Y DOS MONJAS SALIENDO DEL GRAN HOTEL. Me dijo: "No vayas que te van a matar". |
Me dijo que a pesar de que el Doctor
Fernando Agüero le había dado un salvoconducto para salir del Gran Hotel junto
con dos religiosas, los de abajo (primer piso) se habían opuesto a que saliera.
Me dijo también que la gente del primer
piso estaba compuesta, en su mayoría, por campesinos y que éstos estaban bajo
los efectos del alcohol ya que se habían bebido todo el licor de la cantina.
Añadió que los refugiados estaban bien
armados y que él había visto muchas metralletas. Me pidió enviara un cablegrama
a su esposa, en Nueva Orleans, diciéndole que estaba bien de salud.
Al explicarle que por la tarde yo iría
a parlamentar con los refugiados, me dijo: “No vayas que te van a matar”.
--
VII --
Como a las dos de la tarde, me dijo Don
Luis Somoza que dos oficiales de la Guardia Nacional irían conmigo, y con los
enviados de la Embajada, a parlamentar con los refugiados del Hotel.
Me dijo, además, que las condiciones
del Gobierno para dejarlos salir del Hotel eran: que todas las armas debían ser
entregadas; que todos tendrían que ser registrados; que se fueran directamente
a sus casas, y que aquellos de otros pueblos deberían tomar autobuses y salir
inmediatamente de Managua.
Añadió que varios distinguidos representante
del Partido Conservador, ya habían hecho
los arreglos necesarios para que los autobuses estuvieran listos a la hora
indicada.
El Presidente Doctor Lorenzo Guerrero
me dijo que lo que parecía preocupar a los manifestantes era que si el Gobierno
aplicaría la “ley Quintana”.
Me instruyó que si me preguntaban algo
sobre esto, que les dijera que “el Gobierno no tenía ningún interés en
procesarlos bajo la citada Ley”.
“Esto no quiere decir, “añadió el
Doctor Guerrero, que sí otro Poder del Estado decide acusarlos, que nosotros
podremos impedirlo”. “Pero, terminó diciendo, puedes asegurarles que la
iniciativa no saldrá del Poder Ejecutivo”.
Todos estos eventos se habían realizado
en casi 24 horas, y aquí estaba, yo, ahora, rumbo al Gran Hotel, en lo que
espera fuera el último episodio, de esta lucha fratricida.
Del Palacio de Turismo avanzamos
lentamente en el coche de la Embajada, y nos paramos detrás del tanque blindado
del Teniente Smith. Este se comunicó por medio de su “walki-talkie” con el Mayor
Iván Alegrett, que tenía su tanque a media cuadra del Gran Hotel, en la Calle
Momotombo. El a su vez y por medio de un megáfono, avisó al Gran Hotel que la
comisión negociadora estaba llegando y que sacaran una bandera blanca si
querían entrar al Hotel.
Pasaron cinco, 10 y 15 minutos, a mí me parecieron años, sin que
contestaran del Hotel, finalmente, salió un joven con una andera blanca a la
calle, y nosotros abandonamos el coche y empezamos a caminar hacia el Hotel.
A le entrada nos recibió un joven de
apellido Santos (Samuel Santos López) que me impresionó por su calma y la
autoridad que parecía ejercer dentro del edificio, lo mismo que el Doctor Luis
Pasos Argüello, quien también se encontraba en buen estado de ánimo y se
movilizaba con bastante firmeza por los salones del Hotel.
--
VIII --
Al entrar vi la planta baja del hotel
abigarrada de rostros, la mayoría de ellos de gente humilde, y muchos de fuera
de la ciudad. Subimos al segundo piso y entramos en una de las habitaciones,
pequeña, donde los muebles se encontraban destrozados y el calor era
insoportable.
DR. CHAMORRO, DR. AGÜERO, LCDO. ARÓSTEGUI |
Allí estaban el Doctor Fernando Agüero
y el Dr. Pedro Joaquín Chamorro, además de otros líderes del Partido
Conservador. Se explicaron las condiciones para permitirles la salida, y el Doctor
Luis Pasos Argüello dijo que “sería una injusticia quitarles las armas a los
pobres campesinos”. Alguien me preguntó si el Gobierno tomaría represalias
contra ellos, y les dije que “lo único que deseaba el Gobierno era que salieran
tranquilos y se fuera cada uno a su
casa”.
El Doctor Fernando Agüero me preguntó
si era cierto que habían sido detenidos algunos líderes políticos de la
oposición y le contesté que no lo creía.
En realidad, hacía unos momentos, y yo
no lo sabía, los manifestantes que estaban refugiados en la floristería “Flor
de Abolengo” se habían entregado y habían sido detenidos.
El señor Santos López me preguntó si
deseaba ver el daño que habían hecho en las paredes los cañonazos del tanque
blindado, y le dije que sí. Me llevo al costado del Gran Hotel que da al Lago y
allí pudo ver como las balas habían penetrado por las paredes de cemento armado
como si fueran de cartón dejando unos boquetes de casi dos pies de diámetro.
Mientras yo hacía este recorrido, el
Doctor Fernando Agüero reunió a sus correligionarios que se hallaban en el
segundo piso, y en el patio parándose sobre una caja de madera, les habló.
En sus palabras se notaba el cansancio,
y recuerdo que entre otras cosas les dijo que se habían portado como
“valientes” y que no les decía “adiós”, sino “hasta luego”.
Recordé las instrucciones recibidas y
salí nuevamente a la calle para hacer la señal convenida y que se acercara el
Capitán Blessing y el otro oficial que nos había acompañado para proceder a
organizar la evacuación.
-- IX --
La salida de los manifestantes fue
demorada, casi 45 minutos, porque los autobuses n o llegaban. Yo temía que la
gente que estaba en el primer piso y que se encontraba desesperada, rompiera la
puerta de hierro y saliera en carrera por las calles produciendo nerviosismo
dentro de la tropa que rodeaba el Gran Hotel, ocasionando esto nuevas víctimas,
por ello, en dos ocasiones, pedí al Doctor Pasos Argüello que entrara y les
pidiera se calmaran, lo cual éste logró con bastante éxito.
Finalmente llegaron los vehículos y se
procedió a la evacuación de acuerdo con los términos que habíamos dictado: los
campesinos primero, y los líderes por último.
El Capitán Blessing empezó a registrar
a los que salían. Estos habían amontonado sus armas arriba, antes de salir, y
en realidad que me sorprendió ver la clase de armamento que tenían. Fuera de
uno o dos Garand, lo demás eran rifles 22 y pistolas de corto calibre; las
metralletas que se dice poseían, jamás aparecieron.
Después de la evacuación del edificio,
las autoridades de la Seguridad lo ocuparon por varios días y lo registraron
minuciosamente, sin encontrar las mencionadas armas rápidas. Se dio que habían
sido lanzadas en un pozo del Hotel, y otros opinaron que había tiempo para
sacarlas por el Teatro González.
Muchos del los que salían eran
despojados de artículos que sin lugar a duda eran producto del robo. Uno salió
con un enorme anillo, probablemente de cierto valor, en el dedo, cuando se le
preguntó de quién era dijo, “mío”. El oficial que estaba registrando le pidió
bajara la mano, al hacerlo el anillo se le escapó del dedo. Se lo quitaron.
Hubo cierto humorismo cuando entre los
que salían apareció un conocido afeminado. El Capitán Linarte le dijo: “Ideay Paulá,
¿qué estás haciendo vos aquí? Respondió con una gran sonrisa.
Como a las seis de la tarde salieron
los últimos refugiados, entre ellos los Doctores Fernando Agüero y Chamorro, lo
mismo que el Doctor Pasos Argüello y abordaron el automóvil negro de la
Embajada Americana que nos había bajado a nosotros.
A las siete de la noche subía a Casa
Presidencial, cansado pero satisfecho de haber contribuido, por lo menos, ese
día, a que no siguiera corriendo la sangre de hermanos nicaragüenses.
New
Orleans, La. Enero 22, 1968.
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