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“Tetey, ojo de buey”, era el grito de la chiquillería del barrio, cuando veían pasar a un anciano músico, que vivía en la tercera avenida noroeste, o sea de la esquina occidental del edificio de “La Prensa”, casi dos cuadra al lago.
Tetey, padre
de unos jóvenes músicos todos, entre ellos uno, Agustín, que hacía maravillas
con el tambor.
La Purísima
en casa de Tetey se celebraba rumbosa, rumbosísima, a la que concurrían las
muchachas y muchachos de la época. Me abstengo de mencionar nombres de ellas,
porque todas son hoy respetables matronas, como en aquel tiempo eran muy
estimables señoritas. La Purísima de Tetey era motivo para romances platónicos.
Miradas que abrasan, apretón de manos al calor de la oscuridad, a la hora en
que se rezaban los alabados y tal vez hasta un beso furtivo delante de María
Santísima.
Oh
las Purísimas de Tetey en el Managua de antaño. En la pequeña sala, donde estaba
el altar, en el patio, con árboles frondosos se dispersaba la concurrencia. Las
parejas cogidas de la mano, entonaban el alabado, pesarosas de que tan pronto
se acabase el rezo.
Y
después, el reparto de los paquetes, de los gofios, de las cañas. La barahúnda infernal,
cuando los chiquillos, que habían permanecido en la calle, arrebataban las
golosinas, mientras se disparaban cohetes y triquitraques, como colofón del
Alabado.
Había
otras Purísimas alegres en Managua, pero esta de Tetey, es la que nos trae los
recuerdos de la juventud, porque participamos en ella.
Después
del rezo, el baile honesto. Se cubría el altar con un manto y a bailar las
parejas, como final de la alegre noche.
Y
la rivalidad entre las parejas que “tomaban” la celebración de la Purísima cada
día. A quien mejor quedaba con la concurrencia. Indudablemente las
celebraciones de la Purísima de hoy son más suntuosas, pero para nosotros, los
que ya peinamos canas, “todo tiempo pasado fue mejor”.
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