BIBLIÓFILOS, BIBLIÓMANOS, LIBROS, LIBRERÍAS
Y BIBLIOTECAS DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX
Por: Eduardo
Pérez-Valle h.
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Muchas historias yacen tras una referencial lápida de
cementerio; mensajes sumidos en ese letargo
indescifrable e inseparable del despojo humano. Bien se dice que, con la desaparición física
de cada hombre mueren historias y secretos.
Observando aquel inmenso “hotel de tránsito” de cuerpos
inertes, repleto de lápidas con evocaciones, nombres y fechas, no dejamos de
pensar que el epitafio dedicado al difunto contiene referencias cortas y
mensajes no atrapados en el idioma o el detalle plus ultra; esa inscripción no
perceptible donde subyace el hecho no contado o inacabado.
Libros, periódicos y documentos históricos son el otro “más
allá” de la muerte. Ellos almacenan a perpetuidad lo que fue dicho,
descubierto, imputado, sostenido, inquirido, polemizado, develado,
testimoniado, la heredad y sus circunstancias. Los libros son el Alter Ego,
atrapan de todo, el pasado científico, histórico… remoto y cercano; a través de
ellos acontece la primera “resurrección de los muertos”, sobre todo, en ese
espacio vital llamado Biblioteca, Hemeroteca, Archivo, donde permanecen los
vasos comunicantes o la única “máquina transportadora del tiempo”, el libro.
Decía en sus últimos días de vida, el ilustre don Marcelino
Menéndez y Pelayo, observando las estanterías de su biblioteca repletas de
volúmenes: “¡Qué lástima morirme cuando me queda tanto por leer!”. Precisamente
ahora, mediante ese “médium” llamado libro nos damos cita con él. ¿Qué sería de
nuestro excelso Rubén Darío, sin el libro? ¿Y qué sería del mundo y las letras,
sin Darío y sus libros?
Los 132 años de la Biblioteca Nacional (1882), son parte del
acontecer educativo y cultural. Asimismo, en esa Historia del “ir y venir” de
los libros en Nicaragua, surgen personajes ilustres perpetuados en el recuerdo.
Destacan por haber sido caracterizados proveedores de ese alimento llamado
saber.
PANCHO PÉREZ, real proveedor de la "Vanguardia" y de la "reacción", nuestro caro librero de la Librería Barata. Caricatura de Joaquín, Zavala Urtecho. |
En la década de los años diez, al irrumpir el siglo pasado,
la ciudad de Granada tenía cita permanente con la cultura nacional y universal
en las instalaciones de esa Librería. Recién finalizaba la Primera Guerra
Mundial, con las consecuencias de una gran escasez de libros en Nicaragua. Don
Francisco Pérez Duarte, aquel personaje a quien los granadinos recuerdan
asemejado a la desgarbada figura de don Alonso de Quijano a quien de mucho leer
y del poco dormir se le secó el seso, se las ingeniaba para no quedar ni dejar
desabastecido al público lector y al estudiantado de Granada; estableció el
sistema de canje; entregaba un libro nuevo, a cambio de dos o tres usados.
Aquella actividad solventó temporalmente la crisis en materia de libros.
La primera gran biblioteca particular que compró don Pancho
Pérez, fue la que vendió Don Salvador
Barberena Díaz, el otrora Director del Instituto Nacional de Oriente, y fundador del Colegio Particular de Varones.
En aquellos años Don Pancho prestaba o donaba libros a los
estudiantes de escasos recursos. Los diarios le publicitaban su preciosa
mercancía cultural, y en artículo periodístico de la época fue anunciado el
arribo de don Francisco Pérez Duarte y su Librería Barata a la capital. Managua
lo recibió en Diciembre de 1932 con los primeros 800 volúmenes, instalándose
frente al “Salón Eléctrico”. Fue todo un acontecimiento, la gente estaba
maravillada de esa verdadera librería, distante de aquellas que por inexacta
definición popular, le dan la acepción a tiendas que venden sacapuntas, lápices
y engrapadoras.
Antes del terremoto de 1931, el mercado del libro en la
ciudad de Managua lo dominaba la “Librería Matus” localizada en el Costado Sur
del Mercado Viejo. La importación de títulos era variado, destacaban los libros
de técnicas industriales, mineras, agrícolas, agropecuarias; así lo demuestra
uno de los avisos de arribo de títulos y autores:
Manual de Artes y Oficios, por Nemirasto; Historia
Universal, por Cantú; El Hombre de
Hierro, por Feval; La Educación de sí mismo, por Durville; Diccionario de la Lengua, por Barcia; Economía
Política, por Gide; Manual de Lechería, por Rossinon; Curtido y Elaboración de
Pieles, por Billon; Cales, Cementos y
Morteros, por Soria; Oro, Plata y Platino, por Noguer; Harinas y Féculas, por Bellgin; Tratado de
Fotografía, por Niewenglowski; Ciencias
Naturales, por Caustier.
BIBLIOTECAS DESPUÉS DEL TERREMOTO DE 1931
Los managuas apenas empezaban a recuperarse del demoledor
terremoto de marzo de 1931, y la actividad del libro en Nicaragua iba
reanimándose. El gremio de periodistas capitalinos fueron los primeros en
respaldar la propuesta de don Manuel Monterrey, el fundador de la Biblioteca
del Periodista, que inició con 1,000 volúmenes. La ceremonia celebrada el 8 de
Mayo de 1932, en el Salón de Actos de la Biblioteca Nacional de Nicaragua, fue inaugurada por Don Juan Ramón Avilés y Don
Sofonías Salvatierra leyó el discurso de clausura preparado por el director de
La Prensa, Don Pedro Joaquín Chamorro Zelaya.[1] Treinta y siete periodistas y
personajes que suscribieron el Acta de Fundación:
Josefa T. de Aguerri, Juan Ramón Avilés, Fco. Huezo, José
Miranda, José María Lanzarías, Gratus Halftermeyer, Manuel Sandoval Pasos,
Pedro Joaquín Chamorro, Adolfo Calero Orozco, Rosendo Argüello, Constantino
Pereira, Felipe Ibarra, Luis Felipe Hidalgo, Francisco Moreira Gómez, Octavio
Rivas Ortiz, Fernando Buitrago Morales, Leonardo Montalván, Sofonías
Salvatierra, Carlos A. Castro, Gustavo Mercado, Alfredo. W. Hooker, Salvador
Buitrago Díaz, Alberto Aguilar Tablada, Apolonio Palazio, Manuel Rosales, José
Manuel Sandino, Manuel Monterrey, Trini Medal, Andrés Vega Bolaños, David
García, Perfecto Hidalgo, Rodolfo Torres, Emilio Rothschuh, Heliodoro Cuadra,
Rubén Leitón, Rubén Mendieta.
El 2 de octubre de 1933 fue recibida la noticia del Gobierno
de España sobre la decisión de fundar bibliotecas en cada una de las capitales
de Centroamérica, como obsequio de España a cada Gobierno. El de Nicaragua, por
el conducto de Relaciones Exteriores, pidió fuese instalada en la Biblioteca
Nacional para ser mejor atendida.
En esa época creció la competencia, aparecieron nuevas
librerías; Don Raúl Lacayo S., anunciaba la apertura de “Librería Selecta”, la
cual instaló en su casa de habitación, contigua a los talleres del diario La
Prensa.
No obstante, en esos años la única librería bien surtida de
Managua fue “La Barata” de Don Francisco Pérez Duarte, incluida en el “Registro
de Establecimientos de Comercio y Empresas o Negocios Matriculados en Managua,
D. N., en el año 1934”. En esa lista aparecen cinco propietarios de librerías:
Carlos Heuberger, dueño de la “Librería Alemana”; Horacio Pérez; Herminia Peña
viuda de Prado; Raúl Lacayo S., y Francisco Pérez Duarte.
El almacén-“librería” de Carlos Heuberger vendía bolsas de
manila, papel, etc. Don Horacio E. Pérez estaba en el contexto de la imprenta y
el periodismo, él, era hermano del Bachiller del siglo pasado, Don Carmen Jesús
Pérez, director del periódico “La Aurora”, creado en 1883 para informar
–principalmente— sobre las actividades del obrerismo en la capital y el
interior del país; la familia de Don Carmen de Jesús Pérez fue pionera en la
técnica de la Litografía y el Fotograbado, en Nicaragua. Doña Herminia v. de
Prado y Don Raúl Lacayo S., era parte de la oferta de artículos de oficina, más
que de libros.
ANTEPROYECTO DE LA PRIMERA BIBLIOTECA MUNICIPAL
Algo inusual sucedía con el vertiginoso ascenso de la
lectura en Managua, el Distrito Nacional anunciaba en los periódicos nacionales
del 20 de agosto de 1933, que don Andrés Largaespada, primer vocal del Comité
Ejecutivo del Distrito Nacional, preparaba el anteproyecto para la creación de la primera Biblioteca
Municipal. Seis meses antes del referido anuncio, Don “Pancho Pérez” con la
Librería Barata ya ocupaba local en la misma casa donde estaba el Bar Gambrinus
en la Avenida del Campo de Marte, después conocida como Avenida Roosevelt,
frente al Banco Caley Dagnall y Co., local alquilado al matrimonio de Don Juan
Letz y Doña Bernabela de Letz.
Seis meses antes del anuncio sobre la Biblioteca Municipal,
Don Francisco Moreira Tijerino, reconocido intelectual de la Managua aldeana,
mediante un artículo de opinión publicado en el diario La Noticia del 2 de
agosto del 33, instaba al Gobierno y a
la población a unir esfuerzos a fin de fundar la “Biblioteca Rubén Darío”, cuyo
objetivo central sería la de reunir toda la obra del Poeta, cuanto se hubiera
escrito en el mundo sobre su obra y vida; disponiéndola de manera ordenada para
que fuera de utilidad para los nicaragüenses.
Moreira Tijerino exhortaba a la ciudadanía en general, a
levantar una suscripción pública de obras escogidas, iniciándola él, con la
donación de los primeros treinta volúmenes que ponía a la orden del Distrito
Nacional, a la vez que sus servicios profesionales, la idea nunca partió de la
línea de salida.
“BIBLIOTECA CENTROAMERICANA”
El 15 de Septiembre de 1940 fue inaugurada la Biblioteca
Centroamericana, sugerida y apoyada por el doctor Teodoro Díaz Medrano,
Embajador de Guatemala ante el Gobierno de Nicaragua. Propuesta acogida un año
antes por los demás Embajadores centroamericanos acreditados en nuestro país:
Dr. César Virgilio Miranda representante de El Salvador; Dr. Julián López
Pineda representante de Honduras; de Costa Rica, don Vicente Urcuyo Rodríguez;
y, en representación de Nicaragua, el Doctor Antonio Barquero, Viceministro de
Relaciones Exteriores. Ese 15 de septiembre de 1939 fue levantada el Acta
creadora de la Biblioteca Centroamericana, y la redacción estuvo a cargo de Don
Salvador Jirón, funcionario de la embajada de Guatemala
Concebida como Biblioteca de “asuntos centroamericanos”, la
primera sede fue en la Embajada de El Salvador, donde fueron instalados cinco
estantes y 500 libros de diversos autores las cinco repúblicas. En 1967 la
biblioteca contabilizaba 10,000 títulos.
El Director y bibliotecario permanente fue Don Gratus
Halftermeyer. La afluencia era tal que en un poco más de 30 años de
funcionamiento, el personal siempre fue de dos personas, el señor Halftermeyer
y la Señora Graciela González, la que fue su Primera Directora.
Desde la precaria disponibilidad monetaria, Don Gratus
publicaba el “Boletín de la Biblioteca Centroamericana”, un poco más de 38
ediciones de forma continua, interrumpida por el terremoto de 1972.
De manera personal emprendió las actividades de búsqueda de
lectura especializada a fin de conformar un Fondo Bibliográfico relacionado con
la obra de Rubén Darío. Esa fue la primera vez que el Estado de Nicaragua
–gracias a Halftermeyer[2]— tenía modesta participación en la formación de un
Fondo Especial Dariano, de esa manera y con todo tipo de tropiezos humanos y de
la naturaleza, llegamos a la génesis de la Biblioteca Rubendariana, aumentada
con la valiosísima biblioteca particular de Don José Jirón Terán, adquirida por
el Estado de Nicaragua y que está en resguardo y dispuesta al público en la Biblioteca
Nacional en el actual “Palacio de la Cultura”.
BIBLIOTECA DE SENADORES Y
DIPUTADOS
En todo ese vaivén de libros, libreros y librerías,
empezaron a surgir otras propuestas con la intención de organizar bibliotecas
propiedad de diversos gremios. No faltaron los Diputados y Senadores de la
República, Alejandro Astacio redactó y
sometió el anteproyecto de Ley. En Abril de 1933, la iniciativa destinaba
quinientos córdobas del Presupuesto General de Gastos de la República para la
adquisición anual de libros de carácter jurídico, económico, político-sociales,
y en general las que fuesen de interés para es Poder del Estado. Proyectada
“exclusivamente para servicios de senadores y diputados y para todas aquellas
personas que conforme las leyes tengan acceso a las Cámaras de Diputados y
Senadores”.
Lo antes consignado forma parte de los incipientes intentos
y los pírricos logros en materia de Bibliotecas y usuarios. Nuestra Biblioteca
Nacional fundada durante el período presidencial de Joaquín Javier Zavala y
Solís (1879-1883) empezó con 5,000 volúmenes; el primer Director de la
Biblioteca fue don Miguel Brocio; y ésta terminó destruida por el terremoto de
1931. Posteriormente fue reorganizada en otro sitio.
Después del terremoto de 1931, la cosa estaba tan animada,
que aparecieron las autoridades del Distrito Nacional con un acuerdo –sin
precedente— de organizar la primera
biblioteca en la Penitenciaría Nacional; lo que no sucedió.
Las Bibliotecas y las Librerías “hicieron ruido” durante ese
época temprana del siglo XX. La “Librería Barata” llegó a importar más de
quince mil volúmenes en el año,
provenientes de una comunicación bien establecida con las principales
Casas Editoras de España, Francia y la Argentina.
LIBRERÍAS, TÍTULOS Y NOVEDADES EDITORIALES
Esos 15 mil volúmenes era la oferta básica de la Librería
Barata. Refería el prestigioso bibliófilo y bibliómano don Francisco Pérez
Duarte, que los libros más leídos o la literatura predilecta y con mayor
demanda en 1934, eran las obras de Waldo Frank, Luis de Orteyza, Paul Morand y
Hugo Wast. Y los libros más vendidos en Nicaragua eran: “Grandezas y Miserias
de una Derrota” y “Sin novedad en el frente”.
Si bien esta librería no fue la famosa librería inglesa
Foyle en la calle Charing Cross de Londres, en donde se recibían de veinte a
treinta mil cartas diarias atendidas por Guillermo Alfredo Foyle, ni don Pancho
Pérez tenía en su capital los setenta millones que en 1951, a los 71 años ya
poseía el famoso editor Garnier, el “Quijote Pancho Pérez” fue el primer
librero de este país en elaborar periódicamente un “Catálogo de Novedades”, con
índice selectivo y otro general de los autores nacionales y extranjeros que
estaban en el inventario. Experto como sólo él, conocía cada autor y el libro
página a página, y con propiedad se trasladaba entre sus amigos y clientes,
entregando el catálogo y avisándoles que el vapor llegaría a puerto con los
nuevos títulos.
Entre los numerosos títulos de aquella época que ocupan
sitio de nuestra biblioteca particular, con el sello de “Librería Barata de
Francisco Pérez Duarte”, están: Tres Titanes: Miguel Ángel, Rembrandt,
Bethoven, por Emil Ludwing; Indología
por Vasconcelos. Albiñana, Bajo el Cielo Mexicano; Aggard, Cleopatra; Remarque,
Sin Novedad en el Frente; Aimé, Crónica del Crimen; Goethe, Fausto; Cervantes,
El Quijote; Shakespeare, Dramas; Benito Pérez Galdós, Memorias; Paul Morand,
Cerrado de Noche; Thorton Wilder, El Puente de San Luis Rey; Almela Vives, El
Ocaso de los Pieles Rojas. Casanova, Mesalina; Guido de Verona, La mujer que
inventó el amor; M. L. Barre, Museo Secreto de Nápoles; Martínez Sierra, Carta
a las mujeres de España; Jean Martel, Confesiones de Ciemenceau; Eduard
Herriot, El Laborismo Británico; A. Kupin, El Burdel; Ravage, Cinco Hombres de
Frankfort; Blanco Fombona, Diario de mi vida; Francisco Nilli, Fugado del
Infierno Fascista; Carlos Pereyra, La Juventud Legendaria de Bolívar; Fullop
Miller, Rasputín; Carl Du Prel, La Magna Ciencia Social; Shakespeare, Obras
Completas; Beumelburg, Barrera de Fuego; Michael Vaucaire, Bolívar, El
Libertador; Paul Margarite, La Garzona; Marcelino Domingo, La Escuela de la
República; M. Carrete, La Duquesa de Abrantes; Condesa de Alnois, La Reina
Hortencia; Rubén Sánchez Díaz, Jesús en la Fábrica; Ossendowky, La Última Hora;
Del Mar, Alcapone… obras de Hatkinson, Beals, Marden, Elinor Glym, Buchner,
Kautsky, Ortega y Gasset, Verdaguer, Giovanni Papini, Berdiaff, Luis Kuhne,
Yacoliév, César Falcom. Basta para dar una idea bibliográfica mínima de aquel
tiempo de ediciones y lecturas.
ADVENIMIENTO TARDÍO DE NUESTRA HEMEROTECA NACIONAL
Según campea entre nosotros la modorra y la incuria
nacional, las cosas básicas relacionadas al progreso advienen más tarde que en
cualquier país de nuestro continente; si hemos tejido historia con el asunto de
los libros, no dejaremos de mencionar, aunque sea de manera somera, otro
importante aspecto relacionado con el acervo histórico y cultural de cualquier
país: la Hemeroteca.
Antes de 1971, en nuestro país no existió algo tan esencial
como es, la Hemeroteca Nacional, reunida, dispuesta u ordenada con la técnica
apropiada. No estaba “en la comprensión” de los gobernantes y gobernados. Es de
justicia darle el merecido reconocimiento al recordado intelectual Don Arturo
Cerna Salgado, quien desempeñó el cargo de Director de la Biblioteca Nacional
de Nicaragua. Este ciudadano empezó en Agosto de 1971, la organización de la
Sección Hemerográfica adjunta a la Biblioteca Nacional. De acuerdo con la
propuesta de Don Arturo, la institución escogió el nombre de Don Juan Ramón
Avilés para la nueva Sección dedicada “exclusivamente a la Guarda y Archivo de
todos los Periódicos que se editen en Nicaragua, especialmente los Diarios,
Revistas o Semanarios que reflejan las informaciones generales del país, en sus
movimientos políticos, económicos y culturales, en que se desenvuelve la vida
de Progreso de la Nación en sus distintos órdenes”.[3]
BIBLIÓFILOS Y BIBLIÓMANOS
Esta incursión al pasado también fue entretejida en un
ambiente circundado por libreros repletos de libros que están destinados a
formar parte de la Primera Biblioteca y
Archivo Histórico Público-Comunitario en
la ciudad de Managua. Un proyecto que palpita fuerte y llevo marcado en el
entrecejo. Cerca de 28 mil títulos componen este acervo y fortalecen nuestro
esfuerzo que rinde merecido tributo a dos ilustres intelectuales y personajes
de la Enseñanza, el Profesor y
Matemático José Rafael Carrillo Díaz (1918-1993†) y el Doctor Eduardo
Pérez-Valle (1924-1998†).
Ambos fueron propagadores de cultura y educación. Muchos nicaragüenses recordamos
el aquilatado prestigio del insigne educador y matemático Don Rafael Carrillo
Díaz, de quien escuché decir a un viejo exalumno: “el hemisferio cerebral del
lado derecho le trabajaba con la exactitud fáctica del lado izquierdo, lo mismo
le resultaba de fácil discernir y construir la realidad basada en los números
como hacerlo a través de los diversos géneros literarios y la cultura en general”.
El Profesor Carrillo Díaz poseía esa febril inquietud por la buena lectura y
reunió una biblioteca compuesta por algo más de 1.000 títulos, celosamente
resguardados por su familia. A principios de este año, nuestro Proyecto tuvo el
privilegio de recibirla en donación, y ahora está destinada al Subproyecto Neuronas
Creativas de Nicaragua.
VEINTIOCHO MIL LIBROS Y UN ARCHIVO HISTÓRICO PARA INICIAR
Este recordatorio histórico-cultural abre nuestra campaña
por hacer efectiva la puesta en valor de todo el acervo cultural; ponerlo a disposición de personas e instituciones interesadas.
Si te animaste a leer este artículo y eres de los que tienen
al perro y al libro como inseparables amigos, ya sabes de qué se trata todo
esto, por lo tanto, escríbenos para darte mayor información o bien, envíanos
tus sugerencias. Los libros en idioma castellano son bien recibidos, escríbenos para indicarte dónde puede remitirlo (s).
Nuestra patria siempre ha contado con destacados cultores de
la educación y la cultura; pléyade de notables que hicieron y hacen esfuerzos
personales por cubrir ésta esencial labor de promover la lectura. Bajo la imperecedera gratitud hacia ellos,
esperamos que con el esfuerzo y la contribución de todos, las bibliotecas y los
lectores se multipliquen. La peor enfermedad contra la que debemos batallar en
cada relevo generacional, y que resulta más terrible y asolador que el mismo
ébola, es el virus de la ignorancia y la brutalidad, contra ella sólo existe
una vacuna: el libro como supremo maestro y conducto del aprendizaje
disciplinado.
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[1] La Noticia, del 10 de Mayo de 1932.
[2] Don Gratus Halftermeyer falleció en Marzo de 1976. Fue
autor del libro “Historia de Managua”. donde según lo definió el doctor Luis Zúñiga Osorio,,
“traslada al papel de imprenta, todos los cuadros autóctonos de nuestra
capital, la vida de sus principales hombres y de los personajes y pueblos. En la
“HISTORIA DE MANAGUA” está reflejado todo lo primitivo, típico y vernáculo que
hubo en nuestra Managua, cuando era una pequeña Villa y surgió a la categoría
de ciudad y posteriormente elevada a Capital de la República” (La Prensa, 31 de
marzo de 1976).
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