La tragedia del oro
LA SILICOSIS.
Por: Eduardo Pérez-Valle. En: La Prensa, 17 de Mayo de 1959.
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Se llamaba Miguel Torres Argueta. Después de trabajar unos
10 años en la India había venido a dar al Sanatorio de Aranjuez, en busca de
una salud que hacía mucho tiempo había perdido para siempre. Tenía alrededor de
un año de haber llegado, sufriendo una silico-tuberculosis avanzada. Sintiendo
que la vida se le escapaba, lenta pero incontenible, llegaba a hablar con el
Director del Sanatorio en busca de un poco de consuelo en su situación.
Hablaba de su hijo, su único hijo de pocos años que no
tardaría en quedar huérfano, abandonado a todas las adversidades de la
existencia. Su hablar angustiado y angustioso era tardo y entrecortado, por un
gran cansancio. Tres palabras… y un descanso; dos palabras… y un descanso aún
mayor. Se encontraba en el estado en que el tejido pulmonar ha sido substituido
por grandes huecos o “cavernas”; y en las partes donde aún existe se halla
convertido prácticamente en piedra, de manera que ya no puede cumplir las
vitales funciones respiratorias.
Torres Argueta fue trasladado al Hospital General de
Managua, porque se consideró que las condiciones de altura de Aranjuez le
estaban acelerando y haciendo más penosa la muerte. En Managua duró sólo 15
días, y los 60 tanques de oxígeno que consumió en su trabajosa agonía, cuyo
valor ascendían a 7200 córdobas, no salieron de los dineros de la mina donde
había dejado los pulmones, sino de los escuálidos y atormentados fondos de la
Asistencia Social.
La cantidad pagada por la mina en concepto de indemnización
por la muerte de este obrero no llegó siquiera a los 3,000 córdobas.
¿QUÉ ES LA SILICOSIS?
De la conferencia dictada por el especialista doctor Del
Palacio el pasado 20 de Abril, en el Club de Universitarios resumimos los
siguientes conceptos ilustrativos que no constituyen necesariamente una versión
literal de las palabras del facultativo.
A ciertas afecciones pulmonares de tipo fibroso, crónico en
su mayoría, causadas por inhalación de polvos de diversa naturaleza, se les
conoce con el nombre de “neumoconiosis”. Entre estas enfermedades la principal
es la SILICOSIS, dada su gravedad, su frecuencia y su asociación con la
tuberculosis. Es causada por la inhalación de partículas de SILICE libre,
mineral abundante en la corteza terrestre hasta el punto de constituir un 28%
de la misma. La sílice o bióxido de silicio se presenta en estado amorfo e
hidratado bajo el nombre de ópalo; o bien en estado anhidro y cristalino, como
cuarzo y calcedonia; la amatista es cuarzo color violeta y el ágata y el ónix
son mezclas de cuarzo y calcedonia. El cuarzo, la forma más extendida del
sílice, cristaliza en prismas exagonales bipiramidados, es más duro que el
acero, no lo atacan los reactivos a no ser el ácido fluorhídrico, y no se funde
si no es en el horno eléctrico.
La forma cómo la sílice ataca y arruina los pulmones del
hombre es bastante simple y comprensible. Las partículas que logran llegar a lo
íntimo de la red pulmonar de ventilación, son disueltas por los exudados
naturales coadyuvados por el anhídrido carbónico, hasta que forman soluciones
coloidales, falsas soluciones que constituyen la forma de transporte del
sílice. Así se pone en contacto con los glóbulos blancos llamados macrófagos,
los cuales van englutiendo las micelas o partículas de sílice en suspensión. La
forma habitual del organismo de deshacerse de microbios y cuerpos extraños y
nocivos aquí falla por completo, porque los macrófagos son incapaces de digerir
la sílice, que permanece intacta mientras ellos mueren. La defensa natural ha
fracasado plenamente y lo que ha hecho es incluir las partículas de sílice en
los tejidos del pulmón. Ahora sólo falta que el ataque persista y el proceso se
repita para que en un dado tiempo se formen por agregación los “nódulos
silicóticos”, verdaderos pedruscos dentro del pulmó; y la agregación de éstos llega
a constituir las “placas silicosas”, cuando el delicado órgano, constituido
para la ejecución de vitales intercambios gaseosos entre la sangre y el aire,
ya casi se ha convertido en una lápida.
Se necesita cierta concentración de polvo de sílice en el
aire que se respira, para que existan probabilidades de contraer la enfermedad.
Ya un 20 a 25% es peligroso. En ciertos ambientes recargados con 75 a 80%, como
las fábricas de vidrio, basta un baño para que se produzca una silicosis
avanzada. Los polvos más finos, de partículas de menos de dos micrones son los
más peligrosos por la mayor facilidad con que pasan a constituir micelas
coloidales.
La enfermedad puede evolucionar oculta por una aparente
buena salud. Pueden pasar algunos años sin que se presente síntomas. Pero ya en
esta etapa las lesiones pueden ser descubiertas por los rayos X. Luego se
presenta dificultad para respirar (disnea) cuando se ha hecho algún esfuerzo o
hay motivo de cansancio. En los últimos grados esta dificultad existe aun cuando
el enfermo esté acostado, en reposo absoluto. Puede haber tos, dolor en el tórax, falta de
apetito y enflaquecimiento. La muerte viene por complicaciones como neumonía o tuberculosis, de las cuales
el organismo ya no puede defenderse; o por el llamado corazón pulmonar, que es
una dolencia cardíaca derivada del padecimiento pulmonar. Cuando la silicosis
es pura las hemorragias son raras y la tos es generalmente seca, con poca
expectoración. Pero cuando está complicada con tuberculosis los síntomas se acentúan:
la tos se hace a veces insoportable, con abundante expectoración mezclada con
el polvo que se ha respirado. La SILICO-TUBERCULOSIS representan de un 75 a un
95% de todos los casos de silicosis.
El diagnóstico de la enfermedad lo hace el médico valiéndose
del examen clínico, los rayos X y las pruebas clínicas de laboratorio. Es vital
el diagnóstico radiológico, por la cual el equipo y la técnica se empleen para
él deben ser de gran calidad. También deben practicarse exámenes de sangre,
electrocardiogramas, estudios químicos de sangre y aire espirado, cateterismo
cardíaco, broncoespirometría, y otras pruebas de técnica no menos delicada.
Se ha comprobado plenamente la existencia de las llamadas
neumoconiosis latentes, en que la enfermedad se manifiesta, por ejemplo, unos
ocho años después de haber dejado el obrero el ambiente inductor; y no hay que
olvidar que en todos los casos la silicosis continúa su evolución aun cuando el
trabajador abandone definitivamente sus labores.
Para la prevención de la terrible enfermedad podrían
adoptarse las siguientes medidas que ya se han adoptado en todos los países
donde existe verdadera justicia y autoridad, humanismo y caridad:
1)
Acortamiento de las jornadas mediante el empleo
de mayor número de obreros.
2)
Examen de ingreso obligatorio y rechazo de los
afectados del corazón y aparato respiratorio.
3)
Control periódico, clínico y radiológico, de
todos los empleados;
4)
Uso de filtros para respirar (máscaras, etc.);
5)
Recuento minucioso y periódico de partículas en
el aire;
6)
Reducción del porcentaje de partículas mediante
métodos húmedos, como cortinas de agua, rocíos artificiales, etc.;
7)
Aislamiento de los topes y fondos en que la
concentración de partículas sea excesiva;
8)
Sistema eficiente de ventilación;
9)
Ejecución de explosiones solamente entre turno y
turno;
10)Inhalación de polvos de
aluminio, que reducen la nocividad de la sílice libre.
Como todos sabemos, todas estas
medidas, de la más vital y estricta necesidad, están muy lejos de haber sido
adoptadas en la forma debida en las minas de Nicaragua. En algunas de ellas, en
determinada época, se ha provisto a los “muleteros” de máscaras protectoras,
botas de goma, etc. Pero han sido arranques aislados, originados quién sabe en
qué inquietudes de la conciencia del gerente, sin llegar a representar, ni
siquiera lejanamente, la adopción de un sistema completo y permanente.
No es extraño que al conocerse la
presencia de una comisión investigadora o de algún funcionario “fenómeno”, de
los pocos que tratan de cumplir con su deber, los mineros aparezcan pulcros,
alimentados y contentos como niños que van el primer día a la escuela. Pero
este fachadismo sórdido y fugaz sólo cuida la supervivencia del crimen masivo,
calculado y frío en esa Siberia nicaragüense que son las minas y de cuya triste
realidad dan alguna cuenta los datos extraídos del cotidiano vivir (mejor
dijéramos morir) de los mineros y las escasas y mutiladas cifras veraces que
pueden obtenerse.
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