SANTIAGO ARGÜELLO. Por: Carlos Cuadra Pasos. En: La Noticia , Febrero 3
de 1964.
Nota: Discurso publicado por el diario La Noticia , en homenaje a la
memoria de Dn. Carlos Cuadra Pasos. Reproducción del discurso de contestación
al pronunciado por Santiago Argüello cuando fue recibido en la Academia Nicaragüense
de la Lengua.
Señores Académicos:
Me ha tocado en suerte, pronunciar mi
primer discurso académico para recibir en nuestra Corporación al laureado poeta
Santiago Argüello. Difícil sería la tarea de emitir aquí un juicio crítico
cabal sobre esta personalidad, que constituye uno de nuestros más altos
prestigios literarios en la actualidad y en el tiempo. La copa de la vida de
Argüello ha sido colmada de triunfos, que han rebasado sobre las fronteras de
nuestra patria, para llevar lejos la corriente de la fama.
Hay épocas fecundas en los países para la
producción de hombres inspirados. Estas épocas pueden estar precedidas en la
historia por otras silenciosas, de desgracias, desgarramientos y de lucha. Los
unos son tiempos de abono, y los otros tiempos de cosecha. Tal la segunda mitad
del siglo pasado en Nicaragua. Primero, la época sangrienta y callada de la Guerra Nacional ,
durante la cual no se escucha un canto, parece que las aves hubiesen emigrado de
nuestras selvas. Después, sobre el sacrificio de una generación que sirvió de
abono, vino la florescencia de escritores que hicieron sonar sus instrumentos
de prosa y verso, para expresar en la lengua española los sentires, las
aspiraciones, los deseos, los anhelos, las admiraciones y las abominaciones de
la compleja alma nicaragüense, mezcla de castellana e indígena.
Entre estos escritores se destacan como dos
flores mecidas por la brisa de la poesía, Rubén Darío y Santiago Argüello. Hay
muchas semejanzas y también mucha diferencia entre estos dos cantores de nuestra
fauna poética. Ambos fueron precoces. Poetas niños. En sus infancias, los dos
figuraron como pequeños príncipes que recorrían entre aplausos la ciudad
patriarcal y colonial de León: juguetes encantadores de aquella sociedad, que
les mostraba al forastero como prodigios, y ponía en ellos sus complacencias,
escuchando sus iniciaciones musicales y las bellas ocurrencias de sus númenes
ineducados todavía.
Eminencia en las letras hispanas es la poesía
de Rubén Darío. Dificilísimo es para un cantor, cualquiera que sea su voz y su
trino, cantar a dúo con el que llevaba una guzla en la garganta. Sin
embargo, Argüello lo hizo sin deslucir. En la poesía del hogar tiene Argüello
cuerdas más delicadas. Darío no tuvo paladar para esas mieles. En fabricar su
propia personalidad, en edificar el yo inteligente y activo, productivo para la
sociedad en que se ha de vivir, nuestro Darío era un inepto, y Argüello le
aventaja en puntos.
Se dice que para el arte hay naturalezas
expansivas, que tienden a saltar fuera de sí, derramarse espontáneamente en
oraciones artísticas; naturalezas encontradas, que acaparan conocimientos e
ideas para embellecerse ellas mismas; y naturalezas armónicas que llevan en el
ánimo la ponderación de las otras tendencias, y primero se perfeccionan, para
darse después al público.
Darío fue una naturaleza expansiva. Su
imperativo artístico desde muy temprano le habló claro y le dijo: tu eres
cosa leve, alada y sagrada, que traes los cantos de los huertos y de los
vegetales, las musas. Pájaro inquieto, alzó el vuelo temprano, ensanchó su
personalidad diluyéndola, y se perdió para Nicaragua al generalizarse, al
humanizarse, haciéndose mundial.
En cambio, Argüello siguió su proceso de formación
equilibrando las dos naturalezas, expansiva y concentrada. Edificó su propia
personalidad y hasta que se sintió en la plenitud de una naturaleza armónica,
alzó el vuelo hacia otras regiones.
Sólo un hombre bien formado puede resistir, sin
mengua de su propio ser, sucesivas aclimataciones ideales. Argüello prosiguió
esas aclimataciones, sin romper el hilo tenue, pero vibrante que el ataba a su
origen; y por eso sin dejar de remontarse alto en el espacio, nunca ha dejado
de ser, como dejó de ser Darío, un continental, un americano, y reconcentrada
más su personalidad, un nicaragüense.
A los hombres que forjan de esa manera su
personalidad no les habla el imperativo vocacional en la mañana de la vida y en
voces claras, y tienen por consiguiente que probar muchas sendas antes de
decidirse por el camino definitivo. Argüello anda y desanda en su juventud
sobre tierras diversas. Recorre un trecho en la abogacía y regresa hastiado. Se
adentra en el bosque de la política y se vuelve; y por último se ha lanzado con
gallardía a las aguas corrientes y sonoras de la oratoria.
No puedo olvidar en esta ocasión, aunque con el
recuerdo cause molestia al egregio poeta, que mi primer conocimiento personal
con él, lo hice en ese campo accidentado de la política, de que parece
abominar. De Argüello son estas palabras, que copio de su último libro “Letras
Apostólicas”: “La política tiene encrucijadas que el corazón de la belleza no
trajina jamás. La belleza es amor con buche de jilguero; la política es hambre
con garra de milano”.
La política no es tan solo esa fea pasión
delineada por el poeta. Es también ejercicio de la inteligencia, actividad
mental, arte elevado. Bien pudo haber permanecido el poeta en ese terreno sin
rasgar sus vestiduras de aristócrata del pensamiento; siempre, como me le decía
en amistosas charlas tenidas en Tegucigalpa el año de 1921, cuando nos
encontramos en un recodo del camino de la política centroamericana y en plena
vía de la amistad, y como lo expresa en su mencionado libro “Letras Apostólicas”
siempre “que no se alucine con esas igualdades absurdas, virus gangrenoso de
las democracias, que, lo mismo en los hombres que en la naturaleza, no saben
distinguir entre una planicie y una cumbre, entre un Cuasimodo y un Narciso, o
entre un sargentón y un Alejandro”.
La política es arte difícil. Arte creador y
arte ordenador. Para ser fructífera la política, tiene que ser obra de artistas y de inspirados, y por eso decae
cuando apartan de ella las manos, los artistas, Waldo Frank en su “Primer
Mensaje a la América
Hispana ”, expresa esta idea: “América tiene que ser creada
por los artistas. Quiero decir artistas de todo orden: artistas del pensamiento
y de la palabra, de la arquitectura de las formas plásticas, de la música; y
también artistas de la ley, de la concordia y de la acción”.
Argüello sintió el ansia de cumplir esa misión
de los artistas expresados por Waldo Frank, para edificar nuestra América;
sintió la brasa del entusiasmo en su naturaleza harmónica (sic), y para ponerla
en mayor actividad abrazó resueltamente el arte de la oratoria. Para ello no
necesitó salir del reino de la poesía porque poetas y oradores se dan las
manos. Para ambos la imaginación es el elemento primordial de sus
construcciones. El poeta y el orador espigan en los mismos dorados trigales de
la fantasía y recogen sus flores en los jardines de la espontaneidad. El pueblo
expresa de manera precisa, como sólo él sabe fijar los conceptos, el de esa
identificación del arte del poeta y el arte del orador, cuando dice de ambos, que
nacen y no se hacen. Sólo se diferencia el uno y el otro, en que en los vuelos
de la imaginación el poeta se desprende del suelo y va más suelto y más libre,
mientras que el orador debe permanecer atado por los hilos sutiles, pero
irrompibles, a las realidades.
Regresa Argüello triunfante de su éxodo por
todo el continente, poeta y orador, con su mochila rebosante de argentada
pedrería; enriquecidos en ideas y conocimientos, convertido en ave viajera que
va de paso, cautivando y enseñando. Sólo por esa ausencia de Argüello se puede
explicar que no haya sido de los primeros en ocupar asiento en nuestra
Academia, que sin él, se sentía incompleta. Hoy le tenemos ya para prestigio
del Instituto; y la acabamos de ver, siempre gallardo y aristócrata, pedir plaza
con su elocuente palabra de orador y abrir la puerta con mano maestra.
Todavía este respetable auditorio ha de estar
deslumbrado, por las luminosas imágenes y encantado por la música de las frases
del discurso del nuevo académico, cuando ha de despertarle de su arrobamiento
mi voz fría y desapacible, que pregunta, ¿podría ser la estética base de toda
educación? La teoría de Herbart es la primera en confundir la ética y la
estética. Schiller, poeta como Argüello, fía al buen gusto el inocular en la juventud
la veneración hacia las ideas morales. En cambio, Jacques Maritain, filósofo moderno, en sus
“Diálogos”, dice: “Los poetas se quejan de los moralistas. Ellos confunden
constantemente el arte y la moral, con detrimento de los dos. La confusión de
los valores estéticos y de los valores éticos, es una de las calamidades de
nuestra época”.
Para entrar en el comentario de la materia
con que tanta denosura ha desarrollado
nuestro poeta, principio por preguntarme: ¿qué es la belleza? Argüello dice en
su discurso: “Lo bello es el más fino de los goces y el que hace que revienten
las flores en el opaco corazón de los hombres”. Sobre esta definición está
sentada la tesis, en el discurso, de que no puede haber más preparación
educativa que aquella que decididamente nos hacia lo bello. La tendencia ética
y la tendencia estética como tendencias espirituales, coinciden en que ambas
deben estar determinadas por el desinterés. Esta circunstancia común hace que
sean confundidas en las tesis de los poetas. Pero filosóficamente la ética es
una tendencia esencialmente práctica, mientras que la estética es puramente
especulativa. Cuando mi alma aprueba, por un proceso ético, cierta belleza
moral, esa aprobación se resuelve en un impulso que me mueve a practicar la
virtud que corresponde tal belleza. En cambio, cuando yo apruebo una belleza
por un proceso puramente estético, mi alma se detiene en lo emotivo y
contemplativo, y sólo es movida para alabar dicha belleza.
Si tomamos la estética como base de toda
educación, si para formar el espíritu del hombre lo hemos de vaciar, por
decirlo así, en los moldes de la belleza, cabe insistir en la definición de lo
bello, a la cual no se ha llegado de una manera precisa, a pesar de haber sido
objeto de disquisiciones filosóficas desde la más remota antigüedad. Menéndez y
Pelayo, en su admirable “Historia de la ideas estéticas en España”, copia uno
de los diálogos que Xenofonte escribe en sus “Recuerdos socráticos”, y en el
cual se plantea graciosamente la dificultad de fijar el concepto de belleza.
“ ¿Qué es la hermosura? ---Pregunta Aristipo.
---
Muchas cosas, ---responde Sócrates
--- Pero son cosas semejantes entre sí?
---Algunas son muy semejantes.
--- Y cómo puede ser bello lo que difiere tanto
de otra cosa bella?
---Llamo hermoso y bueno todo lo que es acomado
a su fin”.
Como en los tiempos de Grecia continúa hoy sin
fijar el concepto de lo bello, porque lo que es hermoso para una cosa puede ser
fea para otra, o como, decía el mismo Sócrates, lo que es hermoso en la
carrera resulta feo en la palestra, la casa que es buena para el invierno es
mala para el verano. Para nosotros los cristianos la belleza absoluta solo
ha residido en la tierra en el Verbo Encarnado, que al decir de Menéndez y
Pelayo, “aún que no vino a enseñar estética, presentó en su persona y en la
unión de sus dos naturalezas, el prototipo más alto de la hermosura, y el
objeto más adecuado del amor, lazo entre los cielos y la tierra”.
Solo en El se exhibe la belleza por todas las
fases y sin contradicciones, solo de El se puede decir en verdad que es belleza
por dondequiera que se le mire; o como de manera elocuentísima se expresa San
Agustín: “Es hermoso como el Verbo de Dios, hermoso en el vientre de la Virgen , hermoso en la
tierra, hermoso en los milagros, hermoso en los azotes, hermoso invitando a la
vida, hermoso cuidando de la muerte, hermoso al recobrarla, hermoso en el
madero de la cruz, hermoso en el sepulcro, hermoso en el cielo”:
Con la indecisión del concepto de lo bello
resultaría difícil sentar toda educación sobre la base de la estética; pero en
cambio es indudable que es ella uno de los más eficaces coadyuvantes para
preparar el espíritu y educar al hombre. Nuestro poeta dice: “Dios es la
felicidad y es muy cierto, pero para llegar a esa felicidad el hombre necesita
muchas veces recorrer un camino de amargura, una vía dolorosa y en ese dolor
reside también la belleza. La disciplina del sufrimiento de eminentemente
educativa. La lágrima ante la muerte ajena es tan diamante como la gota de agua
sobre la flor. Ese Verbo Encarnado, causa y efecto de hermosura, lloró también
ante la tumba de un amigo, ante el sepulcro de Lázaro.
No se puede negar la influencia poderosa de la
estética en la educación. Las buenas formas en la sociedad, que tan felices
resultados producen para el bien vivir, que es parte de la felicidad,
pertenecen a los dominios de la estética. Indudablemente un hombre bien
educado, de finas maneras, de exquisito porte, es más apto para emanar la dicha
hacia los que viven bajo su influencia, que el ordinario y grosero, que suele
alterar con sus brusquedades el concierto de las buenas relaciones. Se cuenta
de San Francisco de Sales, que en la soledad oscura y silenciosa de su celda de
fraile, practicaba los buenos modales como si estuviese en un salón. Se
disciplinaba con elegancia, andaba acompasado, comía con finura. Otro de los
frailes le preguntó sorprendido y criticón:
--Por qué usted, Padre, en su celda, come
y se mueve comedido y remilgado, como si
fuera un duque en presencia de un Rey?
--Porque estoy siempre en presencia de Dios;
contestó el Santo.
Pero cuando la estética salta de su categoría
de auxiliar valioso, a la base primera de la educación, viene el peligro de que
los jóvenes caigan en el dilentantismo, que encierra el individualismo dentro
de la torre de marfil agudiza las naturalezas concentradas y hace que el hombre
sabio no sea útil a sus semejantes. Además, robustece demasiado el orgullo y
lleva a la persona a creerse un Dios sobre la tierra, capaz de darse la ley a
si mismo, o entienda y goce la belleza a su modo.
A este respecto dice Argüello: “Poner en
capacidad de leer belleza en el libro de la vida es educar. Milton leyó belleza
en la poesía; en la estatuaria Miguel Ángel Galileo en la ciencia; San
Francisco de Asís en el amor.
Pero yo agrego que también Tomás Quincey leyó
belleza en el delito, y escribió su libro perverso y perturbador: “La estética
del crimen”.
Nuestro poeta en la balanza finísima de su
psicología, no puede menos de notar el desequilibrio que se produce al intentar
poner a la estética como único contrapeso regulador de la medida del alma, y
exclama: “El conocimiento es la estética en la inteligencia y el amor es la
estética del corazón”:
El amor es un regulador más eficaz que la
belleza para el equilibrio de las potencias del espíritu. Platón decía: “Yo
nada sé fuera de una exigua disciplina de amor”: Cuando Argüello balancea la
belleza y el amor, se aproxima al ideal cristiano y sólo falta para empaparse
de él, declarar como Jacques Maritain; que “para escoger el corazón como
emblema hay que consagrarse al único corazón que no miente, y ese está coronado
de espinas”.
Poniendo como base de la educación el
ideal cristiano se pone a los jóvenes en la senda de la virtud, que es mejor
que la de la belleza, no de la ética, cuyo imperio es más rico que el de la
estética. Insisto en el término de la
estética reducido a un poderoso auxiliar en la educación. El poeta nos dijo en
su discurso que hay que principiar por el amor a la limpieza. Está bien. Pero
sobre la limpieza está la virtud. Lo limpio es blanco, lo virtuoso es cándido.
Trataré de explicar mi pensamiento con una comparación.
El poeta nos cuenta un bello apólogo: “El cisne
boga sobre agua cristalina. ¡Cómo derrama su elocuencia en frases de blancura
el inspirado orador! Pero el cisne fue sorprendido en la laguna por un cerdo
que le salpicaba de inmundicia. El cisne no deseaba relacionarse con el cerdo y
rehuía el contacto; y por eso, cuando se ve salpicado de lodo, muere. Nos deja
el poeta en marco de nácar el ideal de la pura belleza.
Paralela al prólogo voy a contar brevemente una
anécdota de Abraham Lincoln, que he leído en una hermosa y sentida biografía
escrita por un negro. Lincoln paseaba una tarde a caballo por el campo, cuando
observó que en una laguna fangosa pataleaba un cerdo en la desesperación de la
agonía, porque se estaba ahogando. Lincoln incontinente saltó del caballo entró
en la laguna y salvó del sufrimiento de morir ahogado al pobre animal, que
incomprensivo le salpicó de inmundicia. Una persona que vio a Lincoln acometer
tal acción, le preguntó el motivo que había movido su ánimo para tan extraña
empresa. Lincoln contestó yo no puedo ver sufrir a ningún ser vivo sin
protegerlo. El biógrafo comenta que Lincoln no consintiendo que sufriera un
cerdo, aprendió a no consentir que sufriera una raza oprimida; y por esa escala
ascendió a ser el redentor de los esclavos, una de las antorchas que iluminan
la historia de la humanidad.
El cisne rehuía el contacto con el cerdo.
Lincoln lo buscó. El cisne es la limpieza. Lincoln, la virtud cristalina. El
cisne era aseado. Lincoln sublime.
Siento no poseer sutilidad y delicadeza de
expresión para hacer percibir a mis oyentes las vibraciones que adivino en las
más delicadas cuerdas del arte de Santiago Argüello, cuya alma miro evolucionar
en el desenvolvimiento de saludable espiritualismo. Su ascenso hacia el ideal
cristiano está en marcha. Jacques Maritain en sus mencionados “Diálogos” al
hablar de la conversión religiosa de Oscar Wilde, realizada en hora postrera,
dice: El sacerdote llegó a tiempo para salvar su alma, pero llegó tarde para
salvar su arte. El arte está encerrado en el tiempo; para él no existe
misericordia in extremis”:
Igual cosa se puede decir de nuestro Darío,
para quien la absolución cristiana llegó cuando su lira sublime había terminado
de vibrar en toques bellísimos, pero muchos de ellos paganos y sensuales.
Quisiera tener yo aliento poderoso para aupar a
Argüello en ese ascenso decidido y espiritual. Deseara el soplo de un profeta
para hacerlo lograr pronto la cumbre; para que divisando desde esa altura el
paisaje de su propia poesía, deje volar su pájaro mágico resueltamente,
tempranamente, hacia el único corazón que no engaña, hacia el corazón que está
coronado de espinas.
Nuestro poeta salvará su arte.
HE DICHO.
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