Liminar de Eduardo Pérez-Valle h.: -A propósito de la estatua que en uno de los patios del Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica rinde homenaje al Capitán (De espada y conquista) Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés. El 22 de marzo de 2012, el sociólogo Martín Saballos Ramírez escribió un artículo sobre Oviedo y Valdés, y por ese medio conocimos que algunos miembros asociados al INCH., en Asamblea o reunión de la asociación celebrada para aquellas fechas, solicitaron que la estatua de Oviedo ocupara mejor sitio que el actual rincón, trasero, que ocupa en esa Sede; situación atribuida al trasladado momentáneo por la remodelación a la que fueron sometidas las instalaciones. La enorme estatua del Conquistador sigue en pie dentro del INCH., y quizás, en algún momento, solapados impulsos quieran darle paso a la infortunada petición. Hemos valorado traer, de nuevo este tema,, colocarlo en la palestra pública, porque el principal "rincón" que debe ocupar Oviedo y Valdés, está en la "construcción" de los hechos innegables, de donde no escapa; propios de los horrendos crímenes de la Historia humana. Conozcamos esos apuntalamientos opuestos:
DON CHALO ESTÁ
ARRINCONADO En: La Prensa , martes 20 de marzo 2012
Por: Martín Saballos Ramírez
“Don Chalo está arrinconado, ¿quién lo
desarrinconará?, quien lo desarrinconare, buen desarrinconador será”. Con esta
retahíla me estoy refiriendo a quien, por un tiempo, fue vecino de León, el muy
ilustre cronista real Gonzalo Fernández de Oviedo y no es que me la doy de
confianzudo, pero si el señor fue vecino de una ciudad nicaragüense, pues Chalo
será, ya que así en mi barrio todos llamamos al vecino Gonzalo.
Este don Gonzalo Fernández, Oviedo, como acostumbran
llamarlo los historiadores, aparte de ser uno de los primeros vecinos asentados
en León, creo que puede considerarse el precursor de los naturalistas en
Nicaragua, ya que despuntó en describir con espíritu científico nuestros
frutos, árboles y animales, difundir en dibujos maravillas geológicas de
Nicaragua, como los volcanes (célebres sus dibujos del Masaya y del Momotombo),
precursor también de los antropólogos y sociólogos al detallar y dejar
testimonio gráfico de las apariencias físicas, vestuarios, hábitos, creencias y
organización social de los habitantes del territorio nacional, así como de la
arquitectura de sus viviendas. “Observó con ojo omnipresente y agudo, y escuchó
con oído siempre atento, hechos y dichos. De ahí la gran calidad de su
testimonio”, expresa de don Chalo el doctor Eduardo Pérez Valle.
Cierto que vino a estas tierras en busca de fama y
fortuna, natural aspiración humana, y que siendo buen hijo de su siglo lo hizo
como conquistador. No dejaba el hombre de tener agallas, ya que cuando sus
intereses chocaron fue capaz de enfrentarse al mismísimo Pedrarias; hay que
decir que ambos no dejaron de respetarse, al reconocerse como personas de
influencias en la Corte
de España. Oviedo estuvo al servicio del Rey, al igual que Fray Bartolomé de
las Casas, que en esa época no podía concebirse otra forma de ser. También fue
imperialista y guerreó en la conquista de territorios, tanto en Europa como en
América. ¿Pero había algún pueblo en el siglo XVI que no se considerara con
derecho a hacerlo? Conquistaban y esclavizaban todos: europeos, árabes, hindúes
y chinos, así como los aztecas y los incas. Nicarao, Diriangén y Agateyte
también.
Señalo esto porque pienso que su dimensión de
conquistador, algo inherente a su época, no le disminuyen sus innegables
cualidades como cronista y naturalista, méritos que lo califican suficiente
para ocupar un lugar señero en la cultura nacional. Entiendo que en
reconocimiento a ello fue que la adusta escultura representándolo estuvo
colocada presidiendo el ingreso al antiguo edificio sede del Instituto de
Cultura Hispánica en Managua (INCH). Resulta que al remodelar el edificio, la
escultura fue removida y arrinconada al mero fondo del patio. En las dos
últimas asambleas generales de miembros asociados del INCH, muchos debatieron y
pidieron reubicarlo en un sitio destacado, acorde a los méritos de don Chalo.
Como asociado al INCH me sumo al clamor.
Las juntas directivas del INCH en los períodos
señalados han realizado una excelente labor de promoción cultural, tanto en su
sede de Managua como en las filiales departamentales, lo que es reconocido por
los asociados, por las instituciones cooperantes, los medios de comunicación y
también el Estado nicaragüense, al asignarle una modesta partida
presupuestaria. Méritos ganados.
Resulta que en una de las últimas actividades de
presentación de un libro, un joven trabajador de una empresa patrocinante,
seguro que al ver la escultura a la par de las mesas del servicio colocó en su
brazo extendido un cartel publicitario de embutidos. Quizá este sería el último
pendón que don Chalo, autor del heráldico Libro del Blasón, escrito en León,
habría imaginado que luciría.
¿Quién desarrinconará a don Chalo?
El autor es
sociólogo
EL CASO DEL
CRONISTA FERNÁNDEZ DE OVIEDO *
(Los puntos sobre las íes).
Por: Dr. Eduardo Pérez-Valle.
Hemos estado oyendo con insistencia una retahíla de
alabanzas concebidas al azar y repetidas al tanteo, para el notable cronista de
los primeros años de la
Colonia , el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés,
autor de la Historia General
y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, donde dedica
muchas páginas a Nicaragua.
Todo estaría bien, si a Oviedo solo se lo citara como
cronista notable. Desde este punto de vista su obra es de un valor
incalculable. Lo malo está en los piropos. Si es arriesgado tributar alabanzas
a gente de la actualidad, de la que conocemos y tratamos diariamente, ¿cómo no
puede serlo el referirlas a personas de aquellos siglos tan oscuros, en que
toda la humanidad se debatía en las tinieblas, aunque se pretendiese lo
contrario? El propio padre Las Casas, tan amante de los indios, sufrió un
tremendo descalabro al aceptar para los negros la esclavitud que no quería para
los indios. Es que los negros son más fuertes y resistentes –decía--, lo que
equivalía a considerar que habían sido señalados por la Naturaleza , por Dios,
para sufrir aquel horrible destino.
Pero retomando el hilo de nuestro asunto, ¿qué pasa
con Oviedo?
En 1513 Oviedo es nombrado veedor de Castilla del Oro.
Viene también como teniente de las diversas escribanías detentadas por el
Secretario del Consejo de Indias, Lope Conchillos, a saber: la de minas; del
crimen y juzgado; y el oficio del hierro de los esclavos.
Forma parte de la expedición de Pedrarias, que sale de
la Península
y llega al Darién en 1514. Vasco Núñez de Balboa, descubridor del Pacífico, es
privado de toda autoridad en Santa María la Antigua del Darién, y sometido a un doble proceso
de que resulta su decapitación en la plaza de Acta.
Oviedo despliega gran actividad y en corto tiempo
logra buenas ganancias. En 10 meses se herraron más de 2.000 esclavos, por cada
uno de los cuales el veedor cobraba un tomín de oro.
Oviedo vuelve al Darién en 1519, confirmado en el
cargo de veedor y con nombramiento de regidor perpetuo de Santa María. Después
se le encarga el cobro de los bienes de Vasco Núñez, que se calculaban en
100.000 pesos.
Pero se han concretado dos bandos de intereses
contrarios, y las pasiones hierven solapadamente, bajo una aparente concordia.
Oviedo es víctima de un atentado en que poco deja la vida en la punta de un
cuchillo, por lo que hubo de abandonar furtivamente tierra firme y marcharse a
España.
Allá le nombran gobernador de Cartagena.
Oviedo vuelve a América en compañía del nuevo
gobernador de Castilla del Oro, Pedro de los Ríos, en agosto de 1526. En Panamá
no encuentran a Pedrarias, quien desde enero había marchado a Nicaragua, al
castigo de su teniente Francisco Hernández, quien dizque se había alzado con la
provincia. No fue sino hasta en enero del siguiente año que Pedrarias se
sometió al juez de residencia Salmerón: y Oviedo pudo presentar sus demandas,
que ascendían a cerca de 8.000 pesos. Pero Salmerón no lo acuerpó, como
esperaba, y hubo de acordarse con Pedrarias por mucha menor cantidad. Este
fracaso económico cortó sus alas en relación a la empresa de colonización de
Cartagena. Renunció a lo gobernación y partió a Nicaragua, donde su pariente
López de Salcedo, con derecho o sin él, ejercía de gobernador.
A finales de 1527 llega Fernández de Oviedo a
Nicaragua. El Cabildo de León, previo examen de los títulos presentados había
reconocido a Diego López de Salcedo, como gobernador, frente a la pretensión de
Pedro de los Ríos, aquel ambicioso gobernador de Castilla del Oro, que había
hecho reconocer en Granada.
Salcedo había ingresado a Nicaragua trayendo en
cadenas a veintidós caciques de Honduras y trescientos indios portadores de
impedimenta y mercancías que había adquirido en La Española y se proponía
vender en el país. Como uno de sus primeros actos de gobierno, mañosamente
emprendió la reforma del repartimiento de indios, con propósito de favorecer
largamente a más de cien hidalgos de su compañía, en menoscabo de los amigos de
Pedrarias. Con los cambios efectuados se perdieron las cementeras y se
suspendió la explotación de las minas.
Cuando Oviedo llegó a Nicaragua, se puso de inmediato
al servicio del gobernador, su pariente político, pues era casado con una prima
hermana de su mujer.
Oviedo no pierde tiempo para ejercitar el comercio.
Vende a la iglesia de León, por 222 pesos de oro, varios objetos para el culto.
Adquirió tan buena casa, que después pudo venderla en 250 pesos. Debió servir
de maravilla a Diego López en la venta de las mercaderías que había traído para
negociar. Entretanto había obtenido en el nuevo repartimiento de indios la
encomienda del cacique Momotombo, ubicado a menos de un cuarto de legua de
León.
Durante el año y medio que permaneció en Nicaragua, el
capitán Oviedo y Valdés se desempeñó ampliamente como comerciante, político,
escribano, contador, consejero; y sobre todo como insoslayable inquisidor
acerca de la flora, la fauna y la naturaleza toda del país, así como de las
gentes que lo habitaban, indios y españoles, cristianos y gentiles; observó con
ojo omnipresente y agudo, y escuchó con
oído siempre atento, hechos y dichos. De ahí la gran calidad de su testimonio.
Por su fidelidad para con su deudo López de Salcedo, sufrió en la fortaleza de
León, la prisión decretada por Estete. Pero quizás su ejecutoria más notable
sea su actuación, altanera y desafiante, vis a vis del poder omnímodo y artero
de Pedrarias, escudado sin duda en su condición de “persona de mucha confianza
y criado de su Majestad”, que el mismo Arias Dávila reconocía.
Exasperada por la violencia conquistadora, a la
segunda llegada de Pedrarias gran parte de la población indígena se hallaba en
pie de guerra en Nicaragua. Una gran mayoría se había acogido a las montañas,
abandonado las labores de las minas y la agricultura. En consecuencia, no había
más oro ni qué comer, a partir de 1528. Pero quedaban los indios, para echarles
mano y venderlos como esclavos. El gran mercado era Panamá, de donde se
distribuían en las islas y el Perú,
examinados como tales “y justamente herrados en la cara con el hierro real”, ha
de puntualizar hipócritamente Pedrarias, mientras pretende que se haga una
excepción de las prohibiciones vigentes del comercio de esclavos, con miras a
que “los pobladores destas partes se remedien y la dicha Panamá asimismo”.
En el inicuo negocio entra Oviedo, de la mano de
Pedrarias. Se le había cedido por Salcedo la plaza del cacique Momotombo en repartimiento.
No hay noticia de que Pedrarias le haya confirmado la encomienda, pero tampoco
de que se la haya quitado. Se puede afirmar que en general a Oviedo no le fue
tan mal con Pedrarias en Nicaragua.
Lo cierto es que, vendida su casa de León al mismo
Pedrarias, que la adquiere para alojamiento del esperado licenciado Castañeda
se traslada al puerto de la Posesión. Allí
permanece durante quince días o más, esperando “tiempos” para ir a Panamá, en
compañía de dos pilotos (muy probablemente Bartolomé Ruiz y Juan Cabezas).
Cuando por fin embarca en el navío Santiago, cuyo
maestre era Juan Cabezas o Juan de Grado (“hidalgo asturiano, buen piloto”),
lleva consigo “setenta e tantas personas registradas y con licencia”, de su
propiedad y del padre Lorenzo Martín, canónigo, viejo amigo, para el mercado en
Panamá. En el navío van también más de cien indios libres o esclavos que se
sacan sin registrar, y españoles que se fugan, algunos de ellos deudores.
Cabezas intentó varias veces hacerse a la mar, pero lo
vientos contrarios lo impidieron. En una de las recaladas las autoridades
quisieron detenerlo, pero en vano. Y Oviedo, cansado de tanto esperar los
“tiempos” que nunca llegaban, decidió abandonar Nicaragua por la vía de Nicoya.
Los setenta y tantos esclavos quedaron hacinados en el navío, a cargo del
canónigo. Oviedo se traslada a León, donde el 22 de julio rinde testimonio en
la información que sobre el caso del Santiago levanta el licenciado Castañeda
(que por fin ha llegado). En el se muestra preocupado por el inexacto juicio
del maestre, quien decía que entre Oviedo y el padre Martín llevaban “tantas
personas como todo el restante del navío”, y a él le parecía que eran muchos
más que los que se iban a registrar.
El 7 de agosto, en los llanos de Nicoya, después de la
sierra de Orosí, encuentra un encimar de bellotas. Por la noche va a dormir
junto al río de los Murciélagos, que corre entre barrancas cerradas de
arboleda. Los veinte indios de Nicaragua que por amistad le llevan la ropa, con
gran alegría comen sapos y alacranes asados. Se encuentran a legua y media del
río grande llamado Marinia.
Por fin aparece el navío que lo llevará a Panamá, el
de Juan Cabezas, siempre asaltado por vientos contrarios. Llegan en él el padre
Martín (con los esclavos, ¡Claro está!); y el hidalgo Sancho de Tudela (también
con los suyos, a excepción de treinta “personas” que tuvo que dejar en tierra
por falta de espacio en la embarcación). Esta vez aunque fuese en aquel mal
navío, más bien una carabela rasa, descubierta al sol y a las lluvias, y
padeciendo persistentes cuartanas, pudo Fernández de Oviedo reintegrarse a
Panamá.
Vemos pues, que Oviedo como humano y como casi todos
los españoles de aquella época, deja mucho que desear al distinguirse
notoriamente como tratante habilidoso de toda clase de mercancía, incluidos los
infelices indios; como tal, fue un detractor acérrimo del padre Las Casas y de
su postura en defensa de los naturales.
En una ocasión vino de España una estatua de Oviedo,
para ser erigida en sitio público, en buen lugar de Managua, pera que el pueblo
reconociera a aquel grande hombre y le rindiera homenaje. Pero yo me acordé de
su exagerada actividad mercantilista y de aquellas “setenta e tantas personas”
llevadas en cadenas de Nicaragua, hacinadas en el fondo de un navío, para ser
vendidas como animales en Panamá ¡Cómo! –pensé de inmediato— ¡Este mamarracho
tendrá su monumento, para que el pueblo de Nicaragua le brinde sus respetos!
¿Cómo va a ser posible? Me puse al habla con las personas conectadas, les
expliqué la situación y les expuse mi opinión y se acabó el monumento.
Ahora por la
TV y la
Lotería me he dado cuenta de que Oviedo anda en el Santiago.
No sé si lo acompaña algún letrero de esos exagerados, llenos de patrañas y
boberías, que tanto se acostumbran. Por eso me sentí obligado a publicar esta
colaboración, para poner los puntos sobre las íes, en nombre de aquellas
“setenta e tantas personas” y que el capitán Fernández de Oviedo y Valdés, me
perdone, sobre todo si a él, con el paso de los siglos, ya le perdonaron su
espeluznante barbaridad, tan bien cimentada en su salvajismo cristiano.
* En: El Nuevo Diario, jueves 21 de Octubre de 1982.
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