EN EL MANAGUA DE
1907: CUATRO ESTUDIANTES TOMAN SOPA DE FRIJOLES CON RUBÉN DARÍO. Por Juan García Castillo. En: El
Centroamericano. 20 de junio de 1967.
** La especialidad de la cantina
** Restaurante de la Mercedes Parada
Creo haberme referido en una de estas crónicas a un
establecimiento de cantina y restaurante que hubo en esta capital en la primera
década del siglo nuevo. Era el de la Mercedes Martínez
Parada. Estaba instalado en la misma casa, donde después fue la funeraria de
Chano Jirón, frente a “La
Panchota ”, en el barrio San Antonio.
Cerca de allí, unas cuadras al occidente, está la casa
que perteneció a don Félix Pedro Zelaya R., una de las residencias más
elegantes de antaño. En ella hospedó, como se sabe, en 1907, Rubén Darío, en su
glorioso retorno a la patria. Ocupaba las dos últimas piezas en el lado
oriental.
En esos días, una noche, andaban “parrandeando” cuatro
jóvenes managüenses, todos estudiantes de los últimos años de bachillerato en
el inolvidable Instituto Nacional Central. Eran: Juan Estrada Mayorga, Terencio
García, Francisco Guerrero y Gustavo M.
Uriarte.
Un poco “encalichados”, llegaron a eso de las diez de
la noche donde la Parada. Era
necesario rematar la jornada con una magnífica sopa de frijoles, una de las
especialidades de la casa. Había que ver aquella sopa con cuatro huevos dentro
y rociada con “polvito de queso”. Si a esto se le añadían varios aguacates
chinandeganos, la cosa era de chuparse el dedo.
Como aperitivo, Estrada Mayorga y compañeros, pidieron
unas copas de aguardiente, en cuyo bordes, el clásico cordón, contribuía a
poner de manifiesto la buena calidad del licor.
La charla tomaba matices más animados después de cada
copa apurada. De pronto, alguien pronunció un nombre: Rubén Darío.
A la mención se asoció la cercanía de la residencia
del poeta y todos al unísono dijeron: “Vamos a invitarlo para que venga a
tomarse una sopa de frijoles con nosotros”.
Y salieron hacia el Occidente, no sin antes decir a la
dueña del establecimiento, “vaya alistando otro servicio, que vamos a traer a
Rubén Darío para que comparta con nosotros el pan y el vino de esta noche”.
La dueña de la cantina no creyó. Se trataba de unos
pobres estudiantes que ya con sus traguitos querían lo imposible.
Pero Estrada Mayorga, García Guerrero y Uriarte,
salieron jubilosos, hacia la residencia de Rubén. Llegaron al gran zaguán de la
casa, situado en el lado norte, al final. Había una iluminación a giorno.
--Queremos ver al Poeta, dijeron los visitantes.
--En aquella pieza está, contestó un adormilado
portero.
Eran las once de la noche y posiblemente la familia
Zelaya dormía profundamente. En aquellos tiempos, los managuas se acostaban a
las nueve, a las diez a más tardar. Había que mañanear.
Darío estaba escribiendo en una mesa. Vestía de
blanco, con una blusa, como las guayaberas de hoy, pero con el cuello alto y
totalmente cerrado.
Entusiasmados los invitantes, se fueron al grano:
“Poeta, queremos que nos acompañe a tomar una sopa de frijoles, allí nomás,
donde la Mercedes Parada ,
con unos aguacates chinandeganos que son ricos”.
Darío, devoto de lo bohemio y de lo raro, aunque
taciturno, tomando el magnífico sombrero de jipijapa, se lo puso y dijo:
--Vamos--.
Fue una gran sorpresa para la Mercedes Parada , ver que los
muchachos llegaban con Rubén. Ella creía que la indicación que le habían hecho
era “cosas de picados”. Presurosa, la dueña procedió a instalar una mesa, con
los mejores manteles y vajilla, lo que usaba para los grandes banquetes. Hasta
ordenó que cortaran varias rosas para ponerlas en los floreros.
¡No cabía de gozo la Mercedes Parada ! Que Rubén
llegara a su establecimiento y supiera de su sopa de frijoles. Eso pasaría a la
historia.
Al oído se lo decían los anfitriones, quienes como
iniciación del obsequio, ordenaron un litro de aguardiente puro. Unos aguacates
incitantes con su pulpa, invitaba a comerlos. Rubén sonreía, plácido, pero no
decía palabra. Uno de los obsequiantes comenzó diciendo: “Recuerdas que querías
ser Margarita Gautier”. El poeta sólo oía.
Le pidieron varias veces que recitara, pero se excusó.
El estaba en lo que estaba: gustando de aquella sopa de frijoles, con huevos y
polvito de queso y aquellos aguacates. Goloso, consumía la fruta, a quien años
más tarde, el sabio doctor Modesto Barrios, calificara como la “fruta
calumniada”.
Las horas pasaron. Se oyeron los primeros cantos de
los gallos. Era la madrugada. Los anfitriones fueron a dejar al poeta hasta su
casa, todos ellos parlanchines, recitando versos. Rubén, melancólico siempre,
muy pocas palabras dijo.
Los cuatro estudiantes estaban tan contentos que no
recordaron volver donde la Mercedes Parada
a pagar. Dicen que llegaron al siguiente día. Pero cuentan personas que
frecuentaban esa cantina, que la dueña no quiso aceptar pago alguno.
--No, dijo, es obsequio mío, al gran poeta.
Y así fue como cuatro estudiantes de secundaria una
noche tomaron sopa de frijoles con aguacate con Rubén Darío, en el año de 1907,
en el Managua aldeano.
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