martes, 4 de diciembre de 2018

EL TABERNERO Por: Gratus Halftermeyer

DON GRATUS HALFTERMEYER

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EL TABERNERO

(Para los Obreros)
I

         Existe en la especie humana un ente despreciable y malévolo, de una idiosincrasia muy  suya: egoísta, ambicioso, ruin, avaro, mediocre en el trato, falso, hipócrita y por añadidura rufián, último eslabón que él mismo se ha añadido en esa cadena de ignominias, que ostenta su persona, por interés de bolsillo.

         Ese bello ejemplar de la familia zoológica es el tabernero.

         Por lo regular es joven, de buenas aptitudes para ser útil a la humanidad, si él quisiera y tuviera una partícula  de civismo en su espíritu; pero un mercantilismo mezquino y degradante lo ha inclinado al vil servicio de una taberna, con el aditamento de un prostíbulo, del cual es maestresala.

         El tabernero es un profesional de la vagancia, consentido y autorizado por una patente gubernativa, que hace un pingüe negocio, envenenando a la humanidad, en provecho de su gaveta.

         Especulador del vicio; intermediario directo de la degeneración moral y material del hombre, conductor de la maldad, patrocinador de la embriaguez habitual; fomentador de la más ridícula debilidad de que adolece la familia humana. Tal es el tabernero.

         La taberna, centro corrompido donde se incuban grandes males sociales, es el taller del tabernero.

         Allí se desgastan las energías; se dilapida el dinero que serviría para el sustento de la esposa y de los hijos, se enervan las fuerzas vitales; se atrofia el cerebro; se deja la honra y el deber, hechos girones.

El que pudo ser águila queda allí convertido en alimaña.

El tabernero ríe satisfecho de su ganancia. Agasaja con los acordes de una victrola o la sonrisa lasciva de una hetaira cómplice, al incauto que entra en esa morada del vicio.

Poco le importa la degradación moral de aquel individuo. Su lema es hacer dinero, aunque el otro ruede por el fango.

Obrero: Tú que sabes de la rudeza de la vida y  de lo que nos cuesta y vale ser honrados; tu que sabes lo que importa la falta de un átomo de luz en nuestras células cerebrales y la ausencia del valor moral, huid del tabernero, huyamos todos, ya que él es un enemigo solapado, pero efectivo, que nos brinda una falsa amistad, para ofrecernos veneno.

Convirtámonos en enemigo gratuito suyo: que las puertas de su tugurio estén vedadas para nosotros.

El tabernero es el culpable de que en nuestros hogares no haya todo lo necesario para la vida doméstica.

Seres hay en todas la generaciones que nulificaron su porvenir y quedaron inhábiles para el bien colectivo y propio, por culpa del padre, que apegado a la taberna, no se preocupó jamás de su hogar.

La taberna es el modus vivendi del tabernero, y sin éste no existiera aquella.

Obrero: el tabernero es un apestado, huyamos de él.
Es un enemigo de la Patria, pues le resta buenos hijos.
Enemigo de la sociedad: le anquilosa sus miembros.
Enemigo de la familia y de tu hogar.
Él procura tu ruina y la de los tuyos.
Ataca tu salud y embota tu intelecto.
Incapaz de favorecer a sus semejantes: su alma es un yermo              desolado.
Es indigno hasta de vuestro saludo.
Obrero: Apartaos. Apartémonos de él.

II

Tengo una vecina que fabrica dulces, caramelos y otras golosinas con cuyo negocio mantiene a su familia; pero tiene unos hijos traviesos que le merman la mercancía comiéndose los dulces cuando ella se descuida; y por eso reciben ellos diariamente una azotaina mayúscula.

El caso se repite a cada momento y nadie escarmienta; ni la señora pone a buen recaudo la golosina, ni los rapaces dejan de atracarse de confitura, hasta reventar.

¿A quién culparía más? A la vecina que no sabe prevenir la falta, o a los chicos que cumplen con la frase: “en la arca abierta el justo peca”.

Cotidianamente veo por una calle céntrica a un grupo de individuos que son llevados por la guardia, a trabajar en obras públicas, sólo porque fueron encontrados tomados de licor. Entre ellos va uno, dos o tres individuos de consideración social, dignos de otra suerte, que tienen la pena de ser tratados al igual de los desvergonzados y delincuentes.

Entonces me acuerdo de mi vecina que castiga a sus hijos, porque le pillan el dulce que ella misma le pone a mano. Ese castigo esta fuera de toda lógica.

Si no quiere ver el efecto que se quite la causa.

La Patria necesita de buenos hijos, sobrios, trabajadores honrados a todas luces. Todo eso se lograría, si se quitara ese plato de dulces que la vecina pone al alcance de sus hijos.

Nuestro pueblo es en mayoría débil de voluntad. Se deja llevar por la pasión, más si halla facilidad para ello.

A más de un individuo he oído decir: —“Yo no haré tal cosa”. Y a la vuelta de una esquina he visto a ese mismo individuo hacer lo que momentos antes aseguraba que no haría.

El criminal va primero a la taberna antes de poner en obra su plan. La pendencia, el asesinato, el robo, etc., se ha incubado en la taberna. Y de esta a la taberna no hay más que un puente. Sostenedor de ese puente es el tabernero.

El obispo Muñoz y Capurón[1], proscrito en Nicaragua, dijo que el tabernero es más pecador que el vicioso. Y yo agrego: el tabernero no es ciudadano, porque es uno de los factores de la gran suma de destrucción de la humanidad. Se enriquece o vive a costas de la ruina del prójimo; y más censurable es aún aquel tabernero que tiene un oficio honroso que pudiera desempeñar con la frente levantada.

¡Y qué bien sabe ese pan que se amasa con el sudor de la frente!

Si el destilador trocara su industria por otra de tejidos o de moler pinol, merecería el bien de la humanidad. Y si el tabernero en vez de vender aguardiente vendiera telas y pinolillo, merecería el bien de la humanidad.

En Estados Unidos es castigado severamente el individuo que se encuentra ebrio; pero antes esa gran nación le quitó el tósigo de los labios.

¿Qué derecho tiene mi vecina de castigar a sus hijos, cuando ella misma puso la maldad al alcance de sus manos?
Destruido el germen, la enfermedad desaparecería.

No combatamos al enfermo. Combatamos la enfermedad ya los que la propagan.

Porque sería un contrasentido que un médico fuera a ver a un paciente y que en vez de atacar el mal que le aqueja, se diera a la tarea de reprenderle.

* Del libro: “CARROÑA: Cuadro de Costumbres”.  Imprenta Nacional, Managua, D.N. Nicaragua. 1930. Prólogo del Dr. Modesto Barrios. Managua, 4 de Julio de 1925.




[1] Como consecuencia de las sucesivas expulsiones a mano de los regímenes liberales, Guatemala pasó sin Arzobispo residente casi 30 años: De 1871 a 1885, de 1887 a 1897, y de 1922 a 1928. El último Arzobispo víctima de estas medidas fue Mons. Luis Javier Muñoz y Capurón, expulsado del país junto a numerosos sacerdotes, el 6 de septiembre de 1922. por oponerse a las políticas del Gobierno guatemalteco. Capurón murió en el exilio en 1927, Vale recordar que en 1980, Mons. Juan Gerardi, y en contextos diferentes, se le negó su entrada al País, siendo Obispo de la Diócesis de Santa Cruz del Quiché y Presidente de la Conferencia Episcopal debiendo asilarse en otro país centroamericano.