domingo, 5 de diciembre de 2021

LA PURÍSIMA. Por Adolfo Calero Orozco. El Centroamericano, 6 de Diciembre de 1962

 

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        Nicaragua es tierra de María. Ella, por antonomasia la Virgen, la Purísima, a su vez es nuestra.

   De niños, bajo el alar solariego, aprendimos a amar la entrañablemente Bendita tradición, la que mantiene una imagen de la Reina del Cielo en los altares hogareños de toda familia que pueda  y merezca llamarse familia nica.

        De niños, cuando el corazón humano tanto necesita, si bien más lo siente que lo sabe, del cálido amor maternal, aprendimos a contemplar con arrobamiento la dulce imagen de la Madre de Dios y Madre Nuestra. Ella fue siempre uno de nosotros en la familia Cristiana, como lo quiso y expresamente lo dijo en la Cruz su Divino Hijo: allí está para sonreírnos en la hora buena, para escuchar nuestros ruegos y acompañarnos en la aflicción.

    Para ella son las mejores rosas del jardín casero, las velas encendidas y los alegres cantos de la Purísima.

    Para el aniversario de su Inmaculada Concepción se le festeja como a una cumpleañera. Los altares de la Virgen adornan, se iluminan se perfuman; la vida hogareña se exalta de regocijo filial; parientes, vecinos y amigos se asocian y entre ellos se distribuye el cargo de los nueve días de celebración con rezos, cantos y las clásica reparticiones. Refrescos, los inevitables gofios y alfajores, los limones dulces con la característica banderita de papel de color clavada airosamente en la fruta misma, con la bandeja de la repartidora se viste de alegres matices y la caña de azúcar, y los paquetes de golosinas…  todo ellos es parte importante de la “novena”, conforme las más elementales reglas de la tradición.

        Es entonces la temporada del saludo mariano, tan nicaragüense tan profundamente popular y efusivo. ¿Quién causa tanta alegría? ¡La Concepción de María!

    Diáfana alegría de la Purísima nicaragüense, emanada de la centenaria devoción hondamente arraigada en nuestro suelo, y que culmina, que estalla en la fiesta popular, colectiva, del 7 de diciembre: LA GRITERÍA. Las nutridas y ruidosas salvas a la hora del Angelus, los cohetes y petardos; luz en los altares, música, cantos y los grupos que los entonan en las calles, visitando las casas que “la gritan”; júbilo y entusiasmo de chicos y grandes: es nuestra “Gritería”.

        Y hay que ver tales altares. Desde lo más humildes hasta los más rumbosos, muestran el cariñoso empeño por honrar y reverenciar a la Madre del Inefable Amor: en los colores domina el celeste de las mañanas claras del cielo nicaragüense; entre las flores; las del madroño azules y olorosas y las del sardinillo, que semejan estallidos de oro sobre el ramaje verde, imponen la nota tropical en el homenaje a la Flor de las Flores.

        Los cantos son la expresión más viva de la filial devoción, su música tan dulce y enamorada, sus tiernas y rendidas alabanzas, sintetizan el sentimiento popular, sincero y vehemente por la Virgen María en su Inmaculada Concepción. No  son entonaciones litúrgicas ni tienen semejanza con los cantos religiosos propios para elevarse en las iglesias. Son una forma popular de alabar y glorificar a la Madre de Dios en las novenas de diciembre y el 7 por la noche se los oye en las calles cantados en coro por grupos en marcha, a pie y en vehículos, o frente a los altares, a múltiples voces de hombres, mujeres y niños.

         Y sigue las explosiones de cohetes y petardos, como un recurso de los que no pareciéndoles bastante la voz de su pecho buscaran en los estallidos de la pólvora una manera de hacer oír más y mejor la manifestación de su alborozo.

        ¿Y quién causa tanta alegría? ¡La Concepción de María! La Purísima la Madre amante y amada, la Patrona del pueblo nicaragüense. 

      ¿De cuándo data esta entrega del corazón de Nicaragua a los pies de María Santísima? No podría precisarlo; los eruditos no nos lo han hecho saber. Antes bien pareciera que todos preferimos creer que siempre ha sido así; pero en todo caso es ya cosa de siglos, lo cual, dada la cortedad de nuestra historia como pueblo españolizado y organizado, es bastante.

      Evidentemente la devoción a la Inmaculada Concepción nos vino de España y en cierto modo arranca del mismo tiempo en que los misioneros españoles bajaban de los altares americanos a los ídolos de piedra que nuestros antepasados adoraban, y los sustituían con la Cruz del Redentor.

        Pero reconozcamos, digo: proclamemos con satisfacción, que la devoción mariana halló entre nosotros campo propicio: se fincó se extendió y se generalizó. De océano a océano, de frontera a frontera, en el corazón del pueblo nicaragüense, el amor a la Virgen María halló el más rendido de sus altares.

        El nica ama a María con afección cordial y espontánea sin imposición ni rigidez. No encuentra la venerada presencia sobrecogedora o solemne, sino familiar y grata, por eso la quiere como un hijo favorecido, con amor andaluz, de pie, a brazos abiertos y alegre el rostro, feliz de poder llamarla “Madre mía”.

      Muchas décadas antes de la proclamación del Dogma, la Purísima Concepción de María era ya una arraigada devoción nicaragüense. El castillo desde cuyas torres Doña Rafaela Herrera disparó sus cañones en 1762 contra el osado pirata de allende el Atlántico, era el Castillo de la Inmaculada Concepción; y todavía cien años antes sobre el otros rumbo de Nicaragua, en 1672, el obispo Bravo y Laguna atestaba formalmente que “en el Convento de Nuestra Señora de la Concepción del Pueblo Viejo” tuvo en sus manos “un libro antiguo” donde pudo ver una información autorizada en enero de 1626 por Fray Benito Rodríguez de Baltodano, haciendo constar que la imagen de María Inmaculada venerada en dicho convento, había sido traída y donada por un religioso llamado Fray Rodrigo Sánchez Cepeda de Ávila y Ahumada, hermano de Santa Teresa de Jesús, religioso que según la tradición murió hen dicho convento y allí fue sepultado.

       Otras imágenes de María Inmaculada que se veneran en distintos lugares de Nicaragua tienen también, sino su historia, sus propias leyendas, que por muy leyendas que sean, siempre dan fe de que el culto es popular y antiguo.

        Una imagen muestra un dedito quemado, y se lo quemó una vez que detuvo una corriente de lava para salvar a su pueblo; otra llegó flotando sobre las olas del Cocibolca para que le hicieran un templo en Granada; muy natural en Nicaragua, “tierra de lagos y volcanes” como la llama Dionisio Martínez Sanz.

     De cómo pasó el culto a María Inmaculada del templo a los altares hogareños, sí, lo sabemos de ciertos:  fueron los padres de la iglesia de San Francisco, de Santiago de los Caballeros de León, a fines del siglo diez y ocho quienes observando las multitudes que asistían a la celebración de la novena de la Purísima Concepción que no cabían en el templo, optaron por distribuir imágenes entre los distintos vecindarios y recomendar que la novena fuera rezada en las casas donde pudieran levantarse y adornarse altares, con asistencia de los vecinos devotos. Corresponde pues, esta gloria a León, tierra de obispos y poetas.

    Dichosos nosotros, en nuestra América Española y Católica, de poder proclamar: Nicaragua es tierra de María. Ella por antonomasia la Virgen, la Purísima, a su vez es nuestra.

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lunes, 22 de noviembre de 2021

NICARAGUA EN ELSIGLO XIX: MUCHACHAS DE SQUIER. Traducción de Luciano Cuadra. 1964.


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GUARO, GUITARRA Y MUJERES

Ni para qué decir que esa noche no dormí acunado en el Elíseo. Y no fue tanto por culpa de la mesa en que dormí cuanto de unos arrieros que paraban en una casucha de enfrente y que con un grupo de mujeres de las bizarras del poblado, más una guitarra, dos candela de sebo y unas cuantas botellas de guaro habían montado una parranda.

Varias veces me senté a mirarlos por una ventanilla cuadrada que me quedaba sobre la mesa. Varias parejas giraban bailando en remolinos frente al hombre que tocaba la guitarra; era un tipo jaranero de banda roja a la cintura y de sombrero gacho que rasqueaba el instrumento con lunático vigor. Por los gritos y las risotadas que acompañaban algunas de las coplas deduje que allí mismo las improvisaba. Y también debía hacer en ellas referencias personales porque súbitamente la muchacha cobriza se soltó de su compañero para abalanzarse sobre el guitarrista, y quitándole el sombrero lo pateó en el suelo. En seguida se le prendió del pelo; hubo un forcejeo, una mezcolanza de risas, súplicas e improperios, y en esa se apagaron las luces y enmudeció la música. Me alegré entonces suponiendo que ese era el gran final. ¡Vana esperanza! Siguió una media hora de discusión en la que descollaba la voz de la brava guerrillera, y luego la paz quedó establecida.

A través de la ventanilla vi otra vez al guitarrista en su mismo lugar, y todo siguió como si tal cosa. Mas supongo, y con razón, que el improvisador se medía ya la lengua…

 POR CULPA DE UNA MUJER

Al acercanos vimos izar la bandera nicaragüense y los seis soldados que componían la guarnición de El Tempisque se alinearon en el corredorcito de la primera casucha. Presentaron armas e hicieron otras maniobras en cumplimiento de imperiosas órdenes del comandante. Bajo el techo una hilera de cubículos como ataúdes cubiertos por cortinas de género de algodón sostenidas con clavos clavados en los postes del “edificio”. Este era el dormitorio garantizado contra los mosquitos. Del techo pendían bananos y plátanos maduros y verdes, así como guirnaldas de carne tasajeada. En un cajón grande lleno de arena tenían el fogón, y dos viejas molían el maíz de las tortillas. El comandante sonrió al notar mi extrañeza y me preguntó si por ventura teníamos en los Estados Unidos una aduana como esa. Aquello era ideal para la meditación, agregó, y más aún para los jóvenes oficiales derrochadores de su sueldo. ¿En qué iban a gastarlo allí? Llevaba él ya en este lugar tres meses, pero el gobierno era piadoso y jamás le daba a nadie ese puesto por más de seis, a menos que realmente quisiera castigarlo. “En el caso mío”, me explicó el comandante”, una mujer es la causa de mi desgracia; no porque sea yo más mujeriego que los otros, no, sino porque mi rival era… mi propio jefe”. Y aquí el comandante hizo una chistosa alusión al Rey David por el mal ejemplo que había sentado a los demás. Después de eso yo me hubiera alejado del comandante con la impresión de que, cualesquiera que hubiesen sido sus pecados, ahora era un joven reformado. Pero en este preciso instante se abrió una de las cortinillas del dormitorio y aparecieron primero un par de diminutas zapatillas de satín, y luego sus correspondientes piernas sosteniendo el cuerpo entero de una muchacha cobriza de muy, pero de muy agradable estampa vestida a la última moda de Nicaragua. En el acto me dí cuenta de que al vernos venir había corrido adentro a hacerse la “toilet”, y cuando el comandante nos la presentó como su sobrina no pude menos que soltarle un: ¡Ajá, bandido!”

LAS CINCO DONCELLAS DE LA PAZ CENTRO

La casa que habían dispuesto para mí y mis acompañantes era la más linajuda del lugar; doblaba en tamaño a cualquier otra y era de adobes, y además encalada. La habitaba una señora muy empaquetada con sus cinco hijas, todas ellas vestidas de veinticinco alfileres: zapatillas de raso, su negro pelo recién tranzado y colgando de sus puntas una variedad de cintas de colores. Un inmenso tronco de árbol ahuecado servía de granero a un lado de la sala; al otro se veía un Crucifijo de yeso, rodeado de las Santas Mujeres y de soldados romanos, todo con multitud de rutilantes perendengues dentro de una vitrina enguirnaldada de flores frescas. Las cinco niñas se esmeraban en quedar bien, pero no sabían a ciencia cierta quién de entre todos nosotros era el Ministro de los Estados Unidos. Salpicados de lodo, fatigados y molidos por la jornada, ninguno parecía serlo, y cero haber observado señales de decepción en las cinco doncellas. Todas, sin embargo, estuvieron muy atentas y nos obsequiaron cigarrillos y hasta trajeron carbones encendidos en un bracerillo de plata para prenderlos; y, lo que fue mejor todavía , nos sirvieron una comida estupenda, con cuchillos para tres y tenedores y cucharas para cuatro de los ocho que nos sentamos a la mesa, número que por lo visto se salía de lo corriente. 

LA NIÑA QUE MURIÓ EN OCTUBRE

La hija del Licenciado D., murió y fue sepultada a fines de octubre. Era joven, dieciséis años apenas, y la hija predilecta de sus padres. Sus funerales fueron bien pudieron haber sido sus bodas por la total ausencia de manifestaciones de pesar. El cortejo se formó frente a mi ventana. Marchaban los músicos tocando una melodía alegre, y en pos de ellos los sacerdotes entonando una aleluya. Seguían en hombros de jóvenes las andas cubiertas de raso blanco recamado de frescos ramos de azahar; y en medio, vestida de blanco como para una fiesta y la cabeza coronada de blancas flores y entre sus manos una cruz de plata, veíase la marmórea forma de la doncella muerta. Sus acongojados padres, sus hermanos y demás familiares caminaban detrás; pero ni una lágrima en sus ojos, y aunque es verdad que en sus semblantes advertíanse las huellas del dolor, era también patente en ellos la expresión de esperanza y de fe en las palabras de El, que dijo: “Bienaventurados los limpios de corazón porque de ellos será el reino de los cielos”. 

LAS NÁYADES DEL COCIBOLCA

A poco una bandada de muchachas con faldas moradas y güipiles blancos, sus largos cabellos cayéndoles sueltos hasta la cintura, y balanceando en la cabeza tinajas de barro colorado, bajó por el caminó a llenarlas en la playa de San Miguelito. Parecían ser viejas amigas de nuestros marineros que las saludaban requebrándolas: ¡adiós, mi alma!, “buenos días, mi corazón!, y ellas respondían: ¿cómo está mi negrito? Caminaron por la cosa entrándose en un matorral cercano, y de pronto las vimos braceando como sirenas en el agua: algunos de nuestra tripulación que tiraban su atarraya “para un frito” –al decir de Pedro— trataban de asustarlas gritándoles: “¡El lagarto, el lagarto!”, al mismo tiempo que fingían escapar hacia la orilla. Pero las mozas no eran fáciles de engañar y sólo se reían con más alboroto chapaleándoles agua en la cara a los bromistas que huían.

Al descubrirnos a nosotros, en vez de desbandarse atropelladamente hacia la costa, como el lector pudiera suponer, se vinieron nadando hasta el bongo siguiéndolas sus largas crenchas como un cendal negro sobre la superficie del agua. Sonrientes nos miraron a la cara para gritarnos después: “¡California!”; súbitamente se zambulleron y escaparon como patos. No pudimos menos de pensar, cuando se escurrían en la costa sus remojados cabellos, que ningún escultor pudo desear más bellas modelos para su estudio; ni pintor alguno un grupo más atrayente para “El Baño de las Náyades”. ¡Oh tiempos aquellos! Esos días de sencillez primitiva están pasando, si no es que ya pasaron del todo y para siempre…

LA NEGRITA Y LA BLANQUITA

Salimos de Mateare muy de madrugada dejando el desayuno para Managua, veinte millas más allá. Tomé la delantera dándole todas las riendas al caballo. Al llegar a un espolón volcánico que se adentra en el lago, allí donde empalman las veredas con el camino real, mi caballo tomó una ruta diferente que siguió por media hora hasta que me di cuenta de que iba perdido. Sin embargo, decidí seguir adelante y arrostrar las consecuencias. Pronto llegué a un claro y poco más allá vi una ranchería desparramada sobre la cresta de una loma que mira al lago y las remotas serranías de Chontales. Era ese el panorama más exuberante que habían visto mis ojos hasta entonces. Apenas puede comparársele el que se ve desde Laurel Hill al bajar los montes Alleghanies, pero a éste le faltan la grandeza y los elementos esenciales de belleza que dan los lagos y volcanes, y la lozanía tropical. La fresca brisa matutina estimulaba el espíritu, y mi caballo levantaba la cabeza, dilatados los ollares y rígidas las orejas, parecía beberse la mañanita y gozar del paisaje tanto como yo.

Varias veces me saludó con un “¡buenos días, caballero!”, una rechoncha mujer, dueña de la propiedad, hasta que, desprendiéndome del hechizo del paisaje, me devolví para mirarla. Junto a ella estaba tres chavalos desnudos con flechas y cerbatanas, y más allá vi dos muchachas creciditas ya que entre ariscas y hurañas atisbaban tras la hendija de la puerta. La mujer era una gran hablantina y su cara redonda brillaba de animación exclamando: “¡Buena Vista, caballero!”, y prolongaba el viiiiiista al tiempo que volaba la mano hacia el confín, la finca, díjome se llamaba Santa María de Buena Vista, y ella era la dueña. Estos, añadió, son mis hijos, y aquellas “malditas”, señalando a las chavalas que en ese instante se escurrían, son mis niñas, “¡Vengan!”, las llamó imperiosamente; pero como no obedecieran se fue y las trajo casi a rastras.

Una era blanca, rubia y de ojos azules, en tanto que la otra como su madre, era morena, de pícaros ojos negros que entornaban tras las guedejas de su pelo crespo. Ya no me sorprendía a mí ver las grandes diferencias de color y de facciones en miembros de una misma familia; pero el contraste aquí era tanto que no pude menos que preguntar: “¿Ambas?” – “¡Sí!”, “esta negrita es de mi marido, y esta blanquita es francesa”. La deducción que saqué de la candorosa confesión de la señora era tan desfavorable a su honor que fingí no comprender y sugerí simplemente “Ah, sí, ¡su padrino es francés!”. 

“No, no, su padre, ¡p-a-d-r-e!” recalcó la dama. “Ej. si yo fui joven!”, puntualizó tras una pausa contoneando la cabeza; y me arrepentí de mi inoportuna insinuación. ¡Ah de aquel bribón francés que abusar de la hospitalidad de Santa María de Buena Vista! El muy villano, por lo visto, saboreaba la variedad. 

La mujer me preguntó si me gustaba la finca. Le dije, claro está, que encantaba. “Bueno, ¡pues cómprela!”, propuso; y me recitó sus ventajas poniéndomelas por las nubes. Aduje su falta de agua. “Eso”, me atajó, “no es un inconveniente, pues el lago está ahí no más a una milla, y allá he ido yo a traerla durante catorce años; y allí abunda, como usted puede ver”. Agregó, además, que podía darme a cualquiera de sus niñas para acarrearme el agua, o las dos si las quería; y todo por cien dólares solamente. 

Le prometí estudiar la propuesta, y en particular lo referente a la negrita y la blanquita, pues ambas –quise dejarlo yo en claro— serían incluidas en la transacción, ya que a mí me gustaría acarrear todita el agua del lago. La fuerza de mi razonamiento la convenció, y asintió gravemente. A mi regreso cerraríamos el trato. 

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jueves, 18 de noviembre de 2021

PALADAS DE ARGAMASA HISTÓRICA, UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA: DON ALFONSO SALVO LAZZARI Y LA CAL ESTRELLA. Por Eduardo Pérez-Valle h.

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Liminar

Por Eduardo Pérez-Valle h. 

Un reportaje periodístico publicado en 2011, brindó un estimado de 1,000 niños inmersos en trabajos inhumanos en áreas de extracción, proceso artesanal y semi-industrial de carbonato de calcio localizados en el Municipio de San Rafael del Sur. Entre los abundantes pormenores, que turban y conmueven a las personas provistas de humanismo, la autora del artículo incluyó cifras relacionadas con la explotación laboral infantil, míseras pagas, ausencia de salario básico, comisiones, horas extras, la ausencia de ganancia adicional por trabajos nocturnos, dominicales y festivos.

Por las edades y el trabajo informal desempeñado, no están reportados en la Seguridad Social del Estado nicaragüense. Diez años atrás indicaban que el 62% de esos aproximados mil niños y adolescentes no asistía a la escuela. En fin, el drama de la supervivencia en la mayoría de hogares nicaragüenses, además de todo lo implícito en esos quebrantos de la ley explícita.

Sospecho que esa actividad económica lejos de extinguirse debe estar multiplicada. Alrededor de ese peculio carbonatado siempre ha existido el correspondiente lenguaje hiperbólico, entre ellos, el de “motor económico y tradición familiar”. En San Rafael del Sur y en otros municipios permanecen ese tipo de agrupaciones laborales, porque las circunstancias no abren caminos que conduzcan a renunciar a las anteriores vidas, en donde puedan surgir otros tipos de ambientes. A lo anterior se adiciona la ausencia de plantas industriales eficientes que operen con beneficios directos en la calidad de vida. Estos hechos continúan exponiendo a la luz de la verdad esas deplorables circunstancias en el ambiente de esa minería no metálica.

En el presente, cuando ya estamos en la línea fronteriza rumbo al 2022, San Rafael del Sur continúa entre hornos, en donde también terminan calcinados muchos sueños de infantes y adolescentes. Ciudadanos con grandes limitantes, domesticados por la necesidad y la costumbre implantada para fuerza laboral de intrascendencias individuales y colectivas. A lo anterior, adiciónese la abundante emisión de monóxido de carbono producido en esos hornos alimentados con leña, de combustión incompleta, causantes a largo plazo de serios daños a la salud. Esos males autoinfligidos siempre provienen de quienes han ganado dinero inhumanamente porque atenazan a los cruelmente explotados.

Ese municipio nunca logró una verdadera, verificable conquista tecnológica en esas labores. Desde hace más de ochenta años la cal, entre otros usos, fue empleada en otras zonas del país para la minería aurífera porque sirve para separar el Oro, la Plata y el Níquel. De igual se utiliza en la obtención de Cobre, Zinc, Plomo y Molibdeno.  

Sobre el tópico abordado, la extracción de Cal, es pertinente insertar un dato registrado en las noticias del 28 de Octubre de 1961, publicado en La Gaceta, Diario Oficial No. 239, referido a la Dirección de Riquezas Naturales como otorgante del permiso o “autorización extendida al Ingeniero Noel Pallais Debayle, que actuaba en representación de la sociedad “Compañía Marítima Mundial”, para explotar en las inmediaciones del Monte Carmelo, Departamento de Zelaya, yacimientos calizos, porque la transnacional representada requería ese producto, para la mejor explotación de las minas de hierro denominadas “Tilba”, “Zarina”, “Kaicerina”, “Upla”, “Zilak” y “Las Indias”, que eran propiedad de la dicha sociedad “Compañía Marítima Mundial”. La pregunta actual, del presente, sería: ¿Extracción de caliza a fin de procesar hierro?

De regreso en el asunto particular de estas líneas liminares a propósito de un Documento Inédito que tenemos el agrado de compartir, recordamos que en la División Política Administrativa de Nicaragua, el municipio de San Rafael del Sur está localizado a 46 Km., de Managua. Datos oficiales publicados en Internet, indican que en esa zona funcionan 32 hornos. Cada sitio de proceso genera entre 1,500 a 3,000 quintales por mes.

En la búsqueda de más información relativa a ese ámbito, constatamos que la historia de esa actividad minera es inexacta, porque además de las mentiras por omisión deliberada, existen otras inconsistencias con origen en la falta de memoria histórica; tanto de los pobladores originarios del Municipio como también puede constatarse en Monografías relativas al tema con el fin de optar a títulos universitarios.

De otro ámbito y condiciones, en general, es la extracción a cielo abierto y procesamiento industrial de la empresa transnacional CEMEX localizada en ese Municipio, donde extraen calizas y margas calcáreas destinadas a la producción de cemento.

Después del terremoto de 1931, sin la producción de cal, la ciudad de Managua hubiese tenido un desarrollo urbano insolvente. De ahí parte uno de los antecedentes asociado a la Constructora Salvo, empresa creada y dirigida por el recordado Ingeniero Alfonso Salvo Lazzari (1911 - †1995), cuya oficina y casa de habitación, en l961, estaban en la 5ª Calle S. O.  Al domicilio le correspondía el No. 814 y la Oficina el No. 816. En el año 1967, la Empacadora de “Cal Estrella” tenía asignado uno de los escasos números telefónicos del municipio de San Rafael del Sur, un número de dos dígitos, el 12. Hasta 1970, Cal Estrella continuaba en el registro comercial, en ese año tenía asignado el número telefónico 24758. Al arribar a los años 1975-76, el ingeniero Alfonso Salvo continuaba del Teatro Cabrera 20 varas al Oeste, con teléfono 23937.

En 1981, La Empacadora Salvo de San Rafael del Sur, desapareció del ámbito comercial y publicitario, no volvió a registrar número de teléfono. Diecisiete años más tarde, en 1997, surgió otro negocio de comercialización de cal denominado Calera el Pueblo, ubicada de la Compañía Central Instituto Nicaragüense de Electricidad media cuadra al Norte. En la ciudad de Managua apareció la razón social Calizas, S.A., localizado del Cine Cabrera 4 c. al Sur. ½ c. abajo.

El propósito de mirar hacia atrás, en la historia, sirve para destacar en primer orden, el sincero interés y la inagotable energía del ingeniero Alfonso Salvo Lazzari por crear mejores alternativas en la extracción y el uso del óxido de calcio. En este documento pueden localizarse interesantes datos, válidos, quizá desconocidos o quizás en el olvido. Don Alfonso fue dueño de la Constructora Salvo, en la cual mi padre, el Dr. Eduardo Pérez-Valle trabajó por algún tiempo como Dibujante, época en la que también realizó estudios universitarios de Ingeniería Civil, que por circunstancias políticas y económicas debió interrumpir. Precisamente, en este Blogspot publicamos el artículo titulado Proyecto para el tercer piso del Palacio Nacional el cual ilustramos con un dibujo realizado por Eduardo Pérez-Valle cuando trabajaba en la Constructora Salvo. Con la familia Salvo Lazzari siempre mantuvo cordial, sincera y cercana amistad.

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UNA CARTA DE DON ALFONSO SALVO, PROPIETARIO DE LA EMPACADORA SALVO, PRODUCTORA DE LA "CAL ESTRELLA"

En mi carácter de propietario de la Empacadora Salvo, productora de la “Cal Estrella” y de la Cal Industrial “Estrella”, amparada en la actualidad por la Ley de Protección y Estímulo al Desarrollo Industrial, por Decreto, con el debido respeto vengo ante Ud., a exponer lo siguiente:

         A consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, en 1942-43 las minas de oro de “El Jabalí”, en Chontales, y “Matagalpa”, en San Ramón, se encontraban en serias dificultades para adquirir la cal necesaria e indispensable para la producción de oro, no pudiendo usarse las cales producidas en Nicaragua debido a las grandes fluctuaciones cualitativas y la falta de una elaboración adecuada. Don Manuel Navarro, Presidente y Gerente General de la Mina “El Jabalí”, me solicitó encarar el problema de industrializar la cal del país, a fin de que llenara los requisitos necesarios en el proceso de elaboración del oro. Produje pequeñas cantidades de cal que fueron sometidas a pruebas, habiendo llenado las condiciones requeridas, al grado de que la empresa desde entonces se encargó de la producción de toda la cal que se requería en la mina por año. Era requisito indispensable el colocar en sus bodegas toda la cal contratada en sólo el verano, pues los caminos se volvían completamente intransitables durante el invierno. Así pues, la cal tenía que ser hidratada, secada inmediatamente, molida y empacada para que no perdiera su potencia. Para fabricar este tipo de cal hube de montar un pequeño plantel con maquinaria construida en el país, bajo mi dirección.

         Después de 12 años de abastecer a las dos minas mencionadas y teniendo un ligero exceso de producción, la cal por mí fabricada fue proporcionándose un mercado en el país, para todos los usos, debido a su buena calidad, peso, empaque y precio favorables, lo que se convirtió en un artículo comercial de consumo y precio populares.

         Al clausurar las minas citadas sus operaciones, por el año 1953, ya la “Cal Estrella” tenía su mercado estable en todo el territorio nacional. En vista de que la maquinaria de que disponía ya resultaba deficiente, traté de adquirir en EE.UU., una moderna planta para llenar el mercado, que crecía día a día; pero las ofertas que se me hicieron resultaron inaceptables por la excesiva capacidad de producción que suponían. Tuve informes de que en México podría conseguir maquinaria para instalar una planta adecuada a las necesidades de Nicaragua. Hice varios viajes a esa república, logrando, después de visitar innumerables plantas grandes y medianas, encontrar en Cuernavaca, Estado de Morelos, una planta que correspondía a lo que yo buscaba. Los dueños de la planta me pusieron en contacto con los fabricantes de la misma y gentilmente me permitieron observar y entrenarme en su operación. Ordené la construcción de una maquinaria igual para traerla a este país, habiendo ascendido el costo a más o menos C$250,000.00., puesta en Nicaragua, sin incluir gastos de instalación y edificios. En 1956, puesta en marcha la planta en el distrito de San Rafael del Sur, después de complementada con un molino de bolas que compré a la mina “El Jabalí” y un sistema generador que adquirí en Managua, comencé la producción de cal en gran escala. Toda la etapa hasta aquí reseñada logré superarla a base de mi propio peculio.

         Debido a los acontecimientos políticos en el país en los años de 1956-57, y a la baja de los precios de la producción agrícola, operose un descenso notable en el consumo de cal. La fábrica sólo producía un 25 o 40% de su capacidad, por lo cual el costo de producción resultaba sumamente elevado, perjudicándome gravemente.

         El 12 de Marzo de 1958 el Gobierno emitió la Ley de Protección y Estímulo al Desarrollo Industrial. Conforme a lo estatuido en esta ley mi planta fue clasificada como FUNDAMENTAL, otorgándoseme el acuerdo de fecha… de…

         Con el deseo de bajar los costos de mi producto y habiendo visto en México operar eficiente y económicamente hornos continuos calentados con aceite Bunker C, los planos correspondientes, así como la maquinaria adicional, presenté una solicitud de crédito al INFONAC, solicitud que fue atendida después de los estudios pertinentes, otorgándoseme a cinco años de plazo un préstamo de C$150,000.00., pagaderos en cuotas trimestrales. En tales circunstancias procedí de inmediato a la construcción de un horno continuo en mi propio plantel, el cual operé con buen resultado0 durante año y medio, llenando con sólo su producción las necesidades totales de mi fábrica. La ley eximía de impuestos el combustible que gastaba. Y en este tiempo también explotaba mi propia mina de piedra caliza. En estas condiciones era lógico que cancelara las compras de cal a los productores del municipio de San Rafael del Sur. Pero tales productores, aun cuando no hallaban salida a su producción, siguieron activos, quizás por rutina, sin tener una recta apreciación del costo del producto que ellos mismos elaboraban con un sistema rudimentario y anticuado, llenaron el mercado con su producto, que ofrecían a precios por debajo del costo real.

         Esta situación resultó a la larga tan perjudicial para ellos como para mí. Tanto, que a mediados de 1959 logré llegar a un arreglo con ellos para tomarle yo su producción, tal como lo hacía antes de poseer mi propio horno, pagándoles un precio razonable y concediéndoles habilitaciones en efectivo. Con esta división del trabajo, al tiempo que los favorecía, me aseguraba existencias de materia primara mi fábrica.

         A fines de 1959 le fue otorgada a don Alfredo Brantome protección en idénticas condiciones a las que se me habían concedido a mí, no obstante, de no poseer este señor ni edificios ni maquinaria destinados a procesar cal hidratada. Únicamente le fue negada la exención del impuesto sobre el capital. De esta manera el Sr. Brantome comenzó a empacar cal manualmente; y sin haber efectuado inversión alguna se convirtió en mi competidor, a pesar de que su artículo no reúne las condiciones mínimas indispensables para ser usado con alguna garantía, siquiera en las labores más burdas de la construcción, qué menos en menesteres más delicados.

         Poco tiempo después le fue acordada la misma protección a la firma Balcáceres, Lezama, Cía. Ltda. (?), que tampoco posee maquinaria alguna y procesa su cal en la misma forma rudimentaria que el Sr. Brantome.

         Al haberse concedido protección a las dos firmas antes mencionadas, sin ninguna base ni justificación, comenzó una competencia encarnizada y ruinosa especialmente para mí, considerado el monto de mi inversión en la industria. La situación era la siguiente: Por un lado mi Empresa, sentada a base de fuertes erogaciones en la adquisición de valiosa maquinara (complementada aún con nuevas compras que hice a la Compañía Minera “El Jabalí” de una planta eléctrica de 150 kilovatios y dos molinos de bolas, construcción de edificios, adquisición de vehículos, reservas de elementos moledores, pagos de numeroso personal especializado, de oficinas bien montadas (con su contabilidad al día), cumpliendo todas las prestaciones sociales a sus trabajadores; cuyo costo de instalación ascendió a la apreciable cantidad de C$1.600,000.oo. Por otro lado, el empirismo casi sin responsabilidades, sin maquinaria, sin controles de ninguna especie, entregando al público peso y cantidad menores que los ofrecidos, adulterando los productos, desacatando las leyes laborales del país, pagando bajísimos salarios a sus operarios, sin oficinas ni contabilidad. Ambas partes gozan de la protección de la misma ley. Naturalmente, la última provoca una incertidumbre en los precios de venta, donde queda en desventaja la Empresa ajustada a las normas legales. Llegan a ser tan osados mis competidores, que hasta han imitado los empaques que uso para mi producto, pues la ley les ha concedido franquicia en la importación de bolsas (único renglón en que usan la referida ley), en iguales condiciones que las otorgadas a mi Empresa.

         Para mejor información del Honorable Sr. Ministro, adjunto a la presente Exposición va un cuadro demostrativo de los costos de las cales empacadas y puestas a la venta por los señores Brantome y Balcáceres, Lezama & Cía. Ltad., por una parte, y los que resultan de la elaboración y empaque de la “Cal Estrella”, por otra. En ese anexo demuestro que los costos de mis competidores son mayores que sus precios de venta, lo que indica muy a las claras una de tres cosas: 1) que adulteración del producto; 2) que dan menor cantidad que la que ofrecen al público; 3) que se encaminan lentamente hacia una ruina segura.

         A raíz de la protección concedida a mis competidores en 1959 y como consecuencia inmediata de la competencia a que he venido haciendo referencia, sobrevino un desequilibrio económico en mi Empresa, pues todavía tenía saldos pendientes de pago por la maquinaria y equipos adquiridos. Acudí en solicitud de ayuda financiera al Banco Nacional de Nicaragua, el que me concedió un préstamo de C$300,000.oo. Mas continuando la misma competencia ruinosa, a fines de 1960 mi Empresa estaba una vez más en pésimas condiciones económicas. Hube de contraer nuevas obligaciones a elevado tipo de interés para poder hacer pequeñas amortizaciones al préstamo concedido por el Banco Nacional y ninguna al INFONAC. El Banco Nacional realizó un estudio analítico de mi situación y me concedió C$500,000.oo. más en préstamo, con garantías hipotecarias adicionales, y nombró un Fiscal-Auditor para intervenir mis operaciones comerciales, dejándome en libertad de usar para mi subsistencia y la de mi familia, las rentas provenientes de algunos inmuebles de mi propiedad. Convino en quelas utilidades netas que procedieran de las ventas fueran aplicadas a amortizar los préstamos del propio Banco y del INFONAC. Además, el INFONAC ha fiscalizado y aconsejado técnicamente en cuanto al funcionamiento de la Empresa. Ambas instituciones crediticias han sido sumamente comprensivas conmigo, pues dándose cuenta de que he amortizado cuanto me ha sido posible, aun cuando no he cubierto como yo hubiera querido mis compromisos con ellas, jamás me han retirado su ayuda y cooperación. Siendo el Instituto de Fomento Nacional (INFONAC) una entidad de gran eficiencia, con su equipo profesional técnico de gran prestigio, de sus análisis de mi situación ha concluido que las difíciles circunstancias por que he atravesado y atravieso se deben única y exclusivamente a la competencia inoportuna y descontrolada, que ha torpedeado los precios reales y provocado el caos en el mercado de nuestro producto.

         Buscando la manera de salvar la industria de la cal, con la anuencia del Banco Nacional de Nicaragua y bajo la dirección técnica del INFONAC (representado este último por el Ing. Henri Fevre, Q.E.P.D.), en Setiembre de 1961 se fundó la Asociación Nacional de Caleros de Nicaragua (ASOCAL). Se convino en que todos los asociados deberían depositar su producto en las bodegas de la Empacadora Salvo, en San Rafael del Sur, para ser elaborada y empacada. Los productores percibirían la suma de C$12.00. por fanega. La Empacadora Salvo se comprometió a empacar todas las cales, incluso las de los Sres. Brantome y Balcáceres, Lezama & Cía. Ltda. La Asociación pagaría a la Empacadora la cantidad de C$1.00. por cada bolsa empacada, puesta en San Rafael del Sur. Se fijó el precio de venta en C$4.00. por bolsa. Y en el futuro sólo se podría vender cal empacada, pues quedaba terminantemente prohibido a los socios el expendio de cal a granel, cosa a la que ellos se comprometieron solemnemente.

         En el precio de C$1.00. que mi Empresa cobraba por cada bolsa empacada, iba pagando el uso de mi oficina de Managua, con su equipo y bodega, y el plantel de San Rafael del Sur, corriendo por cuenta de la Empacadora los gastos de mano de obra, combustibles y bolsas. La Directiva de ASOCAL fue electa en la siguiente forma: Presidente, Dr. Orlando Sevilla; Vice-Presidente, Abraham Balcáceres; Vocales: Miguel Balcáceres, Alfredo Brantome, Ramón Sánchez, Herminio Sánchez, Alfonso Salvo L., y Leopoldo Gutiérrez; Fiscal, Francisco Artola; Secretario, Molina Báez. Esta Directiva acordó nombrar Gerente General al Sr. Luis Lezama; y Gerente Local del plantel de San Rafael del Sur al Sr. Herminio Sánchez. La venta era dirigida y manejada por el Gerente General, Sr. Lezama, pudiendo el comprador elegir la marca que deseara. En nueve meses que funcionó esta Asociación fueron empacadas 216,000 bolsas, surtidas de las diversas marcas existentes, de acuerdo a las exigencias de la demanda, las 216,000. Bolsas empacadas se dividieron de la siguiente manera: de la marca “Victoria”, de Balcáceres, Lezama & Cía. Ltda., fueron pedidas 14,000 bolsas; de la marca “San Rafael”, del Sr. Brantome, fueron pedidas 48,000; y de la “Cal Estrella”, del suscrito, fueron pedidas 154,000 bolsas. La mayoría de los socios de ASOCAL no cumplió los términos de la escritura de fundación, y casi todos vendían subrepticiamente cales a granel, incluso algunos miembros de la Directiva, ocasionando perjuicios a la Asociación, pues las ventas nunca pudieron elevarse al nivel calculado. Por último, suscitáronse discordias y altercados entre los asociados, lo que condujo a la disolución definitiva de dicha Asociación.

         Disuelta ASOCAL en Mayo de 1962, los exsocios recomenzaron a vender su producto cada quien por su cuenta. Desde esa época mi Empresa ha venido manteniendo un nivel de ventas que fluctúa entre 20 y 30 mil bolsas mensuales, pero siempre teniendo que hacer frente a los mismos problemas que ocasiona la competencia injusta de los dos productores a que se ha hecho tantas veces mención.

         A través de todo lo expuesto, Honorable Sr. Ministro, Ud., podrá apreciar mi lucha agotadora por sacar adelante a la industria a la que he consagrado una buena parte de mi existencia, industria que, aun teniendo a su favor, según estimo, todo el espíritu de la Ley de Protección y Estímulo al Desarrollo Industrial, con especialidad lo que estipula el Arto. 2º, vive en constante zozobra a causa de un notorio error en la aplicación de la mencionada ley.

         En tal razón y apoyándome en la ley citada, respetuosamente suplico a Ud., Sr. Ministro, sea muy servido en dictar sus instrucciones en el sentido de que la Honorable Comisión Consultiva de Desarrollo Industrial, efectúe inspección en el plante de Empacadora Salvo (San Rafael del Sur), y asimismo compruebe la inexistencia de las plantas industriales de los Sres. Alfredo Brantome y Balcáceres, Lezama & Cía. Ltda.., al tenor del Arto. 5º de dicha Ley de Protección; y que en virtud de tal inspección la Honorable Comisión emita nuevo dictamen, a vista del cual el Ministerio a su digno cargo pueda reconsiderar la clasificación erróneamente otorgada a las actividades comerciales de los Sres. Brantome y Balcáceres, Lezama & Cía. Ltda. Sé con absoluta certeza que del informe quela Honorable Comisión rinda a su Excelencia, podrá destacarse con claridad meridiana la injusticia que se cometió  al equiparar una verdadera industria fundamental, con plantas que atestiguan una inversión considerable y un esfuerzo y espíritu de empresa mayores aún, con actividades de tipo casero, totalmente al margen del Arto. 1º de la  misma ley tantas veces citada, y que a la larga sólo traen inconvenientes y retraso al desarrollo del país, cayendo por tal motivo bajo la sanción del Arto. 2º de la misma ley.

         No omito manifestar a Ud., Honorable Sr. Ministro, que por varias veces he ocurrido a la Comisión Consultiva de ese Ministerio, presentando argumentos verbales y demostrando con pruebas la justicia de mi queja; pero dicha Comisión siempre ha pretendido0 rebatirme con el Arto. 18 de la Ley de Protección y Estímulo, que en su parte inicial dice: “Las franquicias, ventajas y privilegios establecidos en los artículos anteriores no involucran en ningún caso discriminación que coloque en una posición desventajosa de competencia, en relación con otra planta, a plantas industriales, clasificadas dedicadas a producir los mismos artículos”. Es lógico que si las personas a quienes me he referido por varias veces en esta Exposición, no poseen plantas industriales con maquinaria y demás condiciones exigidas por la ley, no es justo que gocen de los mismos privilegios y ventajas que una Empresa a la que se le ha brindado protección por llenar todos los requisitos legales.

         En espera de que el Honorable Sr. Ministro atenderá favorablemente mi petición, que considero basada en la justicia y el derecho, y rogándole enviarme sus noticias sobre el particular, hónrome al suscribirme como su más atento y obsecuente servidor. 

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miércoles, 3 de noviembre de 2021

LA POESÍA DE LAS CANCIONES VIEJAS. Por Octavio Rivas Ortiz. El Gráfico. Septiembre de 1930.

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 El Hongo - Alma, no tengas prisaPrensa Literaria, 26 Octubre, 1969

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A Carlos A. Bravo.

                                                    I

    WAGNER, cierta vez, al oír uno de esos rasgados pasillos colombianos en cuya estructura, sentimentalmente eterizada, se difunde un alma, dijo que cambiaría cualquiera de sus óperas por esos acentos en que llora el espíritu de una raza macerada por el dolor.

    Anacrónico en cuanto a los nuevos ritmos extranjeros, me quedo, y muy todo, con las melodías antañosas que cantaron estremecidos los abuelos, entre ingenuidades y crinolinas, a la sombra de los árboles olorosos, o al palor de la luna de los enamorados.

    Deliciosos cofrecitos de memorias son las canciones viejas. Cuando se abre uno de esos arcones anticuados, una esencia tónica nos satura el hondón de nuestros sencillos recuerdos. ¡Albahacas de infancia, musgo de simplicidades, alhucema de otros días, confortan el rosado rincón de niñez que todo ser guarda como para que suenen mejor y se sientan más adentro esos deliquios de la música pretérita!

                                                II

     De niño, mi madre me llevaba, de año en año, a una no muy lejana finca de ganado, donde se alzaba, corpulento como los madroños de los contornos, el buen agricultor Don Victoriano Moreira.

    El día de San Juan era la romería. Cien o más vecinos acudían a celebrar el onomástico de la propietaria, señora limpia y rural que sabía ser buena con el que la frecuentaba.

    Entre las actividades propias del festejo salían a coquetear con los corazones los arpegios de las danzas y mazurcas en boga y aún las que, ya añejas entonces, se despedían en la garganta trémula de las artistas familiares, con sus últimos dejos de resignación.

    Recuerdo, entre los prestigios arrulladores de ese tiempo, una canción para la que más de alguien conserve puro cariño de saudad:

                            La negra noche tendió su manto;

                     surgió la niebla, murió la luz…

    En un disco de Margarita Cueto y de Carlos Mejía la danza chaparra ha renovado en mí las distantes calendas de San Juan, cuando el campo no era más que aromas y en mí caían las notas como dádivas de ángeles. 

                                                III

    Visitaba yo, de muchacho, la casa de unas candorosas señoritas que tuvieron figuración en salones conservadores y a las que hoy la aureola de los años prende un motivo de respeto a su soltería.

    Distribuyendo las horas entre paliques y compromisos de sociedad, poco caso ponían en mi atención hacia los embelesos de la música que una de ellas despertaba del negro piano de cola. Un jardín a la calle hacía versallescas las reuniones. La luna elevaba el pensamiento. Luz de kerosine lengüeteaba en los quinqués.

      De aquel ayer me resta la herencia sentimental de esta canción, toda tristeza musulmana:

    ¡Aben – Amed, al partir de Granada; un corazón desgarrado sintió. 

                                                IV

    Con mi abuela, enérgica y cuidadosa, realicé mi primera excursión a la Sierra de Managua. En la humilde cabalgadura subimos veredas. El aire fresco levantaba mis cabellos nuevos. Un rancho pajizo emplazado en medio a un patio duro y pelado, nos acogió. Tía Ángela (su nombre la llevó al cielo) nos dio café negro, caliente. ¡Todo era égloga!

    Un mozo pálido, que se ruborizaba con el reflejo del fogón cocinero, me partió el alma cuando, emocionado, lanzó este lloro al acorde de su guitarra:

                            Yo soy el ave que va volando

                      sin rumbo fijo ni dirección;

                      busco el oriente, hallo el ocaso,

                      busco la dicha y hallo el dolor!

    Sólo, cuando la altivez de mi poesía es queja, repito para mí esa onomatopéyica rima tropical.

                                                V

    Tendría seis años. Ardía Cuba en guerra con España. Folletines alusivos encendían cuadros de la lucha lejana. Mi imaginación se iluminaba con las noticias sangrientas. Era 1898.

    Con los informes y la literatura patriótica, borracha de pólvora, llegó a mi vecindario la tonada más típica de la “Estrella Solitaria”:

                        Es Cuba la isla hermosa del ardiente sol;

                         Bajo su cielo azul, etc.

    ¡Así quejábase aquel año el negro del bohío que comía plomo y volvía ceniza la miel de sus cañaverales!

                                                VI

    Una nodriza de las que solían importarse de los “pueblos”, llamada, por cierto, Sabina, amamantaba a uno de mis hermanos. Gorda y baja, era el instrumento por el que hablaba su aldea indígena: Nandasmo. Su voz era flauta que melificaba serenamente los desvelos de su obligación.

    Jamás borraré de mis reminiscencias su alargada, indefinible canturria:

                      De los desgraciados

                      el uno fui yo,

                      el uno fui yo:

                      mi mala fortuna

                      así lo permitió…;

                      mi mala fortuna

                      así lo permitió.

    No hay expresión, por lánguida, que fuera, para medir el interminable hastío aborigen de la voz de Sabina, modulando ese estribillo.

                                                VII

    Adolescente, con los primeros engaños a cuestas, ambulaba por esos barrios del occidente de la capital. Había llovido. De la ventana de una casuca muy pobre brotaba humo: el humo de la bien trabajada merienda. Vino a detenerme en mis andanzas crepusculares el plañido hecho melopeya de una joven que disponía enamorarse del primer lucero con este sollozo campesino:

             Yo he visto en invierno llorar la avecilla,

          pidiéndole al cielo un rayo de luz;

          la he visto más tarde cantar de alegría

          cuando en el estío, cuando en el estío

          el sol alumbró.    

                                                VIII

    Volvía otra tarde del Cementerio. Leía con un poeta a Enrique Heine y nos embelesaba, como aún ahora, el amor de la irrealidad. Como acordado con el estado de sensibilidad atávica que nos tocara por don apolíneo, saltó de una taberna (las tabernas también brindan sus emociones y muy agudas) el aire, que pocas veces he vuelto a escuchar:

                Debes tener el corazón de mármol…

    Comienzo de una de las más líricas entonaciones de los venerables repertorios galantes del siglo pasado.

Con ese doliente reproche del desengañado, que aún puede cantar, se iniciaban las serenatas confidenciales que traerían el amor o la desventura.

    Y así, entre vagas romanzas, habaneras sincopadas y lujuriosas, arrullos de estudiantinas ligeras, de pastorelas confiadas y dulzonas, y de improvisadas danzas de acentuado suspirar, nuestros abuelos llenaban su misión de sentir en un tiempo tan descansado y feliz que con solo imaginarlo la cabeza se nos vuelve melodías y aspiramos plenamente, llevados de ternuras incomparables, un edén singular que perfuma otras edades.

                                  Octavio Rivas Ortiz.

Stbre. 1930.

martes, 2 de noviembre de 2021

LOS ROSTROS DE RUBÉN. Por Gastón Baquero*.- En: La Noticia. Managua, Nicaragua, 8 de Septiembre de 1967.

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    Y digo que se había hecho un rostro, en menos de tres años, porque en Chile tenemos testimonios, no tan crueles como el de Subercaseaux, pero sí merecedores de crédito, en torno a la figura que presentaba por los años de “Azul”. Emilio Rodríguez Mendoza cuenta que un día, siendo él un niño, llegó Rubén a su casa en busca del hermano Manuel. “Tomé, dice, una colocación de gato en acecho para observarlo de mampuesto… Entró, se sentó, juntó las manos y cerró los ojos… lo contemplé a mis anchas y la primera impresión no fue halagüeña: el poeta tenía ese día una palidez de crisantemo nipón; pero crisantemos viejo y sin agua… la nariz, muy fina en el sitio en que nacía entre dos ojos pequeñitos y vagos, se iba ensanchando hasta plantear sobre un bigote de mandarín el arduo problema estético de dos fosas ampliamente dotadas para aspirar todos los perfumes de la vida… aburrido de la espera, se irguió, cogió el sombrero y salió meneando solo las piernas, como si la cabeza siguiera un camino y otros los pies, largos, finos, gorilescos… era alto y engarabatado… me pregunto si en todas las etapas de la carrera de gloria y de dolor de Darío no influyó apreciablemente su nombre, arrancado de algún tapiz oriental, y su cabeza de ídolo malayo tallado en un pedazo de bambú y puesto sobre el elegante levitón de Mr. Pinaud… ¡qué pinta tenía!”

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    Esta última expresión es ya admirativa. Porque Rubén, en muy poco tiempo, comenzó a dar la sensación de solidez, de hombre ancho de hombros, de figura recia. “Era muy alto y fuerte”, se lee frecuentemente. Perseguía la elegancia. En cuanto tocó París, pudiese o no desde el punto de vista económico, se hizo de secretario y de ayuda de cámara. Gustaba de usar botines, guantes, corbatas de plastrón. Le fascinaba oírse llamar elegante. Era ese el personaje que él daba a los demás, el personaje que ponía en escena. El rostro se le fue haciendo más y más incomunicable, búdico, ensimismado. ¿Cuántas veces cambió de cabeza, de lo que llaman cabeza los peluqueros? Se ve que buscaba sin cesar su rostro mejor para la sociedad de las gentes, para la selva de los humanos. Componía una cara como nadie. Observemos esa resignada paciencia con que escucha la conferencia que “le están dando”. Veámoslo con el perfil d̕ annunziano que se ha fabricado: barbita en punta, peinado con raya al medio, bigote erizado, a lo diablito ornado de spaghetti; en esa hora, lleva una fina caña, muy distinguida, ya comienza a pronunciarse el embonpoint. Ya es todo un señor. Lo que la gente, por el exterior, llama un señor. Pero su tristeza era infinita. No se concentraba. No estaba en sí. No veía en el espejo su rostro verdadero.

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Del Editor del Blogspot: 

* Gastón Baquero, nació en 1918, en Banes, pequeña ciudad en el extremo oriental de Cuba, en donde vivió 41 años. Falleció en Mayo de 1997, en Madrid, en donde vivió exiliado.  

Bajo el título: DARÍO, EL GENIO DE LA RAZA, fueron publicadas las cuatro reproducciones fotográficas elaboradas por Denis Moncada, edición de La Prensa Gráfica. Managua, Viernes 22 de Octubre de 1965.