domingo, 10 de abril de 2022

UN SOLDADO DE FUEGO ENMANUEL MONGALO. Por Guillermo Rothschuh Tablada. El Centroamericano. León, Nicaragua. Martes, 14 de septiembre de 1971. En el 150 Aniversario de la Independencia de Centroamérica.

 

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Ex Director de Extensión Cultural, Ministerio de Educación Nicaragüense.

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Fuego que nace al oriente sobre el Río San Juan: Fuego de Rafaela Herrera.

         Fuego que crece al mediodía sobre el aire del lago: Fuego sagrado del Concepción.

         Fuego que cae al poniente sobre el suelo de Rivas. Fuego de Enmanuel Mongalo.

         Fuego de Liberación, fuego de obstinación, fuego heroico que brilla sobre el agua, sobre el aire, sobre la tierra nuestra de Nicaragua. Primitivo elemento cumpliendo aquí su misión, venciendo con prodigiosa fuerza de luz de exterminio, y gracia a la inspiración humana, los demás elementos naturales.

         Salido de su gran norma básica histórica. Oh trágica Troya –rebasando el mito que nos vino de Esquilo –Oh rebelde Prometeo – llega, se acampa aquí en nuestro ambiente, y especialmente en Rivas, para entre viento y viento, entre viento del lago y viento del mar, a soplo puro, tener este fuego fulgurante de franca eternidad.

         Primero el Río San Juan, después el Concepción, luego la tierra hidalga de Rivas. Fue de relevo para el Maratón de la Libertad, camino de luz, línea estremecida que va de mar a mar, como el sueño del canal; línea encendida que va de Este a Oeste, siguiendo la ruta del Sol –Padre del fuego— para cada día –cumplidamente— caer, y renacer, morir y resurgir en nuestro nacional.

         Y es que sin hace disquisiciones filosóficas o literarias; sin querer aportar, en afán de originalidad, una nueva teoría del fuego, nadie como los rivenses poseen, sin lugar a dudas, la más honda raíz del heroísmo nacional, el más alto principio de soberanía integral.

         A los rivenses los favorece la historia y su continuidad de hazañas siempre vivas. La naturaleza se ha levantado allí, firme ante ellos, para que mañana sus hijos, los hijos de sus hijos –collar de generaciones— en reminiscencias nada paganas, imiten al fuego libertario del volcán Concepción. Decir que el fuego está con ellos es imponer a la juventud de Nicaragua un sello de vivos relieves y que todo estudiante honrado debe ostentar. Decir que el fuego está con ellos es asegurarle un puesto grandioso en nuestra historia patria, un monumento que ningún iconoclasta destruirá.

         Hacen muy bien los rivenses en promover esta cita, en congregar a los niños año con año, por los que mañana en igual cita evoquen o dramaticen (tal vez) vivamente, esta hazaña incomparable.

         Imaginaos en vuestra mente un canal que sita esta ruta luminosa esta línea de fuego: el Río San Juan, el Concepción y la tierra hidalga de Rivas para salir al mar. Imaginaos digo, un canal imaginario simplemente entonces veríais en un acto de violenta soberanía hoy como ayer a este fuego infatigable derretir las esclusas para luego desesperado el mar ahogar nuestra voz. Veríais allá en el Atlántico cómo en llamas las sábanas de Rafaela H errera arropar otra vez los barcos a traición. Veráis cómo empinado el humo del volcán apagará estrellas y pájaros, aviones y gaviotas. Veráis al fin en Rivas y antes de salir al mar a mil escolares de Enmanuel Mongalo y bajo el grito de patria y libertad, encender mil cerillos de explosión.

Imaginaos, un canal pero no un canal nacional ni internacional, sino un canal puramente imaginario y entonces veréis cómo en la tierra abierta iba a cesar de crecer el trigo, cómo ibais a dejar de recoger frutas y cereales, y vuestro ganado, cómo flaco de olvido morir en los hatos desolados.

         Aceptada la rotunda hazaña de Enmanuel Mongalo, cabría preguntarse dónde este endeble maestro de escuela primaria absorbió tantas fuerzas como para figurar al lado de los más aguerridos patricios. Priva en el ánimo de todos los pueblos, y el ejercicio militar lo comprueba, que sólo son capaces de estas grandes determinaciones aquellos hombres que por su naturaleza o fuerza, acometen sin temeridad.

         Pero he aquí que haciendo un estudio consciente del valor, del civismo personal y descartado desde luego al héroe de Carlyle, convendríamos, y estrictamente por veta castellana, que nosotros hijos de peninsulares y fundamentalmente quijotescos, tengamos del valor un concepto más intelectual que biológico, de improvisación inmediata, duro, enteco, pero de grandes realizaciones humanas. León Felipe, sentencia con acierto, y refiriéndose especialmente a Don Quijote, que la justicia se gana no sin la ostentación material, sino con “una lanza rota y con una visera de papel”.

         Salomón de la Selva ratifica magistralmente esta opinión asegurando que Prometeo, mediano de cuerpo, gran estatura por la luz que irradiaba su mano libertaria, por el enorme fulgor que orlaba su figura. Así, en nuestro abono citaríamos también casos, aún fuera de nuestra raza, como el de Abraham Lincoln, cuya oración de Gettysurgh y no sus grandes azañas, nos de la impresión de un hombre entero, seco, quijotesco, como la de Jesús orando de amor en el Monte de los Olivos.

         Enmanuel Mongalo es de esta estirpe. Su valor cívico es esencialmente intelectual, logrado en el aula en contacto con la niñez, (con la ternura, es decir) su estirpe, es sentimental, si queréis como la del Padre Hidalgo, enjuto entre sus hábitos, pálido de tanto pensar; esmirriado como José Martí, desorbitado de tanto meditar.

         Ya podéis imaginar la fuerza material de Enmanuel Mongalo, acostumbrado a repintar guarismos sobre las pizarras; hábil en trenzar sílabas, palabras, oraciones; magistral en señalar intrincados afluentes sobre el mapa: Su fusil, fue el metro para enseñar decimales; su parapeto, la ilustre cátedra, sutil a cualquier golpe; su almohadilla la metralla; la tiza, el proyectil. No practicó nunca la equitación como los generales de abolengo, porque ignoraba la aventura de sobresalir mañana en medio de una plaza pública de Nicaragua.

         Su estirpe, digo, fue clara y sencilla como la de cualquier héroe nacido al amparo de la meditación.

         Por eso, se hace muy bien en celebrar esta gloriosa fecha, en congregar a todos los niños como en ronda familiar, para mostrarles sin pretensiones protocolarias los valores morales de un pueblo que busca ansiosamente su claro destino.

         De esto viven los pueblos, y cuando la historia en su devenir ha regateado estos valores, buscan entonces estos pueblos para asegurar su futuro, una base mística y mítica tal como lo hicieron allá, los antiguos gestores de la Cultura Griega y Romana. De esto viven los pueblos, por esto progresan, y si no fuera así, ¿para que entonces tantas luchas cívicas, para qué tanta sangre fraterna derramada, para qué inmolar tantas vidas, levantar tantos pedestales, destinar tantas celebraciones, tantos desfiles escolares? ¿Por qué entonces la consagración de Máximo Jerez, la admiración a Miguel Larreynaga, la pleitesía a la Rafaela Herrera, Castro, Mongalo, Cabezas, ¿y Estrada? ¿Por qué el aplauso sin fin para Benjamín Zeledón?

         Hombres y mujeres del pueblo de Nicaragua, la figura inmortal de Enmanuel Mongalo, no debe aparecer solamente en las estampillas, como único tributo nacional y que sólo el filatelista admira. Su nombre no debe ser sólo raíz, fuente, --sólida base de fundación de la Escuela de Ciencias de la Educación. Ya es tiempo que levantéis en su honor un monumento que materialice su hazaña conmovedora; un obelisco para que lo identifique el aire nacional; una muralla que sirve de tope para los desesperados de resguardo a los perseguidos. Hacedle un monumento, y no muy elevado, para que los niños de todas las edades y de todas las clases sociales puedan admirarlo, tocarlo acariciarlo. Nosotros, alumnos y profesores del Ramírez Goyena, allá en el Norte –pues hacia el norte pegó su brazo— levantamos un monumento al soldado Andrés Castro. El monumento es mediano, de piedra dura y semidesnudo. Un indio más, un ídolo más sobre el pétreo cordón de América, un guardián más, que, como las estatuas griegas, con sus ojos bien abiertos vigilan nuestros pasos sin hablar.

         Vosotros jóvenes estudiantes para resguardar el sur, para proteger nuestra frontera, para velar nuestra integridad nacional, debéis de levantarle un monumento a Mongalo, y de piedra dura, elemento clásico en la escultura precolombina. Hacedle un monumento y si sospecháis que el canal imaginario puede mañana ser un canal real, --nacional o internacional— hacedle entonces arranques fuertes y profundos para que resista el empuje de las precipitadas aguas que buscan otro mar.

         Ponedle entre la mano una antorcha de vivísima llama para vencer el gran Maratón de la Libertad; para que los niños de Nicaragua en olímpica natación de relevo, saliendo sobre el río San Juan, nadando contra la corriente, partiendo del fuego del fuego de Rafaela Herrera, y pasando por el Concepción, puedan con músculos y ojos fatigados, divisar desde lejos, en la costa de Rivas, la llamarada, que anuncia la entera Libertad, la llamarada que anuncia la Libertad final.  

 

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