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Ruinas de la ciudad de Managua Terremoto / 31 de Marzo de 1931 |
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Del Editor-Redactor
del Blogspot
Llegó el momento de juntar otro tema
de actualidad con el cordón umbilical de la historia. El asunto del cual nos
ocupamos es propio del modo de vida
citadino marcado con profundidad por el imparable desorden urbanístico que ha
sido advertido e inadvertido en los diversos Gobiernos Municipales. Bajo el
consentimiento de los pobladores de Managua, la ciudad siempre ha permanecido en
perpetua e inveterada contradicción con el progreso; los estamentos sociales
están atrapados en el desorden acumulado durante siglos.
Nunca han resplandecido las
mínimas sugerencias de la transformación urbanística; siempre ha sido un
soliloquio político en el sopor complaciente de la trillada “proyección hacia
el futuro”. En el presente, transformar Managua no es un problema parcial, es
total, incluye los conductos de aguas servidas, pluviales, cauces, calles
adyacentes y pistas principales, áreas peatonales, etcétera; no obstante, ahora existe un Plan, y según
informaron, Managua será transformada
con la ayuda del Plan Maestro de
Desarrollo Urbano elaborado con la asistencia generosa de la Cooperación
Japonesa.
De siempre hemos sabido que a un
incompetente la ignorancia suele servirle de disculpa; pero la historia del
desorden pertenece a una sociedad acostumbrada a mantener perpetuas
contradicciones, olvidándose que las ejecutorias deben basarse en políticas
públicas con estafetas de relevo. Managua tiene un ejemplo clásico: el Mercado
Oriental y sus gentes, lo demás es y ha sido asunto de émulos, en donde la
víctima expiatoria ha sido Managua, al punto de lograr un máximo peldaño: convertir
a la capital en la “novia del Xolocaca”, y la tapa de ese pomo es la “Planta de
Tratamiento de Aguas” sin capacidad para procesar las excretas del aumento exponencial
de músculos anulares capitalinos.
Quizás todo esto no hubiese
ocurrido si en remotas fechas la ciudad capital hubiese sido trasladada o
refundada en otro lugar, o tal vez, sí en circunstancias de aquel Mercado Común
Centroamericano y de la Alianza Para el Progreso, la “Carretera Norte” no
hubiera alojado abundante industria cuyos desechos, residuos y desperdicios
fueron vertidos en el Lago Xolotlán.
A propósito de este Plan Maestro
de 2017, no podemos olvidar otra oportuna cooperación de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón, JICA, en donde
está indicado a través de serio estudio geológico, el peligro eminente de un
Deslizamiento desde la
Cuenca Sur de la capital. Sobre esa asechanza hay constantes
advertencias, y algunos traen a la memoria la noticia del Aluvión de Managua
acontecido el 4 de octubre de 1876.
El nombrado Plan Maestro de Desarrollo Urbano tiene
raíces en la desparramada infraestructura de Managua ocasionada por tres
factores, dos grandes desastres naturales: los terremotos de 1931 y 1972, y una guerra de donde provino el
imparable crecimiento de asentamientos. Junto a esas calamidades, marca paso la
eterna pobreza del pueblo; y por demás, cada circunstancia lleva aparejados los
cargos públicos conferidos que prostituyen e infaman.
Para seguir horadando en el asunto, anexamos un testimonio fotográfico que eslabona el pasado con el presente. Con ese auxilio, muchos conciudadanos de Managua que, por el paso del tiempo ya perdieron bastante o toda la la melanina del cabello, podrán refrendar los recuerdos del caso. Un "cuento" de la cacareada planificación urbanística, es decir, asociar los motivos y circunstancias del remedo de ciudad carente de planificación y frontera urbana. Poco después de 1977 o quizás luego del 19 de Julio del 79, la ciudadanía de Managua esperaba disponer de la primera vía de automóviles de tres carriles en dos rumbos, que fue bautizada "Pista Larreynaga". Pero, dónde quedó esa historia? Sí hubo "pista" de dos carriles, y no de tres en dos rumbos. Seguro que el cargo público prostituyó la obra de ingeniería horizontal. Entonces, ubiquemos el sitio actual en donde la "planificación urbana" de 1977 proyectó tres carriles, es decir, seis, con longitud de dos kilómetros y medio, consiste en la pista adoquinada que en la actualidad permite llegar al inexistente Mercado Mayorista de Managua. Esta es la fotografía de aquel "trascendental" momento de las quimeras nicaragüenses. (1).-
PISTA LARREYNAGA.— El Ministro del Distrito Nacional, doctor Luis Valle Olivares suscribió con el Consorcio Berger-González Oporta, el contrato de diseño de la pista Larreynaga, que tendrá una longitud de dos kilómetros y medio, desde la pista Buenos Aires hasta los predios en donde se construirá el Mercado Mayorista de Managua. La pista Larreynaga tendrá seis bandas para la circulación de vehículos, ─ tres en cada dirección ─ así como un boulevard, sistema de iluminación, intersecciones para futuros desarrollos viales, etc. En el acto de la firma del contrato estuvo presente el Director de AID en Nicaragua, señor Arthur Mudge, quien le manifestó al Ministro Valle Olivares que para la Agencia Internacional que él representa, es muy grato colaborar con el Distrito Nacional y que espera continuar haciéndolo. En la fotografía vemos firmando el contrato al doctor Valle Olivares y al Ingeniero Humberto González, en presencia del señor Mudge; el señor James Habron, Sub-Jefe del Departamento de Ingeniería de AID; el Ingeniero Roberto Duarte, Director de Obras Públicas del D.N. y el Ingeniero Róger Araica.
Para seguir horadando en el asunto, anexamos un testimonio fotográfico que eslabona el pasado con el presente. Con ese auxilio, muchos conciudadanos de Managua que, por el paso del tiempo ya perdieron bastante o toda la la melanina del cabello, podrán refrendar los recuerdos del caso. Un "cuento" de la cacareada planificación urbanística, es decir, asociar los motivos y circunstancias del remedo de ciudad carente de planificación y frontera urbana. Poco después de 1977 o quizás luego del 19 de Julio del 79, la ciudadanía de Managua esperaba disponer de la primera vía de automóviles de tres carriles en dos rumbos, que fue bautizada "Pista Larreynaga". Pero, dónde quedó esa historia? Sí hubo "pista" de dos carriles, y no de tres en dos rumbos. Seguro que el cargo público prostituyó la obra de ingeniería horizontal. Entonces, ubiquemos el sitio actual en donde la "planificación urbana" de 1977 proyectó tres carriles, es decir, seis, con longitud de dos kilómetros y medio, consiste en la pista adoquinada que en la actualidad permite llegar al inexistente Mercado Mayorista de Managua. Esta es la fotografía de aquel "trascendental" momento de las quimeras nicaragüenses. (1).-
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PISTA LARREYNAGA.— El Ministro del Distrito Nacional, doctor Luis Valle Olivares suscribió con el Consorcio Berger-González Oporta, el contrato de diseño de la pista Larreynaga, que tendrá una longitud de dos kilómetros y medio, desde la pista Buenos Aires hasta los predios en donde se construirá el Mercado Mayorista de Managua. La pista Larreynaga tendrá seis bandas para la circulación de vehículos, ─ tres en cada dirección ─ así como un boulevard, sistema de iluminación, intersecciones para futuros desarrollos viales, etc. En el acto de la firma del contrato estuvo presente el Director de AID en Nicaragua, señor Arthur Mudge, quien le manifestó al Ministro Valle Olivares que para la Agencia Internacional que él representa, es muy grato colaborar con el Distrito Nacional y que espera continuar haciéndolo. En la fotografía vemos firmando el contrato al doctor Valle Olivares y al Ingeniero Humberto González, en presencia del señor Mudge; el señor James Habron, Sub-Jefe del Departamento de Ingeniería de AID; el Ingeniero Roberto Duarte, Director de Obras Públicas del D.N. y el Ingeniero Róger Araica.
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Prosigamos, dos hechos históricos hemos
decidido concatenar: el Aluvión de 1876 y el Terremoto del 31 de Marzo de 1931.
A la suerte desfavorable, la contaminación y el desastre penden sobre Managua.
En 1931, después del terremoto el Gobierno dispuso crear el primer “asentamiento
progresivo”, al que decidieron darle el nombre de “Barrio Bolívar”, a tal
efecto, en Mayo de 1931 el Gobierno promulgó el Decreto de expropiación en
contra de ocho dueños de los terrenos, estos fueron: don Manuel J. Riguero, el
doctor Fernando Saballos, don Aníbal Gómez, don Mauricio Marragou, don
Encarnación Peters, señoras Rosario, Inocente Mendoza, Rasaura v. de Fonseca y
Angélica Pineda de Chirips.
El Senado y la Cámara de Diputados
autorizaron al Gobierno, pero no hubo Barrio Bolívar, en el Decreto promulgado
en La Gaceta, Diario Oficial, número 149, del sábado 18 de julio de 1931, el
sitio fue denominado “Thomas G. Bruce”, en homenaje de José María Moncada al militar
norteamericano destacado en Nicaragua que murió al enfrentarse con el Ejército
Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua jefeado por el General Augusto
C. Sandino. El área expropiada el 6 de Julio del 31 fue conocida como “Campo
Bruce”, con extensión de 32 manzanas. A cada beneficiario le otorgaron un lote
de 30 metros.
Resulta interesante e ilustrativo
un artículo, elaborado por un contradictor del proyectado barrio Bolívar, el cual
reproducimos íntegro. El otro artículo asociado al tema del presente, lo
escribió el esclarecido periodista de antaño, don Anselmo H. Rivas; agrega
datos sobre El Aluvión de 1867 y fue traído a la memoria en La Prensa, del 13
de mayo de 1931, semanas después del trágico terremoto.
Con solo recorrer Managua,
cualquiera puede concluir que el remedo de ciudad es la reunión de muchos y
antiguos contrapesos al progreso; la cosa será distinta cuando por fin
estrechemos la inteligencia y desaparezcan tantas personas ufanas de poseer
grandes seseras, cuando en ellos todo es inicuo y prima la inobservancia de las reglas básicas. Aquí les dejamos,
primero, una reseña sobre el intento de “trasladar la capital”, luego, el
primer barrio “progresivo” surgido en 1931, y a continuación, el artículo poco
divulgado de don Anselmo H. Rivas sobre el Aluvión de 1867.
1 . - Nota: Fotografía publicada en el diario Novedades, Segunda Época. Lunes 19 de Diciembre de 1977; No. 1754. Pág. 1.
1 . - Nota: Fotografía publicada en el diario Novedades, Segunda Época. Lunes 19 de Diciembre de 1977; No. 1754. Pág. 1.
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RECORDANDO LA CATÁSTROFE QUE DESTRUYÓ GRAN PARTE DE MANAGUA EN 1876
Por Anselmo H. Rivas. En: La Prensa, 13 de Mayo de 1931
No es la primera vez que Managua sufre una calamidad pública
Sólo los
viejos recordarán que el 4 de octubre de 1876 Managua sufrió una gran calamidad
que, aunque menor en todo sentido a la que ahora le abate, si se tiene en
cuenta el tiempo, el progreso de la época, y la diferencia de riqueza y
prosperidad que marcan cincuenta y cuatros años de diferencia, es de suponer que
nuestros abuelos no fueron menos afectados en aquel año fatal que lo hemos sido
nosotros en el presente.
Familias
numerosas perdieron a sus deudos, quedaron sin moradas, y se vieron sumidas en
un solo día en la más desconsoladora de las miserias. Aunque aquel flagelo fue
una inundación de las aguas corrientes que se desbordaron de las Sierras sobre la capital, y el actual
desastre fue debido al tremendo terremoto y al incendio, es necesario leer las
crónicas de la época para apreciar la gran semejanza que tiene ambas
catástrofes, y cómo el espíritu estoico de los managuas no se ha perdido a
través de medio siglo.
Por creerlo de
interés y actualidad, reproduciremos la crónica que se publicó entonces en La
Gaceta correspondiente al sábado 14 de octubre de 1876, diez días después de
acontecida la catástrofe. Esta crónica es obra de la selecta pluma de don
Anselmo H. Rivas.
Managua quedó desolada como ahora
Una de
aquellas tremendas catástrofes –dice la crónica— con que de tiempo en tiempo se
enlutan las páginas de la historia de los pueblos, acaba de verificarse en esta
capital.
Nuestra mente
se confunde en un abismo de profundo dolor al recordar el para siempre aciago 4
de octubre de 1876.
En ese día
perecieron miserablemente varios de nuestros conciudadanos, y una gran parte de
Managua ha quedado reducida a un páramo en donde la vista contristada, sólo
contempla escombros y desolación, y ha
desaparecido entre el fango y las ruinas el fruto de muchos años de trabajo de
esta laboriosa población en que toda la República fundaba esperanzas de un
halagüeño porvenir.
Los anuncios de la tempestad
Hacía ya unos
días que el viento del Sudoeste venía cubriendo la atmósfera de nubes
cenicientas, anunciando la proximación, de lo que aquí se llama temporal o vendaval.
El 3, sin
embargo, el cielo amaneció sereno y nada hacía prever el movimiento terrible
que se estaba preparando en el seno de los elementos.
El horizonte
fue oscureciéndose poco a poco, y a eso de las 4 de la tarde comenzó a soplar
un viento impetuoso del lado del sur, contrastando al mismo tiempo por el del
Este y del Norte, pareciendo que todos los vientos se habían desencadenado al
mismo tiempo.
Empieza el diluvio
El huracán
rugía más y más a cada instante, cayendo verdaderos torrentes de agua,
especialmente, según se nos ha referido, por el lado de las sierras.
Las calles de
la ciudad parecían ya ríos caudalosos;
pero como en Managua esto sucede siempre que hay mucha abundancia de lluvia,
por causa de las corrientes que bajan de las montañas que la rodean al sur,
nadie paraba su atención en ello ni pensaba en la catástrofe que nos amenazaba.
La inundación entra por sorpresa
Entre las 9 y
las 10 de la mañana del 4 y mientras la
generalidad de habitantes almorzaba tranquilamente, se oyen gritos de alarma y
de terror en varios puntos de la ciudad.
Una corriente
furibunda, negra y fangosa se había esparcido en varias de las calles
principales hasta la elevación de dos, tres y cuatro varas, haciendo un ruido
terrible y arrastrando en sus vórtices espantosos, inmensos troncos de árboles
y piedras de gran tamaño.
En la misma
plaza de la Parroquia y de San Miguel, el agua subió hasta una vara de
altura. Inmediatamente las casas
adyacentes fueron inundadas sin que sus habitantes pudiesen poner a salvo sus
muebles y demás enseres y ni aun siquiera el numerario, quedándoles apenas el
tiempo suficiente para librar sus vidas, muchos teniendo el agua más arriba del
pecho.
La situación
era terrible. Mujeres con sus chiquillos en los brazos y con líos en la cabeza
iban corriendo despavoridos en busca de un asilo. Pequeñuelos llamaban a gritos
a sus madres. Estas buscaban a sus hijos; ayes, quejidos, súplicas elevadas al
cielo, ancianos que pedían socorro, hombres arrojados que, dando gritos, se
precipitaban en la corriente para salvar algún infeliz, arrancándolo a las
garras de la muerte, y por encima de esos mil ruidos confusos y apagando todos
lo demás, se oía el de las furibundas avenidas que como negras serpientes
bajaban de las montañas, rebotaban y se retorcían ahullando (sic) y destruyendo
cuanto encontraban a su paso.
La tempestad duró siete horas y dañó un
extenso radio
Siete horas
duró la tempestad, que fue menguándose lentamente hasta apaciguarse por
completo, a eso de las 8 de la noche.
Su mayor
fuerza fue a las dos de la tarde cuando las oleadas de la corriente pasaban por
encima de los tejados de algunas de las casas más bajas de la Calle Honda.
Las calles
invadidas fueron nueve: la del Coyol, la de las Carrión, la Calle Honda, la de
San Antonio, la de la Moreira, la del Palacio, la de la Parroquia, la del
Mesón, la de Candelaria, además de las tres plazas de San Sebastián, de San
Miguel y de la Parroquia, penetrando las aguas y el fango hasta unas tres
cuadras de la calle Nacional, pero sin causar en ella mucho daño.
Las pérdidas de vidas fueron pocas
En cuanto a
las pérdidas de vidas tenemos la pena de anunciar que el número de ahogados en
la ciudad y en las Sierras que en El Boletín hacíamos ascender a 15 se ha casi
duplicado, y se esperan datos seguros que ha mandado recoger el señor ministro
de la guerra licenciado don Isidro López.
También en aquella ocasión se desató el
pillaje
Después de
enumerar la crónica de los nombres de los ciudadanos que prestaron
valiente y desinteresados servicios en
el salvamento de sus conciudadanos agrega:
Desgraciadamente,
tiene también (el pueblo de Managua) algunos que, aprovechándose del pavor de
los habitantes y de que los intereses se hallaban abandonados, se entregaron al
robo, al pillaje y a la embriaguez.
Varios que han
sido cogidos infraganti recibieron ya el condigno castigo.
No faltaron críticas al gobierno pero
este cumplió con su deber
Se ha dicho
por algunos que las autoridades anduvieron remisas en el cumplimiento de su
deber en los momentos del terrible azote.
Esos tales,
entre los cuales hay algunos que han perdido todo cuanto tenían, ceden
probablemente a esa necesidad que siente el hombre en las desgracias de
atribuir a alguien la culpa de ellas; y en tal concepto nada más natural que
hace blanco de sus acusaciones a las autoridades.
Pero quien
haya recorrido las calles en los momentos más peligrosos de la inundación,
podrá haber visto a los Agentes de la Policía con la escasa fuerza del
resguardo, prestar cuantos servicios estaban a su alcance, lo mismo que los
oficiales de la Guardia de Honor con su tropa, que pasaron todo el resto del
día sin comer, ocupándose en salvar personas e intereses.
Los Ministros dictan las primeras
providencias
Por la noche
los señores Ministros de la Guerra Ldo. don Isidoro López y de Hacienda don
Emilio Benard, los únicos presentes en la ciudad, dictaron las providencias que
les fue posible tomar y que en aquellos momentos no podían ser otros que
facilitar asilo a algunos que habían quedado sin hogar y poner piquetes de
tropas en los puntos que se consideraban más expuestos a l codicia de los
ladrones.
El Palacio Nacional lugar de asilo
El Palacio
Nacional se llenó de vecinos que se asilaron en él, prestándoles la esposa del
señor Presidente Chamorro y demás familia, con la mayor voluntad, cuantos
auxilios estaban a su alcance.
El Gobierno toma nuevas providencias
Al día
siguiente los señores Ministros reunieron a varios vecinos respetables,
resultando el nombramiento de una Junta de Socorros ara los menesterosos
poniendo desde luego a su disposición tres mil pesos fuertes y todas las
mudadas de munición que estaban almacenadas. Otra Junta fue encargada de los
trabajos de desagüe en las afueras de la ciudad, para ver si era posible
prevenirse contra una repetición de la inundación que todos temían.
Se aumentó la
Policía, nombrando para la misma un Inspector General, que lo fue el general
don Miguel Vélez y un Agente que lo fue el Ldo. don Francisco Bermúdez, y otros
Agentes secundarios como consta de la Orden General que se inserta en este
mismo número.
Se decretaron
penas para los ladrones y detentadores de objetos pertenecientes a las víctimas
de la inundación.
Estas Juntas y
esos funcionarios comenzaron a obrar inmediatamente con mucha energía,
habiéndose iniciado desde luego varios trabajos con buen resultado y habiéndose
socorrido ya a centenares indigentes.
Tampoco el
señor Prefecto y el señor Gobernador Militar del Departamento quedaron de
menos, y el día 5 se les veía en varios puntos procurando la salvación de
propiedades y facilitando los trabajos
de desagüe.
En las Sierras el desastre fue muy grande
En las Sierras
también hubo grandes desgracias y ruinas, pero no tanto en el día como en la
noche anterior.
Desaparecieron
casas enteras arrastradas por la corriente mientras sus habitantes estaban
dormidos, como sucedió con el apreciable señor don Ramón Murillo, ahogado con
otros cuatro entre hombre, mujeres y
niños.
Haciendas
enteras de café fueron arrasadas, los mismos que campos de maíz y vastos
potreros, quedando cubiertos de arenas y guijarros y arrancando los cafetos o
quedando sepultados bajo el desplomamiento de grandes elevaciones de terreno precipitadas
por las corrientes.
El Ministro de
la Guerra ha nombrado una comisión para que se traslade a los puntos de donde
se asegura que partieron las avenidas, y que, si es posible, averigüe las
causas naturales de tan espantoso fenómeno sobre las cuales hay hasta ahora
gran diferencia de opiniones.
En aquella fecha se consideraba la
inundación como la más terrible desgracia que había afligido a Managua
Terminamos el
cuadro, lúgubre de esta que ha sido la más terrible desgracia que ha afligido a
Managua desde su fundación (pues aunque la tradición refiere que hubo otra
catástrofe semejante a principios del siglo pasado, es cierto que esta ha
sobrepujado con mucho a la anterior), asegurando que ha sido un golpe fatal del
cual sólo la proverbial laboriosidad y energía de sus hijos podrá levantarla, y
excitando la caridad delos demás pueblos de la República, para que acudan en
auxilio de tantos centenares de desvalidos a quienes falta lo más necesario a
la vida, no siendo suficiente a tanta urgencia el Tesoro Nacional sobrecargado
en el día con tanto gasto extraordinario.
Los pueblos que primero acudieron con
socorros
Es un deber
muy grato para nosotros el consignar aquí que las autoridades y vecinos de
Masaya, al tener noticias de la espantosa catástrofe, enviaron auxilio de
gente, víveres, ropa, calzado, etc., y que igual cosa ha hecho el vecindario de
Granada, donde además se ha organizado una Junta de Socorro. De los pueblos
circunvecinos, Nagarote, San Marcos, Diriá, San Juan, Catarina, Niquinohomo y
Masatepe vienen constantemente con auxilio de víveres.
El Presidente de la República estaba en
Chinandega
Habiéndose
interrumpido la línea telegráfica a causa de la tempestad y de las avenidas, la
noticia de la desgracia de Managua no llegó a conocimiento del Gobierno que se
hallaba en León sino hasta el seis en la tarde. Inmediatamente el telégrafo
llevó la funesta nueva el General en Jefe que estaba en Chinandega y a las
autoridades y vecinos de Corinto. En el acto el Gobierno y el Mando en Jefe dispuso
su traslación hacia Managua para dar más actividad y energía a las providencias
encaminadas a la salvación del vecindario, y el miércoles (11 de octubre) a las
dos de la tarde hicieron su ingreso en este campo de desolación, donde lo
afligidos habitantes los aguardaban con la mayor ansiedad.
Explicación histórica necesaria
La crónica nos
habla del Gobierno en León y del General en Jefe en Chinandega Para explicar
esto recordemos lo que estaba pasando en la misma época que el tremendo flajelo
(sic) caía sobre la Capital.
Era Presidente
de la República don Pedro Joaquín Chamorro; pero como por el lado de Costa Rica
el Presidente Guardia de aquella República amenazaba con invadir a Nicaragua; y
por el lado de Honduras el General Máximo Jerez con un ejército que tenía por nombre La Falange Nicaragüense,
amenazaba también desatar la guerra por aquella frontera, el Gobierno había
puesto al país en pie de guerra, levantando dos ejércitos. Como era costumbre
de los hombres de la época, el propio Presidente se puso a la cabeza de los
ejércitos, habiendo antes depositado el poder que ejercía en don Pedro
Balladares que, para estar más ceca de los acontecimientos del teatro de la
guerra, fijó la residencia de su Gobierno en León. El ejército que se acantonó en
Rivas tenía por Jefe al General Joaquín Zavala.
Por tales
razones el Gobierno no estaba en Managua, y por esto la crónica no habla de la
actitud del Presidente en medio de la inundación; estaba al frente del ejército
conjurando un peligro inminente cuando sucedió lo que nadie esperaba.
Hasta en eso
se parece aquella desgracia a la que ahora nos aflige; no le falta, como
tampoco a la presente, el espectro de la guerra civil sin más frutos que el
odio entre los hermanos.
La ciudad de León se porta a la altura de
las circunstancias
El vecindario
de León –continúa la crónica— se ha levantado en esta crítica circunstancia a
la altura de un pueblo verdaderamente culto. La Municipalidad y varios vecinos
enviaron inmediatamente auxilios de víveres que han llegado en la mejor
oportunidad; y se ha colectado una suscripción considerable que será un
consuelo para los menesterosos.
Igual cosa se
hace en el departamento de Chinandega y en Corinto, donde la ruina de esta
capital ha producido honda impresión.
Conclusión de la crónica
Concluimos el
presente artículo excitando a este vecindario a que se levante a la altura de
su desgracia, desplegando mayor energía para reparar las pérdidas que le ha
ocasionado la catástrofe, asegurándoles que Dios y las buenas gentes de los
otros pueblos no dejarán de proteger sus loables esfuerzos.
Desde luego,
el terremoto del 31 de marzo y el incendio que luego se desarrolló, no admiten
punto de comparación con la inundación cuya crónica acabamos de reproducir y
que se conoce con el nombre de El Aluvión. Pero sí es mayor la que ahora
sufrimos, también es cierto que hay ahora mayores recursos para reparar las
pérdidas y reedificar la ciudad.
Por tanto
también nosotros terminaremos con las palabras de la crónica, excitando a los
habitantes de Managua a ser dignos del espíritu de resignación y conformidad de
que ha dado muestras no solo ahora, como hemos visto, sino en otras épocas, y
por lo que ha merecido ya calurosos elogios de los extrangeros (sic) que hablan
de nuestro espíritu de acero”.
Repitamos las
palabras de la crónica del Aluvión que nosotros vimos cumplidas: “Con la ayuda
de Dios y las buenas gentes de los otros pueblos, volveremos a ver a Managua
surgir de sus cenizas”.
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CONTRA EL BARRIO DE
BOLÍVAR. En La Prensa, miércoles 12
de Mayo de 1931. Pág. 4. Año VI. No. 1414.
Por: Frutos Ruiz y Ruiz
Managua, antes
del terremoto, padecía del defecto de urbanización por causa d᾽extrarradiarse; sin estar edificado el casco de la población, los barrios se multiplicaban sin orden
alguno y hasta la playa fue invadida de la manera más inurbana.
Ahora, después
del terremoto, Managua, el casco de Managua está por hacerse nuevo: ¿será
cuerdo aumentar el radio de la población, extrarradiarse, crear un nuevo
barrio, a cuatrocientos metros del casco urbanizado antes?
Crear un nuevo
barrio, urbanizar un nuevo barrio no es
obra pasajera, ni de momento; demanda cuantiosos gastos: lo de menos es la
edificación; debe comenzarse, antes de trazar el plano de sus casas, por
establecer el plano de abastecimiento de agua, luz y servicio de toda suerte de
cloacas y esto debe realizarse antes de edificar casas.
¿Cuánto cuesto
esto? ¿Se ha pensado en ello? Cuarenta
hectáreas de urbanización es cosa más seria
y más dilatada que lo que aparece a primera vista. Considero risible la
suma de cien mil dólares aun para los rudimentos de urbanización de calles, qué
menos para la construcción de un barrio, que equivaldría a crear un pueblo en
las afueras de Managua.
Si trasladar,
si pensar en la traslación de la capital fue ofensa alevoz (sic) al corazón de
Managua, casi es lo mismo crear un barrio fuera de la población, abandonando a
su suerte adversa y desafortunada a los que sufrieron el sismo telúrico, y
alzan hoy sus tiendas sobre escombros, ruinas y
cenizas; cenizas, sí, ruinas, escombros, pero sagrados; ruinas que
claman por levantarse, tierra sagrada que maldice a los que la abandonan,
escombros que esperan el hálito de los verdaderos patriotas.
Edificar un
nuevo barrio equivale a robar a Managua la poca sangre que le quedó, es acabar
de matar a un muerto, si es que Managua pudiera morir, que no morirá.
No hay dinero
para edificar el nuevo barrio. Un barrio de tablas es una ofensa a Managua. Un
barrio de casas minúsculas es para los pueblos minúsculos.
Todo lo dicho
está demás porque ningún Managua aceptará, licitará un solar de Bolívar.
Ese barrio
estaba bien en los días del terremoto si se hubiera podido hacer en cuatro
días, como medida de emergencia; hoy no.
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ASECHANZAS CONTRA
MANAGUA. Editorial del diario La Prensa, Managua
14 de Mayo de 1931. Pág. 2.
A raíz del
terremoto se habló mucho de trasladar la capital provisionalmente a otra ciudad
de la República. Hasta se ideó la absurda idea de extender el Distrito Nacional
a Masatepe para que no se dijera, mediante una burda ficción, que la capital
había salido de Managua. La opinión
pública se impuso, y el Ejecutivo hubo de ceder a regañadientes.
Parece, sin
embargo, que esperaba las lluvias de mayo para insistir en el propósito de
abandonar la capital con pretexto de que Managua es invivible. Se habla ya de
un proyecto de ley que será presentado a las Cámaras, por el cual se autoriza
al Ejecutivo a trasladarse a otra parte “provisionalmente”.
Los
nicaragüenses bien intencionados tenemos que estar y estamos contra ese proyecto. Hemos pasado casi en
silencio, por falta de periódico, el abandono en que las autoridades dejaron la
ciudad capital durante los días tremendos del sismo y el incendio; no hemos
insistido en que se repartan los subsidios que de diversas partes del mundo se
han enviado a los damnificados, ni en que el Gobierno dé cuenta de esos fondos
o manifieste que piensa hacer con ellos; pero lo que es permanecer indiferentes
y silenciosos ante la amenaza de dar el golpe de gracia a Managua, eso no es
posible. Defenderemos nuestra capital porque ello significa la riqueza, el
orgullo y el bienestar de toda Nicaragua. Managua es el centro de su comercio,
es, aun después del terremoto, la mejor ciudad de Nicaragua, y constituye sobre
todo, el centro indispensable donde descansa el equilibrio político de la
nación.
Apenas se dijo
que era necesario trasladar la capital a otra ciudad, los diarios de Occidente
emprendieron una campaña de rivalidades
mezquinas contra lo que suponían interesados en llevársela a Oriente; y
mientras Managua gemía en el dolor, los
otros pueblos se repartían la herencia de la capital, aun antes de que ésta
hubiese desaparecido del todo.
Y, digámoslo
con franqueza porque apenas seremos un eco de la opinión popular, el Gobierno
que nada hizo durante el conflicto, el Gobierno que no ha tenido después del
terremoto un gesto salvador ni ha decretado una disposición que lleve siquiera
la esperanza a los corazones entristecidos, es el que encabeza las medidas que
tienden a arrebatar a Managua su
hegemonía y principado político. De allí vienen los proyectos de construir un
nuevo barrio; de allí sale ahora otra vez la idea de llevarse la capital, de
allí no ha salido nada, en cambio, que salve a Managua.
No somos
oriundos de Managua, como es notorio; no hemos perdido el natural amor a la
tierra en que nacimos, como es natural; pero si defendemos a Managua con tanto
calor, es porque creemos defender los altos intereses de la República en
general, que debe estar sobre los particulares de individuos y poblaciones.
Managua representa el corazón de la República y constituye su centro de
gravedad política; destruyéndola aunque sea con el pretexto de volver a ella,
es echar leña al fuego extinguido del funesto localismo de antaño. Solo la idea
de la traslación provisional, ha dado motivo a que las viejas rivalidades
asomen su cabeza de hidra.
El gobierno
debe permanecer en Managua. Solo los que creen que gobernar es ganga y no
sacrificio, pueden estar pensando en buscarse lugares cómodos para huir de las
consecuencias de desastre como huyeron en las horas tremendas de la catástrofe.
Los
presidentes de Guatemala, de El Salvador no huyeron a otras ciudades cuando allá
sucedió igual cosa que en Managua. Permanecieron con su pueblo y pronto
renacieron aquellas hermosas y prósperas capitales. Eso cumple a un Presidente
de Nicaragua; permanecer en Managua es sacrificio pero es también patriotismo.
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