jueves, 30 de junio de 2022

Sobre la Cristiana Muerte de Rubén Darío. Por: Gregorio Aguilar h. En: El Gráfico. Febrero 9 de 1930.

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    La fama de que ha gozado el doctor Mariano Barreto, durante más de medio siglo entre los cultivadores de las patrias letras, me hizo abrir las páginas del tercer tomo de su obra “Política, Religión y Arte”, que ya sacado al público en estos últimos días; y como al hojearlo mirase el nombre de Rubén Darío, detuve mi atención sobre aquellas, deseoso de envolver mi intelecto en el luminoso pensar del ilustrado crítico; porque, quién al hablar del Poeta Magnífico, no ha de levantar su mente hasta las más altas, puras y serenas regiones del espíritu?; y, si a todos es dado elevarse por la escala de la admiración, ¡cuánto más fácil no será para al docto e iniciado en los secretos de la Belleza!; y así llegué a pensar que tales páginas serían una exaltación de la obra del poeta pindárico, aclamado por los hombres y coronado por los dioses, pero, como humano es errar, erré; y por lo que supuse fuente cristalina, fresca y riente, vino a ser, tocado apenas, poza oscura.

    El doctor Barreto narra en ese artículo los últimos días del poeta. Nos recuerda su entrada triunfal; cita algunos pormenores de su enfermedad, todo en lenguaje opaco y común, pero su palabra se abrillanta cuando nos habla de la fe religiosa de Darío. Es entonces cuando el cronista, para negar los méritos de su cristiana muerte, se enciende en el fuego del fanatismo religioso, de que ha dado siempre muy claras muestras, y supone, se imagina y asegura, que el gran poeta le dijo: “No creo en nada…” y, luego, piensa y creé que padecía de desequilibrio mental, al recibir los auxilios divinos de la Religión Católica:

¡Darío ateo! ¡Darío loco!

Sólo el doctor Barreto lo ha dicho; sólo él puede pensarlo.

Olvidado ha el doctor Barreto, el sentido altísimo de aquellos maravillosos versos, llenos de una belleza aterradora:

        “¡Oh, señor Jesucristo! Por qué tardas, qué esperas”

        y el decir de estos otros:

        “Mi sendero elijo

        y mis ansias fijo

        en el Crucifijo”

    En esos versos, la idea fija y poderosa de la Divinidad, con el ansia de elevación, palpitan de tal manera, que es necesaria toda la ceguedad fanática del doctor, apóstata, para no mirarla.

    Sin comprender el amor del Poeta por la edad pagana, sin entender el por qué de su devoción a la blancura luminosa de los dioses de Olimpo, el articulista se pregunta: “Creía (¿Rubén) en los dioses del paganismo?”

    Darío fue pagano a la manera de los pontífices y artistas del Renacimiento: por la gran suma de belleza que encierran los dorados misterios de las teogonías.

    El doctor Barreto, nunca, jamás comprendió a Darío. Ya éste le había dicho: “tu inteligencia no puede medir mis versos”.

    Que el Poeta sintió los dolores de la duda:

        “y no saber adónde vamos

        ni de dónde venimos”:

que muchas y repetidas veces interrogase a la Esfinge; que al borde de los sepulcros clamase con grandes voces:

        “Señor! que la fe se muere

        ¡Señor, mira mi dolor!

        Miserere, Miserere

        ¡Dame la mano Señor!

    Qué alma no ha sentido las angustias de la desolación; qué alma religiosa no ha buscado la Verdad, temblando ante el misterio. En Darío, se manifiestan repetidas veces el anhelo de purificación con los dolores del arrepentimiento. El pecado de la carne le asedia, y, en medio de la embriaguez de los sentidos gime, lleno de debilidades:

    “Y quedar libre de maldad y engaño

    y sentir una mano que me empuja

    a la cueva que acoge al ermitaño

    o al silencio y a la paz de la Cartuja”.

    Si Darío no entró a la vida por los caminos de la penitencia, y no recibió plenamente la gracia de Dios, fue:

        “Aun la voz no escucho

        del Dios porque lucho.

        HE PECADO MUCHO

    No es hasta en la hora de la muerte de Darío, que Barreto habla de su desequilibrio mental, no; siempre conceptuó al gran poeta en tal estado; ha constituido en él una obsesión por toda su vida, no sé por qué: En el número 5 de la revista La Patria, del año 1899, he leído un artículo del doctor Barreto del que transcribo:

    “Rubén Darío – Referente a este ilustre poeta y literato argentino, tengo que dar a mis lectores una noticia dolorosa. No es la su muerte que ésta sería de más gravedad para él, aunque no para su nombre de poeta y de escritor eximio, ni para las letras americanas.

    No, él, está vivo, pero indudablemente ha sido víctima de un desequilibrio intelectual y no sería extraño que dentro de poco abandonara por completo los dominios de la razón como ha abandonado en literatura los dominios del arte y del buen gusto”.

    La opinión del doctor Barreto, contrasta notablemente con la que había expresado diez años antes el eminente literato salvadoreño don Francisco Gavidia, en el número 1º del Repertorio Salvadoreño de 1888. Decía así: “Cuando Rubén haya crecido, va a cautivar al Mundo: le aguarda un destino que él no conoce… el escritor actual (tiene veintitrés años) va a ser en el porvenir un talento completo: el Poeta cabal.

        Benditas sean las profecías áureas,

        que se cumplen en el tiempo,

        y bendita sea la boca de los profetas.

                                        Jerónimo Aguilar h.

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