viernes, 1 de agosto de 2025

BRIGADISTA EN ÑARI RIVER. Antología del entusiasmo al finalizar La Cruzada de Alfabetización. Por: Eduardo Pérez-Valle- 1980.

 

ANTOLOGÍA DEL ENTUSIASMO AL FINALIZAR LA CRUZADA. En: El Nuevo Amanecer Cultural, Año I – No. 11.  Agosto 17 de 1980.  pp. 1-6. 

BRIGADISTA EN NARI RIVER

Querida hija:

A través de tus cartas y recados
te veo
ubicada en tu rancho,
el que te señalara la Cruzada
de Alfabetización de nuestro pueblo,
de su redención.

Es la casa de doña Candelaria
Mendoza de Moreno,
madre del mártir Guadalupe Moreno,
Comandante Abel,
estudiante de leyes en León,
transfigurado en la noche
del diecinueve de junio,
atacando el Comando.
¡Honor a su memoria!

Te veo
rodeada de los señores de la casa,
que no encuentran la forma de ser gratos
a la recién llegada
que trae de regalo el alfabeto.

Son ellos:
don Valentín González (noventa años),
doña Ramona, su hermana (diez años más joven),
don José Calderón (otros diez años menos),
don Francisco García (de sesenta)
don Juan Pérez Blanco (de cincuenta)
Celestino González (de cuarenta)
y sus hermanos José y doña Candelaria
(de cuarenta y cinco),
la madre del joven que murió de pies
frente al tirano.

Estos viejos son todos muy buenos y muy nobles;
y te han acogido con alma y corazón
en ese rancho que tú dices
¡es tan bonito!

El río Ñari pasa
lento e indiferente
a diez y veinte pasos.
Hay que levantarse cuando empieza a clarear
para bañarse en él y lavar la ropa
cuando los últimos luceros van desapareciendo
y el alba asoma tras la montaña.

El río queda inmóvil, ensimismado
en su grandeza,
cercado por la selva
misteriosa, elevada, impenetrable.

Este río es de un genio
pausado,
muy diferente al de Kukra,
su vecino,
que corre y corre como un loco,
y hasta tiene sus saltos y raudales.

El Ñari es ancho y profundo
y viene cargado con el alma de la montaña.
Pero en los mapas aparece como un riachuelo
y va a desembocar en la Laguna de Perlas,
firmamento acuático,
límpido espejo de los astros.

Refugiada en ese rancho,
a orilla de ese río;
y enmedio de esa selva,
piensas en Bluefields pintoresca
como una metrópolis.

Vas sintiendo la selva como tuya,
ya no temes al tigre y la culebra;
y escuchas el rugido
                          lejano
como un detalle audible del paisaje.

Los señores de casa
te colgaron la hamaca en el mejor lugar,
en la sala del rancho,
y duermes en el cuarto con doña Candelaria,
en cama de colchón
y con tu mosquitero.
Hasta en la madrugada el frío se insinúa en los rincones
y entonces te arrebujas con la colcha.

Ya es cuatro de mayo y no ha caído
una gota de lluvia en Ñari River.

En la finca hay tres vacas
y tres jamelgos;
y la yegua Zorolpa (¡oh haragana!)
que siempre está dispuesta
para llevarte a Kukra Hill.
En esto tiene importancia
esa perrita cariñosa así llamada:
“Importancia”,
que siempre corretea tras tus pasos.

Te veo
en medio de la sala
oyendo
en el radio pencón de Celestino
(que con seis baterías y su antena
coge todas las bandas)
las estaciones de Nicaragua,
de Costa Rica,
Radio Habana, Moscú, la BBC.

Se escuchan en la sala comentarios
de los campesinos,
que hablan de la Revolución y el Sandinismo
con tanto amor.
        Pues por primera vez,
con la penetración del INRA,
se extiende a ellos
la sombra protectora del gobierno.

El compañero Pérez,
uno de los de casa,
confiesa conmovido
su inmensa gratitud al Sandinismo.
Tu lámpara, que te dieron en Bluefields,
es de queroseno,
nueva y pintada de rojo,
y te es de mucha utilidad.
Cuando los compañeros de Ñari River
te vieron llegar
con ella en la mano, como un símbolo de luz,
se pusieron muy alegres:
y sintieron que se les iluminaba
el rancho, la mente y el corazón.

Te veo
degustando el infaltable pescado
--unas veces mojarras, otras guapote—
que muy temprano en la mañana
fue cogido en el río;
el guineo y el plátano,
verdes o maduros;
la tortilla y los frijoles.
A veces saboreas el guabul
de la abuela Ramona
o te comes un buen trozo de la excelente carne del saíno.

Ahora vas a tomar tu leche
(leche reconstituida, de la que proveyó ENABAS en
                                                                Kukra Hill):

La abuela Ramona
y la mama Candelaria
están muy atareadas
horneando pan, pan dulce y suculento queque de guabul.

Paseas
entre los árboles que rodean el rancho,
entre los naranjos y los cocoteros
cargados de frutos,
o te acoges al rancho, humilde, pero aseado,
que invita
a un guacal de pozol, o a una jícara
de chocolate caliente o de café.

Y
-- lo más importante
de tu ir y venir,
de tu trajinar,
de tu permanecer en Ñari River—
te veo
al – fa – be – ti – zar.

Cuando llegaron por primera vez
                                          las brigadistas
la gente del lugar,
                    humilde y sencilla,
las premió con un gran recibimiento,
como mejor se pudo,
                        sinceramente cálido.

Fue entonces
cuando los campesinos,
la sonrisa en los labios
y los ojos muy fijos y abiertos
                                    se quedaban mirándolas,
como para saber
si aquellas niñas de ciudad, tan finas,
                                            y quizás remilgadas,
tendrían el valor
de quedarse en esas lejanías,
sólo para enseñar a leer
                             a gente extraña.

Y ustedes dudaron,
pero sólo un momento:
porque al instante la Olga,
                              la Eva,
                              la Marta (prima de la Eva),
                              la Lidia,
                              Cristina
                              Ivania
                (tus compañeras) y tú misma, dijeron.

--No. Nunca abandonaremos
a esta buena gente, nuestros hermanos,
que nos han esperado
desde hace más de un mes, desde toda la vida.
Nos quedamos, pues es nuestro deber
como revolucionarias,
como hijas de la nueva Nicaragua.

Y al instante
todas las sonrisas se expandieron
y todas las miradas se iluminaron.

Y una tomó a su cargo
                        diez analfabetos,
                        otra catorce,
                        otra doce.

Tú te llevaste quince.
                    once adultos, que son tu compromiso,
                    y un ipegüe de cuatro niñas
                    (las hijas de Donatilo)
                    que hubiera sido una lástima
                    que se quedaran sin aprender a leer.

Les enseña por la mañana,
la tarde es para los viejos.
Todos quieren aprender, aún los nonagenarios.

Ahora quiero recordar
cuando los habitantes de Ñari River,
esa gente buena y humilde –santos analfabetos—
recibieron a tu brigada,
el corazón en la mano palpitando de esperanza;
esos buenazos campesinos
habitualmente callados, mudos, podría decir,
tomaron la palabra
y fueron unánimes
al pedir
que la comunidad las protegiera,
que las tomase a su cuidado,
y que todos cooperaran
para que el alfabeto se implantara
en Ñari River
y diera sus hermosos frutos
para bien de Nicaragua
y gloria de su Revolución.

Todo esto veo
a través de tus cartas,
y agradezco a Dios y a la Revolución
que El inspiró y alienta
en nuestro pueblo. Porque
está moldeando
amorosamente
en nuestro país, antes dejado en mano
(abandonado en otras manos,
rapaces y asesinas),
está moldeando, digo,
al nuevo nicaragüense, hecho de amor y justicia.

Antes esa gente de Ñari River,
que ahora se muestra contenta,
                                    esperanzada
                                            y cooperativa,
estaba triste, desesperada y huraña,
botada en esas soledades,
compartiendo la montaña con la culebra y el mono.

Antes el pobre campesino de Ñari River
sólo se mantenía de una flaca esperanza,
que a su vez carecía de soporte.


El gobierno –el tirano—
era un pulpo voraz,
una gran sanguijuela
absorbiendo la sangre
del pobre pueblo exhausto.

Ahora
los campesinos tienen razón para sentirse importantes:
son importantes
para la Revolución.


Querida hija.
                te espero triunfante
a la vuelta de agosto.
Para entonces
nuestros hermanos de Ñari River
habrán vuelto a nacer;
y quizás nos escriban
para contarnos de su nueva vida.

Eduardo PÉREZ-VALLE
Managua, junio de 1980






                              EXISTENCIA CORVADA

 

  Puntual

   ayer, como siempre,

   durante todos los sábados

   miré pasar al pobre viejo

   setenta y pico de años…

   arrugado

   corvado

   acentuado por la escoliosis

   mirada grisácea

   el sol le abrillanta el blanquecino

   e inmaculado cabello

  a ritmo lento echa apagados gritos de aviso

  El Periódico! ¡El Periódico!

  entre brazo y antebrazo carga pocos ejemplares

  ahí va el sustento dentro del aligerado fardo de su pesada vida

  avanza

  esparce 

  noticias, buenas y malas

  lleva junto a su anónima existencia

  el drama propio y ajeno trágico de todos los días.

 

                   Dr. Eduardo Pérez-Valle -  1977