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Del Editor-Redactor del Blogspot:
Después de la inmolación
heroica de Rigoberto López Pérez, el somozato decidió aplicar la acostumbrada Ejecución
extrajudicial o paralegal conocida como “Ley
de Fugas”, así lo hizo en contra de tres
de los cuatro implicados.
El 18 de mayo de 1958,
los hijos del General Anastasio Somoza García movieron el pulgar hacia arriba. Esa
noche, miembros de la Guardia Nacional, asesinaron a Edwin Castro, Ausberto Narváez y Cornelio
Silva, mientras tanto, Juan Calderón
Rueda, por esos insospechados giros del destino, escapó de la matanza perpetrada por dos soldados.
En diciembre de 1963,
la valiente, audaz y, bondadosa determinación del raso G.N., Pedro Narváez Guido, custodio
de Calderón Rueda en el hospital donde permanecía recluido, tras pasar siete
años de cárcel y torturas, le permitieron
escapar y pedir asilo en la Embajada de Argentina.
A través del tiempo, se repiten los hechos principales de aquellos acontecimientos, donde siempre suele hacerse somera mención de Juan Calderón Rueda. Creemos necesario, no por menos,
justo, devolver al presente lo que el tiempo convierte en pasado lejano.
Dos artículos
periodísticos, imprescindibles, nos permiten alumbrar sobre lo ocurrido, ambos
tienen el mayor alcance por estar construidos con el testimonio del mismo Calderón
Rueda, uno en 1969, y el otro, en 1980, cuando por fin pudo volver a pisar suelo nicaragüense. Falleció en los Estados Unidos de Norteamérica, el 5 de Marzo de 1994..
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Calderón Rueda,
Argentino
NICA DESTERRADO
ENCUENTRA PATRIA. En: Extra. 31 de Enero de 1961.
Juan Calderón
Rueda, el más sufrido de los implicados en la muerte del General Anastasio
Somoza García, ha logrado por fin obtener la ciudadanía argentina después de 13
años de cárcel, exilio y penalidades de todo género tanto para él como para su
familia.
Ronald Calderón
Borge, el hijo que convivió con él durante un año en Buenos Aires, informó a
“Extra” que ha recibido una carta en la que su padre le comunica que finalmente
Argentina le ha concedido la ciudadanía y el pasaporte, que le fue negado en su
patria, Nicaragua.
Las gestiones
hechas por el abogado de la familia Calderón Rueda, Dr. Juan Manuel Gutiérrez,
ante el canciller Dr. Lorenzo Guerrero, el jefe de Migración Iván Alegrett y el
mismo presidente Somoza fallaron, aunque se les expuso el grave estado de salud
en que se encontraba el exiliado quien necesitaba urgentemente una intervención
quirúrgica.
EL FINAL DEL CALVARIO
Todo parece
indicar que el calvario a que estuvo sometido Juan Calderón Rueda ha finalizado
ya que en la misma carta en que informa la obtención de la ciudadanía en
Argentina comunica que fue operado con éxito adjuntándoles una fotografía en la
que su aspecto físico es mucho más satisfactorio.
Según informa
Calderón Rueda con el pasaporte obtenido él puede trasladarse a cualquier
nación e incluso visitar Nicaragua protegido por la embajada de Argentina en
nuestro país, aunque lo más probable es que viaje a México donde también tiene
algunos familiares.
El caso de Juan
Calderón Rueda es uno de los más patéticos en los anales de nuestra historia
política ya que fue acusado de haber envenenado las balas con que Rigoberto
López Pérez hizo impacto en el expresidente Somoza García, alegando él siempre
su inocencia y recibiendo testimonios favorables como el del médico que atendió
a Somoza, Dr. Ernesto López Rivera quien se pronunció afirmando que la balas
que asesinaron a Somoza nunca fueron envenenadas.
Sin embargo el
terror político que azotó a nuestro país a raíz de los sucesos del 56 se ensaño
principalmente en Calderón y su familia toda la cual fue detenida e incluso se
sometió a interrogatorios, vejaciones y torturas a la esposa e hijos de
exiliado.
TAMBIÉN EL GUARDIA
QUE LO AYUDÓ
También Pedro
Narváez Guido cabo de la Guardia Nacional que custodiaba a Juan Calderón Rueda
en el Hospital General y que se fugó con él ha obtenido la ciudadanía argentina
y actualmente ha mejorado en forma
ostensible su situación económica en aquel país.
El exmiembro del
ejército nicaragüense todavía conserva en su poder un telegrama del General
Anastasio Somoza Debayle que recibió un día antes de la fuga y en el cual se le
comunicaba que sería ascendido a sargento.
Irónicamente ha
dicho en muchas ocasiones: “En Nicaragua serví años al ejército y nunca tuvo
una sola pulgada de tierra, en cambio hoy en Argentina poseo dos terrenos que
constituyen una garantía para mi futuro y el de mi familia”.
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¡BIENVENIDO JUAN CALDERÓN!
Un héroe, sus
torturas y la masacre de La Aviación En: La
Prensa. 16 de Enero de 1980.
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La Junta Nacional
de Gobierno declaró el martes “huésped de honor” a Juan Calderón Rueda, el
último sobreviviente de los cuatro grandes” que participaron en la conspiración
para ejecutar, en septiembre de 1956 al dictador Anastasio Somoza García.
Calderón Rueda,
ahora de 72 años de edad, regresa al país después de pasar 23 años en la cárcel, el asilo diplomático y el
exilio.
A su avanzada
edad, Calderón Rueda, convertido en un personaje histórico, retiene
extraordinario vigor físico, recuerda claramente todos los detalles de los
dramáticos sucesos que le tocó vivir y
manifiesta su deseo de reintegrarse a su trabajo, al servicio de la
patria, en la Nueva Nicaragua.
Calderón arribó a
las 10:30 a.m. del martes en el vuelo de “Aviateca”, con procedencia de Los
Ángeles, California. Un grupo de 25 familiares lo esperaba en el aeropuerto
“Augusto César Sandino”.
Las autoridades
de la terminal le dieron tratamiento de visitante distinguido, lo atendieron en
el salón VIP mientras tramitaban su documentación y lo invitaron a pasar por la
Casa de Gobierno, donde el Comandante de la revolución Tomás Borge y el miembro
de la Junta de Gobierno Dr. Sergio Ramírez Mercado, lo esperaban para darle la
bienvenida.
SUS TORTURADORES LO DIERON POR MUERTO
Calderón Rueda
formó junto con Edwin Castro, Ausberto Narváez y Cornelio Silva, el grupo
principal que puso en marcha, en septiembre de 1956, el plan para ejecutar a
Somoza García, cuando llegar a León a proclamar una nueva candidatura a la
presidencia.
Pero el veterano combatiente antisomocista,
al llegar a esa fecha histórica, había sido opositor durante años, había participado en incontables
manifestaciones y mitines en protesta contra la dictadura de Somoza García.
Al producirse el
atentado que costó la vida del dictador, Calderón Rueda abandonó León y fue
perseguido por los esbirros somocistas hasta la ciudad de El Viejo, donde fue
capturado y sometido a brutales torturas el 19 de octubre de 1956.
Recuerda a sus
torturadores así: el sargento Urbina, a quien sólo conocía como hermano del que
entonces fuera alcalde de la población de Malpaisillo; el sargento Gonzalo
Lacayo, ejecutado por un comando sandinista años más tarde y el entonces
teniente José Ramón Silva Reyes, actualmente asilado en la embajada de
Guatemala.
Calderón Rueda,
vistiendo un traje completo color celeste, se muestra tranquilo al recordar las
noches de torturas que pasó en manos de ese trío.
EL GENOCIDA EN ACCIÓN
El pelo lo
conserva intensamente negro y al sonreír
muestra las huellas de la violencia somocista: Anastasio Somoza Debayle,
personalmente, le botó un diente de un puñetazo cuando él estaba siendo
interrogado, ya en Managua, con las manos amarradas.
Calderón relata
cómo Urbina, Lacayo y Silva Reyes lo amarraron de los pies y lo bajaron
repetidas veces a un pozo seco, muy profundo, donde muchas veces perdió el
conocimiento.
Relata también que
en otra ocasión lo metieron a otro pozo, con más agua. Allí volvió a perder el
conocimiento en varias ocasiones.
“Me salvó la vida
–recuerda— el hecho de que yo tenía capacidad para soportar estar sin respirar.
Los esbirros veían salir las burbujas, cuando yo lanzaba el aire que me estaba
reventando los pulmones. Entonces me sacaban, creyéndome muerto, para
reanimarme y volver a meter en el pozo”…
CADA QUIEN… UNA PATADA
Después relata
Calderón Rueda cómo fue presentado a Somoza Debayle en la “La Loma”. Había un
gran número de oficiales reunidos, y uno de ellos le dijo:
Este es Juan
Calderón Rueda.
Somoza Debayle se
levantó, se fue sobre él y lo derribó de un puñetazo en la boca. El diente
frontal derecho se desprendió inmediatamente y Calderón Rueda cayó al suelo,
sangrando.
Todos los
oficiales presentes, queriendo quedar bien con Somoza, se lanzaron sobre el reo
y le dieron de puntapiés, hasta dejarlo otra vez sin sentido.
Durante los
largos interrogatorios que siguieron, el entonces coronel Gustavo Montiel le
dijo en numerosas ocasiones que el pelotón de fusilamiento lo estaba esperando.
—No te movás de
allí. Ya se están preparando para fusilarte— era lo que le repetía
constantemente Montiel.
LA HISTORIA DE LAS BALAS
Calderón Rueda
aclaró para LA PRENSA la verdad histórica sobre las balas que fueron perforadas, para que se fragmentaran
al entrar en la humanidad de Somoza, aclarando que ninguno de los proyectiles
fue envenenado por él. Si hubo balas envenenadas, dijo, fue “Rigo” el que las
contaminó, pero no sabe si se le disparó
alguna bala envenenada a Somoza.
—Personalmente
dijo, Calderón Rueda, yo perforé 18 cargas del revólver de Rigo. Yo tenía un
taller de reparación de radio y con los troqueles que teníamos, preparamos las
balas para que partieran en el momento de disparar y Somoza García tuviera
menos oportunidad de sobrevivir.
Pero, agrega el
entrevistado, Rigoberto López no parecía gustar mucho de las balas perforadas.
Las utilizó todas en los tiros de práctica que hacía y no le gustaban porque, a
la hora de disparar, no tenían suficiente impacto.
— ¿Veneno…?
— La mañana del
día en que Somoza iba a ser ejecutado, yo todavía conversé largamente con Rigo.
No hablamos nada de veneno. Si las balas tenían veneno, se las puso él, pero yo
lo dudo— relata.
Al parecer,
Rigoberto López, a la hora del atentado, confió más en la efectividad de los
proyectiles del revólver tal como son, sin ninguna alteración.
PREGUNTAS INCESANTES SOBRE GAITÁN
Calderón Rueda
relata que, cuando Edwin Castro había sido torturado brutalmente durante varios
días, se le sentó frente a un escritorio, con abundante alimentación y bebidas,
lo mismo que cigarrillos, y se le dio lápiz y papel para que escribiera su
declaración. Eso tomo tres días seguidos.
Para Calderón
Rueda las torturas volvieron días después, pues los interrogadores de la
Oficina de Seguridad insistían en saber si el entonces coronel Francisco Gaitán
estaba involucrado en la conjura.
Los Somoza querían
saber si era cierto que Gaitán había prometido participar en la conjura, pero
él no lo dijo nunca así a los interrogadores.
— En medio de
tanto sufrimiento, dijo Calderón Rueda, tengo la conciencia tranquila de que
hice todo lo posible por comprometer al menor número de gente posible.
LOS SOMOZA PLANEAN LA FUGA TRÁGICA
Calderón Rueda
dice que lo que recuerda es muchísimo y tardaría mucho tiempo en relatarlo,
pero dice saber que los hermanos Somoza Debayle (Luis y Anastasio) prepararon
una fuga en que dos guardias iban a fingir colaborar, para dar muerte en la
cárcel de La Aviación de los cuatro principales participantes de la ejecución
de Somoza García.
— Los meses en la
cárcel habían sido duros— relata Calderón Rueda— y yo había cumplido ya la
primera huelga de hambre demandando mejores condiciones en la prisión. Una
noche, a eso de la medianoche, Cornelio Silva me llamó a un rincón de la celda
y me preguntó que si quería unirme a un
plan de fuga que parecía seguro.
Dos guardias, uno de apellido Flores y otro de apellido
Matute, habían recibido ya 15.000 córdobas con el compromiso de pasar varias
armas a la celda y ayudar a salir del presidio a los reos.
Después, poco
antes de la fuga, recibieron otros 15.000 córdobas. Yo les dije que no me
gustaba el plan. Que si sonaban disparos en el
en el presidio, centenares de guardias de La Aviación y del aeropuerto
cercano caerían sobre nosotros. Les dije que si tratábamos de abrirnos paso con
arma blanca, si me unía, pero que salir disparando hubiera sido un suicidio.
Calderón Rueda
relata que la noche de la fuga trágica, vio salir a los tres compañeros, que
bajaban por una pequeña tapia desde la celda. Era una celda muy oscura, pues
las condiciones de la prisión habían empeorado y los reos tenían que encender
candelas para ver lo que estaban comiendo, aún en pleno día.
Luis Somoza había
ido en una gira a la Costa Atlántica y Anastasio Somoza Debayle quedó en
Managua y dio órdenes para llevar a cabo el asesinato de los reos.
— Cuando llegaron
al patio, agrega Calderón Rueda, Matute los estaba esperando. Matute tenía un
Garand en sus manos y Cornelio Silva se lo pidió, recordándole que ese era el
compromiso. Matute le tendió el arma, ya cargada, frente a él, y cuando
Cornelio se acercó para tomarla, Matute le enderezó y le disparó un balazo que
le dio a Cornelio en pleno corazón. Murió sin siquiera lanzar un suspiro.
Calderón Rueda, un
hombre sereno, endurecido por la vida que le tocó vivir y los años de exilio,
no puede ocultar su emoción al relatar los momentos del asesinato de los reos.
Los labios le tiemblan, cuando prosigue su relato:
Ausberto Narváez
comprendió la traición y se fue corriendo hacia la cocina de la prisión, que
quedaba cerca y se metió debajo de una mesa que había allí. Los guardias lo
siguieron y los reos que quedábamos en la prisión pudimos oír cuando suplicaba
por su vida:
— Ve papito,
perdóname la vida— dice Calderón emocionado que dijo en plena voz el prisionero
Narváez. Inmediatamente sonó la descarga mortal.
Edwin Castro huyó
hacia el fondo de la prisión y trató de alcanzar una tapia en dirección hacia
el entonces Instituto Vocacional.
— Sonó un arma
ronca, que no sé decir qué era — relata Calderón Rueda— y Edwin quedó muerto,
cruzado sobre la tapia.
TRES VECES EN EL PAREDÓN
Cuando los tres
prisioneros habían sido masacrados, porque los guardias siguieron
disparándoles, ya muertos, y dándoles golpes de culata, hasta destrozarlos
completamente, los vigilantes de la cárcel irrumpieron en la celda donde
quedaban los otros prisioneros y los sacaron al patio, ordenándoles que se alinearan
en el paredón.
Después volvieron
a meterlos en la celda, pero en dos ocasiones más los volvieron a sacar para
alinearlos, para fusilarlos. Finalmente, relata Calderón Rueda, el sargento de
guardia de la prisión de esa noche, de apellido Guillén, llegó con órdenes de
que se les dejara vivos.
— Pasamos noches
en que no sabíamos si íbamos a vivir o no. Nunca olvidaré el tintinear de las
llaves en las manos de los verdugos. Las hacían sonar toda la noche, como si
fueran a sacarnos otra vez para darnos muerte —relata Calderón Rueda,
emocionado.
LA FUGA
Calderón Rueda,
después de muchos meses más de dura prisión, realizó otra huelga de hambre
exigiendo mejores condiciones carcelarias y quedó en estado tan débil, que fue
llevado en malas condiciones al Hospital Militar.
Allí conoció al
raso Pedro Narváez Guido, que ahora tiene como 37 años.
Este raso era el
único que podía entrar al cuarto del hospital donde permanecía Calderón Rueda y
en esta forma se fue consolidando una amistad, hasta que se hizo claro que
Narváez parecía ser sincero en su oferta de ayudar a escapar al prisionero.
Calderón Rueda
relata que sintió aprehensión y temió que se tratara de otra trampa para darle
muerte, pero decidió jugarse la vida, porque se daba cuenta de que, de todos
modos, por ser uno de los personajes más importantes de la conjura de
septiembre, nunca iba a salir vivo.
Calderón Rueda
cuenta que hizo conocer su plan de fuga a Fernando Agüero Rocha, entonces líder
de la oposición y este le recomendó que tratara de alcanzar la embajada de
Venezuela, que era donde podía estar más seguro.
La llegada de los
dos prófugos a la embajada de Venezuela fue un desastre, pues el embajador
venezolano los quiso expulsar, lleno de furia diciéndoles “aquí no hay asilo
para nadie”.
Calderón Rueda
relata que una empleada doméstica que había en la embajada se compadeció de
ellos y se atrevió a interceder ante el embajador para que no los echara de ese
lugar. Por respuesta, el embajador la echó de su puesto.
AÑOS DE DURO EXILIO
Argentina resultó
un país difícil para Calderón Rueda y el raso Narváez. Durante años vivieron
difícilmente, hasta que, poco a poco, Calderón fue tratando de reunir dinero,
tratar de organizar un movimiento armado y regresar a Nicaragua.
El raso Narváez
todavía vive en la Argentina.
Cuando Calderón
Rueda llegó a la Argentina estaba sin un centavo. Había logrado, con su trabajo
en León, reunir unos dólares y 45.000 córdobas en efectivo. Pero, cuando fue
capturado, los guardias somocistas se los decomisaron y se los bebieron todo en
un burdel llamado “La China”, en León. Mientras armaban el bacanal con su
dinero, Calderón Rueda permanecía amarrado en el fondo de ese lugar.
Calderón Rueda
continuó viviendo en la Argentina, hasta que le invitaron, hace unos tres años,
a participar en una cena que ofrecían al expresidente de Bolivia, Juan José
Torres.
Poco después de
este homenaje, Torres fue muerto en Buenos Aires, en una calle de la capital
Argentina, según se cree, víctima de un complot de los militares que habían tomado el poder en Bolivia.
Calderón Rueda fue
capturado por la policía Argentina, sin que se le dieran explicaciones por qué.
Se le dejó en libertad tres días después, pero el gobierno militar argentino le
quitó todo lo que tenía, desmantelando el negocio que había logrado organizar después de muchos años de
trabajo.
En estas
circunstancias y a bajo el gobierno de Videla, que mostraba gran amistad para
los Somoza, Calderón Rueda consideró prudente salir de la Argentina y se
dirigió a México y después a Los Ángeles, donde había permanecido hasta ahora.
En el aeropuerto
lo esperaban la mayor parte de sus 12 hijos, sus hermanos y gran cantidad de
nietos que nacieron mientras él permanecía en el exilio.
Mientras esperabas
que tramitaran sus papeles, sentado en un sillón del salón VIP del Aeropuerto
Sandino, expresó su intención de viajar directamente a León, para volver a la
casa que dejó abandonada, después de 23 años de ausencia, y tratar de reorganizar su vida, sin
pretender nada especial a cambio de la misión decisiva en que decidió participar
para ejecutar a Somoza García y que le costó incontables sufrimientos.
Pero el gobierno
sandinista lo recibió con muestras especiales de aprecio, que se hicieron notar
cuando la encargada de atenderlo en el aeropuerto, le dijo:
— La Junta de
Gobierno desea verlo y está esperándolo. Usted es nuestra reliquia.
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