lunes, 12 de octubre de 2015

JUAN CALDERÓN RUEDA, EL PATRIOTA, EL CONJURADO QUE LE MELLÓ EL FILO A LA GUADAÑA


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Del Editor-Redactor del Blogspot:

    Después de la inmolación heroica de Rigoberto López Pérez, el somozato decidió aplicar la acostumbrada Ejecución extrajudicial o paralegal conocida como  “Ley de Fugas”, así lo hizo en  contra de tres de los cuatro implicados.

    El 18 de mayo de 1958, los hijos del General Anastasio Somoza García movieron el pulgar hacia arriba. Esa noche, miembros de la Guardia Nacional, asesinaron  a Edwin Castro, Ausberto Narváez y Cornelio Silva, mientras tanto,  Juan Calderón Rueda, por esos insospechados giros del destino, escapó de  la matanza perpetrada por dos soldados.  

  En diciembre de 1963, la valiente, audaz y, bondadosa determinación  del raso G.N., Pedro Narváez Guido, custodio de Calderón Rueda en el hospital donde permanecía recluido, tras pasar siete años de  cárcel y torturas, le permitieron escapar y pedir asilo en la Embajada de Argentina.

  A través del tiempo, se repiten los hechos principales de aquellos acontecimientos, donde siempre suele hacerse somera mención de Juan Calderón Rueda. Creemos necesario, no por menos, justo, devolver al presente lo que el tiempo convierte en pasado lejano.

Dos artículos periodísticos, imprescindibles, nos permiten alumbrar sobre lo ocurrido, ambos tienen el mayor alcance por estar construidos con el testimonio del mismo Calderón Rueda, uno en 1969, y el otro, en 1980, cuando por fin pudo volver a pisar suelo nicaragüense. Falleció en los Estados Unidos de Norteamérica, el 5 de Marzo de 1994..
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Calderón Rueda, Argentino

NICA DESTERRADO ENCUENTRA PATRIA. En: Extra. 31 de Enero de 1961.


    Juan Calderón Rueda, el más sufrido de los implicados en la muerte del General Anastasio Somoza García, ha logrado por fin obtener la ciudadanía argentina después de 13 años de cárcel, exilio y penalidades de todo género tanto para él como para su familia.

     Ronald Calderón Borge, el hijo que convivió con él durante un año en Buenos Aires, informó a “Extra” que ha recibido una carta 
en la que su padre le comunica que finalmente Argentina le ha concedido la ciudadanía y el pasaporte, que le fue negado en su patria, Nicaragua.

    Las gestiones hechas por el abogado de la familia Calderón Rueda, Dr. Juan Manuel Gutiérrez, ante el canciller Dr. Lorenzo Guerrero, el jefe de Migración Iván Alegrett y el mismo presidente Somoza fallaron, aunque se les expuso el grave estado de salud en que se encontraba el exiliado quien necesitaba urgentemente una intervención quirúrgica.

EL FINAL DEL CALVARIO

    Todo parece indicar que el calvario a que estuvo sometido Juan Calderón Rueda ha finalizado ya que en la misma carta en que informa la obtención de la ciudadanía en Argentina comunica que fue operado con éxito adjuntándoles una fotografía en la que su aspecto físico es mucho más satisfactorio.

     Según informa Calderón Rueda con el pasaporte obtenido él puede trasladarse a cualquier nación e incluso visitar Nicaragua protegido por la embajada de Argentina en nuestro país, aunque lo más probable es que viaje a México donde también tiene algunos familiares.

    El caso de Juan Calderón Rueda es uno de los más patéticos en los anales de nuestra historia política ya que fue acusado de haber envenenado las balas con que Rigoberto López Pérez hizo impacto en el expresidente Somoza García, alegando él siempre su inocencia y recibiendo testimonios favorables como el del médico que atendió a Somoza, Dr. Ernesto López Rivera quien se pronunció afirmando que la balas que asesinaron a Somoza nunca fueron envenenadas.

    Sin embargo el terror político que azotó a nuestro país a raíz de los sucesos del 56 se ensaño principalmente en Calderón y su familia toda la cual fue detenida e incluso se sometió a interrogatorios, vejaciones y torturas a la esposa e hijos de exiliado.

TAMBIÉN EL GUARDIA QUE LO AYUDÓ

     También Pedro Narváez Guido cabo de la Guardia Nacional que custodiaba a Juan Calderón Rueda en el Hospital General y que se fugó con él ha obtenido la ciudadanía argentina y actualmente ha mejorado en forma ostensible su situación económica en aquel país.

    El exmiembro del ejército nicaragüense todavía conserva en su poder un telegrama del General Anastasio Somoza Debayle que recibió un día antes de la fuga y en el cual se le comunicaba que sería ascendido a sargento.

    Irónicamente ha dicho en muchas ocasiones: “En Nicaragua serví años al ejército y nunca tuvo una sola pulgada de tierra, en cambio hoy en Argentina poseo dos terrenos que constituyen una garantía para mi futuro y el de mi familia”. 

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¡BIENVENIDO JUAN CALDERÓN! 

Un héroe, sus torturas y la masacre de La Aviación En: La Prensa. 16 de Enero de 1980.


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    La Junta Nacional de Gobierno declaró el martes “huésped de honor” a Juan Calderón Rueda, el último sobreviviente de los cuatro grandes” que participaron en la conspiración para ejecutar, en septiembre de 1956 al dictador Anastasio Somoza García.

    Calderón Rueda, ahora de 72 años de edad, regresa al país después de pasar 23 años en la cárcel, el asilo diplomático y el exilio.

    A su avanzada edad, Calderón Rueda, convertido en un personaje histórico, retiene extraordinario vigor físico, recuerda claramente todos los detalles de los dramáticos sucesos que le tocó vivir y  manifiesta su deseo de reintegrarse a su trabajo, al servicio de la patria, en la Nueva Nicaragua.

    Calderón arribó a las 10:30 a.m. del martes en el vuelo de “Aviateca”, con procedencia de Los Ángeles, California. Un grupo de 25 familiares lo esperaba en el aeropuerto “Augusto César Sandino”.

     Las autoridades de la terminal le dieron tratamiento de visitante distinguido, lo atendieron en el salón VIP mientras tramitaban su documentación y lo invitaron a pasar por la Casa de Gobierno, donde el Comandante de la revolución Tomás Borge y el miembro de la Junta de Gobierno Dr. Sergio Ramírez Mercado, lo esperaban para darle la bienvenida.

SUS TORTURADORES LO DIERON POR MUERTO

    Calderón Rueda formó junto con Edwin Castro, Ausberto Narváez y Cornelio Silva, el grupo principal que puso en marcha, en septiembre de 1956, el plan para ejecutar a Somoza García, cuando llegar a León a proclamar una nueva candidatura a la presidencia.

     Pero el veterano combatiente antisomocista, al llegar a esa fecha histórica, había sido opositor durante años, había participado en incontables manifestaciones y mitines en protesta contra la dictadura de Somoza García.

    Al producirse el atentado que costó la vida del dictador, Calderón Rueda abandonó León y fue perseguido por los esbirros somocistas hasta la ciudad de El Viejo, donde fue capturado y sometido a brutales torturas el 19 de octubre de 1956. 

    Recuerda a sus torturadores así: el sargento Urbina, a quien sólo conocía como hermano del que entonces fuera alcalde de la población de Malpaisillo; el sargento Gonzalo Lacayo, ejecutado por un comando sandinista años más tarde y el entonces teniente José Ramón Silva Reyes, actualmente asilado en la embajada de Guatemala.

    Calderón Rueda, vistiendo un traje completo color celeste, se muestra tranquilo al recordar las noches de torturas que pasó en manos de ese trío.

EL GENOCIDA EN ACCIÓN

    El pelo lo conserva intensamente negro y  al sonreír muestra las huellas de la violencia somocista: Anastasio Somoza Debayle, personalmente, le botó un diente de un puñetazo cuando él estaba siendo interrogado, ya en Managua, con las manos amarradas.

    Calderón relata cómo Urbina, Lacayo y Silva Reyes lo amarraron de los pies y lo bajaron repetidas veces a un pozo seco, muy profundo, donde muchas veces perdió el conocimiento.

    Relata también que en otra ocasión lo metieron a otro pozo, con más agua. Allí volvió a perder el conocimiento en varias ocasiones.

    “Me salvó la vida –recuerda— el hecho de que yo tenía capacidad para soportar estar sin respirar. Los esbirros veían salir las burbujas, cuando yo lanzaba el aire que me estaba reventando los pulmones. Entonces me sacaban, creyéndome muerto, para reanimarme y volver a meter en el pozo”…

CADA QUIEN… UNA PATADA

    Después relata Calderón Rueda cómo fue presentado a Somoza Debayle en la “La Loma”. Había un gran número de oficiales reunidos, y uno de ellos le dijo:

    Este es Juan Calderón Rueda.

    Somoza Debayle se levantó, se fue sobre él y lo derribó de un puñetazo en la boca. El diente frontal derecho se desprendió inmediatamente y Calderón Rueda cayó al suelo, sangrando.

    Todos los oficiales presentes, queriendo quedar bien con Somoza, se lanzaron sobre el reo y le dieron de puntapiés, hasta dejarlo otra vez sin sentido.

     Durante los largos interrogatorios que siguieron, el entonces coronel Gustavo Montiel le dijo en numerosas ocasiones que el pelotón de fusilamiento lo estaba esperando.

    —No te movás de allí. Ya se están preparando para fusilarte— era lo que le repetía constantemente Montiel.

LA HISTORIA DE LAS BALAS

    Calderón Rueda aclaró para LA PRENSA la verdad histórica sobre las balas que  fueron perforadas, para que se fragmentaran al entrar en la humanidad de Somoza, aclarando que ninguno de los proyectiles fue envenenado por él. Si hubo balas envenenadas, dijo, fue “Rigo” el que las contaminó, pero no sabe  si se le disparó alguna bala envenenada a Somoza.

    —Personalmente dijo, Calderón Rueda, yo perforé 18 cargas del revólver de Rigo. Yo tenía un taller de reparación de radio y con los troqueles que teníamos, preparamos las balas para que partieran en el momento de disparar y Somoza García tuviera menos oportunidad de sobrevivir.

     Pero, agrega el entrevistado, Rigoberto López no parecía gustar mucho de las balas perforadas. Las utilizó todas en los tiros de práctica que hacía y no le gustaban porque, a la hora de disparar, no tenían suficiente impacto.

     — ¿Veneno…?

    — La mañana del día en que Somoza iba a ser ejecutado, yo todavía conversé largamente con Rigo. No hablamos nada de veneno. Si las balas tenían veneno, se las puso él, pero yo lo dudo— relata.

    Al parecer, Rigoberto López, a la hora del atentado, confió más en la efectividad de los proyectiles del revólver tal como son, sin ninguna alteración.

PREGUNTAS INCESANTES SOBRE GAITÁN

    Calderón Rueda relata que, cuando Edwin Castro había sido torturado brutalmente durante varios días, se le sentó frente a un escritorio, con abundante alimentación y bebidas, lo mismo que cigarrillos, y se le dio lápiz y papel para que escribiera su declaración. Eso tomo tres días seguidos.

     Para Calderón Rueda las torturas volvieron días después, pues los interrogadores de la Oficina de Seguridad insistían en saber si el entonces coronel Francisco Gaitán estaba involucrado en la conjura.

    Los Somoza querían saber si era cierto que Gaitán había prometido participar en la conjura, pero él no lo dijo nunca así a los interrogadores.

    — En medio de tanto sufrimiento, dijo Calderón Rueda, tengo la conciencia tranquila de que hice todo lo posible por comprometer al menor número de gente posible.

LOS SOMOZA PLANEAN LA FUGA TRÁGICA

    Calderón Rueda dice que lo que recuerda es muchísimo y tardaría mucho tiempo en relatarlo, pero dice saber que los hermanos Somoza Debayle (Luis y Anastasio) prepararon una fuga en que dos guardias iban a fingir colaborar, para dar muerte en la cárcel de La Aviación de los cuatro principales participantes de la ejecución de Somoza García.

    — Los meses en la cárcel habían sido duros— relata Calderón Rueda— y yo había cumplido ya la primera huelga de hambre demandando mejores condiciones en la prisión. Una noche, a eso de la medianoche, Cornelio Silva me llamó a un rincón de la celda y  me preguntó que si quería unirme a un plan de fuga que parecía seguro.

    Dos guardias,  uno de apellido Flores y otro de apellido Matute, habían recibido ya 15.000 córdobas con el compromiso de pasar varias armas a la celda y ayudar a salir del presidio a los reos.

    Después, poco antes de la fuga, recibieron otros 15.000 córdobas. Yo les dije que no me gustaba el plan. Que si sonaban disparos en el  en el presidio, centenares de guardias de La Aviación y del aeropuerto cercano caerían sobre nosotros. Les dije que si tratábamos de abrirnos paso con arma blanca, si me unía, pero que salir disparando hubiera sido un suicidio.

    Calderón Rueda relata que la noche de la fuga trágica, vio salir a los tres compañeros, que bajaban por una pequeña tapia desde la celda. Era una celda muy oscura, pues las condiciones de la prisión habían empeorado y los reos tenían que encender candelas para ver lo que estaban comiendo, aún en pleno día.

    Luis Somoza había ido en una gira a la Costa Atlántica y Anastasio Somoza Debayle quedó en Managua y dio órdenes para llevar a cabo el asesinato de los reos.

    — Cuando llegaron al patio, agrega Calderón Rueda, Matute los estaba esperando. Matute tenía un Garand en sus manos y Cornelio Silva se lo pidió, recordándole que ese era el compromiso. Matute le tendió el arma, ya cargada, frente a él, y cuando Cornelio se acercó para tomarla, Matute le enderezó y le disparó un balazo que le dio a Cornelio en pleno corazón. Murió sin siquiera lanzar un suspiro.

    Calderón Rueda, un hombre sereno, endurecido por la vida que le tocó vivir y los años de exilio, no puede ocultar su emoción al relatar los momentos del asesinato de los reos. Los labios le tiemblan, cuando prosigue su relato:

    Ausberto Narváez comprendió la traición y se fue corriendo hacia la cocina de la prisión, que quedaba cerca y se metió debajo de una mesa que había allí. Los guardias lo siguieron y los reos que quedábamos en la prisión pudimos oír cuando suplicaba por su vida:

    — Ve papito, perdóname la vida— dice Calderón emocionado que dijo en plena voz el prisionero Narváez. Inmediatamente sonó la descarga mortal.

    Edwin Castro huyó hacia el fondo de la prisión y trató de alcanzar una tapia en dirección hacia el entonces Instituto Vocacional.

    — Sonó un arma ronca, que no sé decir qué era — relata Calderón Rueda— y Edwin quedó muerto, cruzado sobre la tapia.

TRES VECES EN EL PAREDÓN

    Cuando los tres prisioneros habían sido masacrados, porque los guardias siguieron disparándoles, ya muertos, y dándoles golpes de culata, hasta destrozarlos completamente, los vigilantes de la cárcel irrumpieron en la celda donde quedaban los otros prisioneros y los sacaron al patio, ordenándoles que se alinearan en el paredón.

    Después volvieron a meterlos en la celda, pero en dos ocasiones más los volvieron a sacar para alinearlos, para fusilarlos. Finalmente, relata Calderón Rueda, el sargento de guardia de la prisión de esa noche, de apellido Guillén, llegó con órdenes de que se les dejara vivos.

    — Pasamos noches en que no sabíamos si íbamos a vivir o no. Nunca olvidaré el tintinear de las llaves en las manos de los verdugos. Las hacían sonar toda la noche, como si fueran a sacarnos otra vez para darnos muerte —relata Calderón Rueda, emocionado.

LA FUGA

    Calderón Rueda, después de muchos meses más de dura prisión, realizó otra huelga de hambre exigiendo mejores condiciones carcelarias y quedó en estado tan débil, que fue llevado en malas condiciones al Hospital Militar.

    Allí conoció al raso Pedro Narváez Guido, que ahora tiene como 37 años.

    Este raso era el único que podía entrar al cuarto del hospital donde permanecía Calderón Rueda y en esta forma se fue consolidando una amistad, hasta que se hizo claro que Narváez parecía ser sincero en su oferta de ayudar a escapar al prisionero.

    Calderón Rueda relata que sintió aprehensión y temió que se tratara de otra trampa para darle muerte, pero decidió jugarse la vida, porque se daba cuenta de que, de todos modos, por ser uno de los personajes más importantes de la conjura de septiembre, nunca iba a salir vivo.

    Calderón Rueda cuenta que hizo conocer su plan de fuga a Fernando Agüero Rocha, entonces líder de la oposición y este le recomendó que tratara de alcanzar la embajada de Venezuela, que era donde podía estar más seguro.

La noche de la fuga, Calderón Rueda y el raso Narváez salieron del hospital y descendieron por la ladera hasta llegar a la carretera en curva que hay cerca. Allí los esperaba, a bordo de un vehículo, Ronald Calderón, uno de los hijos del prisionero. Había pasado tres noches durmiendo en ese lugar, esperando a su padre.

    La llegada de los dos prófugos a la embajada de Venezuela fue un desastre, pues el embajador venezolano los quiso expulsar, lleno de furia diciéndoles “aquí no hay asilo para nadie”.

    Calderón Rueda relata que una empleada doméstica que había en la embajada se compadeció de ellos y se atrevió a interceder ante el embajador para que no los echara de ese lugar. Por respuesta, el embajador la echó de su puesto.

    Los asilados, presionados por el embajador, se jugaron otra vez la vida y lograron llegar a la embajada de la República Argentina, donde obtuvieron salvoconducto después de tres meses de gestiones.
AÑOS DE DURO EXILIO

    Argentina resultó un país difícil para Calderón Rueda y el raso Narváez. Durante años vivieron difícilmente, hasta que, poco a poco, Calderón fue tratando de reunir dinero, tratar de organizar un movimiento armado y regresar a Nicaragua.

    El raso Narváez todavía vive en la Argentina.

    Cuando Calderón Rueda llegó a la Argentina estaba sin un centavo. Había logrado, con su trabajo en León, reunir unos dólares y 45.000 córdobas en efectivo. Pero, cuando fue capturado, los guardias somocistas se los decomisaron y se los bebieron todo en un burdel llamado “La China”, en León. Mientras armaban el bacanal con su dinero, Calderón Rueda permanecía amarrado en el fondo de ese lugar.

    Calderón Rueda continuó viviendo en la Argentina, hasta que le invitaron, hace unos tres años, a participar en una cena que ofrecían al expresidente de Bolivia, Juan José Torres.

    Poco después de este homenaje, Torres fue muerto en Buenos Aires, en una calle de la capital Argentina, según se cree, víctima de un complot de los militares  que habían tomado el poder en Bolivia.

    Calderón Rueda fue capturado por la policía Argentina, sin que se le dieran explicaciones por qué. Se le dejó en libertad tres días después, pero el gobierno militar argentino le quitó todo lo que tenía, desmantelando el negocio que había  logrado organizar después de muchos años de trabajo.

    En estas circunstancias y a bajo el gobierno de Videla, que mostraba gran amistad para los Somoza, Calderón Rueda consideró prudente salir de la Argentina y se dirigió a México y después a Los Ángeles, donde había permanecido hasta ahora.

    En el aeropuerto lo esperaban la mayor parte de sus 12 hijos, sus hermanos y gran cantidad de nietos que nacieron mientras él permanecía en el exilio.

    Mientras esperabas que tramitaran sus papeles, sentado en un sillón del salón VIP del Aeropuerto Sandino, expresó su intención de viajar directamente a León, para volver a la casa que dejó abandonada, después de 23 años de ausencia,  y tratar de reorganizar su vida, sin pretender nada especial a cambio de la misión decisiva en que decidió participar para ejecutar a Somoza García y que le costó incontables sufrimientos.

    Pero el gobierno sandinista lo recibió con muestras especiales de aprecio, que se hicieron notar cuando la encargada de atenderlo en el aeropuerto, le dijo:

    — La Junta de Gobierno desea verlo y está esperándolo. Usted es nuestra reliquia.

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