DR. JUAN DE DIOS VANEGAS |
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REUNIÓN DE TÍOS.
Por: Juan de Dios Vanegas. En: “Caminos”, Revista
quincenal de Arte y Comercio. León, Nicaragua, Julio de 1922. Número 8. Año
I. Páginas 2 y 3. Director y Redactor: Agenor Argüello. Administrador: A.
García Espinosa.
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Quizás en
todas partes exista la costumbre de llamar tío a cualquier viejecito
distinguido del pueblo, como signo de popularidad; distinguido por su figura o
sus extravagancias u originalidades. Dicen que en España, se llama así a las
personas de edad y de respeto.
Entre nosotros
es una de tantas costumbres que van desapareciendo. También hemos tenido
originales ridículos, o locos a quienes no se les decía tío, porque tenían otro cognomento más propio: Un capitán Vílchez, de exquisita
irregularidad, pequeñito, contrahecho, arrugado como pasa, con cara y cabeza
como semilla de marañón chinchina,
corto de piernas, ceremonioso y siempre soñando con la investidura sacerdotal.
Gran predicador (en armonía con su figura) como signo de vocación eclesiástica.
Le veíamos cruzar las amplias naves de la Catedral con una manifestación de
dominio en el semblante, mayor que la de los sacristanes viejos y seguido del
coro terrible de muchachos ingeniosos y perversos. Vimos un Doctor Monene, que era anunciado desde
lejos por la gritería escandalosa de los pilletes. Un Porongo, que avanzaba precedido o seguido del agudo puú, puú, de los granujas callejeros. Un don Gallo,
siempre trajeado, con su huacal en la mano, sus señas al aire, yendo y viniendo
sobre el atrio de la Catedral y recitando con precipitación frases inconexas,
como: una dos tres, corre, cultiva, contempla.
Pero la
especie de tíos es legión. Mucho
llegaron a nuestros días infantiles en el retablo de la leyenda, pintados y
descritos de tal modo que, andando los días, no podemos decir con clara
conciencia si los conocimos o no. ¿Existió
Telica? Podemos afirmarlo y aun venerar la relativa inmortalidad de aquel
risueño ancianito. ¿Hay alguien que recuerde haber conocido el llano de Telica?
Pues en ese llano se encontró ese tío
una guayaba tan hermosa que cuando le dio el mordisco gritó una lora adentro.
Más de un gallero había ensayado la receta de tío Telica para obtener gallos de mordida terrible. ¿Cómo? Cruzó
las gallinas con los gatos y nacieron y emplumaron los pollitos y empezaron
cantando quiquirimiau…¿Quién no ha
creído sentir de lejos, sobre la cumbre del monte, los imperceptibles pasos del
zompopo, sin que pueda la vista distinguir su diminuta figura? En las noches de
luna, en los corros de los campesinos, encontráis al discípulo del leyendario
fantasista que sabe dar vida a andalujadas estupendas. Iba yo, dice uno, tras
un novillo en el campo. Una rama me saca los ojos en la carrera. Caen al suelo,
me inclino, los tomo, me los pongo y sigo tras la bestia en fuga, pero ¡bruto!
me los puse al revés y en vez de ver el novillo me veía los sesos. Si buscáis
la madre de esta anécdota inverosímil, tío Telica la refirió: “Era en los días del asedio del bárbaro Malespín a la
ciudad rebelde. Aún no había permitido la entrada por el Cuadro, Bernabé
Contreras; y Cabañas en su yegüita baya y Jerardo Barrios (sic) en su tordillo
brioso se revolvían invencibles. Hay que enviar un espía al campamento enemigo.
¿Quién va? Tío Telica es el único. Al
instante se coloca sobre la boca de un cañón de 24 que estaba en la torre del
Calvario. Sale proyectil, se monta y
parte. Mira los cuarteles de Malespín, aquello es un horror de lanzas y
bayonetas”. Cobra miedo. En ese momento el enemigo, dispara un cañonazo sobre
la ciudad. Los proyectiles se encuentran y el tío ¡zas! trasborda al proyectil enemigo y vuelve a caer entre los
suyos a contar la especie.
Y por ese
estilo los acaecidos raros e increíbles que algún día han de forma un libro,
para que no se pierdan tantas cosas bellas a fuerza de ser autóctonas.
Viene en
seguida tío Vallellito. – Era este un
vejete andarín, pequeñito, hablantín, nervioso, un poco chisgarabís, que vivía
en el vecindario, en la calle, y no cumplía en la forma ni el fondo sus deberes
matrimoniales. — Su mujer era una Jántipa corpulenta, de paso hombrano (sic) y
violento, de ojos encendidos y de imperioso ademán. – En su casa era absoluta,
dominadora. Mandaba a todos, y, el primero, a su marido, a quien hacía girar
como si fuera un molinillo. Tío
Vallellito le guardaba hondo temor, aunque refiriendo y queriendo hacer
creer lo contrario. — De pronto suspendía su charla y se iba lijero (sic),
murmurando “que fuerte que viene, más fuerte es mi Dios, etc.” Entraba a su
casa silencioso. Luego se oía el estruendo: aquella tigra tomaba al tío, le
oprimía la cabeza entre los muslos y lo aporreaba sin medida. El viejecito
queda apenado. El vecindario había oído los porrazos y había que despistarlo.
Salía él sacudiéndose con ambas manos y diciendo en voz alta y con aire
satisfecho: “así quieren estas tales”.
Y este tío Vallellito aun tiene imitadores.
¿Quién era tío Cartita? Un hombrecito vivaracho;
mequetrefe, que siempre andaba entre los músicos teniendo los papeles. ¿Por qué
lo llamaban así? Porque siempre iba de prisa, con una carta que había recibido
de la mujer más bella de León. Era un hombre feliz. Tenía que huir de las
mujeres hermosas, porque lo perseguían, lo asediaban. Dichoso tío con sus sueños sonrosados. Tuvo su
segunda edición en un antiguo portero de la Corte, que procuraba vestir
correctamente, para corresponder al amor de las encopetadas señoritas. ¡Qué
feliz cuando, advirtiendo que la sala estaba sola, se inclinaba para hacer como
que recogía un perfumado billete amoroso, el que se guardaba mirando a todos
lados, diciendo para sí ¡vean cuán dichoso soy! Iba a dejar los expedientes a
casa de los Magistrados y decía, parado frente a una de las puertas de sus
preferidas: Quien me ve con tantos papeles, pensará que soy Magistrado, y no
soy más que escribiente! ¡Y era portero!
A veces, por
el Mercado, en la calle de Marcoleta, se miraban las curvas de una lluvia de
piedras y se escuchaban los remolinos de gritos y algazara. En las
interrupciones, percibíase la voz aguda de un chicuelo que decía: ¡tío José vaina de cobre! Ese tío era
asediado por las turbas escolares, que hacían de él un blanco para sus
travesuras. Él avanzaba con su mirada torva, siniestra, con una piedra en la
mano, vestido con un saco de casimir luengo y raído y con una cara de hombre
bravo, que pudo haber sido sargento de veteranos. Y ese tío tan perseguido de la chiquillería, es el inevitable en todos
los viáticos religiosos, yendo a la cabeza, dando el agudo repique de la
terrible campanilla.
¿De dónde vino
tío Gallito? Un día lo vimos en nuestras calles, con su rostro risueño y
achispado, el violín lamentable bajo el brazo y cantando coplas jocosas y algo
subidas de color. Improvisaba con su flaco instrumento aires alegres que
atraían a los muchachos y aún a los viejos. A la distancia se anunciaba con sus
exclamaciones y las notas atropelladas de su violín agudo. Tenía facha singular
y mostraba ingenio. En un corro de chuscos se quisieron divertir a su costa. Él
se negó y uno de los chuscos le lanzó despechado un “váyase a la m…”. El tío volvió el rostro con ademán atento
y, rindiéndole el sombrero, le repuso: “Allá nos vemos, hijo”. Atrevido como él
solo con las mujeres, pero para el piropo encendido y el geste revelador; nada
de abusos campechanos.
Nuestro gran
pintor Juan Cuadra, lo copió al óleo y fue el cuadro a la H. Asamblea
Legislativa, para obtener una pensión en el extranjero. Era de ver al tío
Gallito, con su vestido andrajoso, su rostro amable y expresivo, como de
vinagre risueño, sus zapatos viejos, su violín, compañero, abogando por el
joven pintor en una tela que palpitaba con la elocuencia más animada y
convincente. ¿Qué se hizo tío Gallito?
Desapareció como vino. Un día dejamos de ver al último de los tíos pintorescos
que nos dieron nota singular en los días de nuestra vida sencilla y suave.
Esta época ya
no da esos tíos amables decoradores de los días de abundancia, sombreados de
patriarcalidad. – Todos ellos han fundido y cristalizado en un tío temible, que
usa tacón de hierro y que espanta a los pueblos, como aquellos espantaban
niños.
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