domingo, 15 de noviembre de 2015

REUNIÓN DE TÍOS. Por: Juan de Dios Vanegas.


DR. JUAN DE DIOS VANEGAS
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REUNIÓN DE TÍOS. Por: Juan de Dios Vanegas. En: “Caminos”, Revista quincenal de Arte y Comercio. León, Nicaragua, Julio de 1922. Número 8. Año I. Páginas 2 y 3. Director y Redactor: Agenor Argüello. Administrador: A. García Espinosa.

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         Quizás en todas partes exista la costumbre de llamar tío a cualquier viejecito distinguido del pueblo, como signo de popularidad; distinguido por su figura o sus extravagancias u originalidades. Dicen que en España, se llama así a las personas de edad y de respeto.

         Entre nosotros es una de tantas costumbres que van desapareciendo. También hemos tenido originales ridículos, o locos a quienes no se les decía tío, porque tenían otro cognomento más propio: Un capitán Vílchez, de exquisita irregularidad, pequeñito, contrahecho, arrugado como pasa, con cara y cabeza como semilla de marañón chinchina, corto de piernas, ceremonioso y siempre soñando con la investidura sacerdotal. Gran predicador (en armonía con su figura) como signo de vocación eclesiástica. Le veíamos cruzar las amplias naves de la Catedral con una manifestación de dominio en el semblante, mayor que la de los sacristanes viejos y seguido del coro terrible de muchachos ingeniosos y perversos. Vimos un Doctor Monene, que era anunciado desde lejos por la gritería escandalosa de los pilletes. Un Porongo, que avanzaba precedido o seguido del agudo puú, puú, de los granujas callejeros. Un don Gallo, siempre trajeado, con su huacal en la mano, sus señas al aire, yendo y viniendo sobre el atrio de la Catedral y recitando con precipitación frases inconexas, como: una dos tres, corre, cultiva, contempla.

         Pero la especie de tíos es legión. Mucho llegaron a nuestros días infantiles en el retablo de la leyenda, pintados y descritos de tal modo que, andando los días, no podemos decir con clara conciencia si los conocimos o no. ¿Existió Telica? Podemos afirmarlo y aun venerar la relativa inmortalidad de aquel risueño ancianito. ¿Hay alguien que recuerde haber conocido el llano de Telica? Pues en ese llano se encontró ese tío una guayaba tan hermosa que cuando le dio el mordisco gritó una lora adentro. Más de un gallero había ensayado la receta de tío Telica para obtener gallos de mordida terrible. ¿Cómo? Cruzó las gallinas con los gatos y nacieron y emplumaron los pollitos y empezaron cantando quiquirimiau…¿Quién no ha creído sentir de lejos, sobre la cumbre del monte, los imperceptibles pasos del zompopo, sin que pueda la vista distinguir su diminuta figura? En las noches de luna, en los corros de los campesinos, encontráis al discípulo del leyendario fantasista que sabe dar vida a andalujadas estupendas. Iba yo, dice uno, tras un novillo en el campo. Una rama me saca los ojos en la carrera. Caen al suelo, me inclino, los tomo, me los pongo y sigo tras la bestia en fuga, pero ¡bruto! me los puse al revés y en vez de ver el novillo me veía los sesos. Si buscáis la madre de esta anécdota inverosímil, tío Telica la refirió: “Era en los días del asedio del bárbaro Malespín a la ciudad rebelde. Aún no había permitido la entrada por el Cuadro, Bernabé Contreras; y Cabañas en su yegüita baya y Jerardo Barrios (sic) en su tordillo brioso se revolvían invencibles. Hay que enviar un espía al campamento enemigo. ¿Quién va? Tío Telica es el único. Al instante se coloca sobre la boca de un cañón de 24 que estaba en la torre del Calvario. Sale proyectil, se monta y  parte. Mira los cuarteles de Malespín, aquello es un horror de lanzas y bayonetas”. Cobra miedo. En ese momento el enemigo, dispara un cañonazo sobre la ciudad. Los proyectiles se encuentran y el tío ¡zas! trasborda al proyectil enemigo y vuelve a caer entre los suyos a contar la especie.

         Y por ese estilo los acaecidos raros e increíbles que algún día han de forma un libro, para que no se pierdan tantas cosas bellas a fuerza de ser autóctonas.

         Viene en seguida tío Vallellito. – Era este un vejete andarín, pequeñito, hablantín, nervioso, un poco chisgarabís, que vivía en el vecindario, en la calle, y no cumplía en la forma ni el fondo sus deberes matrimoniales. — Su mujer era una Jántipa corpulenta, de paso hombrano (sic) y violento, de ojos encendidos y de imperioso ademán. – En su casa era absoluta, dominadora. Mandaba a todos, y, el primero, a su marido, a quien hacía girar como si fuera un molinillo. Tío Vallellito le guardaba hondo temor, aunque refiriendo y queriendo hacer creer lo contrario. — De pronto suspendía su charla y se iba lijero (sic), murmurando “que fuerte que viene, más fuerte es mi Dios, etc.” Entraba a su casa silencioso. Luego se oía el estruendo: aquella tigra tomaba al tío, le oprimía la cabeza entre los muslos y lo aporreaba sin medida. El viejecito queda apenado. El vecindario había oído los porrazos y había que despistarlo. Salía él sacudiéndose con ambas manos y diciendo en voz alta y con aire satisfecho: “así quieren estas tales”. Y  este tío Vallellito aun tiene imitadores.

         ¿Quién era tío Cartita? Un hombrecito vivaracho; mequetrefe, que siempre andaba entre los músicos teniendo los papeles. ¿Por qué lo llamaban así? Porque siempre iba de prisa, con una carta que había recibido de la mujer más bella de León. Era un hombre feliz. Tenía que huir de las mujeres hermosas, porque lo perseguían, lo asediaban. Dichoso tío con sus sueños sonrosados. Tuvo su segunda edición en un antiguo portero de la Corte, que procuraba vestir correctamente, para corresponder al amor de las encopetadas señoritas. ¡Qué feliz cuando, advirtiendo que la sala estaba sola, se inclinaba para hacer como que recogía un perfumado billete amoroso, el que se guardaba mirando a todos lados, diciendo para sí ¡vean cuán dichoso soy! Iba a dejar los expedientes a casa de los Magistrados y decía, parado frente a una de las puertas de sus preferidas: Quien me ve con tantos papeles, pensará que soy Magistrado, y no soy más que escribiente! ¡Y era portero!

         A veces, por el Mercado, en la calle de Marcoleta, se miraban las curvas de una lluvia de piedras y se escuchaban los remolinos de gritos y algazara. En las interrupciones, percibíase la voz aguda de un chicuelo que decía: ¡tío José vaina de cobre! Ese tío era asediado por las turbas escolares, que hacían de él un blanco para sus travesuras. Él avanzaba con su mirada torva, siniestra, con una piedra en la mano, vestido con un saco de casimir luengo y raído y con una cara de hombre bravo, que pudo haber sido sargento de veteranos. Y ese tío tan perseguido de la chiquillería, es el inevitable en todos los viáticos religiosos, yendo a la cabeza, dando el agudo repique de la terrible campanilla.

         ¿De dónde vino tío Gallito? Un día lo vimos en nuestras calles, con su rostro risueño y achispado, el violín lamentable bajo el brazo y cantando coplas jocosas y algo subidas de color. Improvisaba con su flaco instrumento aires alegres que atraían a los muchachos y aún a los viejos. A la distancia se anunciaba con sus exclamaciones y las notas atropelladas de su violín agudo. Tenía facha singular y mostraba ingenio. En un corro de chuscos se quisieron divertir a su costa. Él se negó y uno de los chuscos le lanzó despechado un “váyase a la m…”. El tío volvió el rostro con ademán atento y, rindiéndole el sombrero, le repuso: “Allá nos vemos, hijo”. Atrevido como él solo con las mujeres, pero para el piropo encendido y el geste revelador; nada de abusos campechanos.

         Nuestro gran pintor Juan Cuadra, lo copió al óleo y fue el cuadro a la H. Asamblea Legislativa, para obtener una pensión en el extranjero. Era de ver al tío Gallito, con su vestido andrajoso, su rostro amable y expresivo, como de vinagre risueño, sus zapatos viejos, su violín, compañero, abogando por el joven pintor en una tela que palpitaba con la elocuencia más animada y convincente. ¿Qué se hizo tío Gallito? Desapareció como vino. Un día dejamos de ver al último de los tíos pintorescos que nos dieron nota singular en los días de nuestra vida sencilla y suave.


         Esta época ya no da esos tíos amables decoradores de los días de abundancia, sombreados de patriarcalidad. – Todos ellos han fundido y cristalizado en un tío temible, que usa tacón de hierro y que espanta a los pueblos, como aquellos espantaban niños. 

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