domingo, 4 de junio de 2017

KODAC DE EDGARDO PRADO: FOTOS DE LEÓN. En: Suplemento. No. 82. Año II. León, 9 de Junio de 1935.

 Para David Argüello, Ramón Gurdián y Carlos Lanzas, buenos corazones de amigos.

1ª INSTANTÁNEA

LEÓN

    León, lleno de tradiciones, de leyendas, oloroso a misal, a cofre antiguo, a rosas viejas. Sobre las piedras de sus calles el sol salta en chispas y pasan los vehículos dejando un ensordecedor ruido de herrería. La Catedral, como en el verso de Alfonso Cortés, brilla como un diamante. Pasan mendigos, locos, limpiabotas y doctores a caballo.

PARQUE JEREZ

   
Lino Argüello. 1 de Mayo de 1922
El Parque Jerez es un rincón de pasadas glorias. Allí está tomando sol, aquel bello forjador de estrofas, el exquisito y sensible de Lino Argüello, cuyo delicado pseudónimo –Lino de Luna— resume la suavidad y claridad de su alma. Enfundado en un enorme saco, con pantalones flojos y sombrero de amarilla paja. Lino Argüello fuma y sueña. Reparamos en las manos del poeta: fina, blancas, largas, poniendo el sello de distinción en toda su personalidad de poeta. Y la barba, rasurada, de un azul pálido, da al rostro de Lino Argüello, ese aspecto venerable de los hombres torturados, de los seres a quienes se ha retorcido mucho el corazón, de los que han sentido los mordiscos de la vida.

   
Alfonso Cortés - 1931
Y más allá, el más grande poeta de León, el audaz Alfonso Cortés, que arrastra hoy su locura auroleada con la gloria de su nombre de poeta. Alfonso Cortés, el apuesto Alfonso, el que aparece de brazos cruzados, penetrante mirada y ondeados cabellos románticos en la primera página de su libro POESÍAS, es hoy un guiñapo de hombre: flaco, con espeso bigote, sucio, con su turbia mirada de idiota, no parece más que la caricatura de aquel Alfonso Cortés, gallardo y galante, que sabía decir frases sutiles y escribía versos estupendos que lo llevaron a ser el más elevado poeta del Istmo.  Y  es en este Parque Jerez en donde al abrigo de su sombra fresca y acogedora llegan las glorias de otrora a enhebrar grandezas, amargados con la cicuta de una filosofía atroz por la que ven todas las cosas como símbolos de la maldad humana, como gestos de la hipocresía y de la envidia.

2 de Septiembre de 1918

   En una acera próxima, arrastrado en un carro de ruedas, va Luis H. Debayle; enfermo, mustio, ajado por el soplo de la vida. Y Luis H. Debayle el eminente quirurgo como le llamó el maestro Felipe Ibarra, es así como un viejo escudo de casa noble, que despierta recuerdos de idos días, llenos de boato, galantería y gloria. Ya De Bayle no canta. Aquel su son sencillo y hondo que hacía de sus versos legítimas gemas, se apaga y muere en una lánguida queja dentro del corazón de este hombre, gloria auténtica de Nicaragua y altísimo espíritu de Hombre.

    Más allá nos da en los ojos, la figura bohemia y turbulenta de Israel Paniagua Prado: con el cabello en desorden, un tanto gordo como un burgués satisfecho, con ancha faja de cuero donde enormes iniciales descansan sobre su gruesa barriga, con los zapatos sueltos, va el Poeta Laureado. Y yo pienso en la vida agitada de Murger, de Verlaine, de Poe, de Luis G. Urbina. Todos bohemios, bohemios deslizándose en una vida disipada de un qué-me-importa para todo, Israel Paniagua Prado vive en León su existencia de poeta, poniendo un encoger de hombros ante la censura de la burguesía.


  Por allá va rápido, amable, sonriente, el Padre Pallais. Él es digno del elogio de Francis Jammes –su hermano— y yo no pondré mis pensamientos en la personalidad colosal del poeta-sacerdote, el de los grandes hallazgos.




1 de Mayo de 1922

    

Y Juan de Dios Vanegas, pausado, socarrón, con una marcada indiferencia que casi parece “pose”, va despacio y grave, con un rollo de escrituras públicas bajo el brazo. A su paso siento la gravedad que producen ciertos instantes en que algo enorme va a desfilar ante nuestros ojos, algo así como un discurso de académico, como la colocación de una medalla, como la lectura de un testamento…

    García Espinosa, deshoja su flor de humildad. Es un poeta raro. De un temperamento fino, observador. Yo estreché su mano con cálido regocijo porque sabía que tocaba la mano de un hombre sincero.

    Y Juan Munguía Novoa, el anti-académico, con elegante peinado, oloroso a Agua de Colonia, impecablemente vestido por Leandro Martínez, va alegre y jovial, con ese su simpático humor, repartiendo saludos elegantes. Juan Munguía Novoa, el poeta actual, el enemigo de los Juegos Florales, de las Academias y de la bohemia sucia y repugnante

    Tal los poetas de León, vistos como un panorama.

2ª. INSTATÁNEA

PONELOYA

    Poneloya, abierto como un par de brazos. Alegre, siempre dispuesto a la canción y al poema. El mar, dice un poeta, es como un espejo agitado. Y así vemos la extensidad enorme del mar; rompiéndose en encajes, teñido de la sangre del sol, que como un corazón sangrante, se desvanece sobre las olas embravecidas. La playa brilla. El horizonte se pierde en una cruel desesperanza de no llegar nunca…

    Los bañistas gritan y los pájaros marinos cruzan pausados y lerdos como cansados de recorrer tanta inmensidad de espacio.

     Anochece. Ya el sol cayó sobre el mar, diluyéndose sobre las olas en un rojo intenso de sangre. Se agujerea el cielo y sobre la intranquilidad del mar, cae la noche, como un tintero sobre la blancura de una sábana.

    Aidita, Anita y Violeta Sacasa, son tres luces de alegría alumbrando la noche marina. Aidita, trocito de canela, todo aroma, toda dulzura y ensueño, ríe satisfecha, franca y jovial… Anita, con su parloteo alegre, es la expresión del humor y la gentileza y Violeta, como la flor de su nombre, es la suprema sencillez, delicadeza de cristal, ternura de Hermana de Caridad. Todos estamos contentos. Claveteamos el silencio con canciones, risas y poemas y la emoción del instante se grava como una marca sobre nuestros corazones agitados de alegría y juventud.

3ª. INSTANTÁNEA

    León, es un libro de sorpresas. Cada esquina esconde una emoción. Los parques, las iglesias y las calles, son vitrinas donde se asoma una muñequería encantadora. León, es bello, más por esto. Allí la fealdad en las mujeres no existe. La línea, la gracia, el perfilo. La sonrisa, la voz, el gesto. Los pies, las manos, los ojos. Todo encantador, soñador. Qué bello será envejecer en León…

    Y hoy, el recordar los instantes amenos de León, el nombre de Aidita Sacasa vibra como un timbre eléctrico, continuo y mortificante que aleja de mis párpados el sueño…


Edgardo Prado. 

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