domingo, 5 de julio de 2020

VÍKTOR DE LA TRABA EN DOS ARTÍCULOS DE EMIGDIO SUÁREZ: ¿ANTEOJOS CON RETROVISORES? / EL MUSEO DE RAREZAS.1987.


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¿ANTEOJOS CON RETROVISORES?  

Por Emigdio Suárez Sobalvarro. 
Barricada, 22 de agosto de 1987

Lic. Emigdio Suárez Sobalvarro, 1987.

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   Víktor de la Traba, el nicaragüense que ideó el Museo de Rarezas, estaba pensando, poco antes de que lo asesinaran en Guatemala, patentar su invento de anteojos con retrovisores, para uso de aquellas personas a quienes los atacara la tortícolis o quisiera dedicarse al trabajo detectivesco, en su “Agencia Lince” que había establecido en Managua.

   Estos anteojos que proponía De la Traba, también debían tener limpia brisas, como los vidrios de los carros, para cuando estuviera, y su usuario quisiera andar sin problemas en la calle.

   Viktor, o Alfonso Brenes Bermúdez, como originalmente fue bautizado cuando nació en Masaya, en fecha que nunca quiso revelar, tenía gran afición por las novelas de espionaje, y era esto lo que lo hacía vivir inventando cosas, incluso la “Agencia Lince de Detectives Privados”, que por muchos años vivió anunciando la página de clasificados de la antigua “Prensa”, de Managua, que no pocas personas utilizaron para seguir a mujeres u hombres infieles.

   En esta misma línea, el peculiar personaje masayés, que decía también tener en su colección del Museo de Rarezas una Venus de Milo con brazos, había hecho imprimir carnets de “Detective Privado”, que obsequiaba a sus amigos que quisieran colaborar con él. Estos carnets, por cierto que algunos acogían al principio con entusiasmo, no dejó de causarle problemas a sus portadores, pues cuando lo mostraban no faltaba quien dijera, y regara la bola, de que “el fulano es oreja”.

   Otras cosas raras de este raro personaje nicaragüense es que se dedicaba a la producción y venta de los artículos más insólitos.

   En efecto, a De la Traba le podían comprar desde un título de “médico” hasta un certificado de “soltero”, de “casado”, de “divorciado”, y hasta “impotente”, que él decía que siempre era necesario portar cuando a alguna mujer se le metía entre ceja y ceja que uno debía ser su marido.

   Viktor de la Traba era un soltero empedernido. Tuvo hijos, pero nunca quiso casarse, pues era de los que sostenía que el matrimonio se había hecho para los jóvenes y para los ancianos, puesto que los de mediana edad siempre corrían el riesgo de que les colocaran cuernos. Y para él que usaba una luenga barba, esto sólo aterraba, puesto que con cuernos se parecería al Diablo.

  De esta forma, Viktor hacía pasar su vida con la mayor tranquilidad del mundo. No tenía preocupaciones mayores, excepto las de agradar a todo el mundo con sus bromas e inventos que hacía reír, cuando no llorar, a los que lo soportaban.

   Pero en realidad, de verdad, nunca hizo daño. Su vida fue reí y hacer reír, incluso cuando andaba en plan de cobrador o “tábano”, que era otra de sus especialidades y para lo cual había instalado una oficina en las inmediaciones de los mercados de Managua, antes del terremoto de 1972, en cuyo frente se destacaba un gigantesco rótulo que decía: “A cuentas duras o cobrar… con De la Traba hay que hablar”.

   Y hasta que ver lo que era caer en mora con este compañero. No dejaba al moroso ni a sol ni a sombra. Hay muchas anécdotas de Viktor cobrando, pero éstas serán objeto de otro capítulo.

  Sólo aludimos a una: hizo pagar a un muerto. A esta hazaña le llamaba “El cobro de ultratumba”.


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EL MUSEO DE RAREZAS. Por Emigdio Suárez Sobalvarro. En: De Todo un Poco.

Un museo que jamás podrás ser visto en Nicaragua es el que una vez concibió un singular personaje nicaragüense, nacido en Masaya, que se llamó Alfonso Brenes Bermúdez y que por muchos años llevó el nombre, fantástico y fantasmagórico de Víktor de la Traba, hasta que lo asesinaron precisamente en Guatemala, poco después del triunfo de la Revolución sandinista.

Este museo es el Museo de Rarezas, que De la Traba concibió para burlarse de amigos y enemigos, e incluso de periodistas y fotógrafos nacionales y extranjeros, a los que nunca permitió ni ver ni mucho menos fotografiar.

Y la verdad es que para verlo y fotografiarlo se debía disponer de una imaginación tan grande como la de García Márquez, o de la del mismo Víktor de la Traba, que comenzó recogiendo “un pelo de tonto” hasta llegar a comprar –según nos lo dijo con toda seriedad— “un suéter para abrigar esperanzas” en la tierra del Quetzal, donde lo desaparecieron sólo porque alguna vez se le ocurrió llamar a alguien “camarada”, que era adjetivo con que él distinguía a las personas, con quienes quería ser amable. Amable para que lo amaran.

Pues, bien, De la Traba, quien lucía una barba a lo Mahoma, “paseó” su Museo de Rarezas por donde quiso y que sólo lo “vio” el que quiso escuchar la descripción de sus “piezas”, hecha por él mismo, hablando como un profeta al son de una taza de café, en cualquier restaurante de la Managua antes del terremoto de 1972, o de cualquier cafetín de la Sexta Avenida de la capital chapina, donde radicó por varios años.

El que esto escribe fue, por años, amigo inseparable de Víktor de la Traba, y fue así que conocimos su Museo de Rarezas, que era la primera y más pieza de su “colección”, que nos heredó en escritura pública, donde nos comprometimos a hablar de su invento, pero a nadie –absolutamente a nadie—, abrirle las puertas para que lo fotografiara.
Es así que contamos que Viktor de la Traba, o “El Señor de las Maravillas”, como lo definimos en el artículo que escribimos a su muerte, había coleccionado las siguientes joyas:

1 Trozo de la cruz falsa de Jesucristo. 1 Fósforo con la cabeza para abajo. 1 Reloj enjaulado, “porque el tiempo vuela”, nos decía. 1 Taza para zurdos… con la oreja al revés. 1 Huevo cuadrado. Además: la Partida de Defunción del Mar Muerto. El zapato ortopédico que utilizaba Aquiles en su famoso Talón. Uno de los animales que no quiso montarse en el arca de Noé. Una bujía negra para alumbrar cuartos de ciego. Un pasaje para el primer vuelo comercial a Saturno.

También un Masaya “chancho” y un boaqueño vivo.


Todo formaba parte de la colección de rarezas de Viktor de la Traba. Yo he agregado, una vez más, su recuerdo imperecedero para estas páginas De Todo Un Poco. 

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