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¿ANTEOJOS CON RETROVISORES?
Por Emigdio Suárez Sobalvarro.
Barricada, 22 de agosto de 1987
Lic. Emigdio Suárez Sobalvarro, 1987. |
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Víktor de la Traba, el
nicaragüense que ideó el Museo de Rarezas, estaba pensando, poco antes de que
lo asesinaran en Guatemala, patentar su invento de anteojos con retrovisores,
para uso de aquellas personas a quienes los atacara la tortícolis o quisiera dedicarse
al trabajo detectivesco, en su “Agencia Lince” que había establecido en
Managua.
Estos anteojos que
proponía De la Traba, también debían tener limpia brisas, como los vidrios de
los carros, para cuando estuviera, y su usuario quisiera andar sin problemas en
la calle.
Viktor, o Alfonso Brenes
Bermúdez, como originalmente fue bautizado cuando nació en Masaya, en fecha que
nunca quiso revelar, tenía gran afición por las novelas de espionaje, y era
esto lo que lo hacía vivir inventando cosas, incluso la “Agencia Lince de
Detectives Privados”, que por muchos años vivió anunciando la página de
clasificados de la antigua “Prensa”, de Managua, que no pocas personas
utilizaron para seguir a mujeres u hombres infieles.
En esta misma línea, el
peculiar personaje masayés, que decía también tener en su colección del Museo
de Rarezas una Venus de Milo con brazos, había hecho imprimir carnets de “Detective
Privado”, que obsequiaba a sus amigos que quisieran colaborar con él. Estos carnets,
por cierto que algunos acogían al principio con entusiasmo, no dejó de causarle
problemas a sus portadores, pues cuando lo mostraban no faltaba quien dijera, y
regara la bola, de que “el fulano es oreja”.
Otras cosas raras de
este raro personaje nicaragüense es que se dedicaba a la producción y venta de
los artículos más insólitos.
En efecto, a De la
Traba le podían comprar desde un título de “médico” hasta un certificado de “soltero”,
de “casado”, de “divorciado”, y hasta “impotente”, que él decía que siempre era
necesario portar cuando a alguna mujer se le metía entre ceja y ceja que uno
debía ser su marido.
Viktor de la Traba era
un soltero empedernido. Tuvo hijos, pero nunca quiso casarse, pues era de los
que sostenía que el matrimonio se había hecho para los jóvenes y para los
ancianos, puesto que los de mediana edad siempre corrían el riesgo de que les
colocaran cuernos. Y para él que usaba una luenga barba, esto sólo aterraba,
puesto que con cuernos se parecería al Diablo.
De esta forma, Viktor hacía pasar su vida con la mayor
tranquilidad del mundo. No tenía preocupaciones mayores, excepto las de agradar
a todo el mundo con sus bromas e inventos que hacía reír, cuando no llorar, a
los que lo soportaban.
Pero en realidad, de
verdad, nunca hizo daño. Su vida fue reí y hacer reír, incluso cuando andaba en
plan de cobrador o “tábano”, que era otra de sus especialidades y para lo cual
había instalado una oficina en las inmediaciones de los mercados de Managua,
antes del terremoto de 1972, en cuyo frente se destacaba un gigantesco rótulo
que decía: “A cuentas duras o cobrar… con De la Traba hay que hablar”.
Y hasta que ver lo que
era caer en mora con este compañero. No dejaba al moroso ni a sol ni a sombra.
Hay muchas anécdotas de Viktor cobrando, pero éstas serán objeto de otro
capítulo.
Sólo aludimos a una:
hizo pagar a un muerto. A esta hazaña le llamaba “El cobro de ultratumba”.
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EL
MUSEO DE RAREZAS. Por Emigdio Suárez Sobalvarro. En: De
Todo un Poco.
Un museo que jamás podrás ser visto en Nicaragua es el que
una vez concibió un singular personaje nicaragüense, nacido en Masaya, que se
llamó Alfonso Brenes Bermúdez y que por muchos años llevó el nombre, fantástico
y fantasmagórico de Víktor de la Traba, hasta que lo asesinaron precisamente en
Guatemala, poco después del triunfo de la Revolución sandinista.
Este museo es el Museo de Rarezas, que De la Traba
concibió para burlarse de amigos y enemigos, e incluso de periodistas y fotógrafos
nacionales y extranjeros, a los que nunca permitió ni ver ni mucho menos
fotografiar.
Y la verdad es que para verlo y fotografiarlo se debía
disponer de una imaginación tan grande como la de García Márquez, o de la del
mismo Víktor de la Traba, que comenzó recogiendo “un pelo de tonto” hasta
llegar a comprar –según nos lo dijo con toda seriedad— “un suéter para abrigar
esperanzas” en la tierra del Quetzal, donde lo desaparecieron sólo porque
alguna vez se le ocurrió llamar a alguien “camarada”, que era adjetivo con que
él distinguía a las personas, con quienes quería ser amable. Amable para que lo
amaran.
Pues, bien, De la Traba, quien lucía una barba a lo
Mahoma, “paseó” su Museo de Rarezas por donde quiso y que sólo lo “vio” el que
quiso escuchar la descripción de sus “piezas”, hecha por él mismo, hablando
como un profeta al son de una taza de café, en cualquier restaurante de la
Managua antes del terremoto de 1972, o de cualquier cafetín de la Sexta Avenida
de la capital chapina, donde radicó por varios años.
El que esto escribe fue, por años, amigo inseparable de
Víktor de la Traba, y fue así que conocimos su Museo de Rarezas, que era la
primera y más pieza de su “colección”, que nos heredó en escritura pública,
donde nos comprometimos a hablar de su invento, pero a nadie –absolutamente a
nadie—, abrirle las puertas para que lo fotografiara.
Es así que contamos que Viktor de la Traba, o “El Señor de
las Maravillas”, como lo definimos en el artículo que escribimos a su muerte,
había coleccionado las siguientes joyas:
1 Trozo de la cruz falsa de Jesucristo. 1 Fósforo con la
cabeza para abajo. 1 Reloj enjaulado, “porque el tiempo vuela”, nos decía. 1
Taza para zurdos… con la oreja al revés. 1 Huevo cuadrado. Además: la Partida
de Defunción del Mar Muerto. El zapato ortopédico que utilizaba Aquiles en su
famoso Talón. Uno de los animales que no quiso montarse en el arca de Noé. Una
bujía negra para alumbrar cuartos de ciego. Un pasaje para el primer vuelo
comercial a Saturno.
También un Masaya “chancho” y un boaqueño vivo.
Todo formaba parte de la colección de rarezas de Viktor de
la Traba. Yo he agregado, una vez más, su recuerdo imperecedero para estas
páginas De Todo Un Poco.
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