miércoles, 19 de agosto de 2020

DR. JOSÉ MADRIZ: "MANIFIESTO" - 21 de Diciembre de 1909

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Su voz trató de dominar la tempestad hace más de medio siglo; pero el fusil extranjero y el odio nativo la apagaron con sus colazos funestos. Aquella era una voz de paz, de fraternidad, de ofrecimientos generosos para los enemigos que llevaban en su entraña el aliento de Caín. Detrás de ello estaba el equivocado poder de la fuerza injusta, de la arrogancia que sólo se sostenía en la masa humana del número y en el efecto de los cañonazos. A Madriz se le llamó “El Presidente blanco”, porque era puro, patriota, inteligente, manso. A haber sido en estos días, pese a las trasgresiones subsistentes, se le hubiera escuchado, porque ya se anuncian solidaridades en un internacionalismo todavía adolescente. Pero de todos modos, el grito de José Madriz repercutiría mejor que en aquellos tiempos de sombra que cubría como un eclipse la soberanía de los pueblos débiles(Fragmento del artículo: JOSÉ MADRIZ, UN EXPRESIDENTE QUE VUELVE. Por: Hernán Robleto. En: La Noticia, 1 de Octubre de 1965.

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 MANIFIESTO

Managua, 21 de diciembre de 1909

Nicaragüenses:

         Por acuerdo ejecutivo de ayer y en conformidad con el artículo 78 de la Constitución de la República, he llamado al ejercicio del Poder Ejecutivo al señor Diputado don José Dolores Estrada.

         Obedece esta determinación al deseo que abrigo de facilitar las negociaciones de paz que deben ponerle término a la lucha que desgraciadamente nos aniquila.

         No quiero, en estos instantes en que mi supremo anhelo es la reconciliación de la familia nicaragüense, penetrar en el abismo de nuestras divisiones, ni emitir juicio alguno respecto a las causas que han contribuido a perpetuar el estado de guerra en que nos encontramos. La posteridad imparcial y severa fijará la responsabilidad de cada uno y hará la debida justicia a los sanos y desinteresados esfuerzos del patriotismo.


         Vuelvo a la vida privada así como llegué al poder, sin pasiones ni resentimientos, sin que la oposición tenaz y sangrienta de mis adversarios, ni la calumnia que han herido mi reputación en lo más hondo, hayan podido envenenar mi corazón ni perturbar la serenidad de mi espíritu.

         Queda en este lugar de lucha y de prueba un ciudadano honrado y patriota para quien deseo en sus labores de gobernante, el éxito que la Providencia, en sus altos designios, no ha querido concederme.

         Espero que el inagotable patriotismo del pueblo nicaragüense salvará a la República de esta crisis aguda y dolorosa que ha puesto en grave peligro la integridad de la Patria, su soberanía y honor.


         Rindo homenaje de mi más alto reconocimiento al pueblo y al ejército que han apoyado mi administración con lealtad suprema, desinterés y heroísmo; al despedirme de todos con deseos de paz al hogar de nuestra familia, la tranquilidad y el amor a nuestros corazones,  la alegría a este pueblo hoy entristecido  y cruelmente azotado por tantas desgracias.

         Abrigo la más absoluta confianza de que llegaremos a ase resultado benéfico por la virtud del pueblo Nicaragüense, que ha sido siempre sereno en las grandes crisis, valeroso en los peligros, prudente y magnánimo en medio de las más profundas agitaciones de su vida. Yo confío en mi pueblo, en este gran pueblo cuyas palpitaciones de entusiasmo, de vida y de regeneración estoy sintiendo en estos instantes. Sí, Señores, yo creo que el cielo me ha deparado la dicha de que sea el pacificador de Nicaragua, título para mí más glorioso que todas las grandezas, corona que puedo conquistar en un día para para toda la posteridad, y que basta y sobra para colmar las aspiraciones de este corazón honrado que cifra su ventura en labrar la felicidad de sus conciudadanos.

         Sin tiempo para presentaros un detallado programa de Gobierno que satisfaga todas las justas aspiraciones nacionales, sólo tengo que deciros, por ahora, que todo mi programa estriba en esta palabra, la paz; en este sentimiento, la concordia; en esta consigna, la honradez y la justicia; en esta promesa, la libertad. Y estos principios que son el fundamento de la vida moral y de la felicidad pública, no sólo deben regir nuestras relaciones domésticas sino que también deben ser el alma de nuestras relaciones internacionales, especialmente de las que tenemos con los demás Estados de Centro América, cuya solidaridad con nosotros es más íntima, cuya tranquilidad debe interesarnos tanto como la nuestra, cuyo adelanto y prosperidad han de contribuir a formar el acervo común de la dicha y del progreso Centroamericano.

         Estos son mis sentimientos, estos son mis anhelos y propósitos. Para realizarlos, en cuanto me sea posible, seguiré con firmeza el camino que me trazan las leyes, seguro de que la Nación no me abandonará, siempre que vea que la sinceridad, la pureza y el amor al bien son la luz que guía mis pasos al través de los escollos.

         Así os lo prometo, ciudadanos Representantes, ante el alta de esta patria para mi tan querida y ante el género humano que escucha mis palabras y las recoge como una esperanza de justicia y redención.

                                          JOSÉ MADRIZ

Managua, 21 de diciembre de 1909

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*En: Repertorio Americano. Semanario de Cultura Hispánica. Tomo XXXIV, Núm. 15. Año XIX – No. 823. San José de Costa Rica, sábado 16 de Octubre de 1937. Pág. 225.

“¿Cuánto creen ustedes que gasté para que José aprendiese a leer? Pues sólo gasté medio real: él solito aprendió escribiendo en la arena de la playa”.

Así preguntaba y respondía don Ricardo Madriz, refiriéndose a su hijo, que llegó a ser el doctor José Madriz, Ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua a los veinte y ocho años, político eminente, hombre puro, emigrado de Zelaya catorce años y Presidente de la República.

Aquel niño que aprendiera a leer en las arenas de la playa, supo dejar escrito su nombre en mármoles de inmortalidad. Sirvió lealmente a Nicaragua, con Rigoberto Cabezas, logrando, con habilidad diplomática suma y despejado talento, la reincorporación de la Mosquitia, que corrió riesgo de quedar entre los tentáculos del imperio colonial británico. Contribuyó así a defender el patrimonio de Centro América.

         Hacemos estos ligeros recuerdos ahora que se piensa en repatriar sus cenizas. Fracasado por tercera vez el intento, sólo cabe pensar que los restos del gran hombre vendrán alguna vez, y que esas cenizas ayudarán a cimentar la unidad, la libertad y la democracia en el Istmo.

                                                           N. V. A.

*(Tomado de: El Diario de Hoy, San Salvador, 24-X-1937).

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En este  Blogspot también está disponible: "José Madriz: un demócrata por Nicaragua". 

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