domingo, 23 de agosto de 2020

CORINTO EN 1895. Por Adán Díaz F. En Las Revistas, mayo de 1922.

───── Ω  ─────

 


───── Ω  Ω ─────

         En las hermosas tardes de verano, alumbradas por los últimos reflejos del sol poniente, es muy poético contemplar en Corinto los variados y lindos panoramas que se presenta a la vista.

         La persona que por primera vez llega del interior al pintoresco puerto, goza mucho admirando sus curiosidades. Desde que pasa el tren por el puente Paso-Caballos se experimenta cierta inquietud, cierto temor. El convoy avanza pausadamente sobre el largo puente y la marea pasa rápidamente por debajo, dejando espuma en los remansos.

         Cuando la locomotora con su ronco silbido, celebra el triunfo de haber pasado el peligro y emprende de nuevo su carrera, podíase contemplar a la izquierda los inmensos icacales con sus ramajes que llegaban al suelo, cubiertos de sus sabrosos frutos que invitaban a cortar y a la derecha el Océano Pacífico, de gigantescas y rugientes olas que, con sus crestas cubiertas de blanca espuma, se deshacen una en pos de otra en la arenosa costa, tachonada de caracoles  y conchas finas de diversas formas y colores. Todo esto es sublime, bellísimo  y nos prueba la grandeza del Supremo Hacedor.

Don Adán Díaz Fonseca - 1922
Don Adán Díaz Fonseca - 1922

         Al llegar el tren a Corinto se detenía a la pampa. Por estación había un antiguo caserón mal construido que no prestaba ninguna comodidad, no servía más que de bodega.  

         Era de admirar en Corinto sus casas todas de madera, tan bajitas casi todas y la mayor parte de ellas con corredores a la calles. Los pozos que por brocal tienen un cajón de madera, el que más, tienes dos varas y media de profundidad en verano, en invierno llega el agua a la superficie. Los pescadores que con frecuencia salen a coger peces con anzuelos, atarrallas (sic) o chinchorros, no necesitan saber la cuenta de la epacta para averiguar los días que tiene la luna y el estado de la marea. Como regla infalible saben que a la salida de la luna es media vaciante. Las mareas más grandes del año son las de la luna llena de marzo; cuando estas mareas crecen con tanta rapidez, no parece que éstas suben, sino que el puerto se hunde hasta llegar el agua a inundar muchas calles.

         El ensordecedor oleaje no se aparta de los oídos y aun en la noche, recogido uno ya en el lecho se duerme arrullado por ese extraño murmullo.

         En una mañana, al despertar, se oía un ronco silbido prolongado y dos cortos. Era la “vaca” que tocaba el vigía en la garita, anunciando vapor del Norte. El modo de comunicarse de El Cardón al puerto, era por señales, no había teléfono submarino. En el Cardón había una asta de cruz en cuyos extremos colgaban unos objetos visibles a larga distancia, éstos eran vistos por el vigía, que vivía en observación en la garita, la que tenía otra asta que dominaba todo.


         En la costa de la bahía se observaba el movimiento. Se veía a los marinos que afanosos achicaban sus respectivas lanchas, botes, pangas, canoas, chalupas y bongos. Los marinos de lanchas planas de carga, desde muy temprano, han empezado a cargarlas de café, azúcar, cueros y otros artículos de exportación. Al poco rato de estar en movimiento, entre a la bahía el monstruo flotante: es un vapor norteamericano de una chimenea y dos árboles. En el asta de popa ostenta la bandera de las barras y las estrellas; en el árbol de popa tiene izada la bandera de la compañía, en el de proa la de Nicaragua y en el asta de proa una bandera azul con estrellas blancas.

         Se oye el ruido del ancla que cae al agua por el obenque y tres silbidos prolongados, anunciando que ya está fondeado y saludando al puerto. Del muellecito nacional se despedía un bote a cuatro remos con toldo y bandera a la popa, esta es la visita de ordenanza que la Comandancia de Armas hace a los barcos. Ningún bote puede atracar al vapor antes que la visita regresa, solo el de la Agencia de la Compañía. Todos los demás botes están esperando el regreso del bote de la visita para ir en busca de pasajeros. Se aproximaban disimuladamente, buscando siempre el favor de la corriente. Entre ratos ponían sus remos en alas en demostración que esperaban. Entre ellos estaba el Guacamol de Eufracio (sic), bote muy pequeño pero muy lijero (sic), muchas veces iba cargado de “loreras”; el Benvenuto que es muy corto para su ancho, por lo cual se veía muy “barrigón”; el San José de don Carlos Quino, uno de los botes más grandes; los siglo XX del Hotel Corinto; la Panga de Nando; el bongo de doña Teodosia, cargado de frutas, huevos, loras, lapas, monos y la mar de cosas. Tan pronto la visita regresaba, todos al mismo tiempo se dirigían al vapor, los más listos y ligeros llegaban primero, éstos atracaban  y de un salto sus conductores subían la escalera; al poco regresaban con una balija (sic) en cada mano, trayendo contratados dos o tres pasajeros. Este movimiento continuaba todo el día, mientras que las lanchas planas de carga con sus seis u ocho remos y una ballona (sic) a la popa, manejado por expertos y fuertes marinos, iban llegando pausadamente por el otro costado, bien cargadas a dejar al barco todo lo que desde temprano cargaran; este trasbordo lo hacen a vapor, giran una pluma y dejan caer en la lancha sus lingas en un fuerte gancho tirado por un cable de acero, éste es impulsado por un poderoso wisnche (sic - cabrestante) de vapor, y en lingada vienen ocho sacos de café, gira la pluma y al momento desciende por la boca de escotilla a las profundas bodegas del barco. Estas lanchas lograban hacer hasta cuatro y cinco trasbordos en el día, lo que les dejaba una buena utilidad de dinero. Por la tarde se miraba a cada parón de lancha haciendo entre sus tripulantes, la distribución del dinero que las agencias les pagaban por su trabajo del día.


         Los boteros hacían tres partes de su ganancia, una para cada uno de los tripulantes y otra para el dueño del bote. Hay marinos que son dueños de sus botes, a éstos les quedaba mayor utilidad. Por la noche, cada marino llegaba a su casa con buena cantidad de dinero, no sin antes haber dejado una parte de él en muchas taquillas de aguardiente que había en el puerto.

         Hay unos pintorescos paseos que se hacen embarcados. La fortaleza de El Cardón, ésta es una preciosa isla de rocas de una altura considerable, en él está situado el faro que sirve de guía a los navegantes. Sigue Boca Falsa, Castañones, Monte-Ralo, este es un lugar muy concurrido, tanto de paseadores como de personas pobres que se dedican a sacar huevos de tortugas. El Barquito, desembocadura de un río, lugar muy citado e histórico, es por donde se hacía el tráfico antes del Ferrocarril. El Limón, otra desembocadura de río; al frente del puerto queda la islita de Machuque, donde se cuenta que hay enterrado un gran tesoro; siguen las Calles de Venecia; más al Norte está el estero de La Encantada, que se distingue por su enorme peña, la que se descubre solamente en marea muy baja, en ella se puede cojer (sic) flores de peñas rojas y amarillas. Más allá la Isla de Guerrero, lugar de tierra firme en la que está situado el panteón del puerto. Este lugar santo está abandonado, nadie se ha preocupado por él, entierran ahí a los muertos que no pueden ser trasladados por ferrocarril al interior o a los que en vida han pedido quedar en ese lugar. Estos son embarcados en un bote y con muchas dificultades llevados a su última morada. Está la punta San Bernardo que divide el estero que da al río El Tesorero y Las Lajas con el de El Realejo y Paso-Caballos.


         En la costa de Palo Bonito estaba el árbol de ese nombre que se distinguía por estar en la propia costa, de manera que cuando subía la marea podían atracar a él las embarcaciones y ser protegidas con la sombra de su coposo ramaje, esto era verdaderamente bonito y de ahí le vino su nombre.

         Al puerto llegan con frecuencia vapores alemanes y buques veleros de varias nacionalidades. Estos barcos necesitan de un práctico que conozca el canal para entrar a la bahía, los unos por contrato especial de la Compañía, y los otros por falta de conocimiento de la entrada. Los prácticos del puerto eran el Capitán Papi y don Carlos Quino; cuando el vigía anunciaba el vapor alemán, cuatro expertos marinos alistaban el bote del práctico y se iban con el mar afuera a encontrar el barco. Desde que se pasa El Cardón empieza la marejada gruesa, las gigantescas olas henchidas que una en pos de otra van a romperse a la lejana costa, juegan con el cascaroncito en que va la tripulación del práctico, unas veces es suspendido hasta la cúspide de una de esas moles de agua salada y se domina el espacio como una loma, de ahí desciende rápidamente por la pendiente que queda; hay momentos en que parece que el bote quiere dejar en el aire a los tripulantes cuando llega a lo más profundo de la oquedad, entre una y otra ola, no se mira más que mar y cielo, ellas se interponen. Así poco a poco avanza el bote hasta llegar al vapor. Este ha parado su carrera, botan una escalera colgante y sube por ella el práctico; al bote le pasan un grueso cable con el que es remolcado del costado del vapor, éste impulsado de nuevo por su enorme hélice, empieza a avanzar hacia el puerto, manejado por el práctico. Los marinos del bote se han distribuido, uno de ellos hace de piloto y trata de que no pegue al barco, llevado el timón quebrado para afuera.

         Es sublime contemplar el lento balanceo del barco, de proa a popa y de a babor a estribor, unas veces parece despreciar al que le mira y trata de enseñarle su quilla y otras venírsele encima como para saludarle. Cuando al vapor le dan su carrera, el cabo se ateza y el bote se desliza, vertiginosamente sobre las olas, rompiendo el agua con tanta fuerza que ésta salta por los dos lados de tajamar, formándose una lijera (sic) lluvia. El bote deja tras sí, no una estela, sino una meseta de agua más alta que su popa.

         Las personas timoratas no podrán nunca hacer esta bella excursión.

         Pongo punto final a esta mal hilvanada prosa del puerto más bello que tiene Centro América, según lo manifestó Rubén Darío, y que, a juicio de él, sólo con la entrada a Río Janeiro, puede igualarse.

                                       ADÁN DÍAZ F.

Managua.

───── Ω  Ω ─────

No hay comentarios:

Publicar un comentario