viernes, 5 de febrero de 2016

RUBÉN DARÍO EN NUEVA YORK. Por: Dr. A. Ramón Ruiz*

           
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8 de Febrero de 1964.
Dr. Fernando Centeno Zapata,
Director de PANORAMA,           

Librería Siglo XX
3ª Calle S. O. No. 106.
Managua, D.N. Nicaragua, C.A.

De mi más alta consideración:

   Permítame, compatriota, hacerle llegar por este medio mi sincera felicitación por el singular triunfo que viene Ud. obteniendo por medio de su cada día más interesante e instructiva Revista PANORAMA.

   Interesado como siempre he estado, en nuestra ciudadanía goce del completo acopio de detalles sobre las realidades inalterables relativas a nuestra Historia y sus hombres, cometo hoy la audacia de dictarle estas líneas, al haber notado un lapsus importante en la Cronología de Rubén Darío, aparecida en el Volumen 11, Número 9, fechada esta edición de PANORAMA, el 25 de enero del corriente año:

   No aparece en ella, la fugaz visita que hizo Rubén a la Ciudad de Nueva York; cosa que, para la postrimería, considero de sumo interés. Por ello, con sumo gusto le hago la siguiente narración:

   Era yo un muchacho de unos 12 años. Estudiaba el bachillerato ya, en el Colegio de Loyola en Sevilla, España, en 1914, cuando mis padres resolvieron llevarme a Nueva York, al comienzo del otoño en 1914.

   Una media hermana mía cayó enferma, y un médico nicaragüense fue llamado para atenderla. Era el doctor Aníbal Zelaya.

   El doctor Zelaya me cogió gran afecto, que en mí fue ampliamente reciprocado. Residía él en el “West End Avenue”, y tenía él la costumbre de reunir todos los domingos al mediodía –durante el otoño y el invierno— a un grupo de sus amigos entre los que hice grandes amistades, a pesar de las diferencias en nuestras edades. Ellos, todos era profesionales e intelectuales, y yo, un simple chavalo.

   Un día me dijo el doctor Zelaya: “Voy a necesitar de ti. Tendré que atender a un gran hombre nicaragüense: “No por el hecho de que haya sido nuestro Embajador en España, sino por amistad y por sus grandes valores personales. Se llama Rubén Darío y es un gran escritor  y poeta. ¿Me ayudarás?

   No me di cuenta del valor del individuo a quien tendríamos que atender, pero me sentí “importante” cuando Don Aníbal me pedía lo ayudara. Fuimos pues (creo fue a fines de 1914 o principios de…1915) al muelle a esperar a aquel “distinguido nicaragüense”. Vívidamente recuerdo que, entre otros componían nuestro grupo, el doctor Zelaya, el intelectual José Manuel Bada; los también intelectuales españoles don Federico de Onis y don José Manuel Torres Perona, y, como “carga maletas” el entonces mozalbete que redacta esta líneas.

   Pasadas todas las tramitaciones de aduana, inmigración, sanidad, etc., pude tener el inmenso honor de estrechar la mano del inmortal. Declaro hoy, con toda humildad, que jamás pasó por mi mente que aquel “Don Darío” llegaría a ser y a ocupar el lugar que ocupa hoy en la Literatura castellana.

   Hombre que vestía con elegancia; sombrero alón de fieltro negro; uñas pulidas; mirada profunda, indagatoria siempre. Noté le afectaba el frío, y que no traía bufanda. Con la espontaneidad del niño, le cedí la mía, de lana inglesa, y que, aún cuando vestía sin abrigo, la usó siempre durante su permanencia en Nueva York.

   Yo estaba feliz y contento, cuando aquellos intelectuales de calibre me trataban de igual a igual. Nunca me dí cuenta  de la significancia que en mis recuerdos históricos tendría jamás aquel accidente. Me fascinaba estar en las tertulias donde Don Rubén era siempre la figura central. Allí oía con devoción, las pláticas sobre alta literatura;  y con jovialidad, las anécdotas, los chiles de multifacéticos colores…

   Siempre me causó “Don Rubén” la impresión de ser un hombre profundamente melancólico. Muchas veces se acomodaba en uno de los grandes sillones, y descansando su cabeza sobre la mano, meditaba en silencio, el cual jamás me atreví interrumpir. Le atendí, como un simple mensajero y en ocasiones, hasta como un ayuda de cámara. Le llevaba sus ropas a la lavandería;  y tantas otras cosas.

   El doctor Zelaya por medio de un millonario filósofo y filántropo –que luego supe era Mr. Huntington, fundador, mantenedor y Director del Instituto “Hispanic Society of New York”— había obtenido la presentación de Darío en conferencia que dictaría en el Paraninfo –o auditórium— como en Estados Unidos le llaman— de la Universidad de Columbia.

   Llegó la fecha señalada. El auditórium estaba casi lleno, y, con más de media hora de retraso a la fijada por fin, Darío fue presentado, habiendo sido recibido con atronadora ovación del público puesto de pie; cosa que se repitió al haber terminado la conferencia.

   El doctor Zelaya me dio un sobre grande “con papeles muy importantes” para que se los cuidara con “mucho cuidado”, y que no saliera del camerino de Darío; privándome así de poder oír la conferencia, aunque tuve que observar las instrucciones del Doctor Zelaya por la confianza que en mí depositó. No oí la conferencia, pero sí llegaron hasta mí las cerradas y  entusiastas ovaciones con que el público premiaba al inmortal “Señor Nicaragüense”. Más luego me enteré que, entre otras cosas, en el sobre había un cheque de Mr. Huntington para Rubén Darío.

   Luego fuimos a un restaurante, donde se cenó y libró finos licores, pasando las horas como minutos, al extremo de que cuando regresamos a nuestros hogares ya el Sol alumbraba las calles de Manhattan.

   Una tarde, llevamos a Darío al “down-town” (parte baja) de Nueva York. Allí admiró, entre otros, el entonces edificio más alto del mundo que era el “Woolworth” o Singer, hoy día convertido en un “pigmeo” al lado de los colosos “Empires States”, “Chrysler” y tantos otros. Por la noche asistimos a un convivio íntimo, y al comentar sus impresiones sobre la Ciudad de Nueva York, recuerdo Darío hizo este comentario: “Sabe Dios en qué acabarán estos “gringos” en Nueva York. Nada extrañaría que de aquí a cincuenta años, las calles dejen de ser horizontales para convertirlas en verticales”. Este comentario siempre vivió en mí, cuando he pululado por aquellos lugares entre verdaderos “cañones” constituidos por edificios inmensos de más de 50 pisos en Wall Street, Broadway, etc. De ahí que más tarde, diera a luz aquella frase de “Nueva York”, ciudad de calles verticales”.

   Convendría, mi distinguido doctor Centeno, que PANORAMA pidiese detalles más completos sobre la visita de Darío a Nueva York, en su viaje de regreso a Nicaragua para poder enriquecer la historia. Especialmente, detalles de su conferencia, fecha exacta, etc. en la Universidad de Columbia. Así también de detalles posteriores a las relaciones entre Darío y su benefactor neoyorkino Mr. Huntington,  si a éste caballero, la República ha hecho el reconocimiento a su cooperación al presentar a Darío nada menos que en más alto centro de cultura allá. Y, si por cualquiera de esos motivos de inercia, apatía o desinterés, Mr. Huntington ha sido ignorado, que se le haga saber a nuestro insigne Presidente Schick, en la seguridad de que esta deuda de honor patrio, será cancelada, al otorgársele post-mortem, la Gran Cruz de la Orden Rubén Darío.

   Jamás he sido partidario de conferir honores a individuos por el hecho de ocupar tal o cual cargo; pero, si me mantengo firme en el principio de que esos honores deben conferirse por servicios prestados: Huntington y Zelaya, rindieron servicios merecedores al reconocimiento de la Patria.

   Aprovecho esta feliz oportunidad para ofrecerme a sus órdenes, cual su obsecuente servidor, amigo y compatriota.

    Dr. A. RAMÓN RUIZ 

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*Publicado en “Panorama”. Vol. II. Núm.11. 28 de febrero de 1964. Pp. 29-30. Director: Dr. Fernando Centeno Zapata.


Rubén arribó a los Estados Unidos (Nov. 1914 a Abril de 1916) invitado por el banquero e hispanista Archer M. Huntington, Presidente de la Hispanic Society of America.

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