jueves, 28 de junio de 2018

“LA GUERRA DE MANAGUA” Por: Hernán Aróstegui En: El Centroamericano, 1 de Febrero de 1968

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AMROCS ATACAN A LOS CIVES Y SE ENTABLA LUCHA CALLEJERA EN AVENIDA ROOSEVELT. En: El Centroamericano, 12 de Enero de 1967.

Resultaron seis heridos. Amrocs dispararon dos balazos al aire a bordo de un Jeep.

Managua.- Varias personas resultaron lesionadas a las seis de la tarde del Martes, al chocar miembros del CIVES con AMROCS sobre la Avenida Roosevelt.

Los jóvenes del Cives realizaban su manifestación de resistencia pasiva, cuando surgieron los incidentes, sufriendo golpes y heridas Chéster Escobar, Óscar Gutiérrez, Wálter Ruiz y otros.

Los dirigentes del Cives informaron que fueron seis de sus afiliados, los que salieron lesionados.

Mientras los Cives efectuaban su demostración, pasó un jeep Land Rover llenos de Amrocs. Dispararon dos balazos al aire y lanzaron pedradas, replicando los de la resistencia pasiva.

El jeep pasó con altoparlantes, haciendo propaganda a Somoza y repartiendo papeletas. Se entabló la lucha al ocurrir la provocación, varios parabrisas fueron quebrados, quedando los heridos. 



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UN ADELANTO INFORMATIVO QUE ESTE DIARIO PUBLICARÁ EXCLUSIVAMENTE PARA SUS LECTORES

Ya tenemos en nuestro poder la exclusiva narración informativa histórica que con el título: “LA GUERRA DE NICARAGUA”, ha escrito para el Decano actual de la Prensa Nacional el licenciado Hernán Aróstegui, periodista profesional y ex secretario de Prensa de los Gobiernos del Doctor René Schick Gutiérrez y Lorenzo Guerrero Gutiérrez.

El contenido material que “EL CENTROAMERICANO” dará a la publicidad es sumamente interesante desde el punto de vista histórico y desde un ángulo del que nada se ha escrito en forma desapasionada.

La serie de artículos sobre “LA GUERRA DE MANAGUA” está ilustrada con gráficas de nuestro Archivo.

El Licenciado Hernán Aróstegui, quien fue el emisario comisionado en la Casa Presidencial para lograr la evacuación del Gran Hotel en pleno ambiente de guerra y con peligro de perder la vida, reside ahora nuevamente en Nueva Orleans dedicado al ramo de Relaciones Públicas.

“LA GUERRA DE MANAGUA”, narración de sumo interés para conocer lo que pasó en las alturas y en la llanura durante los sangrientos sucesos que se originaron el 22 de Enero de 1967 en Managua y culminaron la negociación de la salida de los refugiados en el Gran Hotel, forma parte del libro que el periodista Aróstegui está escribiendo sobre sus impresiones en la Casa Presidencial durante cuatro años como Secretario de Prensa.

Busque las ediciones de “EL CENTROAMERICANO” en que se publicarán los artículos referentes a “LA GUERRA DE MANAGUA” como adelanto del libro en preparación; daremos previo aviso a nuestros lectores. 

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-- I--
El carro negro con la pequeña bandera de los Estados Unidos en el guardafango derecho bajaba lentamente hacia la Plaza de la República, en su interior íbamos: el señor James Engle, Ministro Consejero de la Embajada Americana en Managua, el señor Edward Cheney, primer secretario, el Capitán G.N., Miguel Blessing, otro oficial de la Guardia Nacional, y yo.

Las calles de la ciudad a pesar de la hora (3 p.m.), estaban desiertas. En algunas esquinas, al acercarnos al Palacio Nacional, estaban apostados grupos de Guardias Nacionales. Al entrar a la Plaza, por el costado sur del Palacio, pude darme cuenta de la magnitud del desastre que la tarde y noche anterior había azotado a la capital: parecía como si un huracán hubiera desencadenado su furia sobre la parte central de Managua.

Me entristeció ver el estado lamentable de la ciudad: ventanas rotas, automóviles quemados, alambres eléctricos caídos, piedras y zapatos en las cunetas, en fin todo tenía un aspecto mortal.

Sentí temor al ver tanta destrucción, y como reacción normal en el individuo cuando supone peligro, me pregunté a mi mismo: ¿Qué estoy haciendo aquí?

Recordé lo último que me había dicho Don Luis Somoza al bajar de la Casa Presidencial: “Mirá Hernancito, tenés que convencer a esa gente, en el Gran Hotel, que se vayan tranquilos a sus casas”.

Llegamos al Palacio del Turismo donde estaba un grupo de soldados comandados por un Mayor del Ejército. Bajamos del vehículo y el Mayor me llamó a un lado y me dijo: “Licenciado, para poder darles alguna protección a Ustedes, es necesario que dejen a los líderes políticos en el Hotel que salgan de último”.

Nuevamente me asaltó el temor de que corría peligro, y pensé en mi mujer y mis hijos y me pregunté si valía la pena el riesgo que estaba corriendo.

“No soy político”, me dije para mis adentros. “Materialmente nada estoy ganando con estar aquí,  y quizás hasta pierda algo a lo que ya me he acostumbrado: mi vida. No odio a nadie, y creo que nadie me odia. Si las cosas cambiaran aquí, lo más que perdería sería un empleo. Entonces, ¿qué hacer aquí? Bajé la vista, y vi en la acera unas manchas de sangre, y la respuesta me dio en la cara: “Estás aquí para evitar mayor derramamiento de sangre, y con una sola vida que logres salvar, habrás hecho algo por este pobre país”.

-- II –

Todo había empezado inocentemente el día anterior, Domingo. Salí de mi casa, en el Kilómetro 11 de la Carretera Sur, con mi señora rumbo a Granada. Gonzalito Meneses, hijo del Doctor Gonzalo Meneses Ocón se había bachillerado y sus padres nos habían invitado para una fiesta en el Club Social, a las seis de la tarde.

“Antes de salir para Granada”, le dije a mi señora, “pasaremos por Casa Presidencial para ver cómo están las cosas”. A las 4: 45 de la tarde llegué a Tiscapa, y los disparos se iniciaron unos diez minutos después. El holocausto había empezado.

Era poco lo que podía apreciar desde Casa Presidencial, pero los disparos se oían claramente. Mi mujer se puso nerviosa y me dijo que volvería a casa para cuidar a los niños. Yo le dije que se marchara y que más tarde regresaría a cenar. Regresé 28 horas después y sin apetito.

Las sirenas de las ambulancias empezaron a escucharse ininterrumpidamente. La noche caía con rapidez sobre Managua y el estruendo de los disparos era cada vez mayor.

En León nos habían dicho, por la mañana, que el Doctor Fernando Agüero había pedido parlamentar con el General Gustavo Montiel. Se nos dijo, también, que la manifestación en Managua no era muy numerosa, que sólo cubría unas cuantas cuadras de la Avenidas Roosevelt. El desenlace violento que escuchaba, me parecía por lo tanto un poco fuera de lugar. En otras palabras nunca pensé que las cosas llegarían a tal extremo.

En la Presidencial estaba Doña Sarita de Guerrero con algunos miembros de su familia, lo mismo que Doña Hope de Somoza con sus niños. Estaba, también, el Dr. Gonzalo Meneses Ocón. Pregunté por el Presidente Lorenzo Guerrero y se me dijo que volvía por avión de regreso a Managua con Don Luis y con el General Somoza. Ya para entonces, supe después, todos se encontraban en el cuartel de la Fuerza Aérea.

Empezamos a notar algunos incendios, particularmente frente al Gran Hotel y por los mercados. Doña Sarita estaba sentada en la terraza oriental del Palacio Presidencial, y con otras amigas rezaba el rosario.
-- III --

Como a las nueve o diez de la noche, escuché los motores de los tanques blindados que bajaban bajo el comando del Mayor Iván Alegrett. Al pasar frente a Casa Presidencial, recuerdo que el Mayor Alegrett gritó desde la cabina del tanque: “¡Viva el Presidente Guerrero!”
MAYOR G.N. IVAN ALEGRETT

Poco después de las diez, uno de los ordenanzas de Casa Presidencial me llamó y me dijo que un periodista desde el Gran Hotel deseaba comunicarse con alguien en la presidencial. Cogí el teléfono y resultó ser un señor de apellido Johnson que dijo ser ciudadano americano, que trabajaba en el INFONAC y que quería servir de intermediario entre los manifestantes del Gran Hotel y  el Gobierno, le dije que hablaría con el Presidente Guerrero y que luego lo llamaría, que mantuviera desocupada la línea telefónica.


EMBAJADOR AARON BROWN
Pocos momentos después vino otra llamada, era el Embajador Aaron Brown que deseaba hablar conmigo. Me dijo que estaba preocupado por la seguridad de los ciudadanos estadounidenses que se encontraban en el Gran Hotel, y que deseaba un permiso del Gobierno para bajar al Hotel y sacar a sus compatriotas. Le dijo que lo llamaría, a la mayor brevedad posible, para darle una respuesta. Busque a Doña Hope y le expliqué lo que he había dicho el Embajador, y Doña Hope me dijo que llamaría al General. Fuimos al teléfono que queda en una oficina pequeña junto a la terraza oriental de la Presidencial, y ella le informó en inglés al General lo que me acababa de comunicar el Embajador Brown. La respuesta fue de que era muy peligroso aventurarse por esa sección de Managua en esos momentos, porque habían francotiradores apostados en varios edificios y no se podría hacer nada para eliminarlos hasta que amaneciera.

Llamé al señor Brown y le dí el recado.

Ya para entonces había entrado en acción el tanque del Mayor Iván Alegrett, y desde Tiscapa se podía ver claramente el trayecto de las trazadoras que lanzaba, algunas de las cuales pasaban por encima del techo del Gran Hotel y del Teatro González.

A las 11: 30 de la noche recibí otra llamada. Era el Presidente Doctor Lorenzo Guerrero, estaba en el cuartel de la Fuerza Aérea, y me dijo que me trasladara allí inmediatamente para que preparáramos un comunicado de prensa. Hablé con el Coronel Alegría y éste pidió una camioneta con dos guardias para que me llevaran a Las Mercedes.

La noche estaba oscura, no habían luces en las calles. Frente a la casa de don Luis Somoza nos detuvo un grupo de hombres vestidos de civil y con pistolas en las manos. Nos dejaron pasar. Frente a la luz eléctrica, en la Carretera Norte, por poco nos dispara un pelotón de diez policías que estaba tendido a ambos lados del camino. Nosotros no sabíamos que ellos estaban allí y ellos no sabían quiénes éramos nosotros.

La oficina del Coronel Francisco Saavedra se encontraba llena de oficiales. Detrás del escritorio se sentaban, el Presidente Guerrero, a su derecha el General Somoza, a su izquierda Don Luis. Estos dos últimos estaban al teléfono. Entre los civiles allí reunidos, recuerdo al Doctor Francisco Laínez y al Ingeniero Luis Pallais.

-- IV--

El Presidente Guerrero habló con el Doctor Gonzalo Menes Ocón y conmigo, nos dio algunos datos ligeros sobre lo que pasaba y nos dijo que empezáramos a trabajar en un borrador para un comunicado de prensa.


DR. MENESES OCÓN
A la media noche nos avisaron que la situación  que la situación se había calmado bastante en Managua y que podíamos regresar a Casa Presidencial. Era una caravana bastante larga de vehículos, alrededor de 10 a 12 incluyendo a la escolta militar. Entremos a Managua silenciosamente y subimos a Casa Presidencial.

Cuando llegamos notamos gran cantidad de gente. Algunos miembros del gabinete del Doctor Guerrero y bastante militares.

Entramos  al salón de conferencias, y el Teniente Corrales, con mucha diplomacia, empezó a susurrar al oído de aquellas personas cuya presencia no era deseable. Finalmente quedamos unas diez personas, entre las que recuerdo al Doctor Gonzalo Meneses Ocón, Doctor Francisco J. Laínez, Coronel Guillermo Noguera, además de Don Luis, el General Somoza y el Presidente Guerrero.

A la una, o dos de la madrugada, aproximadamente, subió el Mayor Iván Alegrett para rendir su informe. Llevaba puesto un casco de acero. De pie, y después de un saludo militar, dijo que la situación estaba más o menos bajo control. Que no se podía hacer mucho hasta que amaneciera. Explicó que el Gran Hotel se encontraba rodeado, y señalo los puestos militares que se habían colocado en los alrededores. Dijo que había lanzado unos cuantos cañonazos contra las paredes del Gran Hotel porque habían disparado en contra de su gente, y que las trazadoras se veían preciosas de noche. El General Somoza lo felicitó y le preguntó que si se le ofrecía algo. El Mayor contesto que se la mandara a su gente café y sándwiches, pues ni agua tenían. Inmediatamente se ordenó al Coronel Pérez cumpliera con la petición.

El Doctor Meneses había estado trabajando en un borrador que sería la base de un comunicado de prensa. Las ideas habían sido expuestas por Don Luis Somoza. A las tres de la madrugada bajé con las notas que había tomado a mano el doctor Meneses y en mi oficina, junto con el Doctor Santos Vanegas, empezamos a confeccionar el comunicado.

La idea básica del boletín era, que los manifestantes habían violado el permiso que se les había dado; habían disparado contra un oficial de la Guardia Nacional; se habían refugiado en el Gran Hotel, y tenían como rehenes a un grupo de ciudadanos americanos.

Regresé al salón de conferencias con el borrador, lo leí en voz alta y no le gustó a Don Luis. Se hicieron algunos cambios y bajé nuevamente a mi oficina ordenando se mimeografiara el comunicado.

-- V--

Desde el salón de conferencia, y por medio de radios, se mantenía contacto directo con los hombres que rodeaban al Gran Hotel, lo mismo que con el Coronel Rugama, en la Central de Policía y con la Fuerza Aérea. Cada una de estas personas tenía su nombre clave. El General Somoza, por ejemplo, era “Alfa Sierra”; Don Luis, “Lima Alfa Sierra; el Coronel Guillermo Noguera, “Golfo November”, el Capitán Morales, “Tigre 1”, y así por el estilo.


GRAL. SOMOZA...."ALFA SIERRA"
       DON LUIS SOMOZA..."LIMA ALFA SIERRA"
Temprano en la noche había subido a Casa Presidencial Mons. Sante Portaluppi y Monseñor Donaldo Chávez Núñez, ambos habían hablado con el Presidente Guerrero ofreciéndose para servir de intermediarios. Antes de la media noche bajaron al Gran Hotel y regresaron poco después, con las condiciones que pedían los refugiados para entregarse. Estas venían escritas en un papel, con el membrete del Gran Hotel, y parecían de puño y letra del Doctor Pedro Joaquín Chamorro. Las condiciones fueron rechazadas de plano por Don Luis Somoza.

Monseñor Sante Portaluppi regresó desalentado a la Nunciatura.
Monseñor Sante Portaluppi

Al despuntar el alba salimos a la terraza de Casa Presidencial y empezamos a inspeccionar el panorama con unos anteojos de larga vista. Se notaban algunas personas en el techo del Teatro González. Había también movimiento en la Catedral y el techo del Instituto Pedagógico. Algunos de los presentes empezaron a excusarse. El Presidente Guerrero dijo que iría a descansar un rato. El Doctor Gonzalo Meneses manifestó deseos de ver a su familia en Granada.

La situación se encontraba más o menos tranquila, cuando oímos una ráfaga de tiros. Don Luis Somoza alarmado llamó por radioteléfono al Teniente Smith que estaba a cargo de uno de los tanques en el costado sur del Palacio Nacional. El Teniente Smith dijo que no eran sus hombres los que disparaban. Se habló con el Mayor Alegrett, y éste dijo que los disparos provenían del Edificio Mil, donde parecía operaban francotiradores. Posteriormente, se averiguó que había sido un intercambio de tiros, por equivocación, entre miembros de dos patrullas de la Guardia Nacional.

El Mayor Alegrett avisó que se notaba movimiento en el edificio Guerrero Montalván, Don Luis ordenó al Coronel Rugama enviara una patrulla a investigar. Más tarde el Coronel Rugama llamó a “Lima Alfa Sierra” para decirle que había enviado una patrulla comandada por el Capitán Fonseca.

Como a las ocho de la mañana, el General Somoza dijo: “Lucho hacete cargo de la situación que yo voy a dormir un par de horas”. El General se retiró a uno de los dormitorios de la Casa Presidencial. Solo quedamos en el salón de conferencias Don Luis, el Coronel Noguera y yo.

-- VI --

         Don Luis pidió lo comunicaran con Don Santos Zelaya, Gerente de la Aguadora y le preguntó si había una llave para cortar el agua en la manzana del Gran Hotel. Creo que la respuesta fue positiva.

         Parece que Don Santos le recordó a Don Luis que el Gran Hotel tenía su propio pozo, agua que utilizaban para llenar la piscina. Llamó luego al gerente de la Empresa Eléctrica y habló sobre las posibilidades de cortar la energía al Gran Hotel, posteriormente se dio la orden para que se hiciera esto.

         Don Luis llamó al Coronel Monge para que se pasara sólo música por las radiodifusoras.

         Los informes fragmentados que llegaban hasta nosotros del Gran Hotel, eran que los refugiados jamás se rendirían y que en último caso fusilarían, uno por uno, a los turistas americanos. El Coronel Francisco, de la misión militar americana, había bajado varias veces al Gran Hotel para conversar con los ciudadanos estadounidenses.

         A las once de la mañana el Coronel Francisco hizo los arreglos para un parlamento entre los líderes políticos del Gran Hotel y la Embajada de los Estados Unidos. Después de esa conversación, el Embajador Aaron Brown manifestó que habría otra reunión por la tarde, y que esta vez la Embajada solicitaba un emisario del Presidente Guerrero para conversar con los refugiados.

         Don Luis Somoza le pidió al Doctor Guerrero nombrara a su representante y éste me nombró a mí. El Doctor Guerrero me dijo: “mirá Hernán, vos, eres la persona indicada pues nadie te malquiere”.

         Al mediodía  me llamó por teléfono desde la Embajada Americana el periodista William Gaudet, viejo amigo mío de Nueva Orleans. El señor Gaudet estaba histérico.


GAUDET Y DOS MONJAS SALIENDO DEL GRAN HOTEL.
Me dijo: "No vayas que te van a matar".
         Me dijo que a pesar de que el Doctor Fernando Agüero le había dado un salvoconducto para salir del Gran Hotel junto con dos religiosas, los de abajo (primer piso) se habían opuesto a que saliera.

         Me dijo también que la gente del primer piso estaba compuesta, en su mayoría, por campesinos y que éstos estaban bajo los efectos del alcohol ya que se habían bebido todo el licor de la cantina.

         Añadió que los refugiados estaban bien armados y que él había visto muchas metralletas. Me pidió enviara un cablegrama a su esposa, en Nueva Orleans, diciéndole que estaba bien de salud.

         Al explicarle que por la tarde yo iría a parlamentar con los refugiados, me dijo: “No vayas que te van a matar”.

-- VII --

         Como a las dos de la tarde, me dijo Don Luis Somoza que dos oficiales de la Guardia Nacional irían conmigo, y con los enviados de la Embajada, a parlamentar con los refugiados del Hotel.


DR. LUIS PASOS ARGÜELLO

         Me dijo, además, que las condiciones del Gobierno para dejarlos salir del Hotel eran: que todas las armas debían ser entregadas; que todos tendrían que ser registrados; que se fueran directamente a sus casas, y que aquellos de otros pueblos deberían tomar autobuses y salir inmediatamente de Managua.

         Añadió que varios distinguidos representante del Partido Conservador,  ya habían hecho los arreglos necesarios para que los autobuses estuvieran listos a la hora indicada.

         El Presidente Doctor Lorenzo Guerrero me dijo que lo que parecía preocupar a los manifestantes era que si el Gobierno aplicaría la “ley Quintana”.

         Me instruyó que si me preguntaban algo sobre esto, que les dijera que “el Gobierno no tenía ningún interés en procesarlos bajo la citada Ley”.

         “Esto no quiere decir, “añadió el Doctor Guerrero, que sí otro Poder del Estado decide acusarlos, que nosotros podremos impedirlo”. “Pero, terminó diciendo, puedes asegurarles que la iniciativa no saldrá del Poder Ejecutivo”.

         Todos estos eventos se habían realizado en casi 24 horas, y aquí estaba, yo, ahora, rumbo al Gran Hotel, en lo que espera fuera el último episodio, de esta lucha fratricida.

         Del Palacio de Turismo avanzamos lentamente en el coche de la Embajada, y nos paramos detrás del tanque blindado del Teniente Smith. Este se comunicó por medio de su “walki-talkie” con el Mayor Iván Alegrett, que tenía su tanque a media cuadra del Gran Hotel, en la Calle Momotombo. El a su vez y por medio de un megáfono, avisó al Gran Hotel que la comisión negociadora estaba llegando y que sacaran una bandera blanca si querían entrar al Hotel.

         Pasaron cinco, 10 y  15 minutos, a mí me parecieron años, sin que contestaran del Hotel, finalmente, salió un joven con una andera blanca a la calle, y nosotros abandonamos el coche y empezamos a caminar hacia el Hotel.

         A le entrada nos recibió un joven de apellido Santos (Samuel Santos López) que me impresionó por su calma y la autoridad que parecía ejercer dentro del edificio, lo mismo que el Doctor Luis Pasos Argüello, quien también se encontraba en buen estado de ánimo y se movilizaba con bastante firmeza por los salones del Hotel.
-- VIII --

          Al entrar vi la planta baja del hotel abigarrada de rostros, la mayoría de ellos de gente humilde, y muchos de fuera de la ciudad. Subimos al segundo piso y entramos en una de las habitaciones, pequeña, donde los muebles se encontraban destrozados y el calor era insoportable.


DR. CHAMORRO, DR. AGÜERO, LCDO. ARÓSTEGUI

         Allí estaban el Doctor Fernando Agüero y el Dr. Pedro Joaquín Chamorro, además de otros líderes del Partido Conservador. Se explicaron las condiciones para permitirles la salida, y el Doctor Luis Pasos Argüello dijo que “sería una injusticia quitarles las armas a los pobres campesinos”. Alguien me preguntó si el Gobierno tomaría represalias contra ellos, y les dije que “lo único que deseaba el Gobierno era que salieran tranquilos  y se fuera cada uno a su casa”.

         El Doctor Fernando Agüero me preguntó si era cierto que habían sido detenidos algunos líderes políticos de la oposición y le contesté que no lo creía.

         En realidad, hacía unos momentos, y yo no lo sabía, los manifestantes que estaban refugiados en la floristería “Flor de Abolengo” se habían entregado y habían sido detenidos.

         El señor Santos López me preguntó si deseaba ver el daño que habían hecho en las paredes los cañonazos del tanque blindado, y le dije que sí. Me llevo al costado del Gran Hotel que da al Lago y allí pudo ver como las balas habían penetrado por las paredes de cemento armado como si fueran de cartón dejando unos boquetes de casi dos pies de diámetro.

         Mientras yo hacía este recorrido, el Doctor Fernando Agüero reunió a sus correligionarios que se hallaban en el segundo piso, y en el patio parándose sobre una caja de madera, les habló.

         En sus palabras se notaba el cansancio, y recuerdo que entre otras cosas les dijo que se habían portado como “valientes” y que no les decía “adiós”, sino “hasta luego”.

         Recordé las instrucciones recibidas y salí nuevamente a la calle para hacer la señal convenida y que se acercara el Capitán Blessing y el otro oficial que nos había acompañado para proceder a organizar la evacuación.
-- IX --



         La salida de los manifestantes fue demorada, casi 45 minutos, porque los autobuses n o llegaban. Yo temía que la gente que estaba en el primer piso y que se encontraba desesperada, rompiera la puerta de hierro y saliera en carrera por las calles produciendo nerviosismo dentro de la tropa que rodeaba el Gran Hotel, ocasionando esto nuevas víctimas, por ello, en dos ocasiones, pedí al Doctor Pasos Argüello que entrara y les pidiera se calmaran, lo cual éste logró con bastante éxito.

         Finalmente llegaron los vehículos y se procedió a la evacuación de acuerdo con los términos que habíamos dictado: los campesinos primero, y los líderes por último.

         El Capitán Blessing empezó a registrar a los que salían. Estos habían amontonado sus armas arriba, antes de salir, y en realidad que me sorprendió ver la clase de armamento que tenían. Fuera de uno o dos Garand, lo demás eran rifles 22 y pistolas de corto calibre; las metralletas que se dice poseían, jamás aparecieron.

         Después de la evacuación del edificio, las autoridades de la Seguridad lo ocuparon por varios días y lo registraron minuciosamente, sin encontrar las mencionadas armas rápidas. Se dio que habían sido lanzadas en un pozo del Hotel, y otros opinaron que había tiempo para sacarlas por el Teatro González.

         Muchos del los que salían eran despojados de artículos que sin lugar a duda eran producto del robo. Uno salió con un enorme anillo, probablemente de cierto valor, en el dedo, cuando se le preguntó de quién era dijo, “mío”. El oficial que estaba registrando le pidió bajara la mano, al hacerlo el anillo se le escapó del dedo. Se lo quitaron.

         Hubo cierto humorismo cuando entre los que salían apareció un conocido afeminado. El Capitán Linarte le dijo: “Ideay Paulá, ¿qué estás haciendo vos aquí? Respondió con una gran sonrisa.

         Como a las seis de la tarde salieron los últimos refugiados, entre ellos los Doctores Fernando Agüero y Chamorro, lo mismo que el Doctor Pasos Argüello y abordaron el automóvil negro de la Embajada Americana que nos había bajado a nosotros.

         A las siete de la noche subía a Casa Presidencial, cansado pero satisfecho de haber contribuido, por lo menos, ese día, a que no siguiera corriendo la sangre de hermanos nicaragüenses.

New Orleans, La. Enero 22, 1968.




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