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TRACCIÓN CON MOTOR DE TRIPAS
Este artículo es un incomparable testimonio legatario porque reencuentra a los nicaragüenses preciados de citadinos, con ese inalterable y vasto escenario en donde bípedos a bordo de carretones comparten jornadas de trabajo con nobles cuadrúpedos de tiro.
Al leer el artículo del ahora
veterano periodista, Filadelfo Alemán, cualquiera identifica diversas ataduras
con el presente, entre ellas –más allá de los briosos brutos—, ese segmento
social en el inalterable y precario desarrollo socioeconómico de nuestro país.
Elaborado en 1968, este
artículo contextualiza la vida cotidiana
en Managua, nuestra imaginaria gran metrópoli, aquella, que luego del terremoto
de 1972, cualquier pasajero de avión, desde las alturas podía apreciarla como
una vasta extensión de intenso color rojizo, que siempre motivaba a los
turistas extranjeros a preguntar: — ¿Ya estamos sobre Managua, la capital? ¿Dónde están los rascacielos, los edificios
de varios pisos? — Otros exclamaban con asombro: ¡Ahh! ¡Qué bonitoooo!
–¡Asómense, todos los techos están pintados en rojo!— Más no advertían que esa
uniformidad de color, eran los techos sarrosos de las colonias populares, y la
mayor parte perteneciente a casuchas en asentamientos progresivos. La otra
parte minoritaria, “los más favorecidos” apostaban por tener techos
cancerígenos, los de asbesto comercializado por la empresa Nicalit.
“Los viejos carretoneros trabajan con pesimismo” fue titulado el artículo de aquella interesante cosecha juvenil de Filadelfo. Uno de los entrevistados, al responder la pregunta — “¿Cómo era Managua en esa época?” —no olvidó poner en alto la fachentada, primero, de sentirse dueño de un buen ejemplar con motor de tripa, después, los córdobas encabestrados, y por último, el flirteo carretonero: “— Figúrese, ahora los taxistas se las pican con sus reales y con las muchachas, antes éramos nosotros. —
Después de un siglo, en
nuestra Aldea-Metrópoli, los carretoneros permanecen, principalmente
circunscritos a los centros de comercio popular, además, en barrios y zonas
residenciales pueden observarse las incursiones de famélicos trotones de tiro, impedidos
de relinchar en calidad de consocios minoritarios en trabajos de emprendimientos
jardineros. Los chapoda árboles subcontratan al carretón y al carretonero para
botar la basura.
Otra notable diferencia con
el pasado, puede constatarse en los
traseros de esos briosos brutos, porque en esta “metrópoli” el carretonero “pica”
y, aquel, entre disimulado corcoveo y cola vigía, toma el respectivo desquite, porque
el abundante estiércol nunca caerá en un “pañal churretero”. La plasta aparece en cualquier momento, enflora
y perfuma los ambientes vecinales. El automovilista deberá sortear los restos
del “motor de tripas”, tanto para evitar “rencauchar” las llantas como también evitar el ingreso del tufo al garaje particular.
Para los turistas del pasado
y del presente que esperaban captar un vistazo novedoso en la Managua-Jamelga,
los carretones y los carretoneros tienen perpetuidad escénica. Somos el único
país de Centroamérica en donde pueden verse carretones frente a las luces
verdes y rojas de los semáforos.
Parecía que todo lo relatado
en el artículo de los carretoneros definía ruta ineludible, sin embargo, en contra
de la creencia y de los pronósticos aseverados, nada ha quedado en el pasado,
todo pertenece al presente; al respecto se dijo: “Los carretones de mano o de caballo son los
últimos vestigios del viejo Managua”. “Los carretones tienden a desparecer
–dijo ayer el Ministro del Distrito— pero eso será lentamente”. “…todo carretón
que circula en Managua no es considerado como un vehículo sino como un peatón”.
El carretón… “se mete en todo lugar, contra la vía, en medio de ella, se sube a
la acera, vuelve para atrás… “Cuando el Ferrocarril era el ferrocarril ganábamos
más de lo que gana ahora un chofer.”
Cuando he tenido oportunidad de conversar con algún
carretonero sobre esos detalles del oficio, siempre he podido identificar algo
de proverbial alegría, aunque —por asuntos propios del trabajo— todos cargan
machete o cutacha.
La manera de vestir es otra particularidad, en la mayoría de los casos, la raída indumentaria siempre está combinada con el par de chinelas de gancho, “estilo Rólter”.
Los más jóvenes apenas conocen detalles sobre la historia de hace dos décadas en donde competían cocheros con sus caballos de tiro. Esas competencias eran patrocinadas por diversas empresas privadas, pero la mayor parte desconoce quién fue Charlton Heston, el personaje de Ben-Hur. En esa conversación, le conté a mi interlocutor que aquel espectáculo abarrotaba de gente todas las localidades, y en 2003, once años después de haberse efectuado el primer evento, hasta un Presidente de la República ocupó Palco Presidencial y realizó el banderazo de salida.
Nuestra conversación dejó de estar puntuada, cuando el chavalo sin sentirse atraído por el último detalle de esos aurigas comesalteados ataviados como romanos, me contó que él participaba en otros tipos de apuestas, desde jinetear en pelo, hasta la apuesta más audaz que haya hecho y que le dejó buena cantidad de dinero. Ese día –explicó— ya íbamos de regreso a nuestra casa y un fulano se detuvo frente a donde nosotros estacionábamos. El bandido me dijo que al día siguiente requeriría de mis servicios, iba a bordo de un camionetón de lujo, con amigos y un vergazo de muchachas con caras de livianas y ligeras. Para bien y no para mal, el tipo se puso a bromear conmigo y de pronto me dijo:
— Hombre, si logras entrar con tú carretón a un motel de lujo, te doy doscientos dólares, y mostró varios billetes. La apuesta estaría ganada si te dejan estacionarlo a la par del garaje del cuarto.
— Esa tarde, el hombre perdió la risa burlona y los doscientos dólares. Yo entré al sitio en compañía de mi inseparable amiga, detrás venía él en la camioneta de lujo. Al llegar al punto donde se debe esperar para que le indiquen el número del cuarto, lo primero que miré fue el rostro de mi primo-hermano, el más aventado de mi familia, llegó hasta la orilla de mi “motor de tripas” y en un abrir y cerrar de ojos le dije: “tengo una apuesta, cincuenta dólares son tuyos de inmediato, sólo déjame pasar y estacionar mi carretón al lado del cuarto—.
— Así fue, ingresé, estacioné, nos bajamos… y al billete. Este es el único carretón motelero; por esa razón mi inseparable caballo fue bautizado “El Polvo”.
Confieso que no podía disfrutar el artículo de Filadelfo Alemán
Robleto, sin presentar estas líneas marginales, porque Managua, “la gran
metrópoli” continúa en las grupas de los caballos, por no decir, metida entre
las patas…
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LOS VIEJOS CARRETONEROS TRABAJAN CON PESIMISMO
Por: Filadelfo Alemán
Redactor de La Prensa. 15 de Agosto de 1968. Pág. 12.
Llenos del pesimismo que les ha dado la vida que han llevado, y abrumados por el paso vertiginoso del progreso, los carretoneros de Managua están conscientes que un día de tantos tendrán que desaparecer como los coches, pero dicen que les gustaría “que se les provea de bicicletas chinas para ganarse la vida”.
Los carretones de mano o de caballo son los últimos vestigios del viejo Managua, pero todavía se resisten a desaparecer, vivimos de esto –dicen sus conductores y es un medio de trabajo”.
En la actualidad según el Distrito Nacional hay 44 carretones de caballos matriculados, 125 de mano y unos 500 del mismo tipo que son propiedad de la limpieza pública.
DOLOR DE CABEZA
El total de dinero que estos producen por acarrear todo tipo de carga es insospechado por falta de estadísticas y por la irregularidad de las ganancias pero se calcula en unos 100.000 córdobas mensuales.
Aún cuando constituyen un dolor de cabeza para el Distrito y más aún para los policías de Tránsito, los carretones que funcionan oficialmente en Managua dejan anualmente alrededor de tres mil córdobas en concepto de matrícula la cual pagan a razón de 10 córdobas por cada una.
Según la policía de Tránsito todo carretón que circula en Managua no es considerado como un vehículo sino como un peatón, y a ello se debe que pueden ser vistos en la calle yendo aún en contra de la vía.
Por otro lado los carretones pueden colocarse frente a cualquier parquímetro sin que su dueño se inmute por el pago de aparcamiento; simplemente porque no paga.
Los carretones de
dividen en muchas clases, los hay de caballo, de mano para carga, chicheros y
aserrineros, pero los más despreciados son los carboneros, que son
discriminados por los que manejan carretones de otros tipos.
“Los carretones tienden a desparecer –dijo ayer el Ministro del Distrito— pero ese será lentamente”.
Un policía de Tránsito entrevistado en el costado sur del Palacio Nacional, dijo que son uno de los más grandes problemas del Tránsito.
Por aquí pasa todos los días un carretonero con hielo –dijo el policía— que me da dolores de cabeza a cada rato, tengo que estar manejando el tráfico para que no lo maten los carros. Se mete en todo lugar, contra la vía, en medio de ella, se sube a la acera, vuelve para atrás… etc. Ya me tiene loco.
32 AÑOS MANEJANDO
Sin embargo los carretoneros asienten en este sentido:
—Sí, —dice don Octavio Gómez quien tiene 32 años de manejar un carretón de caballos— nosotros sabemos que somos un estorbo, pero de eso vivimos. Además no somos problemas para los choferes, sino ellos para nosotros. No escapan de matar”.
— ¿Cuánto ganan ustedes diariamente?
— Alrededor de sesenta pesos diarios en los días buenos. Hay días en que nos lleva el diablo. No ganamos nada.
— ¿Cree Ud., que los carretoneros tienden a desaparecer
— Pues claro. Todo cambia. Yo soy carretonero de 1926 cuando esto era un buen negocio, y vi cómo los taxis hicieron desparecer los coches.
“Cuando el Ferrocarril era el ferrocarril —sigue diciendo — ganábamos más de lo que gana ahora un chofer. Acarreábamos carga y maíz del tren a las casas comerciales. Ahora las camionetas nos están haciendo la competencia”.
— ¿Cómo era Managua en esa época?
— Figúrese ahora los taxistas se las pican con sus reales y con las muchachas, antes éramos nosotros.
— ¿Cuáles son los impuestos que Uds. pagan?
— Pagamos al Distrito 10 córdobas por la placa y ochenta entre todos al Tránsito por “la pintura”
— ¿Qué cosa es la pintura?
— Pues las pintura, ¿y qué pués? Esa que Ud., ve allí en la calle. Esa raya blanca para aparcar los carretones.
— ¿Les gusta el trabajo?
— Y qué le vamos a hacer. Trabajo es trabajo.
— ¿Cuándo desaparezcan los carretones qué van a hacer Uds.?
CUALQUIER COSA
— Trabajar en cualquier cosa.
Según Tomasito Vega, quien parquea su carretón de caballos en la esquina Norte de la Avenida que une a los Mercados Central y San Miguel. Si existiera alguien que le comprara su vehículo lo vendería, pues ya está aburrido de trabajar así.
— Es mejor trabajar en un empleo fijo –agregó – pues uno tiene sus reales asegurados. Sino, mire Ud., hoy no he ganado un solo centavo. Tal vez no haya almuerzo.
Vega es partidario de que les quiten los carretones y que les den a cambio una bicicleta china para llevar carga y pasajeros. Así no necesitamos combustible, — argumenta. —
Entre los carretoneros hay pesar cuando se les muere un caballo. Según don Octavio Gómez, en la Semana de Ramos, se le murió un caballo con el cual comenzó a trabajar hace muchos años.
— ¿Lo lloró?
— No tanto, pero me hacía falta. Era mi amigo de dichas e infortunios.
— Ahora tengo uno que le llaman Corazoncito, porque tiene una mancha blanca en la frente con esa forma…
— Es bueno. No se me queda.
— Don Octavio — le preguntamos — ¿y qué futuro le ve Ud. a los taxis?
— A esos chunches
también se los va a llevar el diablo. Todo cambia.
Muchas gracias por compartir estas asombrosas historias de nuestra cultural nacional, su blog es una joya, le pido de corazón que continúe con ese entusiasmo.
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